Catálogos de exposiciones como experiencias

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Catálogos de exposiciones como experiencias
Catálogos de exposiciones como experiencias Fuente: Cortesía Museo del Palacio de Bellas Artes

El 27 de enero, el Museo del Palacio de Bellas Artes presentó el catálogo de la exposición El París de Modigliani, muestra inaugurada en el marco de la reapertura de los museos capitalinos, en septiembre de 2020. A propósito de la publicación, platiqué a través de la pantalla con Alberto Ruy-Sánchez, escritor, director de Artes de México y quien —junto con Germaine Gómez Haro y Jaime Moreno Villarreal— participó en la presentación, moderada por Tabaré Azcona, editor del museo. Ahondamos en el género de este tipo de publicaciones desde la perspectiva de un editor de libros de arte.

LOS CATÁLOGOS DE EXPOSICIÓN como hoy los conocemos nacieron en la década de 1960, cuando el surgimiento de nuevas tecnologías de impresión, particularmente el offset, permitieron reproducir publicaciones con imágenes a color y de mayor tamaño, en las que los detalles de las obras de arte podían ser reproducidos con más precisión. Éste fue el germen del famoso coffee table book, mote para aquellos libros que son usados para decorar mesas y libreros. Antes del advenimiento del offset, los catálogos eran meramente listas descriptivas que, casi como una guía, explicaban con qué obras contaba la colección de un museo y cómo estaban dispuestas en las salas. Así fue el primero del Museo del Louvre de 1793, quizá el pionero de la era moderna. Todavía hasta las primeras décadas del siglo XX, el formato de lista dominaba y, si bien ya comenzaban a aparecer nuevas propuestas, eran en blanco y negro. Ahora son más que un inventario de las piezas exhibidas; se han convertido en un verdadero ejercicio de historiografía, al ofrecer nuevas y variopintas perspectivas acerca de los objetos de arte.

“Es muy importante que no sea meramente la lista de obra de la exposición”, me dice Ruy-Sánchez. “Necesitas tener rigor sobre todo el aparato que acompaña los textos y las obras. La ficha de cada obra que se exhibió es un pequeño ensayo. El catálogo anota y también investiga cuál es el significado de cada una de las piezas e invita a la gente y a los colaboradores a reflexionar sobre un tema específico. Nosotros [en Artes de México] tratamos siempre de partir de preguntas; hay cosas que sabemos y cosas que no. Nos gusta preguntarle a mucha gente sobre lo que no sabemos”. De esta manera, los catálogos se vuelven una forma de abrir otros caminos en torno a lo visto en la exposición; revelan cosas sobre las que nuestro ojo no había reparado o proponen puntos de vista que jamás hubiéramos pensado.

UNO DE LOS MAYORES retos en la edición de libros de arte es la representación de objetos tridimensionales, complejos e inacabables en cuanto a la posibilidad de miradas que podemos posar sobre ellos. Esto se vuelve aún más difícil cuando, además, se busca emular nuestra interacción con ellos en el espacio físico del museo, como es el caso de los catálogos. ¿Cómo describe un editor las formas, los volúmenes y las texturas en un formato bidimensional? ¿Cómo puede el público tener una experiencia estética a través de una imagen mediada? Si bien el catálogo nunca podrá sustituir la experiencia vivencial, nos ofrece una manera de experimentar la exposición a distancia, lo cual los vuelve aún más vigentes en estos tiempos de confinamiento, cuando nuestra única vía para acercarnos al museo es a través de plataformas digitales. No sería descabellado proponer que incluso puede generar una mayor intimidad con las obras que los formatos virtuales. Por eso la relevancia de que aún en pandemia el Museo del Palacio de Bellas Artes haya apostado por publicar el libro sobre la reciente muestra de Amedeo Modigliani.

El diseño ha cobrado importancia en la edición de los catálogos de exposición, transformándolos en objetos de arte

“Lo importante es que [el catálogo] sea una experiencia”, me responde Alberto cuando le pregunto sobre estos libros como simulacro de la exposición. “Ése es un tema que también sobresale cuando se habla de la versión digital de los libros de arte y también una visita virtual a un museo. Ver una obra en vivo es una experiencia, el sentido en el que está dada la pincelada comunica, te toca, eso no lo sustituye un libro. De ahí la importancia de que esta clase de ejemplar sea otra cosa, que el contenido responda a lo que no está en la exposición. El catálogo te debe ayudar a ver, si tienes curiosidad debe generarte preguntas. Las imágenes te dan una sensación, pero también te permiten, si tienes inquietudes, seguir pensando, sobre ti mismo o sobre la obra; en ese caso, regresar a la pieza como algo que ahora está impreso es ensayarla”.

TAMBIÉN SE HAN CONVERTIDO en un objeto fetiche: ante la imposibilidad de poseer la obra de un artista que nos apasiona o el cuadro que nos estremece, adquirimos el catálogo y lo exhibimos en nuestra casa como una posesión valiosa. Por lo mismo, el diseño ha cobrado una mayor importancia en la edición de este tipo de libros, transformándolos en objetos de arte por derecho propio.

“Para mí, el diseño es parte del contenido”, me cuenta Alberto cuando le pregunto sobre el tema. “Me gusta pensar que cuando la gente hojea un libro ya lo está leyendo. En Artes de México queremos que cuando hojeas, incluso de atrás para delante —porque normalmente así lo hacemos—, haya un ensayo visual y después ya viene la interacción del texto con las imágenes. Así las imágenes son actores vivos en tu puesta en escena que es la página”.

Finalmente estas publicaciones son un registro, pero también una forma de hacer historia del arte. Sobre ello, Ruy-Sánchez me comparte: “Tienes que saber que la exposición se va, pero el catálogo permanece. Permite continuar en el tiempo la puesta en público de la obra y también es una invitación para regresar a ella. Y ésa es la maravilla, el tiempo en realidad no es lineal, sino circular; si tienes el catálogo antes de ver la exposición es un preámbulo y si no, es una reflexión, pero también te invita a regresar y tener una experiencia nueva”.

El catálogo El París de Modigliani del Museo del Palacio de Bellas Artes es una invitación a vivir la exposición desde casa y, ojalá pronto, a volver a las salas para hacernos nuevas preguntas.