Una mañana de julio de 1967, Jocelyn Bell, estudiante que cursaba el doctorado en la Universidad de Cambridge, detectó una señal inusual en el radiotelescopio que monitoreaba. Su asesor, Anthony Hewish, le había pedido que buscara señales de cuásares, los objetos astronómicos más brillantes del Universo. No obstante, la señal que Jocelyn detectó ese día era muy rápida y periódica, no provenía de un cuásar. En un principio pensó que podría tratarse de un mensaje enviado a la Tierra por algún ser inteligente, por lo que la llamó Little Green Men (Hombrecitos verdes). Cuando comentó su hallazgo con Hewish, éste no le creyó. Al poco tiempo, Jocelyn encontró señales similares en otras regiones del cielo y se percató de que en realidad éstas provenían de un nuevo tipo de estrellas, que recibieron el nombre de pulsares. Eran como enormes faros cósmicos que enviaban señales regulares.
El incrédulo Anthony Hewish recibió en 1974 el premio Nobel por ese descubrimiento. Años después, Bell —nacida en 1943—, comentó en entrevista a la BBC que hubo dos impedimentos para que ella recibiera el galardón: era estudiante y mujer. Y es que fue víctima del llamado Efecto Matilda, aquél en el que no se reconoce a las científicas sus descubrimientos, investigaciones e inventos; en cambio, el mérito es para colaboradores, tutores, esposos o colegas, siempre del género masculino.
¿QUIÉNES FUERON?
La primera persona en estudiar dicho fenómeno fue la socióloga Margaret Rossiter, quien lo llamó así en honor a Matilda Josly Gage (1826-1898), una activista norteamericana que luchaba por el voto femenino y quien, en uno de sus discursos acerca de la libertad, denunció cómo han sido ignoradas las aportaciones de las mujeres en distintas áreas, en especial en la ciencia.
Refiriéndose a este fenómeno, mi amigo, el escritor y periodista José Gordon, me preguntó en una entrevista reciente para La Hora Nacional: ¿Qué hubiera pasado si Albert Einstein hubiera sido mujer? La respuesta, tristemente, es sencilla: nadie sabría quién fue ni qué hizo. Habría corrido la misma suerte que su pareja, Milena Maric, una mujer brillante que siempre vivió a la sombra de su marido. Mientras que los libros de texto lo recuerdan como uno de los científicos más importantes de todos los tiempos, ella aparece como una anécdota en muchas de sus biografías. Sin embargo, lo poco que sabemos de su historia deja entrever a una mujer con una gran inteligencia, que probablemente tuvo una influencia mayor en las investigaciones de Einstein de la que hasta hoy hemos imaginado.
JoCelyn Bell comentó a la BBC que hubo dos impedimentos para que ella recibiera el Premio Nobel: era estudiante y mujer
El Efecto Matilda es recurrente en la historia de la ciencia. Podemos recordar a Rosalind Franklin (1920-1958), una química y cristalógrafa británica quien tomó la famosa “Fotografía 51” de la molécula de ADN, en la que, por primera vez, se podía ver su estructura de doble hélice. James Watson y Francis Crick, dos científicos que trabajaban en el mismo laboratorio, construyeron un modelo tridimensional de dicha molécula, basado en la fotografía de Franklin y la usaron sin su consentimiento; publicaron el resultado de su investigación en la revista Nature. En 1962, Watson y Crick obtuvieron el Premio Nobel de Medicina por el descubrimiento de la estructura del ADN. Rosalind Franklin murió sin recibir ningún reconocimiento.
Un caso adicional es el de Lisa Meiner (1878-1968), una física austriaca quien, en colaboración con el químico Otto Hahn, realizó los primeros estudios sobre fisión nuclear; éste es un proceso que consiste en dividir un núcleo atómico en núcleos más ligeros, liberando así una gran cantidad de energía. Hahn publicó el resultado de la investigación conjunta, sin darle crédito a Meiner, y por ello recibió en solitario el Premio Nobel de Química en 1944.
Igualmente recordamos a la matemática Ada Byron (1815-1852). Junto al inventor Charles Babbage, trabajó para construir una “máquina analítica”, que serviría para realizar cálculos complicados. Ada hizo varias aportaciones importantes. En primer lugar, propuso que la información de la máquina se alimentara usando tarjetas perforadas. También diseñó un algoritmo computacional, lo que la convirtió en la primera programadora de la historia. Más aún, describió el uso que se le daría a las computadoras modernas: para ella, las “máquinas analíticas” no solamente deberían servir para hacer cálculos, sino también para pintar, escuchar música e investigar el Universo. Ada fue la madre de la computación moderna y muy pocos conocen su historia.
RECUPERAR SUS HISTORIAS
Por la gran cantidad de casos como los anteriores, la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas de España lanzó la campaña #NoMásMatildas (www.nomorematildas.com) para acabar con la discriminación de las mujeres en la ciencia y para llamar la atención sobre la falta de referentes femeninos en las áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés). El objetivo de la campaña es recuperar las historias de grandes mujeres en la ciencia, “llevándolas a los libros de texto para que despierten con su ejemplo, sus hallazgos y sus aportaciones la vocación científica de todas las niñas a las que se les ha hecho pensar que la ciencia es cosa de hombres”.
El 11 de febrero, cuando se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la ciencia, es un buen momento para unirnos a esta campaña, recordar a las grandes mujeres científicas y compartir sus historias con niñas y jóvenes. También es crucial reconocer la importancia de las aportaciones actuales de las mujeres en la ciencia y la tecnología e impedir que sus logros sean invisibilizados. Es urgente gritar a los cuatro vientos: ¡no más Matildas en la ciencia!