Un soundtrack de la pandemia

Entre las consecuencias de la pandemia se cuenta una mutación radical de las costumbres que ha trastocado la vida cotidiana, social y laboral, así como la oferta de cultura y arte según la conocimos en el mundo anterior al parteaguas del 2020. Es difícil predecir si volverán los conciertos a gran escala —o bajo qué condiciones, así como el regreso de los cines, teatros y museos. En la música se acentuó el predominio comercialde las plataformas digitales, sin embargo las expresiones más propositivas mantienen su singularidad; los dos extremos asisten tanto al recuento como a la selección de Bruciaga de lo mejor y lo más cuestionable de ambos mundos.

Taylor Swift en una imagen de Folklore. Fuente: northcountrypublicradio.org

De acuerdo con el exhibicionista algoritmo de Spotify, una de las canciones que más escuché durante el catastrófico 2020 fue “American Crisis”, sencillo de Blue Hearts, el álbum de Bob Mould, fundador, en la década de los ochenta, de esa mítica banda de homo-punk-noise llamada Husker Du. Precursores que mezclaron el punk hardcore con los muros de sonido, creando una cascada de distorsiones hipermasculinas sin las cuales no podrían entenderse géneros hoy tan rascados como el shoegaze.

Blue Hearts salió en octubre de 2020. La verdad desconozco si Mould lo produjo en el 2019 o durante la etapa más activa de la pandemia. Pero es uno de sus discos más insubordinados y encabronados. Más homosexualmente potentes —hace mucho que Mould no lanzaba un disco donde exudara el penetrante sudor del sexo entre hombres.

La desesperanza y el caos en sus letras parecen describir el aire contaminado y la incertidumbre del presente, ruinoso por la estela que deja a su paso el Covid-19 como un huracán invisible. Se trata de un presente además espoleado por las decisiones gubernamentales que, dependiendo de sus demencias nacionales, propagan autoritarismos o irresponsabilidades distópicas en aras de procurar el bien de sus ciudadanos. En realidad, lo que ofrece Mould en Blue Hearts son viñetas de noise rock, patadas de desahogo que descabezan el fascismo de la era Trump.

Para Mould, esto ya había sucedido cuando Ronald Reagan se hizo conservadoramente pendejo ante la recién descubierta pandemia del sida: “Nunca pensé que volvería a ver esta mierda. Llegar a la mayoría de edad en los ochenta ya era bastante malo. Fuimos marginados y demonizados. Vi cómo muchos de mi generación morían. Bienvenido el regreso de la crisis americana”, grita Mould en “American Crisis”. Una de las soluciones o salidas que propone es coger hasta el anarquismo identitario. El sexo en tiempos de Covid-19 es tan arriesgado como en los años más culeros del sida. Las coincidencias entre las pérdidas humanas por el sida y el coronavirus, el patriotismo de derecha de Reagan y Trump que se respira en Blue Hearts, además de inquietante, es razón suficiente para ponerlo entre los mejores discos del año.

Las etiquetas son especulaciones para ajustar el valor económico de sus artistas. Así sucedió en el caso de
Taylor Swift. Su disco Folklore fue lanzado con una tozuda campaña de publirreportajes disfrazados de reseñas 

Algo similar sucedió con Fall to Pieces, de Tricky, lanzado en septiembre del 2020. En un registro más intimista, el bristoliano parte de la muerte cercana para contemplar parte del derrumbamiento social. Mina, su hija, se suicidó en 2019 —tenía 24 años—, mientras el fundador del triphop se encontraba a mitad de la masterización de un nuevo disco. Interrumpido por la tragedia familiar, Tricky se vio obligado a reescribirlo desde cero, acaso para exorcizar la depresión tras el fatídico suceso. Fall to Pieces es un disco lúgubre y triste, pero nunca descomedido por su propia tragedia. No es un disco lacrimógeno. Con la testarudez propia de quien se clava en los detalles como vía para mantener la cordura en medio del encierro, las brevísimas canciones que lo componen (la mayoría no rebasan los dos minutos con treinta segundos) bien podrían ser meditaciones sobre el cotidiano desgaste emocional que genera la paranoia por el nuevo coronavirus. Beats que se sienten como metáforas cinéticas del tenso aburrimiento que rige nuestros días, donde hasta el asombro por el número de muertos por Covid-19 parece caer en un vacío. Para no chiflarse con el tormento de la ola de muertes que nos rodea y aumenta, con nuestro propio miedo a morir intubados. Fall to Pieces suena al intento de Tricky por no enloquecer tras la muerte de su hija.

Igual que Mould, la desolación también estremece el disco número catorce de Tricky. El Covid-19 vino a trastornar nuestros hábitos cotidianos, incluyendo la música. Desde su producción, hasta su lanzamiento y consumo.

EL TOP Y OTROS REGISTROS

Sin duda estas dos producciones encabezan mi lista de los mejores discos del año. Junto con el bienaventurado Róisín Machine. De Róisín Murphy, la exvocalista de Moloko. Lo que diga un maricón pobre diablo como yo no importa. Pero no deja de asombrarme encontrar que la narrativa de los álbumes tanto de Tricky como el de Bob Mould y Róisín Muprhy coincida con la angustia social que nos sacude con la aparición del Covid-19:

Hablando específicamente de Róisín Murphy, es claro que los años de trayectoria los llevan a grabar discos más maduros y en muchas ocasiones técnicamente superiores a los de artistas más jóvenes. Pero esto en realidad no importa ya que el rock and roll siempre se ha basado en la innovación de sonido y la frescura conceptual, a pesar de que en estos tiempos muy pocos grupos o artistas son capaces de crear algo enteramente nuevo. Grupos como The Chats, Surfbort, Cumgirl8 y las sanfranciscanas Buzzed Lightbeer son algunas de las bandas jóvenes cuyo estilo es simple en cuestión de melodías y riffs, pero de igual forma son la punta de lanza del movimiento punk de la década 2020 —me dice Guillermo Goyri, director de programación de la KXSF, en el 102.5 de frecuencia modulada en San Francisco, California.

Después de todo, Róisín Murphy, Tricky y Mould son artistas viejos. Como yo. Con oídos desarrollados, tan agudos como para traducir en melodías lo predecible de la prejuiciosa secuencia humana. Sin necesidad de perseguir likes o reproducciones que sean cuantificables en patrocinios. Y también en miles de dólares.

Un soundtrack de la pandemia

En la industria, las etiquetas son más bien especulaciones para ajustar el valor económico de sus artistas. Así sucedió en el caso de Taylor Swift. Su disco Folklore fue lanzado en julio del 2020 con una tozuda campaña de publirreportajes disfrazados de reseñas, donde enfatizaban con capricho descarado las colaboraciones con los héroes orgánicos de la hipsteriza chillona y leñadora (con camisas de franela y gorros de lana), como la producción de Jack Antonoff o la voz de Bon Iver.

Me oriné de la risa al ver cómo críticos musicales, que no fueron pocos y sobre todo mexicanos, mordieron el anzuelo de la indignación purista al sumarse a la discusión del auténtico valor indie, pero sobre todo folk y alt country de Swift. Un debate a todas luces premeditado por la disquera de Taylor con el fin de ponerla en el radar de las audiencias. Y la estrategia funcionó. Según Spotify, Taylor Swift fue la artista femenina más escuchada en su plataforma sólo después de Billie Eilish, que también suele engatusarnos con sus cariñitos a los supuestos valores indies, dependientes a su vez de las corrientes políticas de su generación.

Aun así, no faltó el heterofastidioso que acusó a Bon Iver de vendido, valga la cacofonía. Hace mucho que Iver dejó de ser interesante. Pasó de ser un cantautor inmersivo a santo patrono de los melancólicos de ocasión. Egresados de universidades como la Anáhuac que hasta hace no mucho berreaban con las baladas de Coldplay y Muse.

¿A QUÉ SUENA LA PANDEMIA?

Así que Taylor Swift se convertía al bando indie. Hubo memes que ponían el satánico logo de la disquera Sacred Bones Records (acostumbrada a editar discos de folk luctuoso) sobre la nublada portada del Folklore de Swift. Un retrato grumoso de la fotógrafa Beth Garrabrant. Vista de lejos, la portada encajaba perfecto en el catálogo de Sacred Bones. El meme intentaba ser una burla. Pero con el desencanto suficiente, parecía que en el fondo le daban la bienvenida a Swift al culto de la supuesta independencia folk. Ser indie se ha convertido en algo muy básico. E imitable. ¿Esto hace que su último disco sea malo? La posproducción también tuvo lugar en el punto más álgido de la pandemia. A diferencia de los casos de Bob Mould y Tricky, las canciones de Swift se sienten evasivas frente a la crisis por Covid-19. Tomando en cuenta que la evasión puede ser un buen escape en busca de sensaciones positivas para tiempos tan ansiosos como los que vivimos.

Por ejemplo, en el caso de la estación de radio mexicana Aire Libre FM ha ocurrido esto:

Me atrevo a decir que el lanzamiento más exitoso tiene que ser "Láser Funk", de Belafonte Sensacional. Más allá de ser una producción de la casa (fue grabada en los estudios de Aire Libre, en un espectacular edificio frente al Monumento de la Revolución) y de recordarnos el gran momento por el cual pasa la banda, la rola en sí tiene todas las características de un hit de radio. Obviamente sin recurrir a fórmulas tradicionales, más bien al contrario. Apelando a la gran sonoridad y los recursos con los que cuenta la banda, no sabría en qué género encasillarla, pero sin duda es una rola muy chilanga por su contenido lírico. La voz de Israel entonando el “Hey, qué traes ahí” resuena siempre en mi cabeza con la tonada característica de los capitalinos, y cuando nos damos cuenta que se trata de un diálogo con la policía se hace más urbano aún.

Un hecho es que Bad Bunny, con dos discos nuevos el año pasado, llamó la atención de potentes escaparates como The New York Times o The Tonight Show de Jimmy Fallon

Se trata de una oda al sentimiento de ser indestructible cuando estás bien, con los tuyos, en tu barrio —me dice Febe Esquerra, director de producción de la estación radial Aire Libre, en el 105.3 de FM en la Ciudad de México, pero con alcance global gracias a la transmisión por medio de internet.

En efecto, "Láser Funk" es un pinche rolón. Una suerte de ejercicio krautrock azteca cuya repetición encapsulada en sonidos de rayos láser chilangos consigue poner de buenas. Es sin duda positiva, contagia ilusión. Y de acuerdo con Guillermo Goyri:

Under the Spell of Joy de las Death Valley Girls tuvo muy buena recepción entre los locutores y escuchas de KXSF. Estuvo en el Top 10 de la estación por casi siete semanas. Es un disco que representa cabalmente el estilo oscuro, místico pero a la vez lleno de positivismo. Muchos de los discos que se lanzaron durante la pandemia fueron grabados el año anterior. La pandemia obligó a muchas bandas a retrasar el lanzamiento de sus producciones, como Días raros de Melenas, un cuarteto femenino de Pamplona. Cuando entrevistamos a dos de sus integrantes, Oihana y Leire, nos comentaron que al lanzar el disco —en mayo de 2020— sintieron que su concepto sonoro y lírico representaba perfectamente la vida de la banda durante la pandemia, como una premonición. Thurston Moore, al contrario de Melenas, me platicó que su disco By The Fire fue escrito durante la pandemia y que trató de llenar el disco de mensajes y sonidos esperanzadores, lo cual logró de manera cabal —reflexiona el director de programación de la estación californiana de radio.

Al final, los propósitos de Taylor Swift y Thurston Moore, el exlíder de Sonic Youth, no suenan muy ajenos entre sí.

PLAGA DE ETIQUETAS

Conforme el coronavirus se extendió a lo ancho del planeta, el optimismo limítrofe no se hizo esperar. Los mensajes sobre el disfrute de la vida se convirtieron en lugar común de las redes sociales, los canales de YouTube y la televisión. Mientras, la literatura de la música actual seguía obsesionada con encontrarle purismos al género de las reseñas discográficas: ¿de verdad la enjuta tensión entre lo comercial, lo independiente y el reguetón seguirá tratando de moralizar la conversación musical, a pesar del coronavirus? Si hubiese una crisis a debatir, sería la de los motivos por los que se hace música hoy, con todo y pandemia.

Por ejemplo, hay grupos que se autodenominan indies mucho antes de aprender a tocar la guitarra con gracia; o a programar secuencias electrónicas que no suenen, otra vez, a nostalgia postdisco y ochentera. O a trap deslactosado para jóvenes blancos. La ovación que recibió el álbum A Hero’s Death de los Fontaines D. C. es prueba de ello. Mucho borreguismo automatizado debido al autoengaño de la supuesta objetividad musical. La misma que se desgarra las vestiduras por Taylor Swift. Nadie podría asegurar que el de Fontaines D. C. es un disco mal hecho. Pero también desesperante en su buena producción. ¿Es que no nos hartamos de la comodidad del new wave y el gótico para principiantes? Pareciera que en medio del Covid-19 reinan más las fórmulas que las erecciones que te pueda producir una canción. Que darte en la madre y romper guitarras en nuestros cráneos. Si vuelvo a escuchar otro disco que suene a homenaje terapéutico a The Church con los ecos de Gang of Four, voy a vomitar.

Descubrir el hilo negro en lo que va del siglo XXI es una pérdida de tiempo. Pero el reciclaje se está reduciendo a un asunto de bienestar narrativo.

Un soundtrack de la pandemia

¿Dónde quedaron esos discos que costaba entrarle a la primera escucha y había que desentrañarlos hasta que nos dejaban indefensos?

Debates como los de Taylor Swift sólo afirman que lo que está en juego no es el valor de la etiqueta. Sino el placer. Por andar fiscalizando sus intereses, tratando de desenmascarar a los oportunistas del alt country entre los mártires del banjo, buenos discos pasaron desapercibidos tanto por la industria voraz como los supuestos cazadores de la verdad indie en el año de la pandemia. Blue Hearts, de Bob Mould, es cruel prueba de ello. También el silencio frente al Alphabetland, de X, se sintió como una patada en los huevos. Sin los X no habría punk en Los Ángeles ni hardcore de California. Quienes pedían la cabeza de Taylor Swift ignoraron a una de las grandes bandas del folk actual, los Drive-By Truckers, cuyas canciones dan mayor prioridad a historias desoladoras y pegadizas que a los arreglos del country verdadero. El punk sencillo y despiadado de los Metz y los Western Addiction también fueron ignorados a pesar de que sus letras afrontaban la realidad con crudeza y riffs.

MASTERIZACIÓN PANDÉMICA

¿Qué tanto afectó la pandemia a nivel musical? Me comenta Febe Esquerra, de Aire Libre:

Creo que es muy pronto para que la industria musical cambie su manera de hablar a partir de la pandemia. En caso de que necesite cambiarla. El verdadero grueso de la música producida ya en modo contigencia apenas lo estamos empezando a ver. Casi todo lo que salió hasta septiembre eran proyectos ya programados y producidos a principios de año o finales del anterior. Al principio de la emergencia, en busca de esta nueva área de oportunidades, hubo una oleada de covers que fue bastante triste. Siento que este encierro nos llevó a entender los procesos creativos a los que los europeos se ven obligados durante cada invierno. Encierros para producir de manera indiscriminada.

Por lo pronto, los datos de la industria señalan que en términos generales, los artistas más escuchados en el mundo a lo largo del 2020 fueron Billie Eilish y Bad Bunny, con 8,300 millones de reproducciones o streams según la base de datos de Spotify. A esto habría que sumar los datos de otras plataformas. El caso de Apple Music, con estadísticas menos precisas, reporta como artistas más escuchados a Roddy Ricch y The Weeknd.

Un hecho es que Bad Bunny, con dos discos nuevos en el año pasado, llamó la atención de potentes escaparates gringos como The New York Times o The Tonight Show de Jimmy Fallon. Tanto Bunny como Eilish (curiosamente Spotify no mostró el número de streams como en el caso de Bunny), están en la plenitud de sus veintes. Con ganas de salir de fiesta. Debe ser duro y fatalmente aburrido ser joven en medio de la cuarentena mundial. Tal vez sea la razón por la que en especial Bad Bunny es un artista escuchado casi en todo el planeta: vender fantasías de fiesta sin necesidad de salir de casa y con mensajes subliminales dirigidos a la pelvis. En ese sentido, Eilish vendría siendo la reflexión de la resaca. La voz de la conciencia en una época de restricciones de salud pública.

Para el experto musical, sobre todo en el género electrónico, y locutor en Reactor 105.7 FM en la Ciudad de México, Chuck Pereda, la explicación del éxito de Bad Bunny es sencilla:

Yo siempre escuché mucho dembow y dancehall, no le tenía tiña al reguetón. Bad Bunny es exitoso porque tiene muy buenas letras, muy buenas bases y muy buenos featurings. Es controversial porque la gente es clasista y ese ritmo lo escuchan chakas. Lo sé porque en los clubes te piden que no pongas reguetón para que no “se vaya a llenar de chakas”.

Este éxito monstruoso de Bad Bunny fascina porque en su popularidad, además de la tendencia, también se explotan las contradicciones éticas que implica la música pop. Multimillonario pero arrabalero. Su ropa costosamente inalcanzable viste letras que describen postales de barrio que, por momentos fugaces, llegan a emparentarse con la urbanidad del mismísimo Belafonte Sensacional.

Odiado por rockeros heterosexuales pero alabado por críticos, también bugas, que academizan la sensación puertorriqueña. Pero la defensa por cortesía de los críticos, otra vez la mayoría de los mexicanos, se siente impostada. Tristes empeños por mantenerse jóvenes pues las caderas de esos críticos musicales son demasiado mostrencas para creerles que en verdad les importa el Bad Bunny. Al que se le baila. No se le intelectualiza. Por esas mismas razones cuenta con un gran número de feligreses en los antros gays.

Un Bad Bunny con raíces en el subterráneo menos romantizado pero programado con la fabricada insistencia del mainstream. Sus éxitos en medio de la pandemia confrontan a la industria con su propio marketing: ¿de verdad tiene algún sentido seguir hablando de listas de popularidad?

El modelo del top lleva años y funciona por la magia de la repetición. Hoy en día, cuando tenemos acceso a millones de nichos que se sienten casi personalizados para cada uno de nosotros, este sistema de repetición sigue funcionando en aquellos sectores donde las apuestas económicas son gigantescas —apunta Febe Esquerra, de Aire Libre.

Una fracción de la escena considerada indie brindó experiencias audiovisuales un poquito más audaces. Por ejemplo, a Stuart Murdoch, el vocalista de Belle and Sebastian, le dio por ofrecer conciertos acústicos casi diarios

LA SALVACIÓN DEL STREAMING

Conforme las posibilidades de conciertos, desde los masivos hasta los de salas pequeñas, se precipitaron en caída libre a la extinción, la música por streaming fue haciéndose vital para mantener la música en vivo. Conciertos grabados en estudio con el mínimo de gente posible para evitar la propagación del virus, que se graban o transmiten en vivo según el presupuesto. O el interés monetario de las bandas y sus mánagers. De ahí que algunas transmisiones fueran gratuitas mientras que para otras tenía que pagarse el equivalente a un boleto. Como era previsible, las bandas pesadas, la de larga trayectoria, tanto nacionales como extranjeras, eran las que más espectacularidad ofrecían en pantalla.

En el plano nacional, ¿en verdad necesitamos un concierto más de Fobia o de Ximena Sariñana? Aunque sea en streaming. Los artistas millonariamente consolidados en el medio sufrieron de sobreexposición en internet. Su capacidad económica les permitió sambutirnos de spots publicitarios cuando se les pegara la gana en YouTube. ¿De verdad les importaba la música o no querían dejar de producir dinero?

En ese sentido, una fracción de la escena considerada indie brindó experiencias audiovisuales un poquito más audaces. Por ejemplo, a Stuart Murdoch, el vocalista de Belle and Sebastian, le dio por ofrecer conciertos acústicos casi diarios y gratuitos a través de su Facebook Live. Al principio fue entretenido. Pero después la aburrición cursilona de Murdoch resultó tan dañina como oxigenar bajo por Covid-19.

Quizá una de las secuelas que trajo el nuevo coronavirus fue arrojar un poco de necia luz a los bordes entre la música comercial, lo indie y acaso lo alternativo en términos menos pretenciosos. Replantear la importancia de los beneficios económicos en relación con la intención creativa. O el compromiso. Toma de nuevo la palabra Guillermo Goyri, de la KXSF:

El modo de hacer música durante la pandemia ha cambiado de forma radical para la gran mayoría de las bandas. Muchas se han visto obligadas a trabajar de manera remota. Por ejemplo, Alison Mosshart nos platicó que para poder producir Sound Wheel, su disco de spoken word, se vio obligada a grabar algunas de las voces en su casa de Nashville, para después enviarlas vía electrónica a William Skibbe, quien hizo la mezcla. Otras bandas más inclinadas a los sonidos y estructuras electrónicas, como Ladytron y Sotomayor, nos dijeron que en realidad no había cambiado mucho para ellos, ya acostumbrados a trabajar de forma remota.

La única diferencia que encuentro en cuestión del consumo de música durante la pandemia serían los livestreams gratuitos, a través de Instagram o Twitch, que fueron masivamente populares durante los primeros meses. Al estar cerrados los lugares de conciertos, la única opción de ver música en vivo para muchos fue y sigue siendo a través de este tipo de transmisiones. Algunas bandas como Oh Sees han decidido filmar sesiones en vivo para después vender boletos y transmitirlas a través de internet. Otro ejemplo de esta práctica son las Levitation Sessions de Levitation.

Un caso en que el Covid-19 dio lugar a un efecto inesperadamente benéfico fue el del compositor El Gil. Oriundo de Sonora y afincado en Chihuahua, este artista pop tiene sofisticadísimas aportaciones de cabaret barbón —retocado con dosis de humor para criticar la masculinidad propia del norte mexicano— a lo largo de su discografía de tres álbumes. Me cuenta que con la emergencia por el nuevo coronavirus consiguió una exposición de su trabajo que muy probablemente no hubiera tenido en un escenario sin pandemia:

Sí te puedo decir que gracias al Covid-19, mucha más gente conoce mi trabajo ahora. Y tengo diez años de carrera. Un efecto positivo de la pandemia fue descentralizar el asunto de la música. Recuerdo que en enero de 2020 vine a la Ciudad de México. Tenía dos programas de radio agendados. El tiempo no me alcanzó, no pude ir y antes de regresar a Chihuahua les propuse que las hiciéramos por teléfono o Skype. Me dijeron que no. Que tenían que ser presenciales. Estar en la ciudad. Pensé, ¿cómo los proyectos que surgen de los estados van a tener difusión y voz si a huevo quieren que vengamos a la capital para que nos tomen en cuenta? Luego vino la pandemia. Entonces, esas mismas personas que no me quisieron entrevistar si no iba a sus respectivas estaciones, me buscaron a mí y a otros artistas de otros estados y países. Yo veo eso como un efecto positivo de la pandemia —afirma El Gil.

TODAS LAS FIESTAS DEL MAÑANA

Al momento de escribir estas líneas, algunas estimaciones consideran, con precaución, que ciertas ciudades podrán inmunizar al 70 por ciento de su población al final del verano del 2021. ¿Esto quiere decir que volveremos a vivir la música como antes?

Espero que sí —señala Febe Esquerra—, aunque será difícil pues, al menos en Estados Unidos y en Reino Unido, los gobiernos han olvidado los lugares de concierto y a los músicos, causando la desintegración de bandas y el cierre de lugares de concierto. La incertidumbre es brutal. En San Francisco, lugares icónicos como Slim’s y The Stud han cerrado definitivamente por no poder mantener a flote su economía. Eso, en sí, ya cambia el panorama de la escena musical en San Francisco. Pero como en todo, después del caos viene un renacimiento. Estoy seguro que esta ciudad, históricamente rica en cultura y creatividad, se recuperará. Lo que también he escuchado de muchos músicos es que esperan que una nueva normalidad no contenga los viejos vicios de la industria musical, famosa por ser injusta y egoísta con los músicos y las bandas.

Es otro episodio de pánico en nuestra experiencia social pero que, sin duda alguna, marcará precedentes de nuevas conductas y normas sociales —concluye Esquerra—. Algo como lo que pasó en el 2001 con los protocolos en los aeropuertos, pero a mayor escala. Yo creo que lo que nunca volverá será ese sentimiento de comunión masiva al son de una rola. No sé si volvamos a corear o a bailar una rola cincuenta mil personas al mismo tiempo.