El último beat

El corrido del eterno retorno

Lawrence Ferlinghetti
Lawrence Ferlinghetti Foto: Fuente: pw.org

A la Generación Beat original (Burroughs, Kerouac, Ginsberg) se fueron sumando miembros honorarios durante los años posteriores a su fundación. Entre ellos destaca la figura de Lawrence Ferlinghetti, un poeta de la bahía de San Francisco que se convirtió en editor de un libro explosivo: Aullido, de Allen Ginsberg.

Su sola labor como editor habría bastado para que pasara a la historia. Desde Trópico de Cáncer ningún libro había sido tan acosado como Aullido. Fue llevado a juicio por obscenidad. Patrono emocional de la librería y editorial City Lights, a través de la colección Pocket Poets, Ferlinghetti difundió a grandes poetas como Denise Levertov, Gregory Corso, Philip Lamantia, Diane di Prima y un potente etcétera que se ha extendido hasta los sesenta y un títulos.

Pero además de librero y editor fue poeta. No uno cualquiera. Autor de un libro fundamental de la poesía:

A Coney Island of the Mind. Cuya única versión al español fue publicada por Hiperión en 1981. Hijo de Whitman, menos escandalosamente que Ginsberg, pero hijo al fin, escribió bajo la influencia del viejo barbón homosexual una oda extensa (más de un centenar de versos), un canto a sí mismo en “Autobiografía”, perteneciente al libro Oral Messages, incluido también en la traducción de Hiperión junto a Pictures of the Gone World: “Llevo una vida tranquila / en el Bar de Mike Place todos los días / observando a los campeones / del Salón de Billar Dante / y a los franceses viciosos de la Máquina de bolas. / Llevo una vida tranquila / en la parte del Este de Broadway. / Soy un americano. / Era un chico americano. / Leía la revista American Boy Magazine / y me hice Boy Scout / en los suburbios. / Creía que era Tom Sawyer / pescando cangrejos en el río Bronx / e imaginando que era el Mississsippi [...] Sufrí / un poco. / Soy un americano. / Tengo un pasaporte. / No sufrí en público. / Y soy demasiado joven para morir. / Soy un hombre que se ha hecho a sí mismo. / Y tengo planes para el futuro [...] Soy una palabra / en un árbol. / Soy una colina de poesía. / Soy una incursión / contra lo inarticulado”.

Ferlinghetti, poeta, se convirtió en editor de un libro explosivo: Aullido 

Tuvo una relación peculiar con Kerouac, el Rey de los Beats. Jack se desesperaba porque Ferlinghetti no lo publicaba. Al final lo hizo. Pero su relación iba más allá. Cuando la popularización de lo Beatnik hacía imposible que Kerouac pasara desapercibido en cualquier parte, Lawrence le facilitó una cabaña en California, donde el autor de En el camino se refugió. Ahí escribió Gran Sur, para muchos su mejor obra después de En el camino. En ella Ferlinghetti figura como uno de los personajes. Sin su ayuda esta novela quizá no habría existido.

Ferlinghetti también tuvo sus aventuras mexicanas. Visitó nuestro país por invitación de Carlos Martínez Rentería. De esta conexión nació el libro La noche mexicana. El único que se ha publicado de Ferlinghetti en México. Como otros beats antes, escribió sobre la fascinación que ejercían en él distintas partes de nuestro territorio. “Tres días aquí y ya no lo soporto. Me iré en la mañana. Sucias calles de la Ciudad de Mierda. Es como morir; supongo que no hay escape, aunque la gente aquí se sonríe mutuamente de vez en vez y actúan como si tuviesen en alguna parte una esperanza secreta. Mientras los cónsules beben hasta morir. Auxilio. ¿No se puede vivir sin amar? Dejen que entre el océano y lo sepulte todo”.

Lawrence ha muerto a los 101 años. El último de los beats ha abandonado el mundo. Quizá quede alguno por ahí, pero no con la importancia seminal que tuvo Ferlinghetti. Quien desde hacía años se había retirado de la vida pública y de su trabajo, debido a un agresivo glaucoma que lo había dejado casi ciego. Retirado en su casa y llevando una vida santa (a la que tantos aspiraron y al parecer fue el único capaz de asir).

Fue una figura importante para la consolidación de la contracultura. Que en San Francisco encontró un campo propicio para su florecimiento. Promovió a un puñado de incipientes poetas que pasarían a formar parte de la historia universal de la literatura. Y fue un poeta de la más alta talla. Un poeta extraordinario. “Pero soy ese hombre / Estaré allí. / Y quizá conseguiré que los labios / de los dormidos / hablen. / Y quizá convertiré a mis cuadernos / en haces de yerba. / Y quizá escribiré mi propio / epitafio epónimo / dando instrucciones a los jinetes / para que pasen”.