Recordar a Aurora Reyes

Al margen

Aurora Reyes, Atentado a las maestras rurales, mural, 1936.
Aurora Reyes, Atentado a las maestras rurales, mural, 1936. Foto: Secretaría de Cultura

En 1936, Aurora Reyes se coronó como la primera mujer muralista al ganar el concurso de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios para intervenir uno de los muros del Centro Escolar Revolución. Si bien Marion y Grace Greenwood ya habían incursionado en este movimiento, Reyes, con su característico sentido del humor, desestimaba su participación por tratarse de gringuitas. Ella misma fue, pues, quien se otorgó el título y lo hizo no sin fundamento, pues en todo caso se convirtió en la primera mexicana muralista y, en ese sentido, también la primera en diseñar y pintar una obra monumental en un espacio público sin intromisión masculina alguna. El tema que eligió para la que sería la obra más importante de su vida pinta de cuerpo entero a Reyes, una artista de profundas convicciones sociales y políticas que nunca dejó de luchar por los más desfavorecidos, entre ellos, por supuesto, las mujeres.

A dos días del 8 de marzo, un Día de la Mujer que se conmemorará nuevamente en un momento convulso para las demandas de género, me parece importante evocar su memoria.

ATENTADO A LAS MAESTRAS RURALES fue el título con el que la chihuahuense bautizó su primer mural. Además de pintar, Reyes se desenvolvía profesionalmente como maestra de dibujo. Conforme su carrera magisterial fue avanzando también la enviaban como supervisora a las escuelas rurales a las que, retomando el espíritu vasconcelista de una década atrás, la Secretaría de Educación Pública comisionaba a sus misioneros culturales. Militante del Partido Comunista, la pintora también se involucró en la lucha sindical, sobre todo en la relativa a los maestros: a lo largo de su vida fue integrante de organizaciones como el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el Comité Ejecutivo del Sindicato de Maestros de Arte, el Sindicato Único de Trabajadores de Escuelas Privadas y el Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de la República Mexicana. Cuando el 29 de marzo de 1936 los periódicos reportaron la matanza de maestros rurales en el pueblo de San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, Aurora se sintió profundamente sacudida como maestra, pero sobre todo como mujer.

La protagonista de su mural es una maestra rural que está siendo atacada por dos hombres. Ellos cubren cobardemente su rostro mientras la golpean a culatazos y la arrastran de los cabellos. No contentos con agredirla, le quitan su dinero y pisan los libros con los que enseña a los niños mientras estos observan la escena escondidos tras una columna; son las otras víctimas de la violencia contra las mujeres. Fiel a sus convicciones comunistas, Reyes señala a los incitadores de esa violencia masculina: la religión, con el escapulario que cuelga del cuello de uno de los agresores, y el capitalismo, representado a través de la avaricia del hombre que toma los billetes de entre sus manos. El mensaje de la pintora es contundente: la violencia es perpetuada por un sistema político, económico y, sobre todo, cultural.

“CREO QUE LA MUJER sabe un poco más del sufrimiento que el hombre”, escribió Reyes en un documento citado por Margarita Aguilar Urbán en su biografía de la muralista.1 La pintora lo había vivido. Tras dos matrimonios tortuosos se tuvo que hacer cargo de sus dos hijos como madre soltera, siendo el trabajo como maestra su principal sostén. Ese sufrimiento la llevó por el camino del activismo social, no sólo a través del Partido Comunista, donde encontró ideales afines a sus preocupaciones por el pueblo, sino también en la creación del Instituto Revolucionario Femenino, junto a su gran amiga Concha Michel, y como integrante del Centro de Estudios Sociales Femeniles de México. Fue en una defensa del voto femenino que Aurora Reyes derramó aquellas sentidas palabras sobre el dolor y la empatía de las mujeres.

La artista de Hidalgo del Parral no se conformó con dar visibilidad a través de su arte a las causas femeninas (que no feministas, pues ella nunca se autodenominó como tal); también aprovechó todas las tribunas a su alcance para dar voz a las mujeres que estaban siendo acalladas, aunque significara la ruptura con los grupos y las organizaciones que la cobijaron en su activismo, como el Partido Comunista. Al enterarse de denuncias de abusos y corrupción en una Casa de Salud operada por sus camaradas se dio a la tarea de investigar a fondo qué estaba sucediendo; lo hizo en su calidad de Secretaria de Acción Femenil. Sus hallazgos fueron alarmantes: no únicamente habían robado enseres donados para el cuidado de los enfermos, sino que a las jóvenes que acudían al centro a tratarse primero las anestesiaban y luego las violaban. Estaba escandalizada y acudió a la prensa a denunciar el caso.

Aquellos hombres que habían cometido las agresiones sexuales y robado los donativos intentaron convencerla de que al hacer públicos los hechos estaba desacreditando al partido y a su causa, e incluso la amenazaron. Aurora respondió con la misma contundencia que reflejó en su mural, porque si algo era claro es que a ella nadie la silenciaba:

Y ¿ustedes creen que eso es muy revolucionario? ¡Ah! Los comunistas robándose esto, robándose aquello, y precisamente a quienes más lo necesitan. Tal parece que el partido resulta ser la cobija de los rateros. ¡Cállese, me dijeron, o la callamos! Pues a ver si pueden. Saqué mi carnet, lo rompí y se los aventé en la cara. Para siempre salí del partido. No soy enemiga de la doctrina ni de las ideas y las defenderé cuando sea necesario, pero no puedo tratar con sinvergüenzas. 2

Qué falta nos hace hoy la congruencia de Aurora Reyes, cuando el pacto patriarcal cierra filas sobre las víctimas de la violencia contra las mujeres. Recordemos este 8 de marzo a la pintora intrépida que nunca se dejó alinear por afinidades políticas o simpatías ideológicas.

Notas:

1 Margarita Aguilar Urbán, Aurora Reyes. Alma de montaña, Instituto Chihuahuense de la Cultura, México, 2010.

2 Oralba Castillo Nájera, Renato Leduc y sus amigos, Domés, México, 1987, p. 18.