El éxito que tuvo la novela Dune, de Frank Herbert, fue inmediato. Tras publicarse en 1965 ganó premios literarios, vendió millones de ejemplares y provocó la escritura de varias secuelas.
A diferencia de otros autores de ciencia ficción, como Philip K. Dick —quien no alcanzó a ver la fortuna cinematográfica de las adaptaciones de sus cuentos y novelas—, Herbert pudo ver la película realizada por el magistral David Lynch en 1984. Una nueva versión a manos del notable Denis Villeneuve se cocina desde hace años. Más de medio siglo después de su publicación, Dune agita el imaginario colectivo.
SI ESE LIBRO y sus secuelas fueron un éxito de ventas y crítica, la película de Lynch no convenció del todo a pesar del elenco, encabezado por Kyle MacLachlan, actor fetiche de Lynch, más Sting y Sean Young, entre otros. La novela implicaba, además de una historia sorprendente, un despertar espiritual para los personajes; esto apenas se reflejó en la cinta. La siempre chocante comparación entre el libro y la película, en parte inútil por tratarse de géneros distintos, es propicia para comprender la importancia de un documental sobre una cinta que nunca existió: la adaptación de Dune a manos de Alejandro Jodorowsky, cuyas producciones (El topo, La montaña sagrada, Santa sangre, entre otras) llevan el sello de ser surrealistas, fantásticas y, para muchos, iniciáticas.
Realizado en 2013 por Frank Pavich, el documental Jodorowsky’s Dune se centra en el largo camino recorrido por el chileno y un notable equipo de trabajo (entre ellos, los geniales Giger y Moebius). Algunos esperaron el dinero para empezar a hacer su parte, otros laboraron en el guion, la ilustración de personajes, vestuario y naves, pero el ambicioso proyecto nunca pudo iniciar por falta de un estudio cinematográfico que lo financiara y distribuyera. Se trata de un documental sobre el camino que no llega a ninguna meta. Los budistas dirán que importa tanto el viaje como el puerto, pero seguro que Jodorowsky, con todo y sus libros de psicomagia, no opina lo mismo.
Luego de alcanzar éxitos innegables en teatro, cine y libros, no sorprende la inexistente modestia de ese personaje sobre cómo el poder de su mente le abría puertas para llegar a Orson Welles, Pink Floyd, Dalí y otros para proyectar su versión de Dune. Con esa cinta esperaba cambiar el curso de la cinematografía mundial. Su magnético discurso hipnotizó a muchos colaboradores que lo siguieron por varios países y trabajaron para hacer una carpeta de presentación que sin duda debe tener un gran valor en sí misma. Pero al final la película no se hizo.
EL DOCUMENTAL PARECE haber revivido con la pandemia. Si antes sólo circulaba entre seguidores de Jodorowsky o de Lynch, hoy viaja en redes sociales ese registro de un viaje en la imaginación, en la posibilidad de soñar y casi ver logrado ese proyecto gigante que, así como hechizó a unos, repelió a otros.
En tiempos de Covid-19, cuando la mortandad circundante y la discusión sobre la pertinencia de las medidas gubernamentales en contraposición a la responsabilidad individual parecen confrontarnos con la concepción de lo inasible y la fatuidad de la vida, la imaginación juega un papel central. Fantaseamos con los peores escenarios o nos purificamos en la soledad del confinamiento; pensamos cómo será el mañana, cuando podamos de nuevo viajar sin riesgos; calculamos las fiestas en las que gastaremos los ahorros que logren llegar al fin de la pandemia. Sobre todo, nos vemos sobreviviendo a la plaga y a sus mutaciones, a los movimientos políticos y al encierro.
Parece muy poca cosa, pero la imaginación juega un rol mayor en la sobrevivencia física, mental y emocional. De ahí que el documental de Jodorowsky resulte tan pertinente ante la niebla social generada por el coronavirus y el repunte de las plataformas mediáticas, verdaderas triunfadoras en el negocio del entretenimiento.
Quizá el mayor atractivo para el creador de la psicomagia y el teatro Pánico fueron los magníficos textos de Dune, hacen un llamado a la introspección, a la búsqueda de lo metahumano, a la mejoría personal y la integración con la naturaleza, a la pacificación y a conocer los misterios místicos que rodean la historia humana. Los personajes de Herbert se mueven en escenarios de fantasía y ciencia ficción, en tanto la historia de los planetas y la existencia de una peculiar monarquía llaman a imaginar vestuarios, olores, sensaciones y un extraño poder mental que en su momento se publicitó como asequible mediante el uso de alucinógenos o por el ejercicio del análisis, la depuración y la meditación consciente: alcanzar una realidad aparte.
SI EL PANORAMA impuesto por el Covid-19 pudo escribirse en las novelas de ciencia ficción de los años sesenta, es la fantasía que sobra en Dune, la que buscó desarrollar cinematográficamente el persistente Jodorowsky y que ahora nos exige la sobrevivencia a mediano y largo plazo, la que hace de esa película inexistente un imán tan poderoso para estos tiempos en que la mente debe ser controlada, para bien.
El documental es el ejercicio de un artista en necia búsqueda de una particular creación. Si existe en la mente del espectador, ese filme nunca realizado ya parece nacer.