Siempre he tenido problemas con mi manera de beber. Mi abuela materna fue alcohólica. Mi padre fue alcohólico. Yo soy alcohólico. Y en la pandemia el alcohol ha sido un gran aliado. No exagero, sin el pisto ya me habría ahorcado.
En los momentos de mayor ansiedeath ha sido la farra la que me ha mantenido a flote. Quién lo diría. Pero me ha ayudado a mantener la cordura.
Hace unos días, una amiga a la que adoro me contó que su hermana estaba alarmada por su manera de beber.
Y que quería anexarla. Me imagino a mi amiga al estilo
Ozzy, que se fue del Betty Ford Center porque no tenía bar, llegar a una clínica y pedir un mezcal y una chela.
El alcohol para mí es sagrado. Es una manera de estar en el mundo. Esta misma semana otra amiga dijo que es peligroso. No estoy de acuerdo. Creo que el peligro radica en la gente que no sabe beber. Pero existe una delgada línea que no podemos negar quienes oscilamos en torno a ella. Entre mayor aguante más putazos al hígado.
Lo malo de hacerte viejo es que el cuerpo empieza a cobrar facturas. Confieso que yo no podría dejar de beber. Y trato de mantenerme en un estado de salud que me permita seguir disfrutando del chupe.
Como le ocurre a casi cualquier güaino, me paso de cucharadas más de la cuenta. Por otro lado he sabido mantener a raya el despeñadero. Existen dos o tres reglas que nunca rompo. Como manejar ebrio.
Que estoy chupando más durante la pandemia. Sí. ¿Me arrepiento? No. Porque a la hora en que el pensamiento catastrófico empieza a cernirse sobre mi estado de ánimo, tirarme a la copa ha sido un salvavidas bastante eficaz.
Soy un alcohólico funcional. Nunca dejo de darle de cenar a mi hija. Está a mi cargo. Y cuando se duerme, si la ansiedad me ataca, yo ataco un trago o una chela. O quizá sólo soy un cínico que está justificando que cumple con sus deberes para recomendarse con uno de sus vicios favoritos.
En momentos de estrés incontrolable el alcohol ha sido mi mejor amigo. Y me ha salvado. Aunque esté matándome.
Jamás me metería con la manera de beber de nadie que me importe a menos que vea que su vida se está desmadrando sin remedio.
Hubo un tiempo en que fui hermoso y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños en cajitas de cristal, pero uno también se cansa de eso y en ocasiones todo lo que quiere es estar en piyama con un trago en la mano.
O puede que sólo sea un cliché. El lugar común del escritor alcohólico. Quiero decir que mi escritor favorito fue un dipsómano. Siempre que veo los hielos de un vaso acariciados por el whisky pienso en John Cheever. En su mente alcohólica que creó historias maravillosas. Para quien el alcohol fue una bendición pero también un tormento.
Sé que estoy blofeando, porque para mí el alcohol nunca ha sido un tormento. Alcanzado ese punto, ¿renunciaría? Espero no tener que divorciarme de él. Mi sueño, lo repito en cada oportunidad, es convertirme en una mosca de bar.
Cada lunes voy al espinazo a la cantina del barrio. Por cierto, no entiendo el chiste del espinazo. Es pura agua con un güeso y chile de árbol. Pero por lo visto es comida de borrachos. Es lo que se sirve a la hora de la botana todos los lunes en las cantinas de mi pueblo.
Cada lunes religiosamente, en la mesa de al lado se sienta un don de 78 años. Se chinga su botana y se toma cinco Ballantine’s divorciados. Ése es mi sueño. No me gustaría vivir tanto. Pero quisiera ser un bebedor hasta el momento que me toque abandonar este mundo traidor.
Y cuando llegue al otro barrio más vale que haya una cantina abierta o, como Ozzy se marchó de Betty Ford Center, yo soy capaz de resucitar. Si es verdad que existe el infierno espero que tenga happy hour.
No me gusta meterme con los hábitos de la gente, pero si alguna recomendación puedo yo hacer ésa es: empédense. Es un gran remedio para paliar esta maldita pandemic era. A mí me ha funcionado. De no ser por el chupe estaría arañando las paredes todo el tiempo.
Puedo beber solo o acompañado. Lo importante es beber. Y tratar de encontrar el equilibrio emocional. Bien pensado, el trago es un equivalente de la meditación. Así que bebamos sin culpas.