Una historia oral de la infamia. Los ataques contra los estudiantes de Ayotzinapa es el testimonio de una atrocidad contada desde el dolor de las familias de los muchachos desaparecidos. John Gibler, periodista de origen norteamericano que ha elegido internarse en el México profundo con un sentido de compromiso y riesgo, se acercó a sobrevivientes y familiares para dejar que sus voces constataran la dimensión de una de las tragedias más devastadoras en la historia reciente de nuestro país.
En el prólogo de Una historia social de la infamia hablas de “escribir escuchando”. ¿Cómo articulas este propósito?
Surge para mí como una especie de provocación. Pensaba en los principios zapatistas; quizá uno de los más famosos es “mandar obedeciendo” y al reflexionar sobre la escritura de experiencias ajenas nació el concepto escribir escuchando. Primero fue la inquietud: ¿cómo podría escribir escuchando? Parece que estoy uniendo dos elementos contradictorios, pero de esa posible contradicción pueden nacer otras maneras de hacer las cosas. Creo que implica no sólo hacer preguntas y callarme mientras la persona responde, sino escuchar atendiendo a elementos para una narrativa. En el caso de los ataques en Iguala, busqué con otros periodistas información dura sobre quiénes fueron, dónde y cómo los atacaron, con qué armas, a qué hora. Esa documentación es urgente para buscar a los desaparecidos y para combatir la mentira estatal que se lanzó casi de inmediato y se ha sostenido por años, hasta hoy.
La agresión contra los estudiantes de Ayotzinapa no ha terminado…
Sin lugar a dudas, y en el caso concreto de los ataques contra ellos se trata de violencias simultáneas, ejercidas en múltiples dimensiones. Los atacan, los insultan, matan a seis personas esa noche, hieren gravemente a muchas más, a una de ellas la asesinan, la mutilan y dejan sus restos en una forma teatral, cruel, al lado de un pequeño basurero en uno de los lugares de los ataques y, por supuesto, desaparecen a los 43 estudiantes. Pero la agresión no termina ahí, luego viene la dimensión burocrática y administrativa del dolor: se trata de años de mentira, falsificación de testimonios a través de la tortura, un trato brutal hacia familias que buscan a sus hijos y lo mismo hacia otras que están en duelo. También hay familias que están cuidando a personas gravemente heridas, como el caso de Aldo Gutiérrez, que quedó en condición vegetativa. Son incontables los niveles de violencia ejercidos de forma simultánea y no solamente eso: todo ellos se realizaron, desplegaron y administraron desde las instituciones del Estado.
El silencio es poderoso y se expresa de manera implacable. En ese escribir escuchando, ¿qué papel ha tenido lo no-dicho?
Siempre intento ser consciente y respetuoso del poder del silencio, para mí es parte esencial de las historias. Allí donde alguien no puede o no quiere hablar, donde se le olvidó algo o se le quiebra la voz... Los silencios son parte de la experiencia vivida, de la realidad, creo que es importante buscar maneras de relacionarse con ellos. Quizá no sean evidentes para muchos, pero creo que muchos lectores sí palpan las maneras de compartir vacíos dentro de un texto.
Son incontables los niveles de violencia ejercidos de forma simultánea, todos ellos desde las instituciones del estado
Con base en tu trabajo sobre Ayotzinapa, ¿cómo te explicas lo ocurrido?
A partir de un análisis de las evidencias y la documentación que ha llegado a mis manos, creo que esa noche alguien de muy alto nivel del gobierno federal, muy posiblemente desde el ejército, dio la orden de parar a los estudiantes que viajaban en los camiones y hacerlo antes de que salieran de Iguala, sin importar si los mataban. Antes de las diez de la noche, los cinco camiones habían sido detenidos por elementos de las policías estatal, municipal y federal, en varios puntos de la ciudad. Después, entre las diez y once de la noche, una o varias personas en esa cadena de mando —de nuevo, lo más probable es que dentro del ejército— decidieron desaparecer a los 43 estudiantes. Me parece que quien tomó esa determinación sabía exactamente quiénes eran. Luego todo el Estado se movilizó para proteger a los perpetradores de todo, para mentir sobre los hechos.
Cuando los burócratas entran en juego para proteger a policías, soldados y hombres vestidos de civil que llevaron a un paradero desconocido a los muchachos, esos burócratas también son responsables de la desaparición. Se trata de un mismo delito, es la misma atrocidad, la misma violencia de la desaparición forzada, salvo que los policías usaron patrullas y armas, mientras oficiales, burócratas y políticos usaron laptops, oficinas, conferencias de prensa, oficios.
Asimismo, sigo pensando que el detonante pudo ser la hipótesis del grupo interdisciplinario de expertos según el cual los estudiantes, sin saberlo, interceptaron un camión con cargamento oculto de droga cuyo destino era Estados Unidos. ¿Cómo nació esa hipótesis? Encontraron mucha información en cortes de Chicago, testimonios de personas que describen cómo se usan camiones de transporte público para mover heroína de Guerrero hacia la frontera norte, en específico a Chicago.
¿Algo ha cambiado en la investigación con el gobierno de López Obrador?
El presidente ha articulado su compromiso de investigar el caso, aunque no lo ha hecho con tantísimas otras atrocidades sistemáticas, como el feminicidio o la desaparición forzada. Además, esta administración se ha distanciado del manejo nefasto del gobierno de Peña Nieto y ha girado órdenes de aprehensión contra varios funcionarios claves, aunque creo que falta actuar contra muchos otros.
Por otro lado, las violencias ocurridas durante los ataques, la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014, son profundas, están muy arraigadas en la institución del Estado en muchas partes del mundo. Lo mismo está pasando en Colombia, donde a pesar de tener un supuesto Tratado de Paz están asesinando a más líderes campesinos e indígenas que nunca. ¿Y qué pasa en Estados Unidos con los asesinatos de personas de color, a manos de policías blancos? De nuevo se desnuda el racismo institucional y cultural que ha sido parte de la supremacía blanca, pero sobre todo de las mismas instituciones estatales, incluso desde la formación de aquel país. Es decir, hablamos de problemas en el ejercicio del poder a través de la violencia y la ilegitimidad que son parte profunda del actuar de los Estados contemporáneos. Algo que no va a cambiar fácilmente.