Nostalgia del olfato

Algunos sentidos gozan de mayor prestigio: es el caso tanto de la vista como del oído. Mientrasen el reino animal el olfato tiene relevancia mayúscula, en los seres humanos pasa casi desapercibido.Ahora que la pandemia ha provocado la anosmia de muchos, Diana Gutiérrez indaga en la historiay clasificación de las percepciones olfativas, cuánto de los vínculos que establecemoscon el mundo se da a través de los aromas, de qué modo varias empresas capitalizan el olor de la añoranza.

Nostalgia del olfato
Nostalgia del olfato Fuente: canarias.allkauf.es

Mezcla de polvo, gas y vapores. Emanación volátil con rasgos de sueño que se fija en la memoria como recuerdo esencia polaroid. Es el olor. Los humanos podemos diferenciar unos cuantos apenas, una fracción muy pequeña; los demás se evaporan. Qué sentido del olfato más rudimentario, comparado con el de otros animales.

Mi pequeño perro blanco nunca sigue una trayectoria recta cuando paseamos. Zigzaguea, sigue el camino laberíntico del olor y a veces se detiene, como si le vibrara el cuerpo, porque detecta a otro can a través de la nariz. Ni siquiera este ser ha configurado su mundo en puros aromas. Hay que mirar a su contraparte en tamaño: el elefante africano, que según algunos japoneses es el animal de olfato más desarrollado. Su trompa antiminas detecta explosivos olvidados en la arena de alguna antigua guerra.

Un equipo internacional de astrónomos detectó la presencia de moléculas orgánicas con olor a almendras en una nube fría de la región de Tauro, a unos 430 años luz. El cosmos es un postre de estrellas. En términos menos literales, es curioso el mecanismo a través del cual lo aprehendemos. A diferencia de la vista, que se explica en función de las leyes de la óptica, o de la audición, basada en fenómenos armónicos, el olfato se desmarca de la lógica. Es un loquillo. Al parecer los olores que logramos aislar y percibir en un ambiente atiborrado de otros, son aquellos cuyas moléculas son las más pequeñas. Vemos lo que es grande, oímos lo de mayor volumen, pero olemos lo ínfimo.

CATALOGAR LOS AROMAS

Llevo una bitácora de aromas, como hicieron antaño los exploradores de nuevos territorios, para lo cual reviso cuadernos de naturalistas que registraron lo que hallaban. Aprendo que la descripción, identificación y clasificación de las frutas se denomina carpología, disciplina en que George Brookshaw, ebanista, fue tremendo exponente, con su Pomona Britannica, de 1812; fue la obra más completa de esa materia en lengua inglesa. Sólo se conserva un ejemplar en un museo de una ciudad cuya ubicación desconozco, llamada Greiz, y yo guardo una reproducción nada despreciable hecha en 2005 por una editorial comercial, que permite apreciar la belleza de sus especímenes. Grosellas, uvas, higos, albaricoques y frambuesas iluminados con una luz cálida, grabados en aguatinta, que les da la apariencia de recién nacidos. Sin las intenciones de este autor, cuyo propósito era documentar las variedades que se cultivaban en los huertos reales de Londres para orientar a terratenientes y horticultores en su explotación, intento cuando menos valerme de su curiosidad al anotar olores en mi libreta.

Inspira también el delicado trabajo de Linneo, cuyo nombre me regresa a la primaria, cuando debíamos germinar un frijolito; ignoro si se trata del mismo señor. Para aprender de niña sus contribuciones a la ciencia hubiera sido más efectivo enterarme que imaginó un reloj de flores. Medir el tiempo a partir de los perfumes que emiten diferentes plantas al abrir a determinadas horas es más divertido que cronometrarlo con los días que se tarda una leguminosa en morir apenas brota entre algodones. Así cuando despertaran los geranios, perfumando con su frescura herbal la atmósfera, una sabría que son las seis de mañana. El tiempo de los heliotropos sería el mediodía, al erguirse el sol por encima de sus vapores dulces. El atardecer estaría signado por los hueledenoche. Me gusta pensar que alguna vez el humano consideró a los jardines temporizadores, clepsidras que en lugar de agua usaron olores.

Detallo detrás de un cubrebocas mi biblioteca del olor con los recursos mínimos de los que dispongo, como una prueba de que cuento con ese sentido

TRASTORNOS DEL OLFATO

En los últimos meses personas cercanas han perdido la capacidad de percibir aromas porque enfermaron de Covid-19. La anosmia se convirtió en el síntoma indiscutible. La sensibilidad olfativa de mi mejor amiga Jazmín se restablece poco a poco, pero confiesa que hubo momentos en que la incapacidad de oler le dio miedo. Le había ocurrido antes, con un resfriado, que los alimentos se volvieran insípidos, pero nada como esta nueva condición que la hizo sentirse ajena de sí misma, en la que se tornó extraño lo conocido y su propia hija le pareció la de alguien más. ¿En qué medida nuestros vínculos están conformados por cada uno de nuestros sentidos?

En El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, el escritor y neurólogo Oliver Sacks describe las sensaciones de pérdida y anhelo olfativo que sufrió un hombre al lesionarse gravemente la cabeza, cuando un día se dio cuenta de que su café matutino había recobrado el sabor. Era su imaginación; los médicos negaron que hubiera una mejoría en sus hemisferios cerebrales. Pareciera como si uno de esos casos raros y reales que Sacks publicaba como hechos casi fantásticos de personas que desconocen partes de su cuerpo, que ven el mundo en blanco y negro, que se quedan inmóviles de por vida, hubiera pasado a formar parte de nuestra cotidianeidad.

La doctora Claire Hopkins notó en 2020 una nueva tendencia entre sus pacientes: llegaban a consulta con ausencia total del olfato, pero sin ninguna inflamación ni bloqueo nasal, tan sólo una súbita y misteriosa desaparición de la capacidad para percibir olores. Los que lograban recuperarse después de un tiempo experimentaron un fenómeno aún más extraño: ya nada olía igual, un perfume ahora parecía gasolina y la gasolina, perfume. Parosmia, una distorsión.

MEMORIA Y SENSIBILIDAD

Nos dimos cuenta de que teníamos nariz hasta que dejó de funcionar, pues se trata del menos popular de todos los sentidos. En 2011, una encuesta de McCann, entre jóvenes de 16 a 22 años de distintos países y continentes, concluyó que ellos preferían quedarse sin olfato que sin Facebook. Además de El perfume, novela de Patrick Süskind, no recuerdo ningún referente literario que aborde artísticamente esta percepción. Mi esposo aventura que podría deberse al gusto apasionado de los escritores por el tabaco, que disminuye su sensibilidad. Yo digo que también obedece a lo elusivo que resulta describir los olores por sí mismos. Kant decía que se recurre a los demás sentidos para referirlos. Mi papá huele tan sólo un veinte por ciento desde los doce años, pues enfermaba a menudo de las vías respiratorias; aunque siempre ha sido un señor alegre, le preguntaré si esto no ha repercutido de alguna forma en su estado emocional.

Registro por escrito lo que huelo como si con eso pudiera devolver a mi amiga y a mi padre un poco de memoria sensorial. Al mismo tiempo temo que lo que me parece a mí agradable resulte desagradable para ellos, porque la escala con la que apreciamos está supeditada a algo más que los órganos responsables de hacerlo. Son a tal grado esquivos los olores que una sustancia podría provocar lo mismo aversión que afecto en una misma persona. En el Manual del moderno perfumista, Paul Jellinek, quien sentó las bases psicológicas de la perfumería, lo explicó en 1958, a partir de compuestos químicos empleados en la industria. El aldehído decílico, por ejemplo, en su máxima concentración imita el olor de la grasa rancia; en cambio, diluido, que es como se encuentra de forma natural en la piel de las naranjas, es una fragancia. Algo similar ocurre con el olor orgánico del cuero cabelludo, que en este ámbito es una nota apreciada de tono al mismo tiempo amargo-dulce, con cierta semejanza a la nuez.

Floral, leñoso, frutal, químico, fresco, dulce, ahumado, cítrico, acre y podrido son las diez categorías en las que se clasifican las percepciones olfativas, pero si yo quisiera describir en la bitácora mi propio olor difícilmente me podría valer de estos adjetivos.

Élisabeth Vigée-Lebrun, María Antonieta con rosa, óleo sobre tela, 1783.
Élisabeth Vigée-Lebrun, María Antonieta con rosa, óleo sobre tela, 1783.

CAPITALIZAR OLORES

¿Cuál es el aroma del cuerpo? Más allá de la esencia de mis genitales, el sudor y el aliento, desconozco mi huella aromática. Una psicóloga del Monell Chemical Senses Center, en Filadelfia, explica a un periódico que los humanos nos cansamos de nosotros mismos, experimentamos lo que la ciencia denomina fatiga olfativa. Hacemos narinas sordas a las emanaciones familiares y dejamos de detectarlas, para dar espacio a las que pudieran indicar un peligro. Podría darme una idea de mis emanaciones corporales al revisar mi dieta, edad, estado hormonal y genética; también si me fío de la opinión de las personas acerca de mí, pero una de las pistas más fehacientes de nuestra esencia anatómica, libre de fragancias sintéticas, es curiosamente el perfume o loción que nos rociamos. Al elegir tal o cual colonia hacemos caso a nuestro inconsciente aromático.

Acudo a la enciclopedia de olores para aficionados, Fragrantica, una base de datos en línea donde los amateurs reseñan sus fragancias preferidas. La mía es L de Lolita Lempicka, lanzada en 2006, con notas de salida a naranja amarga y bergamota; notas de corazón a canela, siempreviva y almizcle; notas de fondo a vainilla, haba tonka y sándalo. La propensión a comer pastelitos a la menor provocación explicaría entonces mi preferencia por el olor dulce en los cosméticos.

“Sólo huele a tristeza, huele a soledad”, canta Fher, vocalista del grupo Maná, en un intento de otorgar cualidades aromáticas a los estados de ánimo. Solemos darnos una idea somera de ellas, pues el olfato y el gusto son complementarios. La industria de la perfumería realiza estas mismas búsquedas, más o menos obsesivas. La loción Siete Machos, por ejemplo, comprende cincuenta mililitros de esencia mágica unisex que debe aplicarse en cuello, muñecas, ombligo y orejas, siguiendo un ritual de arriba hacia abajo y a la inversa, para “maximizar las energías positivas y atraer al sexo opuesto”, asegura la descripción del producto en la página web de una cadena de farmacias. Martin Margiela, diseñador francés del futuro, intuyó hace menos de una década que echaríamos de menos el aroma de los exteriores y lanzó al mercado su colección Replica, cuyos fragancias transportan a un club de jazz, una puesta de sol en la playa, una biblioteca y un mercado de flores en distintos momentos, como la ciudad de Chicago en 1952. Tanto los hermanos Gutiérrez, creadores de Siete Machos (cuyo nombre refiere a la cantidad de flores de ese género empleadas en su elaboración, por si hubiera duda), como el autor de estas esencias que remiten a lugares supieron capitalizar olfativamente nuestras experiencias más íntimas. Sobre todo, la añoranza.

Ahora las firmas más importantes a nivel global destinan recursos a la producción de soluciones desinfectantes. Los perfumes han perdido prestigio por la falta de interacción social; nadie se imagina comprar uno que no ha olido y solamente conoce en línea. ¿Nos acercaremos otra vez a la nariz el atomizador de nuestro favorito para reconocer sus notas?

SENTIDO VITAL

Días antes del inicio de la cuarentena pude visitar el recién inaugurado Museo del Perfume en el Centro Histórico, donde los tristes citadinos teníamos la posibilidad de percibir aromas distintos al esmog, pero me quedé con ganas de asistir a una sesión del taller de sensibilización olfativa de Izaskun Estudio, pequeño laboratorio fundado por la alquimista Izaskun Díaz, quien mezcla y destila sustancias odoríferas a la medida.

Ahora detallo detrás de un cubrebocas mi biblioteca personal del olor con los recursos mínimos de los que dispongo, más como una prueba diaria de que aún cuento con ese sentido. Tengo miedo de que se me disipe. Recuerdo el documental Mistify, sobre Michael Hutchence, vocalista de INXS, en el que se revela un episodio que jugó un papel central en el suicidio del músico: la pérdida del olfato por el golpe de un taxista en una riña callejera.

A un año de que todo esto comenzara conservo sentido vital a través de actividades insignificantes, como imaginar a qué huelen mis personas favoritas. Fantaseo con la ambrosía en la que se envolvió Marco Aurelio al percibir la llegada de Cleopatra en barco a orillas del Nilo, a partir de las sustancias aromáticas que su séquito roció en las velas. Como un sueño hecho realidad, arqueólogos hawaianos, en conjunto con perfumistas especializados en Egipto, lograron recrear en 2019 algo cercano a eso, el Chanel N º 5 de Medio Oriente, basado en restos fragantes de ánforas de la época y textos griegos antiguos. Mirra, aceite de oliva, canela y cardamomo dieron origen a una mezcla densa y oleosa de notas picantes y almizcladas. Es una fragancia que quizá la faraona no usó porque tenía su propia fábrica, donde se crearon las suyas de carácter exclusivo, pero seguramente lo hicieron las clases altas, sacerdotes, funcionarios y escribas.

En estos días, imagino los aromas de María Antonieta, otra ídola; en una de ésas nuestro olfato es verdaderamente poderoso.