Simplemente yoga

Temas tan inconexos como el terrorismo, la depresión, la amenaza de suicidio, el amor, la migracióny la estancia en un hospital psiquiátrico son amalgamados por el francés Emmanuel Carrèreen su libro más reciente, Yoga, publicado por Anagrama. Al analizarlo, Bruno Piché acude a su propiaexperiencia con el yoga y conecta con la narrativa del autor galo, en especial respectoa la valoración del frágil equilibrio que implica la vida plena, con la presencia constante de luces y sombras.

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Para Toño Alatorre, yogui reticente

Tras la lectura de El Reino, esperaba no volverme a acercar a un libro de Emmanuel Carrère (Premio FIL 2017) por el resto de mis días. Sin embargo, llegué a Yoga, a esta novela —no sé por qué insistimos en llamar novelas a los libros de Carrère, cuando son clara y precisamente eso, libros, en los cuales el género bajo el cual podrían ser catalogados en una librería es lo de menos, libros a secas, nada más—, como en una suerte de acto sustitutivo, ya que sólo he tratado de hacer yoga dos veces en mi vida. La primera ocurrió cuando traté de participar en una clase que daba mi novia de entonces, CK, a una bola de señoras ricas de la ciudad en que entonces residía, la ciudad de X. Además de tener los conocimientos y la práctica suficientes para dar clases, CK también meditaba y participaba en retiros de silencio de una o dos semanas —tres ingredientes de la misma ensalada que, como demuestra Carrère en su libro, constituyen algo así como la enchilada completa entre quienes se toman el asunto en serio, afanados como suelen estar en encontrar el pleno equilibrio en sus vidas y, si se puede, aderezarlo con el difícil arte de escuchar de cuando en cuando la música de las esferas sonando adentro de sus cabezas. Tan en serio se tomaba CK todo esto, que la noche que, después de cenar, y ya con algunas copas de vino encima, me enseñó una antología donde le habían publicado unos poemas, cometí el error de no mostrar un entusiasmo instantáneo ante lo que me pareció la versificación de más rollos acerca de la meditación, ya rayanos en el género de la autoayuda: somos un foso, somos el destello de estrellas en la alta noche, no te puedes conocer ni puedes conocer al otro, aspira al desapego respecto a todo y todos, sólo así encontrarás la plenitud, y cosas así. En cuestión de segundos, CK pasó de la quietud pseudobudista a ser la encarnación de Rambo: a punto estuvo de arrancarme la cabeza cuando se lanzó persiguiéndome hasta la puerta de la calle con una sartén amenazadoramente letal y asesina, convencida de mandarme a girar en el samsara hasta mi próxima reencarnación en esta Tierra como una lagartija o un perro callejero, destino que tampoco me molesta.

La segunda ocasión en que intenté hacer yoga ocurrió en los peores meses de la pandemia, si es que puede hablarse de peores meses y no de una prolongada temporada pandémica. Una amiga me compartió una app para hacer yoga siguiendo las indicaciones del móvil. Te va caer muy bien, dijo. Bastaron dos sesiones de 40 o 45 minutos para que yo sintiera que se me iba el aire, sudara profusamente y me ganaran unos vértigos como si estuviera haciendo la posición del gato trepado en lo más alto de la Torre Latinoamericana.

Desistí como casi también estuve a punto de hacer lo propio, un poco harto y aburrido, al traspasar el primer tercio de Yoga, un compendio de saberes acerca de la organización y administración de los retiros para practicar tal o cual tipo de yoga, los efectos benéficos del Noble Silencio, inhalar y exhalar, sin importar que Carrère fuera, en algún momento de su vida, un fumador empedernido, las técnicas del pranayama y el vipassana, temas todos que comenzaban a extenuarme con la misma intensidad alcanzada en mis dos solitarias sesiones de yoga guiado desde mi celular por una voz femenina falsamente sensible y acogedora.

Lo mejor que se puede hacer con un libro cuya lectura te provoca aburrimiento es regalárselo al sacrosanto prójimo, al primero con el que te cruces. Sigo sin saber si en Yoga, el yoga es el centro o un pretexto. Lo cierto es que el retiro en un rincón remoto de Saône-et-Loire, la meditación, los apuntes mentales para escribir un libro “risueño y sutil sobre el yoga” se ponen en suspenso por efecto de la masacre terrorista a la sede del semanario Charlie-Hebdo. De hecho, es la vida misma que se pone en suspenso, dando el paso al tipo de escritura desgarrada, suturada, ruinas y cicatrices a la vista, con que Carrère ha escrito, a mi juicio, sus mejores libros de no-ficción. Yoga quizá sea el mejor de todos.

Una vez recibidas las malas noticias provenientes de París, comienzan a revolotear alrededor, por encima de Carrère, el escritor conocido y premiado, oscuras y funestas mariposas: el dolor indescriptible, la depresión crónica, la amenaza del suicidio, el amor, los trastornos mentales, las estadías en hospitales psiquiátricos, el drama de millones de sirios huyendo de la muerte y recalando en las islas griegas en su incierta odisea, la desaparición de los amigos, las enfermedades, sin excluir los fugaces momentos de una vida en plenitud, todo ello escrito así, como sobrevolando las heridas de una vida rota y recompuesta, vuelta a romper y vuelta a recomponer en un —no existe otro— fragilísimo equilibrio.

Escribe Carrère:

En las tinieblas es vital recordarse que también has vivido en la luz y que la luz no es menos verdadera que las tinieblas. Y estoy seguro de que este libro puede ser necesario y un buen libro, el que mantendrá unidos esos dos polos: una larga aspiración a la unidad, a la luz, a la empatía, y la poderosa atracción opuesta de la división, de la reclusión en uno mismo, de la desesperación. Esta tirantez es más o menos la historia de todo el mundo, lo que pasa es que en mí adquiere un sesgo extremo, patológico, pero como soy escritor puedo obtener algo de ello.

Ignoro el porqué, pero las imágenes y descripciones de los ambientes hospitalarios me resultan mucho más fieles y logradas que aquellas que mostró en Esa visible oscuridad otro titán literario e infortunado huésped de la depresión aguda, William Styron. Quizá se deba a una escritura menos distante, más cercana a una tradición donde la confesión no implica un traspaso de la intimidad. Imposible saberlo.

Es la vida misma que se torna literatura, o viceversa.