Imágenes icónicas del siglo XX

Si bien es ilusorio plantear un inventario completo de las imágenes que definieron tanto la evolución de la fotografía como el devenir del siglo XX, la selección de estas páginas resulta sin duda emblemática. Suscribelos argumentos que señalan, al margen de la supuesta espontaneidad, que la intervención de sus autorespudo acentuar la expresividad de algunos encuadres que hoy son clásicos. Con el recurso literariode un conferencista que delibera sobre el tema —adelanto de la novela inédita Ahí viene el lobo—, invitamosa este recorrido por algunas de las fotos que han marcado nuestra percepción de la historia y del mundo contemporáneo.

Iain MacMillan, la portada de Abbey Road, 1969. Fuente: bbc.com

Como estaba anunciada, la conferencia aludió a diversos aspectos de la fotografía en la historia del siglo XX. Había iniciado con puntualidad prusiana. Sentado en el estrado, Axel Moritz miraba su reloj esperando a que el segundero llegara al cenit. Escuchaba el chismorreo sordo del público asistente... mira, es tuerto, ¿cómo habrá perdido el ojo? Cargaba una carpeta donde llevaba las doce fotografías que, a su criterio, eran los íconos definitivos de esa centuria. Sobre ellas era que deseaba especular.

Bajo el escenario, cubierta con un fieltro verde, había una mesa donde reposaban los últimos nueve ejemplares de Ninfas mexicanas, doce beldades en el jardín de Eva. Luego de ser presentado por el director del CECUT, Moritz arrancó su disertación ante un auditorio a medio llenar. Inició sin mayores prolegómenos:

—La fotografía, como ustedes bien saben, no es más que la perpetuación de un santiamén. Y claro, hay de instantes a instantes. Cada uno guarda en su conciencia algún o algunos momentos que han sido como improntas de nuestra vida personal. Un accidente, un beso, un amanecer. En el caso del acontecer social, la experiencia de esos instantes guardados tienen que ver, necesariamente, con lo que podíamos llamar los momentos de la Historia que, en este siglo, están profusamente fotografiados. Desde las bravuconadas de Pancho Villa, retratado por Agustín Víctor Casasola, hasta las 20 mil fotos que hace unos años produjo el accidente de Lady Di junto al río Sena. Y todo a partir del instante irrepetible que es congelado por el obturador fotográfico. Muy bien, me detendré solamente en doce fotografías que han marcado este siglo... bueno, el siglo recién concluido, según mi propio capricho y sensibilidad. Hablaré de ellas como otros atesoran, igualmente, las fotos que consideran primordiales según su experiencia, sus gustos, su generación, su ideología, su propia sensibilidad.

La imagen primigenia: Louis Daguerre, Boulevard du Temple, 1838.

La fotografía primigenia de la que quiero hablar es la imagen que Louis Daguerre tomó en 1838 en el Boulevard du Temple, donde aparece el primer hombre fotografiado en la historia. ¿Ven ustedes? Esta impresión de aquel París resulta por cierto un tanto fantasmal. En realidad no es una foto. La razón de todo es que la técnica del daguerrotipo requería de muy largas exposiciones, algo así como siete minutos, por lo que este buen hombre que ven aquí tan tranquilo, con el pie apoyado en el banquito, seguramente se estaba lustrando las botas y debió permanecer de perfil, más o menos inmóvil, durante ese lapso. Los coches y caballos y demás peatones, que los había por veintenas, no se registraron en el negativo porque estaban en movimiento. Entonces este es el primer hombre fotografiado en la Historia. No sabemos quién era, ni su nombre, si era buen ciudadano o un delincuente, pero ha quedado plasmado como aquellos cazadores andarines retratados miles de años atrás en las cuevas de Lascaux.

Ya en el siglo XX, la primera foto que debo mencionar es la que llaman El salto, de Henri Cartier-Bresson, tomada en 1932 ante la estación de Saint Lazare, de París. Mírenla ustedes. Otros la llaman El instante decisivo, aludiendo a ese concepto básico de su arte. Vean: un hombre salta sobre la ciénaga que se ha formado, suponemos, luego de un aguacero. Ha caminado sobre la escalera que permanece tirada, obvio, para no mojarse, y al llegar al extremo no le queda más que saltar tratando de llegar a la explanada que no vemos, y se produce entonces ese momento de magia. El hombre permanece en el aire, sus pies no tocan ni la charca ni la escalera, de hecho está volando. ¡Un hombre en el aire! Además que su imagen se refleja en el espejo de agua, por lo que estamos en realidad ante dos hombres en suspenso. Uno que se irá al cielo, otro que se hundirá en el infierno del fango. Hay carretillas, aros de barril, cascajo que asoma en las aguas estancadas como si fuera una imagen de la guerra; pero no, allá atrás se yergue la torre de la estación donde el reloj marca las cinco veinte; luego entonces debe ser la tarde, el retorno al hogar, ¿cómo te fue en la chamba, mi vida?, mal, me caí en un charco. Había un pinche fotógrafo que me retrató cuando daba el ranazo... También están, en el muro que cierra ese triste patio, dos carteles curiosos. Uno que anuncia con enormes letras versales RAILOWSKY, y no sabemos si se trata de un cantante, un boxeador o un circo en temporada. El otro afiche muestra la silueta de una bailarina, quizá una vedette brincando entre las cornisas de la ciudad. Ah, la fiesta nocturna... de manera que esa otra silueta en el aire pareciera buscar, en un plano metafísico, a la silueta de nuestro ángel suspendido que no quiere mojarse. Para mi gusto se trata de la mejor fotografía en la historia del siglo XX. Cartier-Bresson, como lo sugiere esta imagen, de hecho fue el inventor del fotoperiodismo. La fotografía que abandonaba los anquilosados estudios del retrato inmóvil y se lanzaba a la calle en busca de los instantes de seducción que a veces nos obsequia la existencia.

Henri Cartier-Bresson, El salto, 1932.

Otra de mis fotos favoritas es la de los Beatles retratados para la portada del disco Abbey Road. Miren, aquí la traigo. Es la imagen emblemática de ese grupo que ha sido fundamental para la evolución posterior de la música en todos los géneros. No hablaré de eso porque no soy especialista. La foto fue tomada por Iain MacMillan, un fotógrafo escocés, el 8 de agosto de 1969, justo enfrente de los estudios EMI sobre la avenida Abbey Road. George Harrison, Paul McCartney, Ringo Starr y John Lennon caminan de izquierda a derecha sobre el paso de cebra de la esquina. Van muy campantes en algo que semeja una marcha de carácter marcial. Se empleó una cámara Hasselblad... como la que me robaron la semana pasada, con objetivo de 28 milímetros y luz natural. Era un día soleado. El fotógrafo hizo seis fotos desde lo alto de una escalera plegadiza que debía montar y desmontar según se lo permitía el tráfico de ese viernes. Sabemos que los músicos venían de tomar un aperitivo en casa de McCartney, que entonces habitaba a una cuadra de ahí, de modo que se encontraban un tanto relajados. Lo digo porque desde el disco anterior, el llamado Álbum blanco, el grupo estaba en permanente discordia, y no quiero culpar de nada a doña Yoko Ono. La foto se convirtió en toda una leyenda por las interpretaciones esotéricas que se hicieron de la imagen. Que si Paul había muerto y por eso iba descalzo y con traje gris, como los difuntos de alcurnia en la India. Lo más interesante es que al fotografiarlos, MacMillan estaba retratando a los prototipos de la generación hippie contracultural de los años sesenta. Véanlos nomás. Al frente marcha John con un traje blanco, impecable, y la melena rojiza como león que era pretendiendo depredar al grupo. Arrogante, ufano, dueño del mundo, ha pasado ya por todo y le vale madres el mundo. El segundo es Ringo, más elegante que los otros y el único que lleva corbata. Chaparrito, de negro, como si fuera funcionario de un tribunal o de la funeraria, lo suyo es golpear la tarola, obedecer al jefe, pagar impuestos y God Save the Queen. El tercero es Paul. Aún no se ha bañado, va descalzo (en realidad había llegado en sandalias), con traje arrugado y el cigarro en la mano. Licencioso, despreocupado, liviano. El cuarto es Harrison, todo de mezclilla, como carpintero o anarquista encubierto. Va muy ensimismado tarareando “Here Comes the Sun”... mientras cavila en torno a la revolución de Lenin, o más bien la de Mao. Las cuerdas de su guitarra lloraban adelantándose a su temprana muerte ocasionada por el cáncer pulmonar. La foto se ha convertido en ícono de una generación y demuestra cómo en la vida, a pesar de todo, no queda más que marchar, andar, avanzar hacia el otro lado de la calle. O de las tinieblas.

Otra de mis fotos favoritas es la de los Beatles retratados para la portada de Abbey Road. Miren, aquí la traigo. Es la imagen emblemática de ese grupo

La tercera foto que debo mencionar es quizá la más famosa del siglo XX. Hablando de emblemas culturales... a ver, por aquí la traigo. Ustedes la van a reconocer enseguida. Sí, miren, es la foto del Che conocida como El guerrillero heroico. Fue tomada por Alberto Díaz Gutiérrez el 5 de marzo de 1960 frente a los muelles de La Habana. En el mismo negativo aparecen Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que visitaban Cuba en viaje de solidaridad con la Revolución. El fotógrafo, mejor conocido como Korda, había sido publicista y editor de modas antes del levantamiento castrista. Como ustedes sabrán, la víspera, el 4 de marzo, ocurrió una doble explosión en el puerto de La Habana, donde fue destruido el mercante Le Coubre, de origen francés. El barco llevaba un cargamento esencial para el régimen revolucionario: setenta toneladas de armas, cartuchos y obuses vendidos por Bélgica, país que no se plegó al bloqueo económico impuesto por el gobierno de Washington. En el segundo atentado fallecieron más personas que en el primero, pues se produjo una hora después ocasionando la muerte de muchos de los médicos y rescatistas que habían acudido para atender a los heridos. Fueron cerca de cien las víctimas mortales y al día siguiente se organizó ahí mismo un funeral de carácter masivo. Fue cuando Fidel Castro lanzó la famosa arenga contra el gobierno norteamericano... que ya preparaba la invasión de Bahía de Cochinos: ¡Patria o muerte! Korda era el fotógrafo oficial del gabinete revolucionario. En ese acto de masas, bajo la tribuna de los dirigentes, descubrió de pronto al Che Guevara que por entonces se desempeñaba como director del Banco de la República. El Che estaba detrás de todos, no quería hacer protagonismo, asomó durante un minuto para ver el tránsito de los ataúdes rumbo al cementerio de la ciudad. Esa mirada suya, se ha dicho hasta el cansancio, es la mirada de un ángel vengador. Korda le hizo dos fotos con una lente de 90 milímetros y eligió la mejor. El retrato, sin embargo, permaneció inédito durante varios años, y aquí viene la parte más interesante. En 1966 Régis Debray, el filósofo francés, fue apresado en Bolivia luego de entrevistarse con el Che en la serranía donde operaba (no tan secretamente) su columna guerrillera. El editor Giangiacomo Feltrinelli viajó desde Milán para mediar en su liberación, y de ese modo obtuvo el famoso Diario del Che en Bolivia. Al preparar la edición del manuscrito, Feltrinelli buscó un buen retrato, y así dio con el fotógrafo Korda. Le regaló varias impresiones y al volver a Italia, en octubre de 1967, se supo de la captura del Che y su ajusticiamiento. Feltrinelli imprimió un millón de carteles con el efigie de Ernesto Guevara, que inundaron materialmente el planeta... poster que pervive en millones de muros juveniles. Feltrinelli, radicalizado seguramente por aquellos eventos, abandonaría su militancia en el Partido Comunista para fundar, más a la izquierda, el GAP —Grupo de Acción Partisana—, emparentado con las Brigadas Rojas. En 1972 murió al explotar la bomba que instalaba en una torre de transmisión eléctrica. El Che, como sabemos, no abandonaba su boina, su pipa, su cámara Retina con la que hizo muchas fotos de sirvientitas en el parque de la Alameda. Alguna vez, conversando con un grupo de mexicanos, les confesó que aquella chamarra verde olivo con la que lo fotografió Korda, la había adquirido en el Sears Roebuck de Insurgentes, en la Ciudad de México, porque Fidel les había advertido que en Sierra Maestra hacía más bien frío. Esa es la historia, pues, de El guerrillero heroico.

Otra foto que pienso fundamental para entender este arte de momentos-en-la-Historia, es el retrato de Marilyn Monroe durante la filmación de La comezón del séptimo año. Aquí está, ¿la reconocen? La película de 1955 fue dirigida por Billy Wilder a partir del montaje teatral de George Axelrod. La historia trata de un caluroso verano en Manhattan, en el que Richard Sherman ha enviado a su familia a la playa para salvarla de la canícula. Es cuando el buen Sherman (interpretado por Tom Ewell) repara en la alocada chica del piso de arriba que, para aliviarse del calor, es capaz de meter su ropa interior a la nevera. Sherman la invita a tomar una copa... y ella descubre que el vecino ¡tiene aire acondicionado!, lo que es toda una tentación para permanecer allí. La famosísima escena ocurre cuando, luego de ir al cine, pasan sobre un respiradero del Metro neoyorquino, y se alza en vuelo su falda. Ella permanece ahí un rato, comenta —¿No es delicioso? —porque el verano sigue contagiando su bochorno. Sam Shaw es el autor de ésta, la mejor foto, cuando ella trata de sujetarse la falda que vuela por encima de sus hombros. Se trata del retrato más sensual de esos años de mojigatería. Por cierto que la escena ocasionó que el beisbolista Joe Di Maggio, entonces marido de Marilyn, enfureciera de tal modo que semanas después aquello terminase en divorcio. Es decir, todos fuimos culpables del rompimiento por nuestros afanes voyeristas. El sexo es lo más importante de la vida, creo yo, y Marilyn era la mujer más deseada del mundo, no lo neguemos. Una mujer sensual, vivaracha, simple, hermosa, sin complicaciones. A lo mejor Sam Shaw nos legó la foto más hermosa del siglo XX. Murió el año pasado, nunca lo supo.

Alberto Korda, El guerrillero heroico, 1960.

La quinta foto más vinculada con la historia, creo yo, es la denominada Izamiento de bandera en Suribachi. Mírenla, es ésta. Quizás algunos de ustedes ya la conocían. Yo soy alemán de nacimiento, viví pasivamente la guerra hasta que pude escapar de aquel infierno. Por eso sé del valor de esta foto, que ha sido muy estudiada. La batalla de Iwo Jima fue por demás simbólica. La isla es volcánica, mide nueve kilómetros y se encuentra en mitad del Pacífico, entre las Filipinas y Japón. Fue el primer territorio nipón conquistado por el ejército norteamericano luego del ataque a Pearl Harbor. El fotógrafo fue Joe Rosenthal y era corresponsal de la agencia Associated Press. Se estima que en la batalla de Iwo Jima cayeron cerca de 7 mil soldados norteamericanos, y unos 15 mil japoneses, la mayoría de ellos ocultos en cuevas y túneles. Fue la batalla de los lanzallamas. La foto fue tomada el 23 de febrero de 1945 en la cumbre del Monte Suribachi, el más alto de la isla. Cuando la foto llegó al escritorio del presidente Theodore Roosevelt, se impactó tanto que ordenó la repatriación de los seis marines de la imagen. Los compensaría viajando por todo el país para publicitar su heroísmo y vender bonos de guerra. Los seis soldados retratados son Ira Hayes, Franklin Sousley, Michael Strank, John Bradley, Rene Gagnon y Harlon Block, todos pertenecientes a la Quinta División de Infantes de Marina. Dos semanas después, al llegar la orden al frente, habían muerto ya tres de ellos. Sobrevivieron John Bradley, Rene Gagnon e Ira Hayes. Éste pertenecía a la comunidad de los indios pima de Arizona, su otro nombre era Nube Caída, y murió en 1955 a consecuencia de una descomunal borrachera. Luego de jubilarse del periódico San Francisco Chronicle, Joe Rosenthal vive retirado en los suburbios de Oakland.

Otra foto inmortal es la denominada El beso en el Hôtel de Ville, que hizo Robert Doisneau en 1950. París, otra vez, la Ciudad Luz... que es la materia de la que estamos hablando. Miren ustedes, ya la habrán visto en alguna revista. Dos jóvenes hermosos, ausentes del tráfago urbano, se han detenido frente a la terraza de un cafetín para besarse ante la indiferencia de los demás. Hace fresco, todos marchan como ausentes, ellos se abrazan y buscan sus bocas.

Sam Shaw, Marilyn Monroe en La comezón del séptimo año (Billy Wilder, 1955).

El mundo, entonces, parece detenerse. Ellos están en foco, lo demás parece difuminarse en la distancia. Se ha dicho hasta el cansancio que esa foto es parte del patrimonio sentimental de la humanidad. Fue una de las fotos más reproducidas y vendidas de la historia. Aunque había participado en el maquis contra la ocupación alemana, Doisneau se convertiría en el fotógrafo del alma romántica parisina buscando escenas de ironía, amor e inocencia. En aquel año la revista Life lo comisionó para que hiciera un fotorreportaje del realismo poético que tan bien se le daba. Tenía 38 años, salió a deambular con su Rolleiflex escondida bajo el gabán, conversó con dos jóvenes que encontró en la calle, y los convenció. El resultado fue esa foto que muchos llaman intervenida, porque el asunto central de la misma carece de espontaneidad. La foto sería su condena después de la gloria de las regalías. En 1986, cuando Doisneau estaba casi retirado, un editor le compró la imagen para hacer miles de carteles que volaron por el mundo. La prensa preguntó entonces, ¿quiénes habrán sido esos jóvenes tan ardorosos?, ¿seguirán amándose? Se ofreció una recompensa para dilucidar el misterio. Cientos de personas, en su mayoría vejetes, se presentaron para reclamar el premio y los derechos de imagen... de modo que Doisneau iba un día sí y otro también al juzgado para defenderse. Y por fin se presentaron los guapos; eran Françoise Delbart y Jacques Carteaud, quienes revelaron cómo habían sido abordados en la calle y convencidos de darse aquel, el más famoso beso de Francia. Meses después se casaron, y a los pocos años se divorciaron; como suele ocurrir.

Los muchachos eran unos sesentones ambiciosos, pero el tribunal desistió en avalar la demanda. Al poco tiempo Robert Doisneau moriría a consecuencia de la depresión que lo agobiaba. Así que, cuidado, los besos también matan.

Joe Rosenthal, Izamiento de bandera en Suribachi, Iwo Jima,1945.

La séptima foto que les quiero comentar es ésta, que también habrán visto en libros y reportajes referidos a Ernest Hemingway. Se trata de la famosa imagen de Robert Capa denominada Muerte de un miliciano, y que es el ícono de la Guerra Civil Española. El verdadero nombre de Capa fue André Ernö Friedmann, y nació en Budapest en 1913, de modo que cuando hizo esa foto, el 5 de septiembre de 1936, tenía apenas 22 años. Era casi un adolescente, un aventurero. La foto fue tomada en el cerro de Muriano, en los alrededores de Córdoba, y se presume que el miliciano se llamaba Federico Borrell García y era conocido como Taíno. En aquel tiempo Capa había dejado París, en compañía de su novia Gerda Taro (de origen polaco), para hacer fotos desde las trincheras y convertirse de hecho en el paradigma del corresponsal de guerra. Desde la zona controlada por el bando republicano fotografió a cientos de combatientes, gente parapetándose de los bombardeos, batallones marchando hacia el combate... ojalá me acompañara Walter Reuter, que estuvo allá durante esos eventos para explicar mejor esta dramática escena. Bueno, Walter va a cumplir cien años y no creo que se anime a salir ahora de su casa en Cuernavaca... Vean la foto. En ella coinciden dos disparos simultáneos: el del fotógrafo Capa y el del tirador franquista que lo ha centrado en su punto de mira. Es decir, es el retrato de la muerte misma. La sombra a su espalda es por demás elocuente: aún no suelta el fusil, le pesan las cartucheras y así caerá de espaldas. Hasta ahí todo es perfecto. El pobre Taíno ha caído defendiendo al gobierno legal. Sin embargo la foto ha sido cuestionada conforme pasa el tiempo. Existe una segunda foto, no tan dramática, de otro miliciano que habría caído en el mismo combate. Ambos escenarios son muy parecidos, por no decir que idénticos, de modo que cabe pensar que se trata de fotos simuladas. De acuerdo con la nota de un periódico local, en ese combate sólo habría perdido la vida un combatiente, el famoso Taíno, que según el testimonio fue alcanzado por los disparos enemigos cuando se escudaba detrás de un árbol. Y en la foto no aparece ninguno. ¿Entonces? La foto se inscribe como una más de las cientos de imágenes que hizo Capa en la guerra de España, como luego las seguiría haciendo en Normandía, Berlín, Palestina, Corea y Vietnam, donde murió en 1954 al explotar una mina plantada ahí por el Vietcong.

El Che asomó un minuto para ver los ataúdes rumbo al cementerio. Esa mirada suya, se ha dicho, es la de un ángel vengador. Korda le hizo dos fotos

La octava es la foto de una pisada; aunque no en ese orden de importancia. Creo que esta imagen... ¿la reconocen?, resulta fundamental para entender el papel que la fotografía conquistó en la historia de la humanidad. El astronauta Neil Armstrong tomó la foto de su primera huella en la luna poco después de bajar de la escalerilla del módulo de descenso. ¿Recuerdan la frase que dijo?, sí, claro... —Ha sido un pequeño paso para un hombre, pero un salto enorme para la humanidad. Para la foto empleó una cámara Hasselblad modificada. Era el 20 de julio de 1969 y cientos de millones en todo el mundo siguieron por televisión la expedición del Apolo 11. Lo más triste fue que las cámaras fueron abandonadas en el suelo lunar para aligerar el peso de la nave en su retorno al planeta. Algún día alguien las recuperará, y de seguro que seguirán funcionando... como las mías que recién me robaron.

Neil Armstrong, Huella en la luna, 1969.

La novena foto que creo prudente destacar es la contraparte soviética a la bandera norteamericana en Iwo Jima. Se trata de ésta, miren. Fue bautizada en su momento como La bandera de la victoria, tomada por Yergeny Khaldei con una cámara Leica, de fabricación alemana, obvio. La imagen muestra el momento en que el sargento Melitón Kantaria coloca la bandera soviética (la de la hoz y el martillo) sobre la estructura del Reichstag de Berlín, el 30 de abril de 1945. Era el momento en que el ejército soviético, la avanzada de dos millones de soldados, ocupaba la capital alemana. La imagen dio la vuelta al mundo para mostrar la fortaleza del ejército rojo. Cuarenta metros debajo de aquella bóveda, entre la bruma, se logran ver algunos tanques, carros de transporte, caballos y personal de infantería deambulando sin congoja. La Batalla de Berlín concluía. La foto fue editada pues el soldado Melitón llevaba varios relojes en la muñeca, lo que sugería acciones de rapiña... botín de guerra, le llaman. En el laboratorio fotográfico le dejaron sólo uno. La foto de Khaldei es la simbolización de algo que la humanidad ansiaba desde años atrás; el fin del régimen nazi.

Robert Doisneau, El beso en el Hôtel de Ville, 1950.

La décima foto de la que quiero hablar es desconocida por todos ustedes. De hecho no tiene un nombre preciso. Algunos la llaman El fin del camino, otros Hambruna en el Sahel. Vean, ¿no es impresionante? La imagen fue tomada por Sebastião Salgado en 1985 alrededor del lago Fagubine, de Mali, no muy lejos del legendario Tombuctú, al sur del desierto del Sahara. Ese año hubo una sequía excepcional a la que se sumaron las guerras tribales en el área. Mírenla: parece una foto de los tiempos bíblicos; solamente la madre y su hija adolescente llevan ropajes. Los cuatro niños que andan con ellas van desnudos, parecen esqueletos, no saben a dónde se dirigen. Marchan bajo el sol caliginoso, el lago está seco, no hay más que arena y sed. ¿A dónde se dirigen? Van a morirse, no lo duden, porque ya no pertenecen a nuestra especie. Sebastiao Salgado lo decía en una entrevista reciente: Quiero que mucha, muchísima gente vea mis fotos, de manera que después no pueda ignorar lo que le ocurre a esa otra mitad del mundo que procuro retratar.

Robert Doisneau salió a deambular, conversó
con dos jóvenes que encontró y los convenció.
El resultado fue esa foto que muchos llaman intervenida 
Robert Capa, Muerte de un miliciano, 1936.

La undécima foto es mexicana. De seguro que algunos de ustedes la conocen. Aquí la traigo; esperen, se las mostraré... Se trata de esta muchacha guapísima partiendo plaza a su paso por la banqueta. Es de Nacho López y forma parte de ese ejercicio que publicó en las páginas de la revista Siempre! en 1953. Foto experimental, le llaman algunos; foto de creación, otros; mise-en-scène, la denominan los franceses o simplemente foto-performance. ¿Qué vemos? Una guapísima muchacha marchando como diosa por la avenida Madero, y los demás transeúntes que se quedan paralizados ante su hermosura, demostrando que somos lobos, y la sociedad, una jauría salvaje. La foto se llamó Cuando una bella parte plaza por Madero, y ha sido muy criticada por los grupos feministas, que acusan al ejercicio fotográfico de todo: de machista, de misógino, de objetualización de la mujer. El ejercicio no fue muy distinto al de Doisneau en París meses atrás. En este caso la chica era la actriz Maty Huitrón, que luego hizo carrera en el cine y la televisión. Su escultural belleza es muy del tipo de actrices como Ninón Sevilla, María Antonieta Pons o Meche Barba. Sabemos que Nacho López la antecedía, escondiendo su Rolleiflex bajo la chamarra, y en determinado momento se volvía para retratar el azoro de los hombres al descubrirla ahí tan campante. Hasta podríamos escuchar las expresiones de esos rupestres varones... obsérvenlos bien. La bella ante las bestias del deseo, podría titularse. La gracia del sexo existe, después de todo, y será por siempre uno de los motivos fundamentales del arte universal.

Nacho fue siempre un fotógrafo independiente, libre de la sujeción a los medios impresos de la época, y por ello vivió algunos años con cierta estrechez económica, pero qué quieren, son los gajes del fotógrafo por todo el mundo...

La undécima foto es mexicana… Se las mostraré.
Se trata de esta muchacha guapísima partiendo
plaza a su paso por la banqueta. Es de Nacho López
Nacho López, Cuando una bella parte plaza por Madero, 1953.

La última foto de la que quiero hablar pertenece a Jeff Widener, un reportero que trabajaba entonces para la Associated Press. Por aquí la traigo; es muy famosa. Vean. Sí, es el muchacho que se paró ante la columna de los tanques en la Plaza Tiananmén de Pekín. La foto fue tomada el 4 de junio de 1989 cuando miles y miles de estudiantes se habían posesionado de esa enorme explanada para manifestar su anhelo democrático y el rechazo a la corrupción del gobierno. Ya desde el 20 de mayo se había implantado la ley marcial en la capital china, pero los estudiantes permanecieron inconmovibles hasta que en la víspera llegaron dos batallones de tanques del Ejército Popular. Se sabe que hubo centenares de muertos en esa embestida, aunque la Cruz Roja habla de miles. Nunca se sabrá. Lo mismo ocurrió el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de Tlatelolco. Pero estamos con esta foto histórica. Jeff Widener logró un mejor ángulo porque estaba en el cuarto piso, no como sus demás colegas que permanecían en el décimo. Avanza la columna de tanques por esa que llaman Gran Avenida de la Paz Eterna, cuando un muchacho se les cruza inesperadamente en el camino. Se para ante el primer tanque; sostiene dos bolsas de plástico, como si viniera del mercado. Alza un brazo indicándoles que se vayan, y entonces Widener comienza a tirar una y otra foto con su telefoto esperando, luego diría, que de un momento a otro lo mataran. Pero los tanques permanecen detenidos y el muchacho sube al primero, dialoga brevemente con el conductor, desciende y entonces llegan los agentes de civil para llevárselo detenido. Nunca se sabrá nada más de él. A partir de entonces se le conoce como el Hombre del tanque y ha protagonizado una de las fotos más impactantes del siglo XX. Widener, por cierto, estaba herido. La noche anterior el fotógrafo fue atacado por la policía y le confiscaron todo el material fotográfico que llevaba. Esa otra tarde, temiendo que ocurriera los mismo, preparó una artimaña. Sacó el rollo de su cámara, lo envolvió en plástico y lo escondió en el depósito del inodoro. Luego colocó dos carretes a medio tomar en sus cámaras... sería ilógico que estuvieran vacías, y las escondió bajo el colchón. A los pocos minutos llegaron los policías y registraron el cuarto. Cuando hallaron las Nikon les sacaron los rollos y obligaron a Jeff a firmar una confesión donde admitía haber tomado fotos durante la Ley Marcial. Jeff rescató entonces el cartucho de película y lo entregó en secreto a un compañero de la revista Newsweek. Un día después la foto estaba en las primeras planas de todo el mundo. A poco de eso ganaría el Premio Press Photo. Lo más probable es que al muchacho lo hayan fusilado esa misma tarde. La foto es un paradigma. Un simple ciudadano se enfrenta a un blindado que ha sido construido precisamente para arrasar toda resistencia. Años después la periodista Barbara Walter entrevistó al dirigente chino Xiang Zeminh y le preguntó sobre aquel héroe anónimo, a lo que el mandatario respondió: —Creo que nunca se le mató. Según el periódico británico Sunday Express el rebelde desconocido se llamaba Wang Weilin y tenía 19 años, que es la mejor edad.

Jeff Widener, Hombre del tanque, Plaza de Tiananmén, 1989.

Bueno, muchas gracias por su atención. Estas son las doce fotografías que considero fundamentales para entender el devenir del hombre en este siglo, que ha sido el más trascendental de su historia. Creo yo. ¿Alguna pregunta?

(Axel Moritz Wolf concluía por fin su odisea).

Sebastião Salgado, El fin del camino o Hambruna en el Sahel, 1985.

DAVID MARTÍN DEL CAMPO (Ciudad de México, 1952) es autor de medio centenar de libros. Sus novelas más recientes son La niña Frida (2017) y Vendrán por ti (2019). En 2012 obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura por Las siete heridas del mar.