"Que no era para tanto"

Sara Sefchovich
Sara Sefchovich Foto: Especial

Otra tarde más, a la misma hora, volvieron a tocar la puerta y era otra vez el Señor Obispo que de nuevo quería saludar a la abuela.

¿Cómo te sientes Livia?, preguntó él.

Enojada padre muy enojada respondió ella.

Tienes que resignarte Livia dijo el prelado, es Dios el que manda nuestro destino y hay que aceptarlo.

Con su perdón padre dijo la abuela, qué Dios ni qué Dios, el infierno de mi familia fue por culpa del miserable de mi marido que sólo pensaba en dinero y más dinero, y metió a sus hijos y hasta a sus nietos en esto. Y el infierno de este pueblo es por culpa de los malos que sólo piensan en dinero y más dinero y nos han metido a todos en esto.

Estaba furiosa y no parecía tener ganas de parar de hablar. Usted lo sabe padre, cuánto le pedí a Lore que Dios la tenga en su gloria, que no dejara a Alfonso irse con ellos, pero mi hija estaba feliz de que le trajeran dinero y regalos. Andaba presumiendo sus ropas nuevas su televisión enorme el refrigerador de dos puertas con congelador. A todo el que pudo le platicó cuando el muchacho le regaló un viaje para ella y todas sus amigas y vecinas, veintidós mujeres fueron a pasar ocho días a Cancún, en el mejor hotel, con comidas y bebidas y paseos, todo sin desembolsar un solo centavo. Y vea usted, ni una de ésas se apareció ahora ni a acompañar a enterrarla ni a darme el pésame.

El don no dijo nada más y se fue sin despedirse.

Pero la tarde siguiente volvió con un libro y nos contó que en el club de lectura de su iglesia lo estaban leyendo, y que allí decía que las madres eran cómplices de tanta delincuencia porque estaban felices con lo que sus hijos del obsequiaban.

Tienes razón Livia, lo que cuentas de tu hija es verdad dijo el prelado, por eso en este libro dicen que hay que cambiar a las madres, que dejen de apoyar y bendecir a sus vástagos. Y diciendo y haciendo, abrió una página y leyó: la abnegada madrecita mexicana se ha excedido tanto en los mimos las tolerancias y las complacencias que prodiga a sus hijos varones, que han surgido generaciones de hombres enteramente disfuncionales e irresponsables.

Esto es algo de lo que le hablé muchas veces a mi hija dijo doña Livia todavía muy enojada, pero ella consideraba que yo exageraba, que no era para tanto. Hasta cuando el muchacho metió a la casa montones de medicinas contra la gripa y las alergias diciendo que era por si la familia se enfermaba, pero ni en diez vidas nos hubiéramos podido acabar todas esas porquerías que él mezclaba en botellas de plástico...

Sara Sefchovich, Demasiado odio, Océano, México, 2020, pp. 73-75.