En Cuerpo contra cuerpo, Margo Glantz (Ciudad de México, 1930) —de las máximas figuras literarias en nuestro idioma, miembro de la Academia de la Lengua desde 1995, merecedora del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2004 y del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2010, entre otros reconocimientos— despliega ensayos que se articulan alrededor del tema del cuerpo y le dan relevancia en cuatro “sistemas vitales” de su obra.
Con edición y prólogo de Ana Negri (Sexto Piso, 2020), el primer sistema del volumen es “El texto encuentra un cuerpo”. El segundo es “El cuerpo como cuerpo”. “El cuerpo del deseo” es el tercero y el cuarto, “Heridas y fracturas”, que cierra el libro, reúne los "textos en los que la autora revisa episodios terribles o crueles de la literatura o de la vida de escritores”.
En “Mi amigo Sergio Pitol” Glantz escribe que el autor
... empieza El mago de Viena con un brevísimo epígrafe de E. M. Forster, uno de sus escritores preferidos: ‘Only connect…’. Y en efecto, sólo un mago puede reunir con tal maestría un gran número de textos que guardarían en sí mismos, de manera aislada, una perfecta unidad y aparentemente apenas podrían conectarse y conformar una trama.
La conexión forsteriana —los vínculos— se deben al recuerdo y, como Pitol, Glantz genera una memoria escrita pletórica de conexiones.
Su literatura se concreta en fragmentos. “Me interesa la ruptura absoluta del canon, la intertextualidad, el emborronamiento de los límites entre los géneros canónicos. Siempre he favorecido el fragmento en mi obra”, aseveró en una entrevista con la escritora venezolana Michelle Roche Rodríguez. “En literatura el orden de los factores altera irremediablemente el producto” es una frase recurrente en sus textos.
“La fragmentación representa, entonces, más que un enigma, una especie de rompecabezas de figuras diminutas que acaban por encontrar el sitio que les corresponde”, escribió la autora de El rastro en “Farabeuf, escritura barroca y novela mexicana”, ensayo que forma parte del tercer “sistema vital”, titulado “El cuerpo del deseo”.
La diversidad de personalidades literarias y artísticas estudiadas en Cuerpo contra cuerpo es digna de alabanza: sor Juana Inés de la Cruz, Federico Gamboa, la Malinche, Juan Rulfo, Roland Barthes, Juan Carlos Onetti, Nellie Campobello, Djuna Barnes, Armonía Somers, Henry Miller, Jerzy Grotowski, Konstantín Stanislavski, Gustave Flaubert, Marguerite Duras, Gustav Klimt, Frida Kahlo, Martín Luis Guzmán, Octavio Paz, el Marqués de Sade, Denis Diderot, Giacomo Casanova, Yasunari Kawabata, Georges Bataille, Salvador Elizondo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, fray Bartolomé de las Casas, Antonin Artaud, Paul Celan, Hermann Broch y Primo Levi, entre muchas otras.
Glantz escribió: “lo autobiográfico se instalaría en una propuesta de escritura original, a pesar de que en ella colaboran otras escrituras colocadas en abismo”.
El filósofo, diplomático y escritor británico Stephen Cave —de la Universidad de Cambridge— en Immortality. The Quest to Live Forever and How It Drives Civilization (que puede traducirse provisionalmente como Inmortalidad. La búsqueda por la vida eterna y cómo impulsa la civilización), asegura que
... los humanos buscan perpetuarse para siempre. Esta búsqueda, esta obsesión con la inmortalidad, está en el origen de la consecución de los logros humanos, es [...] el impulso detrás de las artes. Está inmersa dentro de nuestra propia naturaleza, y su resultado es aquello que conocemos como “civilización”.
Y la autora de Las genealogías percibe que el análisis de Cave coincide con su interpretación literaria.
Siempre me ha interesado el fragmento, es uno de mis métodos, casi mi recurso preferido como escritora.
Lo frecuento a menudo
El ensayo que titula “El cuerpo inscrito y el texto escrito o la desnudez como naufragio: Álvar Núñez Cabeza de Vaca” incluye el siguiente pasaje: “La Fuente de la Eterna Juventud y el Río Jordán remiten a la idea de la inmortalidad”. En “La destrucción del cuerpo y la edificación del sermón. La razón de la fábrica”, Glantz plantea: “La literatura repite la realidad, y al hacerlo la eterniza”. Inmortalidad y eternidad son atributos de la literatura. La aniquilación del cuerpo es una frontera que se puede derogar a través de la escritura.
Sergio Pitol escribió sobre Las genealogías: “En labios de Jacobo y Lucía, los padres de la autora, y también en los de ella misma, la historia zigzaguea por el pasado y el presente”. El verbo utilizado por Pitol resulta adecuado. ¿De qué manera percibe el constante zigzagueo por las diversas obsesiones exploradas en Cuerpo contra cuerpo?
Diría que zigzaguear es un verbo curioso cuando lo utiliza Pitol, pero yo podría contestarle respecto a mis ensayos que Cuerpo contra cuerpo hace un recorrido —¿zigzagueo?— por las distintas obsesiones que a lo largo de mi vida me persiguen y que he tratado de responder o de aclarar —quizás a mí misma— mediante la escritura.
“Y en mi obsesión por el fragmento y la admiración que tengo hacia los escritores que lo practican, como a menudo (también) lo practico yo, me decidí, de nuevo entusiasmada, a narrar la historia de mi obsesión o inclinación”, escribió en “Las curiosas manos de una monja jerónima”, ensayo incluido en Cuerpo contra cuerpo.
Siempre me ha interesado el fragmento, es uno de mis métodos o más bien casi mi recurso preferido como escritora. Lo frecuento a menudo, como lo digo cuando hablo del emblema o del mosaico; los fragmentos parecen estar desbalagados, deshilvanados, quizás a veces sin hacer sentido, pero unidos forman un tramado mucho más coherente y dibujan un cuadro aproximativo de lo que siempre me ha interesado, lo muy diverso y plural, representado en mi escritura.
En “Cuerpo contra cuerpo” —ensayo sobre Don Quijote de la Mancha que da título al libro— expresa el vínculo entre cuerpo y literatura a través de los agravios y las palizas que padecen los personajes de la novela cervantina. Escribió: “Dolor hay, los golpes son dados, y los recibidos son resentidos”. ¿Por qué eligió la vejación del cuerpo como tema?
El cuerpo es otra de las obsesiones constantes de mi investigación y ficción. Por ejemplo, en el Quijote me sorprendió la similitud que había entre el cuerpo vejado de Cervantes, cuando esclavo, y el cuerpo golpeado, escupido, zarandeado, apaleado, casi invalidado del protagonista. Y me extrañó la poca atención que yo conozco —de la inmensa producción sobre este libro— que se le da a este aspecto preponderante, casi gigantesco, del que Cervantes hace casi alarde, o mejor: pone el dedo sobre la llaga.