El mundo lisérgico de Fogwill

La novela, como bien se sabe, es la vertiente que predomina en el mercado editorial, pero este género no excluye otros, como la crónica, el ensayo, el cuento —incluso la poesía—, en abordajes que tienden a la fusión de sus posibilidades. Al mismo tiempo, la apuesta literaria radical subsiste en el ímpetu transgresor que irrumpe desde los aparentes márgenes para dinamitar el canon, sus nombres y valores consagrados. Algunas de esas narraciones inusitadas y más o menos recientes son el tema de esta edición. Comenzamos con un autor distinguido por la irreverencia, el sentido sarcástico y, ante todo, el fulgor implacable de su escritura.

Fogwill (1941-2010). Fuente: pinterest.es

De seguir vivo, Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010) hubiera cumplido 80 años el pasado 15 de julio. Es inconcebible pensar que una mente tan vital y tan disruptiva hubiese llegado a esa provecta edad. Especialmente en su última etapa, en que parecía cada vez más joven, incluso más irreverente. Fogwill es el escritor argentino más escurridizo y difícil de clasificar de los últimos años. Y cuando digo escritor, me refiero a uno que tocó todos los géneros: poesía, cuento, novela, artículo, ensayo, guion, carta, jingle, eslogan y edición.

En un inicio, Kike —así lo llamaban— fue estudiante de medicina, pero pronto viró hacia la sociología y, posteriormente, a la publicidad y la mercadotecnia. Avezado en el materialismo histórico, discutía los textos de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y del Che con tremenda grandilocuencia, pero reservando una postura crítica. Dice sobre el Che:

Ya en el 64 me di cuenta de que era un aventurero loco, cuando sacó el libro La guerra de guerrillas, que era un manual del guerrillero que enseñaba a armar una bazuca con una escopeta calibre 12. Si la armabas según la receta del Che Guevara, te matabas.1

Testimonio de este bagaje es su noveleta Un guión [sic] para Artkino (2008) narración distópica/utópica a propósito de la llegada del mundo posterior a la Revolución socialista. Un mundo soñado, pero que no puede despojarse de sus vicios: la intolerancia y la hipocresía de la izquierda sectaria. Como proyecto, Fogwill rinde en Un guión... justicia al mundo de la utopía, que termina por ser una forma de control de las camarillas ávidas de venganza, no un mundo donde la explotación, el trabajo indiferenciado y el plusvalor sean abolidos. Tampoco deja de lado el humor, pues a Borges lo llama un “camarada convencido” de las causas del pueblo, cuyos textos habían sido adulterados por la editorial parapolicial Emecé.2

POR SU BUENA POSICIÓN en la publicidad, pudo gozar de una vida solvente, practicó la navegación en velero y la natación, e hizo viajes por el mundo. Esnifaba cocaína (la blanca) y fumaba como si no hubiera un mañana. Participó en la creación del concepto del chicle Bazooka, que en la envoltura tenía un episodio de las historias de Joe Bazooka u horóscopos. De esta manera hizo mucha escuela de escritura. Consumía todo tipo de información, sabía idiomas (inglés, francés y alemán), devoraba revistas y periódicos, conocía la situación política de los que se hacían pasar por comprometidos, pero que sólo simulaban. Le encantaba desenmascarar escritores. Melómano: amante de la ópera, de la música instrumental y del folclor brasileño. Él mismo estaba en un coro.

Sin embargo, también era un lector voraz de literatura medieval, poesía de los Siglos de Oro, Cervantes, Mallarmé, Kafka, Puig, Copi y, muy notoriamen-te, de Witold Gombrowicz. Leyó y alentó a sus amigos, Mario Levrero, Viel Temperley, Miguel Briante, Osval-do y Leónidas Lamborghini, Jorge Di Paola. A la vez emitía líneas vitriólicas contra Saer, Germán García y, sobre todo, Ricardo Piglia.

Debido a una treta bien armada lo acusaron de fraude, fue a dar a la cárcel y perdió su alta posición. Aunque ya había sido arrestado en su juventud por su militancia política, la estadía por el fraude lo puso frenético, como consta en algunos textos de Los libros de la guerra.

Ganó un concurso organizado por Coca-Cola, a la cual le pidió un poco más de dinero para editar el libro. Pero se embolsó la plata, rompió el contrato y fundó la editorial Tierra Baldía

Fogwill quedó finalista con el relato “Sobre el arte de la novela”, en un concurso en el que Borges era parte del jurado. El autor de Ficciones lo llamó “el hombre que más sabía de automóviles y cigarrillos”. La frase lo marcó. Sagaz como era, notó que lo había llamado hombre, no escritor. Fogwill sabía que para Borges no había sinónimos. La afrenta no quedaría impune.

Después ganó un concurso organizado por la Coca-Cola, a la cual le pidió un poco más de dinero para editar el libro en Sudamericana. Pero se embolsó la plata, rompió el contrato y fundó la editorial Tierra Baldía. Cosa que provocó escándalo. Ahí editó Austria-Hungría, de Néstor Perlongher, Poemas, de Osvaldo Lamborghini, y sacó su libro de cuentos laureado: Mis muertos punk (1980). Era un escritor que provenía del margen, pero no de la clandestinidad ni de la provincia, sino de la que alguna vez fuera su posición acomodada. A él le gustaba distinguirse por el nivel de ingresos que alguna vez llegó a tener:

Como lo que escribía yo me daba mucha plata —dijo en una entrevista con Gustavo Mota—, comparado con los poetas buenos de la época, que se cagaban de hambre, o los novelistas buenos, que se sentían ricos cuando ganaban el sueldo de un gerente de banco... yo me sentía superior.3

EN EL CUENTO “Muchacha punk” narra una conquista ocurrida en Londres: por accidente, conoce a una chava antisistema que, como muchas, en realidad sólo es una aristócrata rebelde. Todo es un viaje hilarante que tiene tintes de humor y parodia cuando se transcriben las frases de la inglesita, replicando su gramática:

—¿Cuál es el problema con tú?

—me preguntó en inglés—. ¿Qué eres tú pensando?

—Nada —respondí—. Pensaba en este frío maldito que estropea cicatrices... —Pero mentí: yo había pensado en aquel frío sólo un instante.4

Durante el viaje, Fogwill fuma mariguana con la chica punk y otros jóvenes adinerados. Finalmente, concreta el acto erótico:

Al promediar eso (¿el amor?) se largó a declamar la letanía bien conocida por cualquier visitante de Londres: “ai camin ai camin ai camin ai camin ai camin”, gritaba, gritaba, gritaba, sustituyendo los conocidos “ai voi ai voi ai voi ai voi” de las pebetas de mi pago, que sumen al varón en el más turbado pajar de dudas sobre la naturaleza de ese sitio sagrado hacia el que dicen ir las muchachas del hemisferio sur y del que creen venir sus contrapartidas británicas [...] Y después se durmió. Habrá sido el vino o las drogas, pero durmió sonriendo, y su cuerpo fue presa de una prodigiosa blandura.5

Luego el personaje deja cincuenta libras para el servicio doméstico y recorre con una última ojeada a la joven punk. No obstante, el encumbramiento que le dio a las drogas culminará en “Help a él”, su vendetta contra Borges. Desde el principio hay una actitud canchera (astuta): el título es un anagrama de “El Aleph” y es un versión ampliada, desarrollada, ensombrecida y pornotizada del cuento de Borges. La amante eventual de Fogwill, Vera Ortiz Beti (anagrama de Beatriz Viterbo), ha muerto. La noticia lo deja un poco aturdido durante unas vacaciones en el extranjero. De regreso en Argentina, busca ir a la casa del padre de Vera, donde vive su amigo Adolfo, quien debe entregarle las cosas que ella dejó para él. Asimismo, su amigo suministrará a Fogwill el líquido de un frasquito hecho por Vera: una sustancia de ácido lisérgico de gran intensidad. Claramente, la trama de “El Aleph” es el bajorrelieve. La fórmula se repite, Carlos Argentino Daneri, Borges y la muerta Beatriz Viterbo, así como sus cartas y retratos subyacen, pero esta vez hay una alteración en todos los sentidos. Después de un toque (“Producía un viaje intenso y cortito; en un instante mis piernas dejaron de pesar, y si pensaba en ellas, rapidísimo me convencía de que intentaban subir hacia delante para componer una escuadra con mi vientre...”), Fogwill prueba del frasco que lo manda de viaje y pone al borde de la muerte:

... El sabor cambiaba: ya no era amargo, y cada punto de amargor se iba convirtiendo en una ardiente manchita de dulzura. Comenzó en la lengua: estallaba un punto amargo y aparecía la salpicadura de algo helado, que después se convertía en una pincelada dulce.6

Rápidamente cae en una crisis y siente que morirá. Después del mareo y de sentir que casi le estalla el corazón, despierta y se da cuenta de que sobrevivió. Entonces aparece Vera.

Su amante de hace tantos años no ha muerto, todo es una treta de la familia para cometer un cuantioso fraude ideado por Adolfo. Entonces hablan como viejos novios y empiezan a coger envueltos en el sopor de la droga. Vera le pincha y le saca sangre de un dedo y él eyacula en su boca. Se besan. Follan intensamente envueltos en los tejidos y fluidos del cuerpo. En medio de una escena hardcore, Vera lo inicia en placeres que sólo Fogwill podría haber concebido y narrado sin tapujos. Él le pregunta sobre su próximo encuentro, ella no responde. Vuelve a dormir. Al despertar, la farsa sigue, Vera ha muerto... o no, la verdad es un misterio. Como remate a este antihomenaje a “El Aleph” de Borges, Fogwill escribió en 2002 el grandísimo poema “Llamado a los malos poetas”, el cual tiene una resonancia con “La Tierra”, de Carlos Argentino Daneri, que Borges describe como un fustigar “con ri-gor a los malos poetas”.

Fogwill

ENTRE LAS NOVELAS de Fogwill están la trilogía La experiencia sensible, En otro orden de cosas y Urbana, la cual lleva como telón de fondo la dictadura de 1976 y podríamos decir que termina donde empieza Los Pichiciegos. También se encuentra la picaresca La buena nueva de los Libros del Caminante, La gran ventana de los sueños, Una pálida historia de amor y Nuestro modo de vida. Sería conocido en España por su antología Cantos de marineros en La Pampa. Sin embargo, la obra que lo propulsó a la celebridad fue Los Pichiciegos (1982). Surgida de una visita a la casa de su madre, en aquel momento enferma de cáncer, la señora festeja con un grito: “¡Hundimos un barco!” el día 7-5-82 (“Memoria Romana”). Se refería a que, durante los enfrentamientos en Las Malvinas contra Inglaterra —el epítome del imperialismo mundial—, el ejército albiceleste había hecho un daño irreversible. “Mi mamá hundió un barco”, ironizó Kike.

La leyenda dice que Fogwill se encerró siete días a escribir la historia de un grupo de soldados disidentes que vivían al margen de todo en Las Malvinas, sobre todo del patrioterismo, para sobrevivir el temporal bélico. Sí, dice la leyenda que no consumía nada más que cocaína y cigarrillos. Las versiones de los días y los gramos de blanca son tantas que dan un poco de fiaca. Lo que importa es el resultado.

Los Pichiciegos es una novela que retrata el ambiente, pero que en sí misma sofoca cualquier tipo de heroísmo o de epopeya histórica. Su perspectiva parece más la de un darwinismo, quienes sobreviven no son los valientes sino los cobardes. Con base en un personaje que está ahí para grabar y escribir lo sucedido, son recabados los testimonios: la lucha por la comida, la relación con los militares argentinos abusivos o pederastas, la corrupción de los altos mandos de la dictadura y la forma de conjuntar una resistencia entre cobardes. Un soldado le dice al protagonista que está leyendo su Música japonesa —libro de Fogwill— lo cual muestra al autor, como Velázquez se asoma en Las Meninas. También hay enamoramientos entre soldados argentinos e ingleses, doble traición: a la patria y a la heterosexualidad. Los pichis son unos topos que viven bajo la tierra, por eso la raíz de los pichiciegos es dostoyevskiana, el espíritu de la obra oscila entre memorias del subsuelo y humillados y ofendidos —sin cursivas. Elvio Gandolfo habla de que “Memoria Romana” es una serie genial de anotaciones de la época de Las Malvinas, un backstage o trastienda de Los Pichiciegos; sin embargo, de este relato no se supo hasta 2018.

Como tal, es una novela descarnada, a ratos desopilante, pero cruda en ese final que amarra la antiepopeya. Se le comparó con Los chicos de la guerra. Hablan los soldados que estuvieron en Malvinas, del argentino Daniel Kon, pero el contraste surge de que en Los Pichiciegos no hay esperanza ni difunde la versión de que el sacrificio de estos centenares de muertos, en combate y por suicidio al regresar a su país, abonó a la caída de la dictadura. Fogwill no tiene una versión alentadora de lo que pasó. Evidentemente, su opinión le rompe las pelotas —como se dice en porteño— a muchos argentinos, sobre todo a los que apoyaron a Galtieri en la Plaza de Mayo cuando, con el whisky saliéndole por los poros, declaró que recuperarían Las Malvinas; ya no se diga a los que al final de la “guerra” querían sacar agua bendita de las lápidas de los jóvenes acribillados, pero también muertos de hambre por su propio gobierno. En tono, Los Pichiciegos tiene algo de lo burlesco juvenil a lo Ferdydurke, de Gombrowicz, o Cero en conducta, la película de Jean Vigo.

No puedo dejar de sentir algo de escozor al hablar de ese Fogwill baladrón y radical que difundió opiniones políticas que no vale la pena citar, pero que se sustentaban en versiones más complejas y, a veces, profundas. Que iba más allá de incomodar

DESDE YA, HAY QUE DECIR que Fogwill era un transgresor que podía tener ocurrencias geniales, como cuando en un coloquio7 le dio un billete a Daniel Link por mencionarlo entre los autores más relevantes de Argentina. Y, después de otro elogio, tomó del brazo al mismo Link para hacerle el clandestino frote del dedo en la palma de la mano, dando a entender que se lo quería coger, a modo de broma. Pero también hay que decir que en ese mismo coloquio, Fogwill dijo que la dictadura militar de 1976 no había sido una pesadilla, que él había estado charlando con toda tranquilidad de la situación con colegas. Nadie le recordó que un año después fue desaparecido Rodolfo Walsh (¿y cuántos miles más?), habiendo depositado su “Carta abierta a la dictadura militar”.

En ese sentido, Fogwill emulaba bastante a Borges y a Gombrowicz. Siguió por el boquete en la pared que dejaron aquellos dos provocadores. Él continuó esa ruptura con lo académico y lo periodístico que había iniciado Witold y practicó ese leve cinismo que tenía Borges para embadurnar a Reyes, a Lorca o a Neruda o para defender la dictadura de Videla. Esa misma artillería Fogwill la usó contra Gonzalo Rojas y Juan Gelman en el poema antes cita-do, “Llamado por los malos poetas”:

Se necesitan malos poetas.

Buenas personas, pero poetas

malos. Dos, cien, mil

[malos poetas

se necesitan más para

[que estallen

las diez mil flores del poema.

Que en ellos viva la poesía,

la innecesaria, la fútil, la sutil

poesía imprescindible. O la in-

versa: la poesía necesaria,

la prescindible para vivir.

Que florezcan diez maos en

[el pantano

y en la barranca un Ele, un Juan,

un Gelman como elefante entero

[de cristal roto,

o un Rojas roto, mendigando

a la Reina de España [...]

Quizá los dardos surgían de que ambos poetas habían recibido el premio Cervantes, o sólo porque Kike sintió envidia, qué sé yo. Pero no puedo dejar de sentir algo de escozor al hablar de ese Fogwill baladrón, vociferante y radical que difundió opiniones políticas que no vale la pena citar, pero que se sustentaban en versiones más complejas y, a veces, profundas. Que iba más allá de incomodar, ya que, de pronto, al leer sus ataques a Piglia, a Saer o a Gelman hace que nos cuestionemos nuestra postura literaria.

Hay escritores que cambian la atmósfera, alteran nuestras opiniones, provocan que entendamos de manera diferente los convencionalismos, los reconocimientos convenidos y las rutinas editoriales. Con Fogwill la buena literatura era lo prioritario y los facilis-mos tendrían que ser anunciados y denunciados. Sirva mi azoro para recordar a este personaje esperpéntico que hizo de la palabra su arma más afilada y su amante más húmeda.

Notas

1 Documental disponible en YouTube, https://bit.ly/36CYDAh

2 Fogwill, en “La misión”, Un guión para Artkino, España, Editorial Periférica (versión electrónica), 2008, p. 8.

3 Video en YouTube, https://bit.ly/3qV7eaC

4 Fogwill, “Muchacha punk”, en Cuentos completos, Alfaguara, España, 2009, p. 117.

5 Ibid., p. 124.

6 En Cuentos completos, “Help a él”, op. cit., p. 213.

7 Coloquio “¿Qué hay de nuevo, viejo? Una discusión sobre lo nuevo en la literatura argentina”, encuentro en el Museo Malba de Buenos Aires, con la participación de Fogwill, Martín Kohan, Daniel Link y Sebastián Hernaiz, 15 de noviembre, 2006, https://bit.ly/3hhW3pl