La hoy Ciudad de México brinda un material inagotable para la crónica, narrativa periodística con una robusta tradición en México, que al día de hoy sigue mostrando su vigor como literatura popular que interpreta nuestro pasado desde un presente premonitorio del futuro que nos espera.
La identidad colectiva de alrededor de veinte millones de habitantes sumadas las periferias, es un testimonio dinámico de alrededor de siete siglos de historia. La ciudad donde nadie es inocente. Un macrocosmos de fervores y horrores, de asombros y aberraciones. Condensa y encierra nuestras aspiraciones de grandeza, nuestras más oscuras pesadillas originadas por una espesa tradición patibularia de pillaje, felonías y violencia. De lujos y derroches. De resistencia, solidaridad catastrofista e irreversibles luchas sociales que hoy por hoy obligan al poder político a renovarse o perder su credibilidad.
Nos narramos a través de la Ciudad.
Con el paso del tiempo los escritores hemos forjado una identidad literaria con respecto a este espacio territorial siempre en conflicto con su origen e historia. Como cronistas, hemos reconstruido un sinfín de historias reales de toda una sociedad y sus circunstancias humanas. Los barrios, sus pobladores, las rijosas células callejeras de una compleja dinámica vecinal y comercial esencialmente ilegal, el estoicismo de su arquitectura centenaria que resiste su extinción, las desigualdades sociales propias de un sistema de castas aún vigente, la división política manifestada en las últimas elecciones, son la médula de una capital que representa a una democracia con raigambre autoritaria, pero que se afianza contra todo pronóstico.
La breve selección de crónicas —por motivos de espacio— que presentamos aquí es un abanico de voces que persisten en registrar la turbulenta ciudad de las últimas décadas. Ni están todos los que son, ni son todos los que están, diría Perogrullo. Diferentes ángulos e inquietudes generacionales convergen en el mapa de una ciudad inabarcable. Su relación con la capital y sus colindancias conlleva un halo de zozobra, inquietud, embeleso y fascinación por lo siniestro, tal y como lo analiza Freud en su ensayo de 1919. Después de lo extraño, la sensación de desdoblamiento de la personalidad en un doble aparece como un juego de espejos en las calles, edificios y personajes de la Nueva Tenochtitlanga, denominación un tanto chacotera que damos a la ciudad celebrada este año en su incierta fundación, maridándola con el gentilicio de chilango que distingue a sus habitantes hoy en día.
Esta selección, incompleta como todas, atiende, si acaso, a una emergencia expresiva de nuevos amanuenses ávidos de registrar historias y atmósferas de una ciudad que, hasta hoy, se manifiesta como una saga trepidante de personas y lugares que arrastran consigo la victoria y la derrota, la opulencia y la miseria, el éxtasis y el fracaso.