Desdoblamientos de género y lenguaje incluyente

En una vertiente de su amplia bibliografía, Juan Domingo Argüelles —poeta, crítico, ensayista— se ha ocupado de los usos y abusos que distorsionan el lenguaje, inducidos ya sea por la ignorancia o los prejuicios. Dos de sus libros recientes, Las malas lenguas (2018) y ¡No valga la redundancia! (2021), por ejemplo, analizan pleonasmos, redundancias, sinsentidos, barbarismos y otras figuras habitualesque es preciso evitar, en favor del aprendizaje, la comprensión y lectura del idioma. En este ensayo, que aborda el llamado lenguaje incluyente, invita a la sensatez por encima de cualquier criterio de corrección política.

Desdoblamientos de género y lenguaje incluyente. Fuente: noticiasaominuto.com

Según nos demuestra la historia, los cambios en cualquier lengua se producen desde abajo, casi nunca desde arriba: desde el común, no desde el poder, cualquier tipo de poder, ya sea político, religioso, militar, económico, académico, cultural o estético. Por ello, hay que ser cautos frente a las novedades en el idioma, pues muchas de ellas pasan sin dejar huella, porque el hablante las desecha, y otras, en cambio, se integran al corpus lingüístico, pero siempre bajo la sanción del común. Pongamos un ejemplo.

Transcurrió algún tiempo para que, en México, el barbarismo “abusado” (en el sentido de listo, perspicaz, capaz, avispado, despierto) se convirtiera en un mexicanismo, y no porque lo legitimara la Academia, sino porque lo legitimó el uso común de los hablantes. Y todo surgió de un error de ortografía y de ortoepía: en México transformamos el adjetivo “aguzado” (agudo, perspicaz, penetrante, despierto) en la cacografía “abusado”, cuyo recto sentido se aplicaba, y se aplica, a quien sufre o ha padecido abuso. Hoy, en México y en algunos países de Centroamérica, se usa, plenamente aceptado, el adjetivo “abusado” con el mismo sentido del barbarismo que lo originó.

EN ESTAS PÁGINAS exploro el fenómeno de una transformación distinta en el idioma: un tipo de novedad lingüística que surge de la demanda organizada de reivindicación de las mujeres (con sectores activistas y figuras de poder político, académico e intelectual que incluyen ya a los presidentes de algunas naciones). Es el denominado lenguaje incluyente, cuya característica más notoria es el desdoblamiento de género que pretende normalizarse en el habla y en la escritura. El fenómeno es por demás interesante, ha conducido a la controversia y, con frecuencia, al debate grueso (esto es, grosero) desde la emotividad o la militancia. Más que tener razón, prefiero ser razonable. Un mínimo análisis y algo de historia no nos vienen mal.

Comencemos por el epiceno (del latín epicoenus, y éste del griego epíkoinos; literalmente, “común”). De acuerdo con el Diccionario de la lengua española (2014), de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española (conocido por las siglas DRAE), el adjetivo “epiceno” se aplica a un nombre animado que, “con un solo género gramatical, puede designar seres de uno y otro sexo”. Ejemplos: bebé, lince, pantera, víctima. Cuando nos referimos a las abejas, las cigarras, las hormigas, las luciérnagas, las ranas y las termitas no nos sentimos en la obligación de aplicarles el desdoblamiento de género para distinguir a los “abejos” de las abejas, los “cigarros” de las cigarras, los “hormigos” de las hormigas, los “luciérnagos” de las luciérnagas, los “ranos” de las ranas y los “termitos” de las termitas.

Hasta el momento, nadie ha exigido usar el desdoblamiento inverso,  víctimo, y hay una razón para ello: el idioma
no presenta riesgos de ambigüedad cuando decimos y escribimos, por ejemplo, que las víctimas fueron ocho hombres y seis mujeres

Si, por definición, los nombres epicenos se caracterizan porque un solo género gramatical puede designar seres de uno y otro sexo, queda claro que la pantera, si es macho, no exige, en nuestro idioma, ser el “pantero”, aunque, a veces, se distinga entre LA Pantera Rosa y EL Pantera. Entendámonos: es sabido que La Pantera Rosa es una pantera macho. En el artículo de Wikipedia referido a este “personaje animado ficticio que fue creado por Friz Freleng” se confirma que “es macho, de pelaje rosa”, con partes claras en el vientre, las orejas y el hocico. “Tiene voz masculina en los episodios ‘Slink Pink’ y ‘Pink Ice’ e incluso se ha mostrado que usa ropa interior masculina”. A pesar de esto, por ser “pantera” un epiceno, no es El “Pantero” Rosa, sino La Pantera Rosa.

Si esto no bastara para evitar caer en ambigüedades, la lógica del idioma nos señala que la cigarra macho no es el “cigarro” (éste es un rollo de tabaco o de otra yerba que se fuma) ni el hormigón (mezcla para construcción, concreto, etcétera) es la hormiga macho. ¡Vaya, ni siquiera el abejorro es la abeja macho!, sino otro tipo de insecto himenóptero. Y debería quedar muy claro (en realidad, el hablante común del español siempre lo ha tenido claro) que el foco no es la foca macho, ni hay “ranos” sino ranas, del mismo modo que no hay “sapas” sino sapos, y que las víctimas siempre serán las víctimas, independientemente de su sexo o de su género. Hasta el momento, na-die ha exigido usar el desdoblamiento inverso, “víctimo”, y hay una razón para ello: el idioma no presenta riesgos de ambigüedad o confusión cuando decimos y escribimos, por ejemplo, que “las víctimas fueron ocho hombres y seis mujeres”.

DESPEJADO EL TEMA de los epicenos, pasemos a los sustantivos femeninos y masculinos. En la ya dilatada historia del idioma español, que hunde sus raíces en el latín, el uso común (no hay que olvidar que las formas de un idioma son fijadas por el común de los hablantes y escribientes) determinó que la “a”, como desinencia, es casi siem-pre la marca del género femenino, en tanto que la “o” lo es del masculino. Más allá de los recientes constructos que se refieren a una gran variedad de “géneros” que poseen las personas, en el idioma español las palabras tienen género (masculino o femenino) y las personas, sexo (varón o mujer). El Diccionario panhispánico de dudas lo explica con bastante claridad y, por ello, es importante citarlo in extenso:

En los sustantivos que designan seres animados, el masculino gramatical no sólo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: EL HOMBRE es el único animal racional; EL GATO es un buen animal de compañía. Consecuentemente, los nombres apelativos masculinos, cuando se emplean en plural, pueden incluir en su designa-ción a seres de uno y otro sexo: LOS HOMBRES prehistóricos se vestían con pieles de animales; En mi barrio hay MUCHOS GATOS (de la referencia no quedan excluidas ni las mujeres prehistóricas ni las gatas). Así, con la expresión LOS ALUMNOS podemos referirnos a un colectivo formado exclusivamente por varones, pero también a un colectivo mixto, formado por chicos y chicas. A pesar de ello, en los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita en estos casos la alusión a ambos sexos: Decidió luchar ella, y ayudar a sus COMPAÑEROS Y COMPAÑERAS. Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva; así pues, en el ejemplo citado pudo —y debió— decirse, simplemente, ayudar a sus compañeros. Sólo cuando la oposición de sexos es un factor relevante en el contexto, es necesaria la presencia explícita de ambos géneros: La proporción de ALUMNOS Y ALUMNAS en las aulas se ha ido invirtiendo progresivamente; En las actividades deportivas deberán participar por igual ALUMNOS Y ALUMNAS. Por otra parte, el afán por evitar esa supuesta discriminación lingüística, unido al deseo de mitigar la pesadez en la expresión provocada por tales repeticiones, ha suscitado la creación de soluciones artificiosas que contravienen las normas de la gramática: LAS y los ciudadaNOS.1

Desdoblamientos de género y lenguaje incluyente

Existen palabras terminadas en “a” cuyo género es masculino: son términos cultos o eruditos procedentes del griego, como anatema, aroma, diploma, drama, hematoma, programa, tema, trauma, etcétera. Pero también hay helenismos que, terminados en “a”, tienen género femenino: amalgama, broma, cima, coma, crema, diadema, pócima y algunas más. En el caso de los sustantivos terminados en “e”, algunos son femeninos y otros masculinos, como gente, leche, nieve y noche, entre los primeros, y arte, café, chimpancé y chocolate, entre los segundos. De modo que la sola idea de que la “e” pueda convertirse en desinencia neutra lo mismo para el masculino que para el femenino, como pretenden algunos grupos de reivindicación de los derechos de la mujer, choca con la lógica y presenta una deformación caprichosa en el uso común de la lengua. Insistimos: el proceso evolutivo del idioma no obedece a decisiones verticales de poder, sino al uso frecuente que es el que determina la norma general, es decir, para todos.

FRENTE A LOS CONSTRUCTOS del feminismo, hoy es casi imposible definir el género únicamente en las palabras (que son las que, estrictamente, tienen género), pero es necesario y conveniente recordar la definición original. El DRAE define el sustantivo masculino “género” (del latín genus, geněris) de la siguiente manera: “conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes”, y en la octava acepción especifica: “Categoría gramatical inherente en sustantivos y pronombres, codificada a través de la concordancia en otras clases de palabras y que en pronombres y sustantivos animados puede expresar sexo”. Las dificultades sobrevienen cuando el término “género” no se usa exclusivamente para las palabras, sino también para las personas. En el Diccionario panhispánico de dudas, las academias de la lengua tratan de mediar al respecto, pero sin renunciar al sentido estricto del término:

Para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término sexo: En el mismo estudio, las personas de SEXO FEMENINO adoptaban una conducta diferente. Por tanto, las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género). No obstante, en los años seten-ta del siglo XX, con el auge de los estudios feministas, se comenzó a utilizar en el mundo anglosajón el término género (ingl. gender) con un sentido técnico específico, que se ha extendido a otras lenguas, entre ellas el español. Así pues, en la teoría feminista, mientras con la voz sexo se designa una categoría meramente orgánica, biológica, con el término género se alude a una categoría sociocultural que implica diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral, etcétera. Es en este sentido en el que cabe interpretar expresiones como estudios de género, discriminación de género, violencia de género, etcétera. Dentro del ámbito específico de los estudios sociológicos, esta distinción puede resultar útil e, incluso, necesaria. Es inadmisible, sin embargo, el empleo de la palabra género sin este sentido técnico preciso, como mero sinónimo de sexo, según se ve en los ejemplos siguientes: El sistema justo sería aquel que no asigna premios ni castigos en razón de criterios moralmente irrelevantes (la raza, la clase social, EL GÉNERO de cada persona); Los mandos medios de las compañías suelen ver cómo sus propios ingresos dependen en gran medida de la diversidad étnica y DE GÉNERO que se da en su plantilla; en ambos casos debió decirse SEXO, y no GÉNERO. Para las expresiones discriminación de género y violencia de género existen alternativas como discriminación o violencia por razón de sexo, discriminación o violencia contra las mujeres, violencia doméstica, violencia de pareja o similares.2

Volver inextricable el idioma no es un avance. Por lo demás, nunca la lengua se ha modificado trascendentalmente
ni siquiera desde iniciativas individuales de autores influyentes, como Juan Ramón Jiménez (Premio Nobel de Literatura en 1956)

Volver inextricable el idioma no es desde luego un avance. Por lo demás, nunca la lengua se ha modificado trascendentalmente ni siquiera desde iniciativas individuales de autores influyentes, como cuando Juan Ramón Jiménez (Premio Nobel de Literatura en 1956) eliminó, en su escritura, los grupos “ge” y “gi” reemplazándolos por “je” y “ji”, como en antolojía, elejía, jeneral, jente, jendarme, cirujía, etcétera. Pero hoy sus libros se someten a la corrección ortográfica debida para facilitar su lectura y comprensión, y para evitar confusiones en el aprendizaje del español, sobre todo entre los niños.

LOS PUNTOS MÁS DÉBILES de la escritura y el habla con desdoblamientos de género son, justamente, los que crean dificultades en el aprendizaje de un idioma al alterar sus normas. Y, por cierto, no son pocas las escritoras feministas que omiten los desdoblamientos de género. Me permito hacer un ejercicio de intervención intrusiva con desdoblamientos de género en un fragmento del libro epistolar Lo femenino y lo sagrado, de Catherine Clément y Julia Kristeva.3 En este caso, quien escribe es Kristeva, y fijémonos en el resultado:

Dicho de otra forma, muchos de nosotros y muchas de nosotras, siempre en esta tribu de los europeos y las europeas y más específicamente de los franceses y las francesas que es actualmente la mía, hemos elegido, frente a la religión de los padres y las madres, otra ‘religión’: la del ateísmo comunista como compensación de las deudas y de los ideales infantiles. No, no simplifico a ultranza, no ignoro que una gran cantidad de razones —y a menudo muy buenas razones— conducen al hombre y a la mujer a adherirse a una ideología; hablo de lo íntimo, del microcosmos. Basta con leer las obras críticas de algunos antiguos y algunas antiguas comunistas, de los más lúcidos y más lúcidas, para constatar que describen su ateísmo en términos religiosos: se trata nada menos que de construir una antirreligión que sustituya a la religión anterior.

Si eliminamos de este párrafo los intrusos desdoblamientos de género que he marcado en cursivas, los lectores (incluidas las lectoras, por supuesto) podrán apreciar mucho mejor la escritura de Julia Kristeva quien, cuando se refiere “al hombre” sabe perfectamente, como todos lo sabemos, que no se refiere únicamente al varón, sino a todos los individuos de la especie. Evito hacer este mismo ejercicio utilizando la arroba (@) y la equis (x), que exigirían “tod@s” y “todxs”, con las que el lenguaje incluyente más radical pretende también uniformar la igualdad de sexos y géneros. Únicamente para que los lectores tengan una idea de cómo escribiría Julia Kristeva con el uso de la “e” (con la que se pretende uniformar sexo y género), intervengo las primeras líneas de su párrafo ya citado y también las marco en cursivas:

Dicho de otra forma, muches de nosotres, siempre en esta tribu de les europees y más específicamente de les franceses que es actualmente la mía, hemos elegido, frente a la religión de les padres y les madres, otra ‘religión’: la del ateísmo comunista como compensación de las deudas y de les ideales infantiles.

Desdoblamientos de género y lenguaje incluyente

¿QUÉ GANAMOS torturando al idioma de esta manera? Nada, de acuerdo con el gobierno de Francia que tomó cartas en el asunto y, el 6 de mayo de 2021, prohibió oficialmente el uso de dicho lenguaje en la enseñanza.

Esa decisión trascendental pasó un tanto inadvertida, seguramente por intereses más urgentes como la atención de la pandemia del Covid-19, pero también porque, para quienes defienden este uso torturado del idioma, es una gran derrota a partir de razones y no de emociones; de consideraciones científicas y pedagógicas antes que políticas o ideológicas.

Debemos valorar la decisión del gobierno francés en su justa dimensión. Si antes de la pandemia, este mismo gobierno ya había prohibido el uso de celulares en las aulas, por considerar que son distractores para el aprendizaje, el anuncio de la prohibición del lenguaje incluyente en las escuelas y los colegios franceses tuvo pocos comentarios porque, en gran medida, el interés en el uso de este lenguaje corresponde a sectores que, por su formación y jerarquía social, no pertenecen al cuerpo más amplio de hablantes al cual, por cierto, la noticia no le impactó en absoluto.

Francia, a la vanguardia del pensamiento, ha evitado en su territorio, desde el poder público, que su idioma (uno de sus patrimonios culturales que más defiende) resulte afectado por formas y fórmulas anómalas, impuestas por ciertos sectores, que impiden a la niñez el aprendizaje óptimo de su lengua. De acuerdo con la información del diario Le Figaro, su ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer, “independientemente de exigir que se respete la igualdad entre niñas y niños, tanto a través de la feminización de términos de las profesiones como a través de la lucha contra las representaciones estereotipadas... ha prohibido el lenguaje inclusivo en los colegios franceses”. Y se exponen los motivos:

A principios de mayo indicó que la lengua no debía ser dañada y este jueves ha publicado una circular en el Boletín Oficial del Estado en la que sostiene que es-te tipo de escritura “constituye un obstáculo para la lectura y la comprensión de la escritura”. En el documento, Jean-Michel Blanquer se dirige a los rectores de la academia, a los directores de la administración central y personal del Ministerio de Educación Nacional y señala que “debe prohibirse el recurso de la denominada escritura inclusiva, que utiliza notablemente el punto medio para revelar simultáneamente las formas femenina y masculina de una palabra usada en masculino cuando se usa en un sentido genérico”. Añadió el ministro que “la imposibilidad de transcribir textos verbalmente con este tipo de escritura dificulta la lectura en voz alta y la pronunciación y, en consecuencia, el aprendizaje, especialmente para los más pequeños”, y enfatiza que estas formas pueden evitar que los niños que padecen ciertas “discapacidades o problemas de aprendizaje” accedan al francés.4

El habla del común siempre rebasa a las academias de la lengua, y en esto consiste la evolución del idioma. Las academias no imponen o, en todo caso, no deben imponer, sino regular y difundir las pautas, las normas de un idioma. En el caso del lenguaje incluyente no es el común, sino ciertos sectores, los que exigen que la lengua se adapte a lo que desean (algunos han exigido incluso que se eliminen ciertos términos del diccionario), y hacen bien las academias lingüísticas, como cuerpos colegiados especializados (porque es una parte de su trabajo), al defender la unidad del idioma. No es por nada que el 30 de octubre del año anterior, la RAE eliminó de su “Observatorio de palabras” el pretendido pronombre “elle”, creado “para aludir a quienes pueden no sentirse identificados con ninguno de los dos géneros tradicionalmente existentes: él, ella”.5

Hoy, políticos (y políticas) usan el todes y el amigues oportunistamente, para catapultar su popularidad , cuando
en realidad esto le dice muy poco al común de los hablantes

EN NUESTRO PAÍS, José G. Moreno de Alba alegó justamente esta razón para defender el buen uso de la lengua: su unidad. Esta “unidad”, en el sentido de “unión o conformidad”, propicia una mejor comunicación y un mayor entendimiento entre los hablantes y escribientes. Explicó el lingüista y lexicógrafo mexicano:

Una de las más evidentes ventajas de contar con una normatividad lingüística, aceptada por todos, es la unidad del idioma. Y quizá donde esto se manifiesta con mayor claridad es en la ortografía. Así se trate, en su mayoría, de reglas arbitrarias, las normas ortográficas garantizan, en este nivel, la unidad de la lengua.6

Ningún recurso que obstaculice o entorpezca la comunicación, por muy bienintencionado que sea, puede considerarse una evolución en el idioma. Las modificaciones que ha tenido la lengua española (y las lenguas en general), en su lento desarrollo, la han mejorado en economía y precisión. Volver a las formas redundantes de los balbuceos del español es una involución más que un avance. Leo el libro Del silencio al estruendo: Cambios en la escritura de las mujeres a través del tiempo, de Sara Sefchovich,7 y también el volumen colectivo (con catorce escritoras) Maneras de escribir y ser/no ser madre,8 y no encuentro en ellos desdoblamientos de género, lo que muestra que a las escritoras este recurso, gramatical y estéticamente, les resulta ajeno.

El lenguaje incluyente, con sus desdoblamientos de género, es una especie de variante jergal de los ámbitos oficiales e institucionales, a partir del uso que exigen en sus demandas los colectivos de reivindicación de mujeres y de los integrantes del movimiento LGBT. Pero no olvidemos que, en muchos casos, fueron los gobiernos y las instituciones públicas las instancias que comenzaron a utilizar, desde el poder político, el desdoblamiento de género, por obvias conveniencias políticas que convirtieron este uso en protocolario. Hoy, políticos (y políticas) usan el “todes” y el “amigues” oportunistamente, para catapultar su “popularidad”, cuando en realidad esto le dice muy poco al común de los hablantes, y sólo los receptores directos de este lenguaje se identifican con él.

EN MIS LIBROS Las malas lenguas (Océano, 2018) y ¡No valga la redundancia! (Océano, 2021) abordo este tema tan apasionante y apasionado en relación con nuestro idioma. No profetizo, pero sí colijo —a partir del ya dilatado desarrollo dialógico de la lengua española— que es bastante probable que el desdoblamiento de género, utilizado hoy sobre todo en las instituciones públicas y en los centros de educación superior, permanezca y deje su huella, como un uso protocolario, en las alocuciones, los discursos y los escritos oficiales, institucionales y burocráticos, pero difícilmente se integrará al uso común de nuestra lengua, es decir, a la utilización mayoritaria que es la que crea la norma. (El primer des-doblamiento de género, muchísimo antes del lenguaje incluyente, fue “señoras y señores”, de obvio uso protocolario). Será, en todo caso, una variante jergal como otras formas especializadas de un determinado sector. Y esta deducción parte de una observación muy atenta de las personas (incluidas mis amigas feministas) que escriben mensajes en redes sociales, y algunos documentos, utilizando el desdoblamiento de género, pero que ¡no usan este recurso en su interrelación cotidiana!: lo hacen como cualquier otro hablante, y esto revela que los desdoblamientos de género y las otras formas del lenguaje incluyente no están normalizados ni siquiera en el habla de sus usuarios más convencidos.

Notas

1 Diccionario panhispánico de dudas, Real Academia Española / Asociación de Academias de la Lengua Española, Editorial Alfaguara, Bogotá, 2005, p. 311.

2 Ibidem, p. 310.

3 Catherine Clément y Julia Kisteva, Lo femenino y lo sagrado, traducción de Maribel García Sánchez, Ediciones Cátedra / Universitat de València / Instituto de la Mujer, Madrid, 2000, pp. 37-38.

4 Citado en el diario ABC en línea, https://www.abc.es/sociedad/abci-francia-prohibe-oficialmente-lenguaje-inclusiva-escuela-202105071419_noticia.html

5 Diario La Nación en línea, https://www.lanacion.com.ar/sociedad/la-real-academia-es-panola-retira-pronombre-elle-nid2498809/

6 José G. Moreno de Alba, La lengua española en México, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, p. 160.

7 Sara Sefchovich, Del silencio al estruendo: Cambios en la escritura de las mujeres a través del tiempo, UNAM, México, 2020.

8 Ave Barrera y Lola Horner (editoras), Maneras de escribir y ser/no ser madre, Paraíso Perdido, Guadalajara, 2021.