Yo, canibal

Ojos de perra azul

Yo, canibal
Yo, canibal Foto: Cortesía de la autora

Mi primer acto caníbal fue morder una mano. Tenía cinco años, más o menos. Esa mañana, en lugar de ir a la escuela terminé en el hospital. Lo sé porque traía el uniforme puesto, falda azul marino arriba de las rodillas, calcetas del mismo color, blusa blanca y un suéter que me sacaba ronchas en el cuello. Iban a hacerme análisis. ¿Se habrían inflamado las anginas que pronto iban a extirpar? ¿Las alergias habrían hecho de las suyas, otra vez? Era un consultorio iluminado, frío como cualquier nevera, con una camilla, un escritorio y varias sillas. Me acompañaban mi madre y el abuelo; no recuerdo sus voces, ni una sola palabra que me explicara qué estaba haciendo ahí en vez de estar en el salón de clases o en recreo. Puras sensaciones, un poco de miedo. El abuelo me sentó sobre sus piernas, sujetándome fuerte para que no me moviera o escapara. La enfermera, con el pelo oscuro recogido en un chongo y uniforme entallado, le prestaba más atención a él como hombre que a mí como paciente. Me amarró bruscamente el brazo izquierdo con una liga gruesa, pellizcándome la piel que me dolía y se irritaba. Cuando estaba a punto de pincharme con la aguja, usé lo que tenía libre, la única arma a mi alcance: la boca y sus futuros filosos colmillos. Así me defendí de la agresora.

No supe si la sangre que corría por mi garganta y comisuras era mía, de ella o de ambas. Barbarie y horror para el abuelo y mamá. Satisfacción para mí.

Se me antojaba arrancarles la lengua, morderles los labios
y masticarlos

EN LA JUVENTUD me dio por comer humanos, pero a besos. Después de la seducción, en pleno intercambio de salivas, se me antojaba arrancarles la lengua, morderles los labios y masticarlos, pero me aguantaba para no parecer tan salvaje y carnicera. No quería que se asustaran o huyeran. ¿Cómo explicarles a aquellos chicos que para mí hambre y amor eran lo mismo?

Estoy en una edad en la que soy más exigente, no me apasiona lo ya saboreado, no doy pretextos y pido perdón sólo si ofendo o lastimo. Sobre todo, cumplo casi todos mis deseos, como cuando era niña. Se me antoja devorar a todas las personas que amo, para nunca perderlas. Al ingerir fragmentos de sus cuerpos, serán carne de mi carne siempre. Deglutir mis partes favoritas, un agasajo: los pies grandes de mi hermano, las tiernas orejas de mis hijos, la respingada nariz de mi mejor amiga. El cerebro de un novio, el dedo pulgar de otro novio. El pene de un amante. Los muslos de mi psicoanalista. A mi papá me lo comería entero. Un pecho de mi madre, para completar el banquete. Tus ojos los dejo, de postre, para el final de mi vida.

*** Me llamas mucho la tensión.