O’Gorman en Azcapotzalco

Al margen

Juan O’Gorman, Paisaje de Azcapotzalco, mural, 1926.
Juan O’Gorman, Paisaje de Azcapotzalco, mural, 1926. Foto: Cortesía de la autora

En 1926, un joven arquitecto emprendía una peregrinación diaria del sureño pueblo de San Ángel al centro de Azcapotzalco, entonces una municipalidad todavía rural en la periferia de la Ciudad de México. Fue precisamente esa condición remota y un tanto marginada lo que le llevó a cargar sus pinceles hasta el otro extremo de la capital, pues a pesar de haber sido hogar de suntuosas villas campiranas de la élite porfiriana, aún no llegaba del todo la urbanización y mucho menos la educación igualitaria. Esto la convirtió en campo fértil para el proyecto vasconcelista de alfabetización y arte público.

SU NOMBRE ERA, por supuesto, Juan O’Gorman, y con esos trazos en la Biblioteca Fray Bartolomé de las Casas marcaría su ingreso oficial a las filas del movimiento muralista. En reconocimiento a este hito de la historia del arte mexicano, a partir del pasado 28 de julio podemos disfrutar de una sorprendente exposición sobre el arquitecto-pintor, a unos pasos del recinto que alberga su mural más antiguo en existencia, en la Casa de Cultura de esa alcaldía.

Paisaje de Azcapotzalco no fue el primer mural de O’Gorman; sus primeras intervenciones se dieron en las pulquerías Los Fifís, en República de Chile, Mi oficina, en Insurgentes y Chapultepec, y Entre violetas, cuya ubicación no he encontrado. En ese México revolucionario era frecuente que tanto estudiantes de arte como pintores consagrados incursionaran en la decoración de pulquerías, recuperando una tradición añeja. Era un momento en el que se hacía un llamado a poner el arte al servicio del pueblo; ese contacto con la cultura popular era de vanguardia. Las pulquerías no sobrevivieron a la modernidad, pero afortunadamente nos queda su obra de Azcapotzalco para entender cómo fue ese primer O’Gorman muralista.

“A pesar de no ser su primer mural, vemos su experimentación con elementos que después serán su sello”, me asegura Sofía Margarita Provencio, curadora de la exposición O’Gorman O’Gorman y también sobrina bisnieta del artista. Entre esos rasgos se encuentra la frase “La muerte de los fifís”, ahora más actual que nunca, y que de acuerdo con Provencio es el inicio de la denuncia social y política en su obra pictórica. En este sentido aparece también el cartel “Se perforan pozos”, que para la investigadora también brinda una relevancia muy especial al mural, pues anuncia las preocupaciones medioambientales que tomarían cada vez más protagonismo en su trabajo.

Como bien dice su título, este mural es un interesante documento histórico de cómo fue el paisaje de esa zona en el tránsito del porfiriato a la Revolución. O’Gorman plasmó la devastación de los recursos naturales que tanto le angustió, pero también, irónicamente, la urbanización a la que él terminaría contribuyendo. Para Vidal Llerenas, alcalde de Azcapotzalco e impulsor de esta muestra, “O’Gorman fue uno de los grandes constructores del siglo XX mexicano y nos interesaba recuperar esa idea. Fue constructor de instituciones e incluso de la historia; su visión de los héroes patrios se ha vuelto parte de nuestro imaginario a través de sus murales. Era uno de los creadores más completos: fue muralista, pintor, arquitecto, funcionario público y maestro”, afirma.

Al repasar los momentos más destacados de su trayectoria, Llerenas también recuerda las escuelas de 1932, uno de los proyectos arquitectónicos más trascendentes del México postrevolucionario. Esto nos ofrece otro ángulo desde dónde entender su importancia para Azcapotzalco, pues también en esta alcaldía se encuentran algunas de esas famosas escuelas del millón, construidas por O’Gorman bajo expresa encomienda del Secretario de Educación, Narciso Bassols, con un presupuesto de tan solo un millón de pesos para levantar 25 planteles.

El mural de Azcapotzalco es un documento de cómo fue
esa zona en el tránsito del porfiriato a la Revolución

ESTA VISIÓN TOTAL de la creación artística, que se conjugaba con una ética social inamovible, es un aspecto de su trabajo que destaca Juan José Kochen, quien también participó en el proceso de investigación y curaduría de la muestra. En la sala dedicada a su rol en la arquitectura funcionalista en México, de la cual es considerado pionero, me señala la manera en la que integraba la tipografía a su arquitectura escolar o lo adelantados que resultan muchos de sus proyectos. “Ahí vemos el primer multifamiliar de México”, me dice mostrándome un boceto, “pero el crédito se lo lleva el Centro Urbano Presidente Alemán de Mario J. Pani, porque éste nunca se construyó”. En ese delicado balance —a menudo contrariado—, entre lo estético y lo social encontramos claves para entender su obra.

O’Gorman O’Gorman es, pues, más que una exposición sobre un mural. Paisaje de Azcapotzalco fue sólo el detonante para repensar el legado del artista en la Ciudad de México. También para profundizar en las grandes complejidades y contradicciones de su obra, que todavía no terminamos de descifrar. El punto de partida de la breve retrospectiva es, incluso, el momento en el que Juan O’Gorman decide quitarse la vida, en 1982. Fue un acto contundente, como lo describe Provencio, y que ella de cierta forma entiende como el desenlace de su pensamiento y trayectoria, pero del que permanecen muchas interrogantes. A partir de una lectura muy simbólica de este hecho, se indaga en sus procesos teóricos y, sobre todo, en su espíritu rebelde. “Para mí era una pregunta importante, a la que, por supuesto, nunca habrá una respuesta final”, confiesa. Queda, sin duda, mucho por investigar, pero éste es un punto de partida interesante, ya que es la primera vez que vemos colecciones institucionales en diálogo con el archivo familiar.

Más allá de lo histórico, la exposición también nos vuelve la mirada al presente. Se invitó a artistas contemporáneos a realizar obra inspirada en O’Gorman, a partir de un concurso que estimuló la creación en la pandemia. A su vez, inyecta nueva vida al Centro de Azcapotzalco y es un esfuerzo muy necesario por descentralizar la cultura. “Hemos mejorado la Casa de Cultura como espacio de exposiciones. Esto permite que el Centro de Azcapotzalco, que acabamos de remodelar, tenga más actividad cultural”, concluye Llerenas.