“Si volvemos la mirada hacia nuestros orígenes, descubrimos que los lectores somos una familia muy joven, una meteórica novedad. Hace unos 3.800 millones de años en el planeta Tierra, ciertas moléculas se unieron para formar estructuras particularmente grandes e intrincadas llamadas organismos vivos. Animales muy parecidos a los humanos modernos aparecieron por primera vez hace 2,5 millones de años. Hace unos 300.000 años, nuestros antepasados domesticaron el fuego. Hace unos 100.000 años, la especie humana conquistó la palabra. Entre el año 3500 y 3000 a. C., bajo el sol abrasador de Mesopotamia, algu-nos genios sumerios anónimos trazaron sobre el barro los primeros signos que, superando las barreras temporales y espaciales de la voz, lograron dejar huella duradera del lenguaje. Sólo en el siglo XX, más de cinco milenios después, la escritura se convirtió en una habilidad extendida, al alcance de la mayoría de la población —un largo recorrido; una adquisición muy reciente—.
[...] Vladimir Nabokov tenía razón al reprocharnos en Pálido fuego nuestra falta de asombro ante esta prodigiosa innovación: ‘Estamos absurdamente acostumbrados al milagro de unos pocos signos escritos capaces de contener una imaginería inmortal, evoluciones del pensamiento, nuevos mundos con personas vivientes que hablan, lloran, se ríen’. Y lanza una pregunta inquietante: ‘¿Y si un día nos despertáramos, todos nosotros, y descubriéramos que somos absolutamente incapaces de leer?’. Sería un regreso a un mundo no tan lejano, anterior al milagro de las voces dibujadas y las palabras silenciosas”.