Ficcionalizar una verdad

Para un autor, escribir narrativa desde un ángulo personal conlleva la demanda de quitarse la piel. Ante la más reciente entrega de Rosa Beltrán, su colega Myriam Moscona señala con gracia y tino: “la desnudez es la que rifa”. En efecto, las protagonistas de Radicales libres pertenecen a tres generaciones que ven transformarse el país pero, sobre todo, leen los cambios sociales en función de sus propias búsquedas, temores y deseos. Es decir, viven como todos nosotros, por eso resultan entrañables.

Radicales libres
Radicales libres larazondemexico

Querida Rosa:

Cuando comentaste ante un grupo de amigas en qué estabas trabajando, tuve la intuición de que estabas ante tu obra más personal. Ahora, con la novela leída, no creo equivocarme al decir que mucho de lo que escribiste hasta ahora fue preparación para Radicales libres (Alfaguara, 2021), esta novela-sonata estructurada con un ritornello, un leitmotiv encarnado en la ciudad y en sus cambios, una ciudad que va transitando sus edades junto con las de la protagonista. La urbe es tan diversa y cambiante como la voz narrativa de la historia. Tres generaciones: testigos de la historia del siglo XX y los años transcurridos del XXI.

EL DOLOROSO DESFILE de las dictaduras de nuestro continente, la caída del muro de Berlín, las utopías desplomadas ante nuestros ojos, las mujeres y el feminismo, el 68, la necesidad de un cuerpo propio. Y no te quedas allí, la historia te obliga a tocar la era digital hasta llegar a la pandemonia, cuando te encerraste a escribir esta novela. Tú misma la has clasificado como bildungsroman, novela de aprendizaje que retrata el paso de la niñez a la vida adulta.

Asocio el ritornello de tus Radicales libres con las primeras líneas de Piedra de sol, con ese “caminar de río que se curva, / avanza, retrocede, da un rodeo, / y llega siempre”. ¿A dónde llega?

Mientras te escribo, me entero de la muerte de una autora que quise y admiré. Me petrifico. Interrumpo. Voy a una entrevista que Augusto Munaro le hiciera a la poeta argentina Tamara Kamenszain en la revista El Litoral, donde ella señala: “Alain Badiou dice que la poesía es ‘presentificación del presente’. Yo lo entendería diciendo que se escribe en presente, en el sentido de que se trae al presente el pasado y el futuro y se los pone a operar ahí. La poesía no los trae nostálgicamente ni los evoca, sino que los trae para que hagan algo nuevo, para que vivan de nuevo”.

Estas palabras iluminan a Tamara, pero también mi lectura de tus Radicales... El pasado construye ese “algo nuevo”, ese “make it new” del que hablaba el poeta Ezra Pound, y que tu protagonista, en esta saga familiar con ritornello, transmite como antena de su tribu a la hija, ramificación del árbol bien plantado. Ella es la escucha que en términos ontológicos representa esa llegada del río al que alude Paz. Un río que recomienza, que resignifica. Por algo hacia el final del libro, le di-ces, porque aquí si te escucho a ti, Rosa Beltrán, hablarle a tu futuro sabiendo que mientras hablas, el presente es ya pasado en esta historia personal, familiar, individual y colectiva.

Tuve que regresarme para ver dónde estaba el pasadizo que me había llevado de un tiempo a otro. Lo atravesé sin darme cuenta. Magistral 

RADICALES LIBRES ficcionaliza una verdad, un entorno, un despertar de mujeres, un abandono, un mundo interior que se exacerba cuando una madre terrible y fascinante se sube a la moto del vecino, abandona a sus hijos y se va a apostar y a multiplicar su vida como una radical que para ser libre aplasta otros derechos. También la madre se constituye en ejemplo. Ésta es la historia percibida y significada por la acción política, el rock, las drogas, un cuerpo propio, una revelación temprana: “Niños y niñas, animales de distinta raza”.

El agua llegó ya a los aparejos y por algún lado comienza a desbordar. Esta-mos en los años sesenta. La protagonista es una niña que mira el mundo de los adultos en la joda del aprendizaje: “se puede ser criminal y víctima en la misma historia”, pero para aprenderlo, como sabían los poetas visionarios, hay que “pagar”. Quién dijo que la inteligencia y la percepción fueran gratuitos. Se paga por ver, como en el póker. La voz que narra en tu novela va surcando la línea de lo vivido. Sus reflexiones a veces son inmediatas, las hace la niña. Otras, trazando un arco de tiempo, se les cruza con malicia y naturalidad. Por momentos tuve que regresarme para ver dónde estaba el pasadizo que me había llevado de un tiempo a otro. Lo atravesé sin darme cuenta. Magistral.

HAS DICHO que esta escritura te “costó sangre”. Sabías qué querías contar, pero no encontrabas el tono. El cuento de siempre. Sin tono, no hay oficio que valga. El oficio de escritura es un bien que se renueva en cada intento. ¿Acaso llega el día en que un escritor lo tiene en su dominio como un bien inmueble? Allí, al tener las escrituras, se tiene el bien. Aquí, al tener la escritura, aún puedes carecer del bien o, a ratos, perderlo. Y para tenerlo hay que cubrir varios frentes. Veo con deleite cómo los has cubierto con esta obra en que la investigación, si bien requirió bucear en ciertos datos, consistió en un sumergirse en ti, no sólo para darle voz a lo que de verdadero hay en esta historia sino a las meditaciones surgidas a partir de las exigencias del relato. Y en ese sentido, no hay libros, ni navegaciones, ni investigaciones que valgan. Aquí la desnudez es la que rifa.

Recuerdo otra vez a Tamara Kamenszain para decirte que lo que narras, más allá de si ocurrió o no (además de los hechos históricos documentados en tu envidiable título —tomado de la ciencia y de tu inteligencia irónica—), está aquí para hacer con él algo nuevo dentro de la única verdad que im-porta: la verdad de la mentira, de la ficción. “Que nunca perdamos lo que hemos ganado” y sí, que nos sigamos contando, como lo hacen las radicales libres de este relato, el libro que, me aventuro a decir, marcará un antes y después en tu escritura.

Preveo que esta obra será considerada un referente.

Va un fuerte abrazo, Myriam.

MYRIAM MOSCONA (Ciudad de México) es autora de varios libros de poesía, entre ellos La muerte de la lengua inglesa. Ha recibido el Premio de Poesía Aguascalientes, y el Premio Xavier Villaurrutia por la novela Tela de sevoya.

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