Diplomacia cultural

El cese del escritor Jorge F. Hernández como agregado cultural de la embajada mexicana en España, el pasado 6 de agosto, detonó una controversia que no termina. Ha puesto en la mesa el papel de la comunidad intelectual y artística en la representación diplomática del país —una historia realzada por creadores fundamentales del siglo XX—, así como la política exterior del gobierno actual. En una trama tocada por los desaciertos, urge el rescate de una tradición cuya riqueza conviene preservar.

Jorge F. Hernández (1962).
Jorge F. Hernández (1962). Fuente: Cuartoscuro

1. La diplomacia cultural vive sus horas más bajas. A pesar de que esta crisis debe verse como parte de una debacle mayor —la de la política exterior en su conjunto— y en el marco del golpeteo interno de las corrientes de Morena con rumbo a la sucesión presidencial, no deja de sorprender el borroso cese del agregado cultural de México en España, Jorge F. Hernández; el airado cuestionamiento de su reemplazo, Brenda Lozano, versus la obstinación de ésta por permanecer en el cargo; la inevitable renuncia del director ejecutivo de la Diplomacia Cultural, Enrique Márquez, tras una sucesión de errores y —¿finalmente?— el anuncio presidencial de que una poeta indígena del Istmo o mexica debe hacerse cargo de la plaza en Madrid.

Los acontecimientos se han desarrollado con tal velocidad que conviene ponerlos cuadro por cuadro para poder apreciar algunos detalles, omisiones, saltos e incógnitas que se han manifestado en su desarrollo. Veamos. El 6 de agosto, la Cancillería dio a conocer el cese del escritor Jorge F. Hernández por incurrir “en comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional”. Un día antes, el funcionario cultural había publica-do un artículo que exhibía la ignorancia y cerrazón de Marx Arriaga, ideólogo de la proletkult —o cultura proletaria— de la 4T y director de Materiales Educativos de la SEP, quien días antes había criticado la lectura por placer como una forma de consumo capitalista, a la vez que ensalzaba el acto de leer “como acción emancipadora”.

Huelga decir que, por lo menos en las redes sociales, estos comentarios de Hernández sobre Marx (el de Palacio Nacional) se interpretaron como los “comportamientos graves” de los que hablaba el doctor Márquez. Pero como “malas” conductas hay muchas en este mundo, el funcionario tuvo que emitir un segundo comunicado donde “precisaba” que el depuesto agregado cultural le había faltado al respeto a la embajadora de México en España, María Carmen Oñate Laborde.

Por su parte, Jorge F. Hernández negó estas acusaciones, pero días después él mismo introdujo, en una entrevista para el semanario Proceso, un nuevo actor, tan brumoso como los argumentos de su exjefe para despedirlo: el “advenedizo incómodo”, quien se habría hecho presente en la Ciudad de México, en una comida del escritor con sus amigos cercanos durante sus últimas vacaciones al finalizar junio de este año. Este personaje se habría dedicado durante los días siguientes a acosarlo y amenazarlo con dar a conocer una supuesta grabación donde él hablaba mal de la embajadora.1

Entre el momento en que hizo público el cese de Hernández y su segundo comunicado, tan fallido como el primero por no explicar puntualmente lo que había ocurrido, el doctor Márquez comprendió que había que acelerar el nombramiento del nuevo agregado, so pena de que el escándalo por el (todavía) injustificado despido del autor de La emperatriz de Lavapiés siguiera creciendo en las redes y la prensa.

Así, el pasado 16 de agosto la Secretaría de Relaciones Exteriores dio a conocer que sería la escritora Brenda Lozano quien ocuparía la agregaduría y la dirección del Instituto Cultural de México en Madrid. Si bien el anuncio fue recibido positivamente en la mayor parte del ámbito cultural, el sector ultra de Morena vio en su nombramiento una concesión más “al grupo de Krauze” y preguntaron cómo podía ser considerada para el cargo una persona que se burlaba del Presidente de la República en su cuenta de Twitter.

Mientras, intentando ignorar la batalla campal en las redes por su designación, Brenda Lozano esbozó algunos ejes de lo que sería su gestión cultural: se enfocaría, dijo,

... en escuchar y apoyar las propuestas y necesidades de las y los jóvenes para su desarrollo artístico en las diferentes disciplinas [...] orientando el trabajo desde la perspectiva y la paridad de género, que son dos temas muy importantes, y también la inclusión absoluta de la comunidad LGBT+...

En dicha entrevista dejó claro que el núcleo principal de su labor consistiría —como si se tratara de la representación internacional de un organismo feminista— en defender “los derechos de las mujeres, el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, de la violencia contra las mujeres, y todo eso creo que permea y es una nueva forma de mirar el mundo”.2

Los más cerriles morenistas se concentraron en su ataque sabiendo sobre todo que asestaban un duro golpe al canciller Marcelo Ebrard, quien no tuvo más remedio que pedir, sugerir o aceptar la renuncia de su colaborador más antiguo y próximo. Habiendo renunciado el miércoles 18, Márquez todavía tuvo ánimo para divulgar una carta en defensa de Brenda Lozano, acusando al historiador Pedro Salmerón Sanginés (“un furibundo militante que es escuchado por el poder”), de estar detrás del ataque en redes sociales contra la escritora.

Así las cosas, el pasado viernes 20 el presidente López Obrador intervino —ahora sí— para anunciar que le pediría al canciller Mar-celo Ebrard que designara como agregada cultural a una poeta indígena. Increíblemente, para esas alturas Brenda Lozano no había renunciado y, en un artículo publicado por El País al día siguiente, anunció —más increíblemente aún— que no lo haría.

Muchos exagregados culturales de los gobiernos priistas y panistas nunca creyeron que tenían responsabilidad, ni siquiera corresponsabilidad, con esos gobiernos, porque ellos se encargaban de un  asunto cultural

2. Nadie se preguntó ni dijo más sobre un tema que desde el principio debería estar sobre la mesa: ¿para qué, pero sobre todo cómo representar en el exterior a un gobierno que en los hechos desprecia la cultura, la ciencia y las humanidades? ¿Cómo sacar adelante cualquier forma de diplomacia cultural con un gobierno que ha pauperizado a las mismas instituciones culturales? ¿Cómo llevar adelante una agenda feminista (concediendo que fuese éste el núcleo de una representación cultural, que no lo es) cuando el gobierno ignora o minimiza la violencia hacia las mujeres? Y todavía más incomprensible: ¿cómo representar a un gobierno que pretende hacer de su solicitud de perdón por la Conquista o la farsa ideológica de los 500 años de resistencia indígena el eje de su relación con España?

En una cosa tienen absoluta claridad los seguidores más convencidos de López Obrador: lo que necesita la 4T —para éste y muchos otros cargos, como ellos se los imaginan— no son hombres y mujeres con alta cultura, ni que piensen por cuenta propia, sino apenas propagandistas, funcionarios mediocres pero convencidos de que están cambiando al país.

Con toda razón, a Rafael Pérez Gay —casi una voz en el desierto en este tema— le pareció

... al menos extraño que Jorge F. Hernández formara parte de ese ejército de ignorantes, funcionarios de poca monta. Hernández: el humor desaforado e inteligente, la alta cultura, el toque popular, el conocimiento de no pocas tradiciones literarias. Tenía que ser: al cabo de un rato, lo corrieron a patadas de la embajada de México en Madrid. Este gobierno no soporta el humor y el refinamiento literario. Adiós.

Por lo mismo, tampoco a Pérez Gay le dejó de sorprender que a “la joven activista [Brenda Lozano] nadie le enseñó que si corren a patadas a un colega y amigo, aceptar el cargo que él ostentaba es un deshonor, por decir lo menos. Cada quien aprende lo que puede, eso es lo que Brenda Lozano pudo aprender de la vida”.3

3. Así pues, la gran tradición de involucrar a escritores y artistas en las labores de representación en el exterior, nunca ha sido tan maltratada ni tan mal defendida. Frente a un gobierno con franco desinterés por la cultura y más aún por su representación y difusión en el exterior, no abundan las voces que más allá de los conflictos recientes valoren la importancia de esta actividad y que pongan en el centro las ideas y los proyectos que la deben sustentar. Destaco a conocedores de primera mano del tema, como Eduardo Cruz Vázquez, Gerardo Ochoa Sandy o Edgardo Bermejo quienes han planteado puntos de vista importantes en distintos espacios.

En medio de la polémica desatada, el monero Hernández —amigo del presidente y, por lo visto, uno de sus principales ideólogos— preguntó a sus audiencias en Twitter maliciosa, pero atinadamente, algo así como “¿Para qué sirven los agregados culturales?”. Previsiblemente, una muchedumbre respondió: “Para nada”.

Aunque nadie lo hubiera preguntado, es obvio que predomina la percepción de que el agregado cultural es un funcionario que está de más en cualquier misión diplomática, alguien que se hace de una posición envidiable y llega al destino que le han asignado para entonces disfrutar de magníficos cocteles, presentaciones de gala, opíparas comidas y todo el glamur del protocolo diplomático.

Junto a esta imagen, caricaturesca sin duda, la que tiene la misma comunidad cultural mexicana no es, en general, más informada. Supone básicamente que si no se forma parte del servicio exterior de carrera se trata de un reconocimiento a la labor creativa, una suerte de premio que se recibe sin mayor compromiso. ¿Eres brillante, reconocido o premiado? Ya te toca. Tienes todo para ser convocado. Claro, siempre hará falta contar con las relaciones adecuadas.

Buena parte de las creencias equívocas sobre la función del agregado cultural resulta del manejo discrecional por parte de las autoridades que lo nombran y rara vez justifican o transparentan su decisión. Privilegiar al personaje elegido y no los proyectos para los que ha sido convocado; suponer que su prestigio o buenas intenciones son suficientes para un buen desempeño; no valorar la experiencia de los miembros del servicio exterior en la materia —que suelen ser muy competentes y al mismo tiempo los más castigados por las imposiciones venidas de fuera—; o no requerir experiencia en el terreno de la gestión y promoción culturales, son algunos de los problemas y vicios que rodean la designación de los diplomáticos culturales.

Por otra parte, a pesar de que históricamente la diplomacia mexicana se ha hecho representar no pocas veces por notables figuras de la cultura nacional como Amado Nervo, Alfonso Reyes, Octavio G. Barreda, José Juan Tablada, Jaime Torres Bodet, Sergio Pitol, Octavio Paz o Carlos Fuentes, por mencionar unos cuantos, no siempre contó con el interés de los miembros del servicio exterior de carrera y el pleno reconocimiento de sus labores. Andrés Ordóñez, uno de los diplomáticos mexicanos destacados en esta área, recuerda lo siguiente:

En la cancillería mexicana es célebre el dicho atribuido al distinguido economista y político Horacio Flores de la Peña, varias veces embajador de México en países de primera importancia, quien —se dice— sistemáticamente desconfiaba de cualquier funcionario vinculado con el área cultural, y no tenía empacho en afirmar que esa instancia era un “depósito de putas, putos y güevones” [sic].4

4. La crisis que vive hoy la diplomacia cultural no se superará porque se quede o no Brenda Lozano en el cargo o porque llegue una poeta indígena. La crisis, como he dicho, forma parte de un desastre aún mayor en una Cancillería desgastada en todos los sentidos, con una política exterior contradictoria e improvisada frente a las nuevas afi-nidades con gobiernos autoritarios y dictatoriales, y un equipo —el de Marcelo Ebrard— compuesto en su mayoría por jóvenes sin experiencia en las áreas estratégicas que manejan.

Las lecciones que dejan los recientes ceses, nombramientos y renuncias son muchas y tendrán que ser procesadas con rigor por un futuro gobierno, no éste, al que simplemente le urge un elemento decorativo más en su impostura “progresista”. No obstante, destaco una que ya es hora de asimilar y por supuesto debatir: el representante cultural en el exterior es un funcionario, menor si se quiere, pero funcionario al fin y al cabo de un gobierno. La idea que tienen muchos de nuestros intelectuales y creadores al momento de participar como funcionarios culturales, dentro y fuera del país, es que “su” área de trabajo no tiene “nada” que ver con la política. Muchos exagregados culturales de los gobiernos priistas y panistas nunca creyeron que tenían alguna responsabilidad, ni siquiera corresponsabilidad, con esos gobiernos, porque ellos se encargaban de un “asunto cultural”, no de un “tema político”.

Esa “pureza” ha sido una gran coartada —innecesaria— para explicar su le-gítima presencia en los gobiernos de Salinas, Zedillo, Calderón o el propio López Obrador. El puesto de agregado cultural no debería prestarse a equívocos: en ningún momento, menos aún

cuando se invitó a las más grandes figuras de nuestras letras, este tipo de funcionario representó a la cultura mexicana “a secas”. Isidro Fabela convocó a llevar el mensaje de la Revolución Mexicana; Alfonso Reyes, Torres Bodet y otros muchos instrumentaron en sus áreas la entonces dignísima política exterior. Piénsese en esto: si Octavio Paz no hubiera tenido perfecta conciencia de que su cargo diplomático era una representación política, bien hubiera podido quedarse en su puesto en la India y alegar que la suya era una “embajada cultural”.

Estoy seguro de que la diplomacia cultural será retomada tarde o temprano por una Cancillería dispuesta a evitar la improvisación, respetuosa de las mejores experiencias y proyectos, capaz de aprovechar a sus cuadros más profesionales de carrera e integrar a los más brillantes y comprometidos funcionarios “a la carrera”, asumiendo nuevas reglas y al mismo tiempo transparentando su designación.

La crisis pasará. La 4T también. De ahí que la diplomacia cultural mexicana, con la enorme fuerza de su pasado, debe abrir desde ahora la discusión sobre su futuro.

Notas

1 Alejandro Gutiérrez, entrevista, “El escritor Jorge F. Hernández detalla su cese en España”, Proceso, 18 de agosto, 2021.

2 J. Francisco de Anda Corral, entrevista a Brenda Lozano, “Nueva agregada cultural en España, relevo generacional e ideológico”, El Economista, 17 de agosto, 2021.

3 Rafael Pérez Gay, “Incultura y deshonor”, Milenio, 20 de agosto, 2021.

4 Andrés Ordóñez, “Diplomacia cultural: Elementos para la reflexión”, La Jornada Semanal, número 671, 13 de enero, 2008.

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