Apuntes sobre una editorial que no existe

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Volver a DF Foto: larazondemexico

La revista Moho la fundamos un grupo de estudiantes de ingeniería y el primer número apareció en noviembre de 1988. Fue una reacción contra el desencanto político, el arte trascendental convertido en iglesia y contra el peso de una sociedad que nos causaba repugnancia. También fue un túnel hacia otra perspectiva del conocimiento y una aventura. Revistas como Piedra Rodante, La Luna de Madrid, Madrid Me Mata y La Regla Rota, entre otras, fueron cruciales en el nacimiento de nuestra publicación.

En 1995 decidimos comenzar con una editorial que mantuviera la atmósfera o la vena de la revista. Yolanda M. Guadarrama y yo nos dedicamos a ello, y más adelante se sumó el diseñador René Velázquez de León. Mi hermana, Norma Fadanelli, llevaba a cabo la revisión de estilo. En vista de que nadie publicaba mis relatos decidí hacerlo yo mismo y de ese modo apareció Terlenka. La portada lucía una imagen de Yolanda misma que habíamos tomado del video Soy loca por ti. El dinero para publicar nuestro primer libro lo donó un mecenas y amigo, Sergio Verduzco, ingeniero y coleccionista de arte.

A partir de allí se fraguó un camino editorial bastante sinuoso e impredecible: no todas las librerías aceptaban vender nuestras ediciones, la distribución la llevábamos a cabo de una forma modesta y cobrar lo vendido fue siempre un suplicio. Aun así, estábamos satisfechos ya que publicábamos solamente a autores que habían participado en la revista o que formaban parte de un circuito que podría denominarse cultura subterránea o excéntrica, abocada a la dispersión, al epifenómeno y a la acción dadaísta. En la revista Moho nos valíamos del panfleto, el relato, la poesía visual y la ilustración, gráfica o fotografía esperpéntica. En la editorial tratamos de mantener aquellas viejas intenciones.

Esencialmente publicábamos a amigos o a lectores fanáticos que tomaban como suya la orientación o el caos premeditado de la editorial, hecho que hacía de Moho una especie de cofradía. Esos amigos no lo eran de una forma gratuita ya que compartíamos cierta actitud ante el mundo que nos contenía y asfixiaba. En ese sentido la editorial significaba una liberación de los cánones morales y una expresión cínica de las emociones. Cada obra fue una excepción y estuvo acompañada de los dibujos o la gráfica de un artista cómplice, además de que hacíamos las presentaciones en lugares totalmente inusuales, como antros donde se practicaba sexo en vivo, tabernas de baja estofa, estacionamientos, azoteas, la casa que yo rentaba en el Centro Histórico y también en bares donde tocaban ciertas bandas que nos parecían memorables o suicidas.

No todas las librerías aceptaban vender nuestras ediciones, la distribución la llevábamos de forma modesta y cobrar fue siempre un suplicio

Podría decir que son dos las cualidades que han sido constantes en la editorial: por una parte, el escenario urbano y su promiscuidad vecinal, sus taras y su movimiento enloquecido; y por otra el humor, el temperamento irrepetible y el sarcasmo que cada escritor pone de relieve en sus temas y escritura. Suelo decir que Moho es una editorial que no existe —el crecimiento industrial no se encuentra en nuestros planes— y a los autores que publicamos les advierto que al aparecer su obra en nuestras páginas ellos desaparecerán también. No se trata la anterior de una boutade, ni tampoco de autocompasión o elogio disfrazado, sino de una especie de certeza o presentimiento.

El financiamiento de la editorial se lleva a cabo con el trabajo de Yolanda y el mío; el retorno de las ganancias a nuestras manos es un acto de magia fuera de lo común y sólo se presenta en ocasiones. Aun así, continuamos publicando a escritores cuya literatura nos complace. Las más recientes novelas son La piedra de las galaxias, de Adrián Román (gráfica de José Tafolla), y Mi lucha, de Ari Volovich (portada y dibujos de Bayrol Jiménez). En ambos libros el diseño ha sido de Yolanda M. Guadarrama. En otras obras éste ha sido llevado a cabo por René Velázquez.

Me causa sorpresa que me continúen enviando obras para publicar ya que no somos una editorial formal y yo debo darme tiempo para leer los escritos como debe ser. Un tiempo que se agota y que además dedico en su mayor parte a escribir mi propio trabajo: yo estoy antes que nadie, incluso para marchar hacia el paredón. Tal vez sea tiempo de pedir auxilio y sumar a algunas personas más a la nave de rumbo ambiguo. O quizás sólo terminar y dejar que el tiempo muerda como el perro que siempre ha sido. De cualquier forma, el ritmo con que publicamos es casi teórico y en general hemos estado al margen de las normas del mercado, si es que existe algo que pueda ser denominado de esa manera. El lema de la revista y de la editorial siempre ha sido “Salud para los enfermos, virus para la gente sana”, pero mencionar esto en los días que acontecen es naturalmente incorrecto o insensible.