Dureza hecha para vender

A tres décadas de su apogeo, el grunge sigue siendo motivo de abordajes y valoraciones diversas que suelen coincidir en que su esplendor, aunque fugaz, dejó una huella perdurable. Le dedicamos la mayor parte del número anterior de El Cultural, pero el espacio resultó insuficiente y nos impuso la necesidad de volver al tema, esta vez con dos enfoques que no pueden quedar al margen de un panorama completo de lo que significó esa explosión, tan furiosa como rentable.

Dureza hecha para vender Foto: Fuente: redbubble.com

El rock alternativo es la madre de las etiquetas musicales de los noventa, la matriz de los subgéneros que irrumpieron tras Sonic Youth y Nirvana. El término alternativo lo puso en circulación Bob Guccione Jr., editor de la revista Spin, la biblia del nuevo rock entre 1985 y 1997. Lo explotó cada año con un tomo más grueso de la Spin Alternative Record Guide: indie, dark, goth, nu metal, noise, industrial, shoegaze, neosicodelia, stoner, hard core, garage, electrónica, hip hop y su majestad, el grunge.

LA MERCADOTECNIA, LA MODA Y LA MUERTE

Mientras tanto, el rock en Seattle germinaba entre dos disqueras independientes, Estrus Records, de Dave Crider —que vimos acá con los Mono Men—, y Sub Pop, de Bruce Pavitt y Jonathan Poneman, quienes empezaron a usar el grunge para definir a los grupos en sus boletines. La palabra se las disparó Mark Arm, de Green River y Mudhoney.

Ese rock alternativo entró a una disquera de ligas mayores con Sonic Youth. El empresario David Geffen, à la Richard Branson de Virgin con los Sex Pistols, le apostó a Goo! Fue un caballo de Troya, la bajista Kim Gordon convenció a Geffen de grabar el segundo disco de Nirvana. Entonces MTV creó sus emisiones 120 Minutes / Alternative Nation y el fenómeno voló hasta la luna.

Los cazadores de lo cool que menciona Naomi Klein en No Logo se atascaron en el lodo de Washington. Las ondas de radio se amacizaron. Apareció otra moda-antimoda, el look de leñador roquero. Las películas y documentales como Singles de Cameron Crowe y Hype! de Doug Pray se adueñaron de las pantallas. Los grupos saltaron de los fanzines y las revistas de rock a las de moda y celebridad, hartos de la fama y desmarcándose de la fiebre que trajo prosperidad a su periferia. Recursos sonoros como Distorsión + Overdrive + Super Fuzz + Big Muff se volvieron la fórmula secreta. Pero la fiesta terminó tras el escopetazo de Cobain. No sería el único caído en los caminos del grunge por sobredosis o suicidio, el último fue el cantante Chris Cornell, de Soundgarden, en 2017. La muerte de Cobain en 1994 nos desmoralizó a todos. Fue congruente con su discurso, pero el grunge perdió altura. Ahí empezó a trabajar la maquinaria del rockstar muerto a los 27 años, con la parafernalia, el chisme de la conspiración para matarlo y la bronca de la viuda con los nirvanos.

AROMA DE RABIA JUVENIL

Nevermind sigue siendo el disco de rock más significativo de los noventa, con más de treinta millones de copias vendidas. La rebeldía vende bien. Al ser el grupo que le dio sonido y voz a la Generación X, Nirvana llevó la cultura subterránea a la cumbre comercial con una etiqueta que le encasquetaron las corporaciones: grunge, el sonido de Seattle. Jamás quisieron abanderar ningún movimiento y, al igual que Mudhoney, Soundgarden y Pearl Jam, despreciaron el término que les dio fama y mucha lana.

La historia del trío pueblerino ha sido contada en libros y documentales, particularmente del compositor, guitarrista y cantante, el rubio de los cables pelados. Lo vimos ascender al éxito como un bólido en llamas destinado a estrellarse. La muerte por escopetazo el cinco de abril de 1994 sigue siendo un misterio redituable. Aún se discute si se lo propinó él en medio de una depresión o si se lo atizaron como parte de un complot, buen pretexto para comercializar la leyenda.

La muerte de Cobain en 1994 nos desmoralizó. El grunge perdió altura. Ahí empezó a trabajar la maquinaria del rockstar muerto a los 27 años 

Su primer disco lo lanzó Sub Pop en 1989, una crudeza llamada Bleach, producido por el “arquitecto del grunge”, Jack Endino. Y en septiembre de 1991 Geffen lanzó el disco que le iba a dar una vuelta al rock. Es una joya con 24 kilowatts de potencia efectiva. Doce canciones furiosas con su gancho pop, producidas por otro magazo del estudio, Butch Vig. La pista sonora de la angustia juvenil, producida y empaquetada para su venta masiva.

Cobain fue uno de los compositores clave de esa época y del rock. Con su forma desgarradora de tocar y cantar, el óxido expropiado a Neil Young, su admiración por William Burroughs, la fascinación por las drogas duras y las armas; con todo eso encontró el tono, las palabras y la actitud para expresar lo que sólo podía expresarse a través de la música: el espíritu juvenil. Faltaba el empaque, el envase del aroma Teen Spirit by Nirvana, y el aparato de publicidad, difusión y distribución de la industria. Desde la portada de Robert Fisher y Cobain, con la fotografía de Kirk Weddle del bebé Spencer Elden en la alberca.

Ahora Elden pretende demandar por pornografía, pero sólo consiguió hacerse meme, obsequiándole una megacampaña en medios y redes a Nirvana por los treinta años del disco.

Sin embargo, el grunge todavía es objeto de discusión entre los necios. Algunos lo niegan como terraplanistas a pesar de la evidencia. Para otros fue una moda que reciclaba el pasado y logró meterse hasta la cocina de los hogares y las fiestas familiares. Antes de eso fue una movida que comió punk y heavy metal, otra vuelta en la espiral del rock salvaje de cochera americana que desciende de los Sonics ("Psycho") y los Stooges ("No Fun") en los sesenta, los Ramones ("Blitzkrieg Bop") en los setenta y Black Flag ("Rise Above") en los ochenta. Ninguno vendió discos ni tuvo la merca y la publicidad del grunge, pero de ahí le bajaba la idea musical a Cobain, además de profesar su fe en Flipper y en el melancólico Daniel Johnston.

Nirvana fue el ariete comercial del llamado rock alternativo. Con toda su dureza hecha para vender, Nevermind es un disco honesto, al cuidado de una mano experta que supo conservar su espontaneidad, con dos himnos generacionales: “Smells Like Teen Spirit” y la sicodélica “Come As You Are”. Si en 1991 había grupos alternativos en fuga, el trío derrumbó las puertas del mainstream. Tras ellos irrumpió la horda de subterráneos, ya impulsados por la mercadotecnia y la publicidad. Y aunque prefiero el Unplugged, podría apostar un dólar a que Nevermind es su mejor disco.