Diatriba del Premio Nobel de Literatura

La credibilidad y el prestigio del galardón literario más importante del mundo —cuyo ganador de este año se anunciará en los próximos días—, constituyen un fenómeno cuya supervivencia resulta difícil explicar; una historia de tropiezos y decisiones que a la distancia resultan endebles, cuando no insostenibles. Sin embargo, permanece su maquinaria de estereotipos o fetiches que movilizan al mercado y al público lector. Como sabemos —y este ensayo lo establece con toda claridad—, ante escritores de dimensión universal que no recibieron el premio, “hay chambones galardonados de los que hoy, con entera justicia poética, nadie se acuerda”. Más vale estar prevenidos.

Winston Churchill (1874-1965), Premio Nobel 1953. Foto: Fuente: loft.it

Algún día serán reveladas las artimañas, intrigas, trampas y manipulaciones en la historia de más de un siglo del Premio Nobel de Literatura, desde que en 1901 se le concedió al mediano poe-ta francés Sully Prudhomme, cuando aún estaba vivo el más grande escritor de su tiempo, Lev Tolstói, quien moriría el 20 de noviembre de 1910 sin haber recibido dicho galardón que, en cambio, sí se otorgó a una nulidad española, José Echegaray (en 1904) y a una medianía de la filosofía alemana, Rudolf Eucken (en 1908). En la enciclopedia Los Premios Nobel leemos lo siguiente:

Cuando en 1908 se le concedió el Premio Nobel de Literatura [a Eucken], los jurados de la Academia Sueca (Svenska Akademien), divididos a favor de dos candidatos, el poeta británico [Charles] Swinburne y la novelista sueca Selma Lagerlöf, optaron por un filósofo que defendía con empeño los valores espirituales de la existencia.1

Imaginemos a tales jurados, deliberando sobre los méritos de dos escritores (¿hay que precisar acaso que es una distinción para creadores literarios?), y ya que no logran ponerse de acuerdo ¡eligen a un filósofo!, como si lo que estuvieran dictaminando fuese el inexistente Premio Nobel de Filosofía; en lugar de concederle el galardón literario al escritor vivo más universal.

Sin sonrojo chovinista, al año siguiente, esa misma Academia concede el Nobel a Lagerlöf, y en 1910 a otra medianía alemana, Paul Heyse, mientras se olvidan de Swinburne, porque en 1909 ya reposaba en el panteón. Con la creencia de que los genios literarios están en todo el mundo, la Academia Sueca concluye que debe haber muchos en Suecia y hasta se sirve con doble cuchara. En 1974 el galardón fue compartido por las medianías suecas Eyvind Johnson y Harry Martinson. Al igual que en los casinos, la casa siempre gana, aunque la literatura pierda. Sin embargo, nunca se ha concedido el galardón dos veces seguidas a un país, lo cual impediría que en 2021 lo obtenga otro estadunidense, puesto que en 2020 fue para Louise Glück. Los suecos se permiten dobletes, pero no creen que alguna nación tenga dos escritores universales que merezcan ser premiados de manera consecutiva.

DESDE SU CREACIÓN, este premio ha prodigado muestras de arbitrariedad y desatino. Conforme fueron pasando los años se ideologizó, producto de que la institución convocante se entregó al oportunismo político al conceder el “máximo reconocimiento de las letras universales” no al mejor escritor, sino al más conveniente del momento. Además, de acuerdo con una rotación geográfica de cuotas nacionales, en un simulacro de democracia y equidad literarias, capaz de ir a las regiones más ignotas del planeta a buscar a ese Genio Literario Ignorado o, en su defecto, de pescar a la vuelta de la esquina (por ejemplo, con patriotismo, en las calles de Estocolmo) a ese autor idealista que coincide con las corrientes del aire político dominante. Y cualquiera puede ser idealista más allá de la calidad de su literatura.

¿Por qué, en el año 1902, el Nobel de Literatura fue concedido al historiador, filólogo y jurista alemán Theodor Mommsen, autor de El mundo de los Césares, obra de gran calidad, pero perteneciente al terreno de la historia? Por la misma razón de que en 2016 fue para Bob Dylan; por la misma razón, también, de que en 1927 fue para Henri Bergson; por la misma razón de que en 1950 fue para Bertrand Russell y, sobre todo, por la misma razón de que, en 1953, fue para Winston Churchill. ¿Cuáles son las imperecederas obras literarias (es decir, de creación narrativa, lírica, épica o dramática) que escribieron estos insignes?

En 2018 hubo escándalos no únicamente del ámbito literario, sino también por acoso sexual, conflictos de intereses financieros y filtraciones de información a agentes literarios y apostadores

Para la Academia Sueca la razón es lo mismo que la conveniencia, especialmente para consentir alguna causa de corrección política o de acomodo ideológico. De ahí las múltiples medianías literarias legitimadas como pilares de las letras y, para mayor democracia, las no pocas nulidades o “supersticiones literarias”, como las definiera Jorge Luis Borges. Hubo autores de fama fugaz de los que se habló mucho en los días, semanas y meses posteriores a la obtención del Nobel y que hoy reposan, para la literatura, “en tumbas vacías”, como dijera con atinado sarcasmo Vladimir Nabokov, otro gran escritor desdeñado por los suecos.

Sorprende, a pesar de todo, que una gran parte del público lector todavía confíe en un organismo (la Academia Sueca) y en un premio (el Nobel de Literatura) cada vez más desprestigiados. Se ha dicho que fue una sabia decisión la de Alfred Nobel (por cierto, Nobel es palabra aguda y no grave) el establecer, en su última voluntad, que la Academia Sueca se encargara de determinar y conceder el Premio de Literatura que lleva su nombre. ¿Por qué? Porque si hubiese establecido que se encargase a una asamblea internacional de escritores, ello habría sido y sería aún más explosivo que la dinamita que inventó Nobel: las pugnas entre bandos enemigos serían aún mayores, lo mismo que las componendas entre amigos. Es verdad, pero no cabe duda de que en toda organización encargada de entregar reconocimiento y dinero (mucho reconocimiento y mucho dinero) las cosas no siempre funcionan bien o, para decirlo parafrasean-do el “principio de incompetencia” de Peter, si es probable que funcionen mal, seguramente funcionarán mal.

En 2018, en el seno de la Academia Sueca, hubo escándalos no únicamente del ámbito literario, sino también por acoso sexual, conflictos de intereses financieros y filtraciones de información a agentes literarios y apostadores, entre otros delitos. Esto mostró el verdadero rostro de una institución que, para efectos de entendernos, es el equivalente, en la literatura, a lo que la FIFA (de escandalosa corrupción) es en el futbol.

El Nobel de Literatura no sólo es literatura; también es negocio, y también puede ser mentira y estafa; de hecho lo es, a la vista de toda la suciedad exhibida por los propios académicos suecos: tanto los que se quedaron como los que se fueron.

Y, pese a todo esto, le hemos dado muchísima credibilidad (social, cultural y literaria) a un premio que es decidido por menos de veinte personas de una misma nacionalidad con intereses individuales obvios, gustos diferentes y no pocas alianzas indignas. A ello súmese el hecho de pretender conciliar moral con calidad literaria y, cuando esto no es posible, decantarse sin más por la moral en detrimento de la literatura.

Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Premio Nobel 1967. ı Foto: Fuente: centrocultural.coop

¿CÓMO ES POSIBLE que la gente (el “público lector”, así llamado) siga toman-do tan en serio el Nobel de Literatura como termómetro de la grandeza literaria? No deja de ser extraño si consideramos la chapucería que le rodea, y entonces tendríamos que admitir que también hay lectores chapuceros: ésos, por ejemplo, que ante el solo anuncio del Premio Nobel de Literatura de cada año, de inmediato se ponen a fatigar las librerías para leer a ese genio que la Academia Sueca ha inmortalizado, y se sienten incompletos si no han leído nada de ese titán recién oficializado o, peor aún, si ni siquiera lo han oído nombrar.

En su libro Perdonadme, ortodoxos (1986), el filósofo español Fernando Savater escribió lo siguiente:

Nadie se atreve a afrontar el: “¿pero tú aún no conoces...?” que nos expulsa de la cábala de los elegidos y nos precipita a lo profundo de una sima de ignorancia. Es verdaderamente repelente la estúpida fruición con la que los mordidos por el bacilo cultural se abalanzan sobre lo que “pinta” ese mes o esa quincena. Fue un caso aleccionador el suscitado por la concesión del Premio Nobel al poco patente Mr. Patrick White [en 1973]; hubo un azorado revuelo en que cada cual rebuscaba en su memoria o en su archivo huellas de ese personaje, y en las tertulias se comentaba, como si se tratara de un maravilloso regalo de la Diosa Fortuna, que Fulano tenía un libro del laureado en su casa e incluso lo había leído. Pocos días después, las editoriales saciaban con apresuradas publicaciones las ansias whitefágicas del dócil rebaño. Algunos críticos, en tono contrito, denostaban el singular atraso de los españoles, empeñados en leer Dios sabe qué boberías cuando en el mundo andaba suelto genio tan notable e imprescindible. No conozco a nadie que reaccionase ante el caso en el tono apropiado: “No he leído ni una puñetera línea del señor White, no siento la menor urgencia por leerle y no me considero especialmente disminuido por esta abstención, aunque le den un Nobel dos veces por semana”.2

Y es que este reconocimiento suscita una gran angustia entre los ilustrados (no necesariamente cultos, pues también hay zoquetes ilustrados) incapaces de admitir que no se puede leer todo lo que se publica y que, por lo general, las nominaciones y premios que reparte la Academia Sueca poco tienen que ver con la valoración rigurosa de la calidad literaria y sí mucho con las componendas y con las negociaciones ideológicas de lo políticamente correcto. Si en octubre gana el Premio Nobel de Literatura nuestro vecino, por el que no daríamos ni un centavo, ¿por qué tendría que sorprendernos? Si nuestro vecino no es, por desgracia, Paul Auster, puede ser un buen escritor de segunda fila como tantos nobelizados. Hay escritores universales, cuyas obras leemos y releemos, que no lo obtuvieron, y en cambio hay chambones galardonados de los que hoy, con entera justicia poética, nadie se acuerda.

EL 19 DE OCTUBRE de 1967, Max Aub anotó en su diario: “Miguel Ángel Asturias, premio Nobel. ¿Por qué no? Igual podían habérselo dado a Gallegos o a Yáñez, pero no a Borges, Carpentier o Neruda, que se lo merecen”.3 Y es que en este afilado comentario hay una ironía devastadora y una lúcida predicción: el galardón máximo de las letras a Asturias es tan intrascendente que resulta intercambiable; Rómulo Gallegos o Agustín Yáñez están en ese mismo nivel de importancia de autores nacionales de primera, pero universales de segunda, que son olvidados conforme pasa el implacable tiempo. ¿El Señor Presidente?, ¿Hombres de maíz?, ¿Mulata de tal?, ¿Viento fuerte? ¿Quién los lee ahora que no sea en Guatemala o en los departamentos de estudios hispánicos de las universidades de Estados Unidos, Francia o Canadá? (Cabe decir que, hace décadas, leí la obra completa de Asturias, y hace un par de años quise releer El Señor Presidente, su libro más emblemático, y se me cayó de las manos; así que lo levanté y lo regresé a la estantería).

En 1969, cuando el Nobel de Literatura fue concedido a Samuel Beckett, no eran pocos quienes creían que el galardón sería para André Malraux. El premio a Beckett, irlandés, pero escritor de lengua francesa, no se discute en lo literario, aun si la Academia Sueca no le concedió el galardón a Malraux, según éste por lo mismo que explicó cuando ya había perdido toda es-peranza de recibirlo: “No, no le darán nunca el Nobel a un degaullista. Puedo consolarme: no lo tuvieron ni Valéry ni Claudel”.4

No es sólo un premio literario, sino también político. En 1971 fue concedido a Pablo Neruda, extraordinario poeta, cuyo estalinismo no obró en contra suya porque, cuando política y literariamente se habla de ideales, la izquierda siempre está al frente

Alguna vez se habló del galardón para Juan Rulfo. Pero Artur Lundkvist, el único académico sueco que leía en español y que fue decisivo para que le dieran el premio a Neruda y se lo negaran a Borges, había opinado que Rulfo no tenía probabilidad ninguna de obtenerlo porque “ha escrito muy poco”. Con criterio semejante resulta obvio que tampoco se lo hubieran concedido a Kafka, quien, como agravante, dejó inconclusas sus novelas. Sin embargo, escribió el propio Borges, “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”,5 y “Kafka ha sido uno de los grandes autores de toda la literatura”.6

Que no obtuvieran el galardón Alfonso Reyes, Carlos Fuentes o Fernando del Paso es irrelevante, pues ninguno está entre los más grandes escritores universales. Es nuestro nacionalismo lo que nos hace imaginarlos en el podio como si de los Juegos Olímpicos se tratara. Pero también es verdad que, viendo y valorando la lista de quienes lo han obtenido, no hubiera sido sorpresa que los nobelizaran. Da lo mismo si lo hubiera obtenido Benito Pérez Galdós, aunque no dé lo mismo cuando vemos entre los nobeles españoles a José Echegaray, Jacinto Benavente y Camilo José Cela. Obviamente, Pérez Galdós sería más decoroso. Y aunque nos encante Bob Dylan como trovador, la concesión del Nobel de Literatura en 2016 fue un pésimo chiste de la Academia Sueca, que se las quiso dar de muy moderna para quedar bien con la contracultura cuando ésta ya había dejado de serlo. Si de contracultura se trataba, ¿por qué no premiaron, en su momento, a Jack Kerouac? Hasta Patti Smith dijo que hubiera preferido a Murakami en lugar de Dylan, para quien sugirió “un galardón especial por su enorme contribución poética al cancionero americano con algunos de los temas más increíbles de la historia”,7 ¡pero no el Nobel de Literatura!

AUNQUE PAREZCA BROMA, han sido candidatos al Nobel de Literatura el general francés Charles de Gaulle y escritores menores como Carlos María Ocantos (argentino), Germán Pardo García (colombiano) y María Enrique-ta Camarillo (mexicana). Todos por ra-zones patrióticas.

Queda claro que este reconocimiento de carácter universal no es sólo un premio literario, sino también político. En 1971 el Nobel fue concedido a Pablo Neruda, extraordinario poeta, cuyo estalinismo no obró en contra suya porque, cuando política y literariamente se habla de ideales, la llamada izquierda siempre está al frente incluso en Estocolmo. Se puede ser amigo íntimo del dictador Fidel Castro y obtener el merecido reconocimiento, como Gabriel García Márquez en 1982. En cambio, los deslices de los grandes escritores con la derecha, o desde la derecha, los estigmatizan y, a veces, los condenan para siempre. Se puede loar a Stalin, pero no saludar y elogiar a Pinochet, atrocidad que hizo Borges, aunque no más grave que los halagos de Neruda a Stalin. La Academia Sueca reparte las cartas con la mano zurda, porque los ideales se ven bien desde la izquierda (lo que sea esto), y porque el Premio Nobel de Literatura es un galardón “para quedar bien” con el mundo, aun en perjuicio de la literatura.

En 1936, Borges, quien cortejó insistentemente y sin fortuna el Nobel (a pesar de admitir que tendría muy malas compañías en ese parnaso), predijo que, con la política del “internacionalismo insensato” de la Academia Sueca, “antes de cien años un autor argentino habrá obtenido el Premio Nobel, por mera rotación de todos los países del atlas”.8 Tal predicción no se ha cumplido, pero se cumplirá con un escritor que, desde ahora lo sabemos, no tendrá comparación con el inmenso Borges. Carlos Fuentes profetizó que lo obtendrá César Aira (1949) y, para quien no lo sepa, el escritor argentino que más cerca ha estado de ob-tenerlo fue Manuel Puig (1932-1990), en 1982. ¿Qué hubiera dicho Borges de haberlo obtenido Puig? Habría dicho alguna frase inolvidable, en el tono de la que expresó en 1984: “La Academia Sueca premiaba a escritores que eran mundialmente conocidos. Ahora ha cambiado de modus operandi: se dedica a descubrir valores. No lo reprocho; me gustaría ser descubierto”.9

Louise Glück (1943), Premio Nobel 2020. ı Foto: Fuente: neahoy.com

En el descarte de la Academia Sueca hay tan grandes escritores que incluso lamentar que no hayan recibido el Premio Nobel de Literatura Julio Cortázar o Juan Carlos Onetti resulta pueril. Es verdad que no lo obtuvieron, pero tampoco Lev Tolstói ni Antón Chéjov, James Joyce, Marcel Proust, Rainer Maria Rilke, Gottfried Benn, Bertolt Brecht, Virginia Woolf, Paul Claudel, Marguerite Yourcenar, Ernst Jünger, Henry James, Émile Zola, Colette, Stefan Zweig, Edith Wharton, Ezra Pound, Giovanni Papini, George Orwell, Mark Twain, G. K. Chesterton, Aldous Huxley, Henrik Ibsen, Joseph Conrad, Robert Graves, D. H. Lawrence,

Katherine Mansfield, Paul Valéry, E. M. Forster, Isak Dinesen (Karen Blixen), Vladimir Nabokov, J. R. R. Tolkien, Susan Sontag, Juan Rulfo, Graham Greene, Henry Miller, Jack Kerouac, Michel Tournier, Philip Roth y George Steiner, entre los más universales. Los casos de Kafka y Pessoa se comprenden: la mayor parte de sus obras es de carácter póstumo. Pero queda claro que tampoco se lo hubieran concedido a Antoine de Saint-Exupéry (en 1943, De Gaulle lo acusó, sin pruebas, de apoyar a Alemania, y su libro Piloto de guerra fue prohibido en Francia) ni a Louis-Ferdinand Céline (por colaboracionista y antisemita), más allá de sus virtudes literarias. Alguien dijo que la luz de los inmortales de cada país se apaga en la siguiente generación. Únicamente la de los universales sigue encendida por siglos.

TRUMAN CAPOTE, quien pese a su egolatría siempre estuvo seguro de que jamás obtendría el Premio Nobel de Literatura, afirmó:

El Nobel es una burla. Año tras año se lo conceden a un autor prácticamente inexistente. Los autores norteamericanos que lo han recibido son increíbles. Sinclair Lewis, Pearl S. Buck. Está bien que se lo dieran a Hemingway. Está bien que se lo dieran a Faulkner. Pero ¿a Saul Bellow? Y no sólo los norteamericanos.

Todos los elegidos son, por lo general, muy pobres. Fue ridículo dar el Premio Nobel a Camus. ¿Por qué se lo dieron? ¿El extranjero? ¿Un par de libros de ensayo? Si alguna vez hubo un autor de segunda fila, ése era Camus. [...] Cuando uno piensa en la gente que no lo recibió (E. M. Forster, Proust, Isak Dinesen) y se lo dan a esa nulidad llamada William Golding, queda claro que ese premio es para auténticos bodrios.10

El entrevistador de Capote, Lawrence Grobel, acota: “Bueno, a Joyce tampoco se lo dieron”, ante lo cual el autor de Desayuno en Tiffany’s estalla: “Nunca se lo habrían dado. Es una miserable organización [la Academia Sueca], las cosas como son. Vamos, cualquiera que conceda el Premio Nobel a Pearl Buck debería ir a hacerse una revisión en una institución mental”.11 Bueno, si no supiéramos que este premio es también político, preguntaríamos: ¿quién, en su sano juicio, le concede el Nobel de Literatura a Bob Dylan pudiendo galardonar a George Steiner?

Pablo Neruda, en sus Memorias, dedica varias páginas al tema del Premio Nobel que le fue concedido en 1971. Escribe: “La verdad es que todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar alguna vez el Premio Nobel, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan”.12 Y recuerda cómo Venezuela lo cortejó inmoderadamente, por medio de un embajador, para que le fuese concedido a Rómulo Gallegos, y también trae a cuento cómo lo deseó Paul Valéry, “tan grande poeta, tan impecable escritor [que] jamás obtuvo el famoso premio”. Agrega que las veces que fue candidato sin obtener el premio la situación colindaba con el ridículo, pues le resultaba irritante ver aparecer su nombre en las competencias anuales, “como si fuera un caballo de carrera” que al final termina “derrengado y sin lauro”. Y no deja de mencionar que, cuando se lo concedieron, hubo más de una señal oficial, por parte de los suecos, de que ese año, 1971, “la cosa iba en serio”.

El público sigue leyendo más en la fama que en la literatura. Louise Glück no es mejor a partir del Premio Nobel. Algunos ni siquiera la habían oído nombrar, pero a partir del 8 de octubre de 2020 todo cambia, y cualquiera que la ignore pasa a ser un tonto

QUE EL NOBEL DE LITERATURA es también negocio y asunto de las casas de apuestas y de las agencias literarias, más allá de la literatura, lo demuestra el premio de 2020, que obtuvo la poetisa estadunidense Louise Glück. Poco conocida en los países de lengua española y cuyas obras (Ararat, Averno, El iris salvaje, Las siete edades, Praderas, Una vida de pueblo y Vita nova) las publica exclusivamente, desde hace más de una década, el sello español PreTextos, se dio el caso de que el agente literario de la premiada, Andrew Wylie, mejor conocido (por sus "tácticas de negocio”) como El Chacal, haya roto la relación contractual de Glück con PreTextos, a fin de vender al mejor postor los derechos, en español, de la galardonada. Business is business.

El público sigue leyendo más en la fama que en la literatura. Glück no es mejor poetisa a partir del Premio Nobel de Literatura, pero tal parece que lo es ante los que se dejan deslumbrar por el galardón. Antes no la conocían y algunos ni siquiera la habían oído nombrar, pero a partir del 8 de octubre de 2020, cuando se da a conocer la noticia del premio, todo cambia, y cualquiera que la ignore pasa a ser un tonto. Lo cierto es que el Premio Nobel de Literatura da fama mundial y encarece los derechos de los premiados en beneficio de las agencias literarias, aunque, como es obvio, nada aporte a la calidad de la obra. Manuel Borrás, fundador de PreTextos, declaró que cuando se dio a conocer a Glück como ganadora “vendimos más libros de la Nobel en un cuarto de hora que en catorce años”.

Antes, pocos la leían; ahora, todos quieren leerla o al menos tener alguno de sus libros y decir que ya la han leído. Nada de esto es de extrañar: los lectores, cada vez más domesticados, creen de veras que el Premio Nobel de Literatura consagra indubitablemente y legitima, por decreto real, la inmortalidad de un escritor, aunque Marcel Proust y tantos más no hayan necesitado de esa vejiga para nadar.

A sus 92 años, es improbable que Milan Kundera sea designado este octubre para recibir el Nobel de Literatura y, con veinte años menos, es factible que nobelicen a Haruki Murakami, siempre y cuando la Academia Sueca considere que ya le toca, por mera rotación geográfica, otro Nobel a Japón, luego del de Kawabata (1968) y el de Kenzaburō Ōe (1994). No lo obtendría la poetisa canadiense Anne Carson, puesto que en 2020 se galardonó a otra poetisa de lengua inglesa. Y por lo mismo está descartado Paul Auster: porque en 2020 premiaron a una estadunidense. Puede ser un sirio libanés-francés, Adonis, con gran propaganda. O puede ser cualquiera.

Notas

1 Los Premios Nobel, vol. I, 1901-1915, Orbis, Barcelona, 1986, p. 125.

2 Fernando Savater, Perdonadme, ortodoxos, Alianza, Madrid, 1986, p. 17.

3 Max Aub, Diarios-1967-1972, edición, estudio introductorio y notas de Manuel Aznar Soler, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2003, p. 97.

4 Ibidem, p. 203.

5 Jorge Luis Borges, Biblioteca personal, Alianza, Madrid, 1988, p. 102.

6 Jorge Luis Borges, Borges A/Z, compilado por Antonio Fernández Ferrer, Editorial Siruela, Madrid, 1988, p. 149.

7 https://www.abc.es/cultura/abci-patti-smith-preferia-nobel-para-murakami-y-premio-especial-para-dylan-201611011855_noticia.html

8 Jorge Luis Borges, Textos cautivos, Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939), Tusquets, Barcelona, 1986, pp. 47, 48.

9 Jorge Luis Borges, Borges A/Z, op. cit., p. 202.

10 Lawrence Grobel, Conversaciones íntimas con Truman Capote, traducción de Benito Gómez Ibáñez, Anagrama, Barcelona, 1986, p. 134.

11 Ibidem, p. 136.

12 Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, Seix Barral, Barcelona, 1974, p. 414.