Alfredo López Austin

En el mosaico de los mitos

El pasado viernes 15 de octubre trascendió la noticia del fallecimiento de Alfredo López Austin (1936-2021), al cabo de una vida generosa que deja un legado para los investigadores en humanidades. La riqueza de su obra continuará como un tesoro para esclarecer “el origen, el orden, el significado y la razón de ser de los dioses mesoamericanos”, así como para el conocimiento del mundo prehispánico y colonial, en un arco donde la historia colinda con la antropología, entre otras disciplinas. Dos especialistas revisan los temas puntuales que modelaron el trayecto de su obra y magisterio, con dos estampas que perfilan su retrato.

Alfredo López Austin (1936-2021). Foto: Fuente: uv.mx

“No entendí la historia del México prehispánico hasta que supe que cada personaje era su propia abuela”, dijo Paul Kirchoff a sus alumnos para aliviar su tránsito por una confusión de informes en las fuentes. El maestro hablaba en broma, pero Alfredo López Austin, alumno, en adelante se vio obligado a recordar estas palabras, dice, con demasiada frecuencia.

EN LÓPEZ AUSTIN se cumple algo que él mismo apuntó al describir a Edmundo O’Gorman, treinta años mayor, como “un mosaico de teselas heterogéneas”.

Una de las primeras imágenes que devuelve este mosaico es la del estudiante fuereño en el México del novísimo, múltiple y estimulante campus de Ciudad Universitaria. Pasó por el Seminario de Derecho Constitucional, como egresado de la Facultad de Derecho, y se ha convertido en miembro del Instituto de Investigaciones Históricas, además de profesor de náhuatl en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudia los factores reales de poder que rigen en un país determinado, aunque en su caso el poder que constituyó el pueblo azteca al llegar al Valle de México es el que lo intriga, sabiendo y no que en breve su idea del pensamiento filosófico-religio-so azteca le ha de exigir un mapa de su cosmogonía.

Se trata de una imagen nítida de López Austin, aunque algo cándida, como sucede con las fotos que están a medio camino del álbum familiar y del bo-letín universitario, en la que dijo:

El interés principal es la intención de aproximarme, por uno de los medios más adecuados, al pensamiento mágico del pueblo náhuatl. Considero que este medio, el de la versión directa de las respuestas que dieron los informantes indígenas de Tlatelolco a fray Bernardino de Sahagún, permite, en primer término, recibir un pensamiento más directo, con menos influencia europea; luego, el análisis mismo de la lengua también es un excelente vehículo de aproximación, por medio del que pueden alcanzarse conceptos que no quedaron expresamente registrados.

López Austin estudia el pasado indígena al tiempo que vive su presente. De un lado, el espacio que ocupan Mario de la Cueva y Ángel María Garibay en sus respectivos seminarios universitarios, del otro, el que ocupa Miguel León Portilla en el Instituto Indigenista Interamericano desde octubre de 1960. La experiencia en esta última institución lo enfrenta a proyectos de desarrollo en comunidades indígenas y centros de adiestramiento, así como a diversas tareas de consultoría efectiva. El trabajo en seminario completa sus alfabetizaciones. No por nada agradece a De la Cueva, Garibay y León Portilla la ayuda y consejos en su primer libro, La Constitución Real de México-Tenochtitlan (1961).

LA SIGUIENTE IMAGEN en el mosaico lo muestra como lector, traductor, editor y autor: el cuadrivium contempo-ráneo del oficio de la historia, pues no hay otra manera de enfrentar a plenitud sus tareas ni de lograr que la historia amplíe su horizonte de saberes y desafíe cuanto se cree bien conocido y resuelto.

A saber cómo tomaron los alegatos, dudas, propuestas y sugerencias que López Austin puso sobre la mesa, pero, cosa curiosa, del pequeño círculo de sus colegas surgieron los primeros lectores de ensayos como “Gobernantes justos, jueces sabios”, publicado a mediados de 1962 en La cultura en México, suplemento de la revista Siempre! O bien que se adentraron en Juegos rituales aztecas (1967), Augurios y abusiones (1969), Medicina náhuatl (1971), Educación mexicana. Antología de documentos sahaguntinos (1985), imprescindibles y llenos de miga historiográfica, producto del asedio sistemático de López Austin al universo documental que generó el fraile franciscano Bernardino de Sahagún entre las comunidades indígenas del altiplano central entre 1529 y 1590: el Códice Matritense del Real Palacio y el de la Real Academia de la Historia, el Códice Florentino y los discursos de los ancianos o Huehuetlatolli. ¿Abusiones?, más de uno pregunta. López Austin responde: “Augurio: conocimiento de lo que va a acontecer; abusión, que tiene como sinónimo superstición, creencia en un proceso de causa-efecto de naturaleza mágica”. Del trabajo sobre el libro quinto de la Historia general de Sahagún, del que surgió el dedicado a los augurios y abusiones entre los nahuas, algo más hay que decir. Junto a las traducciones al castellano, al alemán y al inglés realizadas por Ángel María Garibay en 1944, por Leonhard Schultze-Jena en 1950 y por Charles E. Dibble y A. C. Anderson en 1957, respectivamente, la de López Austin de finales de los años sesenta fue la primera traducción completa.

El apogeo de su perpetuo apego a Sahagún lo señalará la edición que elaboró, con la colaboración de Josefina García Quintana, de la propia Historia general de las cosas de Nueva España (1982, 1988).

Hombre Dios ı Foto: larazondemexico

FUE UN LECTOR ATENTO, un traductor más que escrupuloso y desconfiado, un editor erudito y un escritor con un agudo dominio del sentido y del ritmo de las palabras. Las teselas del mosaico apenas hacen justicia a la figura del heterogéneo autor que asomó en Hombre-Dios. Religión y política en el mundo náhuatl, la tesis de maestría en historia que defendiera a mediados de 1972. Tal como dialogan los seres mitológicos en los relatos que los perpetúan, López Austin encontró parte de las respuestas que buscaba en las mismas preguntas que se hacía. Y refrendó su identidad en títulos como Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas (1981), Una vieja historia de la mierda (1988), Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana (1990) y El conejo en la cara de la luna (1994). Sus páginas delatan el deseo de entender las formas de conciencia del hombre, así como la voluntad de dar con “el origen, el orden, el significado y la razón de ser de los dioses mesoamericanos”, y el deseo de estudiar los factores reales de poder despertó el interés de López Austin por la cosmogonía.

Las mismas teselas convocan una imagen más, relacionada con títulos como Temoanchan y Tlalocan (1994) y con los manuscritos que elaboró al alimón con el arqueólogo de la familia, Leonardo López Luján: El pasado indígena (1996, 2001), Mito y realidad de Zuyuá. Serpiente emplumada y las transformaciones mesoamericanas del clásico al posclásico (1999) y Monte sagrado: Templo Mayor (2009).

En esta otra imagen el historiador López Austin transita hacia el antropólogo que ha reunido y ponderado una amplia cantidad y variedad de fuentes que vienen de tiempos tan diversos como sus cunas y tradiciones. Es el mismo sujeto que integró Los mitos del tlacuache: lector ávido, insaciable, constructor de sentidos para las representaciones míticas de las culturas tzotzil y huichola contemporáneas, anticuario de la imaginería mural teotihuacana, restaurador de vínculos en una tradición religiosa mesoamericana que aborda como algo intemporal y tan concreto como un códice.

LA IMAGEN de Alfredo López Austin como estudioso de los mitos completa el mosaico. Ahí donde los más veían en los mitos de la tradición religiosa mesoamericana un manojo de seres locos, sobrenaturales, gratuitos, distantes y sin esperanza, López Austin los leyó —con la acuciosa recurrencia de la duda— como una hermética minoría que descubría su humanidad en la contingencia del poder. Un poder que además de alejar, indiferenciar y des-asemejar a los hombres, sólo existe pa-ra ejercerse contra ellos.

Varias veces lo acompañó Luis Millones, historiador y antropólogo peruano, con quien publicó estudios sobre las culturas de los Andes y Mesoamérica dirigidos a estimular la elaboración de análisis comparativos entre las concepciones indígenas de estas dos macroáreas culturales. Tras elaborar el primero, Dioses del Norte, Dioses del Sur. Religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes (2008), coordinaron dos libros colectivos: Fauna fantástica de Mesoamérica y los Andes; Cuernos y colas. Reflexiones en torno al Demonio en los Andes y Mesoamérica (2015), además de reunir Los mitos y sus tiempos. Creencias y narraciones de Mesoamérica y los Andes (2015). Con Alejandra Gámez Espinoza coordinó el volumen Cosmovisión mesoamericana. Reflexiones, polémicas y etnografías (2015). El camino del mito le hizo reunir al narrador, al científico, al filósofo y al estudioso de la literatura. “Toda actividad del hombre —escribió— esconde los grandes lineamientos de su cosmos, de las innumerables construcciones de los cosmos, de las innumerables formas de las tradiciones culturales”.

En notar y reconocer esta parte de la actividad humana, así como en mirar los factores reales de poder “en el regocijante infierno de la vida humana”, como escribió José Revueltas, se realiza el enorme magisterio de López Austin.