Las pasiones tristes son el efecto de un ejercicio de poder.
GILLES DELEUZE
Hoy, cuando alguien se define a sí mismo como un idiota, el mundo descansa, pues el valiente merecería convertirse en un símbolo de respeto para una sociedad con derecho al anonimato. Dicho arrojo es difícil de encontrar en la literatura contemporánea; por eso vale la pena traer a la conversación al escritor mexicano Fernando Nachón, quien durante los ochenta propinó una serie de cachetadas a la cursilería. Fue autor de libros como De a perrito, Cachetadas en las nalgas, Los niños bien, Diario de un pendejo, entre otros. Cada título absorbe la atmósfera literaria de aquellos momentos, en especial en la Ciudad de México. Todos se caracterizan por narrar las aventuras de personajes que exhiben comportamientos destructivos hacia el sexo, las drogas o el alcohol, usando un lenguaje que crea un ambiente paródico entre la combinación del argot burgués decadente y la tendencia a la rebeldía, propia del mundo underground que busca confrontar el orden establecido.
La figura del idiota no es nueva en la literatura. Uno de los grandes libros de Dostoyevski la lleva consigo, pero fue Gilles Deleuze quien la deconstruyó como el cortocircuito que, a través de la cadencia de su movilidad, interrumpe la marcha de los sabios. Tal cual lo hizo Pancho Cachondo —así me gustaría apodar a Fernando—; abrió una grieta en la narrativa mexicana con matices biográficos, lo que da como resultado una prosa capaz de hacer reír al lector más senil. Por supuesto, reproducir discursos de violencia no es aconsejable, pero incluirlos en la literatura permite sopesar vías de sanación, como concebía el filósofo francés. Ante esta perspectiva, ¿cómo rescatar al soldado Nachón?
“NO SOY UN IMBÉCIL”
Realizar un análisis de la obra de Nachón en relación con los principales exponentes de la literatura norteamericana sería repetitivo e injusto con un escritor que creó una identidad propia. Sin embargo, reflexionar sobre las lecturas que formaron a Fernando, que incluyen a Nietzsche, Schopenhauer, Freud o los que imita sarcásticamente, como García Márquez o Milan Kundera, propondría alternativas para que estas líneas temáticas penetren la vida de personas tristes y, en palabras del autor, destrocen el síndrome que retrata una realidad: “No soy un imbécil, lo que sucede es que no siento”.
En los momentos más lúcidos, los personajes de Nachón exhiben preocupaciones que los llevan más allá del libertinaje. Eso se debe, muy probablemente, a los conflictos emocionales que son sus aliados principales y enemigos en las relaciones interpersonales. Quizá en este punto encontremos uno de los motivos por los que Nachón no irrumpió con mayor fuerza entre lectores fuera de la atmósfera que retrató o por qué no logró escribir un libro aparentemente serio. Rescatarlo no sólo implica revivir el mi-to de su paradero, sino comprender que dentro de las risas, la burla y el sarcasmo existe mucho dolor. Rescatar a Fernando es ayudarse a uno mismo.
Rescatarlo no sólo implica revivir el mito de su paradero, sino comprender que dentro de las risas y el sarcasmo existe mucho dolor
Nachón está convencido de que la literatura es un analgésico contra la realidad, similar a cuando un enfermo combate con píldoras los síntomas de su mal, postergando el diagnóstico de su padecimiento. Ante esta situación, Deleuze propondría como tratamiento la obra filosófica Ética, escrita por Baruch Spinoza. Esta lectura buscaría vincular la pasión por las letras del chilango con la capacidad de elegir los afectos que le hagan reflexionar sobre sus acciones en detrimento de sí mismo. De esta forma, en sus palabras, los libros dejarían de ser sólo el grito de auxilio al caer en un pozo, para convertirse en una fuente inagotable de conocimiento que lo rescatará del fondo y lo guiará hacia la salida.
FUENTE DE SANACIÓN
Antes de la lanzarse por la ventana, Deleuze se acercaría a Fernando para continuar el proceso con la interpretación de Spinoza que realiza Laurent Bove en su libro La estrategia del conatus.
En él expone que para ser capaces de identificar nuestros comportamientos adecuados e inadecuados hace falta transformar el sufrimiento en un proceso de exploración sobre las causas que lo detonan, entre ellas los afectos y la potencia —utilizando los conceptos abordados en Ética—, en el razonamiento de que para poder escapar de los sentimientos negativos es necesario primero formarse una idea clara y precisa de ellos.
Spinoza murió convencido de que su existencia estaba justificada después de terminar Ética —al que consideró su libro más trascendente. Seguramente, siglos después, estará contento de observar que siendo considerando un racionalista e inspiración en diferentes campos del conocimiento, parte de su obra fue identificada por Deleuze como una fuente de sanación y de aplicación teórica de la filosofía ante las vicisitudes que Nachón se ocupó de encarnar sin tregua.
Hace unos años, recibí un mensaje en redes sociales de una mujer misteriosa que sentenciaba: “ya nadie se acuerda de Nachón”. Sólo asentí a su comentario, pues quizá era una lectora más. Conversamos durante unos meses, en los que me compartió cosas inéditas sobre Fernando. Finalmente, se despidió de mí y envió saludos para Fadanelli. Quizá era o no Pancho. Pero hoy en especial, alguien se acordó de él.