Dirigida por Denis Villeneuve, Duna se basa en la adaptación de la novela de Frank Herbert, de 1965, que escribieron Jon Spaihts, Eric Roth y el propio director. El resultado es deslumbrante y por momentos sobrecogedor: una epopeya fílmica en el canon tradicional, realizada de manera impecable, que presenta ese universo complejo, sus principales personajes y el trágico dilema que deben confrontar. Por otro lado, es un filme cumplidor, hecho con la presión de no desilusionar a los fanáticos (Villeneuve es uno de ellos); en consecuencia, es la película más predecible y menos perturbadora de la filmografía del director. A esto se suma la familiaridad que hay en la cultura popular con los temas de Duna, los cuales han sido plagiados y copiados durante décadas, especialmente por George Lucas y su equipo. De tal manera, por mucho que se quiera innovar en el diseño y la estética, el efecto sorpresa y la novedad se han perdido en el fárrago de la ópera espacial, La guerra de las galaxias y sus incontables parásitos.
Herbert imaginó en este futuro remoto (el año 10,192) una civilización de alto desarrollo tecnológico, bajo un orden político que es un eco del imperialismo expansionista, místico y militarista de la Europa medieval y renacentista. Así, tenemos un relato coloreado por solemnidad marcial, los rituales, la magia, el orden dinástico, el autoritarismo, el uso de espadas (debido a que los soldados tienen escudos invisibles que los protegen de las balas) y la brutal ambición de explotar los recursos naturales en las colonias, destruyendo culturas y aniquilando nativos. No obstante, a diferencia de otras sagas planetarias ambiciosas y expansivas, Herbert creó personajes diversos que rompen estereotipos e inyectó su narrativa con auténtica tensión política, así como una visión inteligente y desapasionada de los conflictos internacionales de la guerra fría, Vietnam y el desastre ecológico.
Los Harkonnen, bajo el poder del obeso flotante, empijamado en seda, barón Vladimir Harkonnen (Stellan Skarsgård), se han enriquecido obscenamente al explotar por décadas una sustancia, la especia, que además de sus poderes alucinógenos y místicos es indispensable para los sistemas de navegación cósmica (de esa manera, Herbert fusionaba el tráfico de drogas y la voracidad por los combustibles fósiles). La sustancia se da únicamente en Arrakis, un planeta hostil y desértico, infestado por gusanos de arena gigantescos, capaces de devorar enormes plantas móviles de recolección de especia. Súbitamente, el emperador decide confiar el control de ese planeta al clan Atreides, liderado por el duque Leto (Oscar Isaac). Éste acepta la encomienda con la esperanza de integrar a los nativos de Arrakis, los Fremen, bajo el liderazgo de Stilgar (Javier Bardem), a su coalición; abandona el bellísimo planeta de Caladan con su concubina Jessica (Rebecca Ferguson), quien tiene poderes de control mental y proviene del culto espiritual Bene Gesserit, su hijo Paul (Timothée Chalamet), su gabinete y sus tropas.
La vida es durísima en ese planeta agreste, donde todo es escaso y exponerse a la intemperie durante el día por unos minutos, sin la debida protección, es un suicidio. Pronto descubrimos que la generosa concesión colonial a Leto puede ser una estrategia para eliminarlo y destruir su clan.
Estamos ante otro relato de un joven y desorientado mesías que llega del espacio para liberar a un pueblo oprimido. Un redentor con tintes cristianos como John Connor de Terminator y de Neo de The Matrix, que debe pelear una guerra de guerrillas contra un enemigo poderoso. Paul es un vidente melancólico, confundido y atormentado, que tiene sueños premonitorios, ha heredado de su madre poderes sobrehumanos que apenas intuye y está destinado a volverse el Kwisatz Haderach, el redentor cósmico que las Bene Gesserit han tratado de crear mediante la manipulación del linaje y la herencia genética, así como para ser el Lisan al-Gaib, el mesías que esperan los Fremen.
El obstáculo más imponente de este desafío es cómo establecer una relación entre lo íntimo y la inmensidad de la escala planetaria
VILLENEUVE EVITÓ todo lo que sobraba en la versión de David Lynch de 1984, que era el exceso, la desmesura enloquecida y el brutal amontonamiento de elementos. Asimismo, no se dejó llevar por el delirio inventivo psicodélico, apoyado en el arte de Moebius, que terminó por naufragar la versión de Alejandro Jodorowsky en los años setenta. Villeneuve decidió ser estrictamente fiel al libro y optó por partirlo en dos para tomarse su tiempo. Así, además de las obligadas escenas medulares, las dramáticas coreografías espaciales y batallas estridentes, hay un deleite por mostrar pasajes de gran belleza, fotografiados por Greig Fraser. El diseño de producción de Patrice Vermette recrea un mundo sin computadoras, donde estilos artísticos occidentales y asiáticos del pasado se fusionan con sobriedad zen. Ese minimalismo también se refleja en los estoicos diálogos. La música, o más bien los paisajes sonoros de Hans Zimmer, son escalofriantes y fastuosos. Otra virtud es un reparto estupendo que incluye a Charlotte Rampling, Zendaya, Josh Brolin y Jason Momoa, entre otros.
Debemos a Villeneuve dos cintas de ciencia ficción inteligentes, sensibles, visualmente soberbias: Arrival (La llegada, 2016) y Blade Runner 2049 (2017). Por lo tanto, sus credenciales para lanzarse en este proyecto eran excepcionales. El problema obvio era que los diversos niveles de complejidad política, ecológica, dramática, militar y religiosa del libro son extremadamente complicados de sintetizar y presentar con claridad (tanto para los fans de Herbert como para quienes desconocen el material original). Pero el obstáculo más imponente de este desafío fílmico es cómo establecer una relación entre lo íntimo, lo personal y lo emocional (que quizás es mejor logrado por Ferguson y Momoa) y la aplastante inmensidad de la escala planetaria, los paisajes y los gusanos de arena. La posibilidad de que la segunda parte se materialice dependerá del éxito que tenga esta cinta.
La cinta comienza con Chani (Zendaya) diciendo: “¿Quién será el siguiente opresor de nuestro pueblo?”, lo cual parece cuestionar la narrativa que postula a un salvador blanco de un pueblo cuya apariencia está evidentemente inspirada por los bereberes, los beduinos y las tribus nómadas de Noráfrica y el Magreb. La historia tradicional de los colonizadores generosos queda plantada en arenas movedizas. El regreso a esta historia hoy es oportuno no sólo por la atmósfera de conspiraciones amenazantes y el auge de los fascismos que vivimos, sino también por el ambiente revisionista actual en torno a las herencias coloniales y el poder de los imperios que moldearon al mundo. La cinta termina con Chani diciendo: “Esto es sólo el principio”. Esa afirmación abre la puerta para responder a su pregunta inicial y para poner en escena la inevitable colisión entre las ambiciones explotadoras y genocidas del imperio y la ilusión del mesianismo redentor revolucionario.