La creación de una estética

En esta edición de El Cultural presentamos ángulos complementarios de las letras latinoamericanas contemporáneas. De entrada, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara anunció que la chilena Diamela Eltit es merecedora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances; lo recibirá al inaugurarse el encuentro, el próximo sábado 27, en el regreso presencial de esta celebración. La académica y escritora mexicana Margo Glantz comparte en estas páginas un ensayo sobre la obra de su colega: entre otros rasgos notables, destaca el proyecto literario que estructura la poética de la originaria de Santiago.

Diamela Eltit (1949). Fuente: latercera.com

1. LEONIDAS MORALES, crítico chileno fallecido en 2019, entrevistó a Diamela en 1998. En su prólogo dice: “No creo que después de José Donoso, el de El lugar sin límites, Casa de campo y El obsceno pájaro de la noche, se haya instalado en Chile un proyecto narrativo más importante que el de esta escritora, entendido como estructura y producción de sentido... Nadie como ella, de todos los novelistas chilenos posteriores a Donoso, transforma tan conscientemente la crisis de la unidad del sujeto y la desau torización del narrador...”.

Y Morales hablaba sólo de las primeras obras de Eltit, que para 1998 había publicado nada menos que Lumpérica (1983), Por la patria (1986), El cuarto mundo (1988), el reportaje intitulado El padre mío (1989), Vaca sagrada (1991), Los vigilantes, El infarto del alma (ambos de 1994), y en 1997, E. Luminata. Después, en el siglo XXI, Diamela publicó numerosos libros, amén de ensayos, y el último, El ojo en la mira, reflexión sobre la lectura, editado en Ampersand, en la colección Lectores dirigida e ideada por Graciela Batticuore.

Y es cierto, la obra de Diamela no consta sólo de novelas y ensayos, es sobre todo, dato fundamental, la consecución de un proyecto literario, la creación de una poética singular y una estética que como ella dice es “un jugar con lo barroco y no escribir desde el barroco”, lo que da origen a una lengua original y una sintaxis profundamente compleja, muy elaborada, calificada a menudo por cierta crítica hasta como ilegible, esa escritura que Diamela concibe como “muy apretada” o “al margen” (“quedé muy impresionada —dice Eltit, refiriéndose a la recepción de su segunda novela, Por la patria—, cuando me di cuenta que quedaba en el vacío un proyecto que fue muy litera-rio... digamos que ha estado más al margen”).

Me refiero a la cultura modelada por los medios de comunicación de masas, que funciona, de hecho, como un correlato del “mercado”.

Desde su territorio específico, la crítica literaria periodística establece pues, en mayor o menor medida, una relación de complicidad con la ideología de la nueva cultura pública dominan-te. Pasan también a presidir su práctica los patrones estéticos de los que esa cultura es solidaria. Son patrones caracterizados por su masificación. En otras palabras, por la exclusión de los valores propios de un arte “superior” (y difícil no concebirlo como de “élite”). En el caso de las no- velas, aquellas donde la escritura se revela dócil al dictado de dichos patrones están, en principio, en mejores condiciones para convertirse en “éxitos” editoriales (de “venta”) y, asimismo, para ser recepcionadas con especial interés por la crítica periodística, que aquellas otras donde esos patrones son abiertamente transgredidos, como ocurre con las de Eltit.

Su literatura era a menudo considerada como “críptica”, o como demasiado “teórica”, “hermética”, casi gongorina:

Como lectora, me detuve muy tempranamente en textos medievales, renacentistas o barrocos que me obligaban a internarme en el lenguaje castellano, el español de hoy, hasta comprender la extensión de la movilidad de la lengua. Las Soledades de Luis de Góngora representan un momento en que la escritura literaria muestra y demuestra su elasticidad, las vueltas y revueltas del significado ante el desplazamiento de los núcleos gramaticales. Nos enfrentamos a la letra que opera como significa- do del significante.

Una literatura que se complace en partir de referentes, no como modelos, insisto (y ella lo subraya siempre), sino como generador de proyectos literarios, dato muy de tener en cuenta para entender su propia poética.

¿Y cuáles serían esos múltiples referentes? Si se revisa con cuidado su último ensayo puede advertirse cómo la lectura es disparadora de ideas y a la vez componente orgánico de la escritura, pero sobre todo sugiere la gestación de una estética propia pero nutrida de esas lecturas preferidas, domesticada y recreada como lengua propia (“Pero yo creo que lo que entra sí es una estética. Creo que está ordenado más bien por una estética”).

Una estética derivada en parte del barroco:

En él me apoyo, en el teatro, la escena, en la mise en scène. Para mí el teatro sigue siendo el del Siglo de Oro... Todavía recuerdo: “Hipo-grifo violento que corriste parejas con el viento”, un verso que se incrustó en la parte memoriosa de mi cerebro y que pertenece a La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca... El teatro que yo manejo más en mi cabeza es ese...

Un barroco —prosigue— que se recuperó en Latinoamérica y que el cubano José Lezama Lima llevó al paroxismo en la novela Paradiso o en su obra ensayística siempre entreverada. Y desde otro lugar, gozoso, irreverente, el autor de Puerto Rico Luis Rafael Sánchez, con La guaracha del Macho Camacho.

la tarea histórica sería encontrarle una palabra a la locura, misión que asume de manera absoluta Diamela Eltit, cuando en compañía de la fotógrafa Paz Errázuriz visita un manicomio situado en Putaendo, Chile...  en el se alojan enfermos residuales

2. SI ASUMIMOS con Shoshana Felman, quien a su vez lo toma de Foucault, “que la locura es primordialmente ausencia de lenguaje, ausencia de una obra, el silencio de un lenguaje que ha sido reprimido o apagado”, la tarea histórica sería encontrarle una palabra a la locura, misión que asume de manera absoluta Diamela Eltit, cuando en compañía de la fotógrafa Paz Errázuriz visita un manicomio situado en Putaendo, Chile, casi trepado sobre la cordillera; advierte entonces que en él se alojan “enfermos residuales, en su mayoría indigentes, algunos de ellos sin identificación civil, catalogados como NN”.

Y aquí me permito retomar otro escrito mío sobre ese hermoso texto acompañado de bellas y perturbadoras fotografías:

La marginación es total —escribí—los internos han perdido su nombre, su condición ciudadana, su relación con lo simbólico, con el espacio, ¿no están confinados en un territorio cercado por unas rejas, por la caseta de control, por la cordillera?, ¿no poseen solamente un cuerpo deformado, castrado, torcido, y a pesar de todo, un cuerpo dispuesto para el amor?

¿Qué sería describir con palabras la visualidad muda de esas figuras deformadas por los fármacos, aclara Diamela, sus difíciles manías corporales, el brillo ávido de esos ojos que nos miran, nos traspasan y dejan entre- ver unas pupilas cuyo horizonte está bifurcado?

La experiencia que viven esos hombres vuelve a caer en el terreno de lo literal —una experiencia límite—; están arrinconados, en semejanza mimé- tica con el edificio que los aloja, una construcción leprosa montada sobre los cerros y colocada en el borde mismo de la geografía. Y sin embargo dentro de ese ámbito cercado y en el territorio exiguo de sus cuerpos imperfectos, desvalidos, se alberga el amor, el amor loco literal, aunque despojado de la mitificada aureola que contiene esa expresión, tal y como fuera acuñada por Breton:

Las parejas se me confunden —con- cluye Eltit—. Hay gran cantidad de enamorados. ¿Hay enamorados? Margarita con Antonio, Claudia con Bartolomé, Sonia con Pedro, Isabel y Ricardo y así y así y así. ¿Cuál es el lenguaje de este amor?, me pregunto cuando los observo, pues ni palabras completas tienen, sólo poseen acaso el extravío de una sílaba terriblemente fracturada. Entonces, ¿en qué acuerdo?, ¿desde cuál instante?, ¿qué estética amorosa los moviliza? Veo ante mí la materia de la desigualdad cuando ellos rompen con los modelos establecidos, presencio la belleza aliada a la fealdad, la vejez anexada a la juventud, la relación paradójica del cojo con la tuerta, de la letrada con el iletrado. Y ahí, en esa descompostura, encuentro el centro del amor.

3. UN ELEMENTO IMPORTANTE de la obra de esta escritora es su compromiso con lo social, una de cuyas más importan-tes facetas sería la de las distintas for-mas de dominación que existen en el mundo, muy especialmente la que se ejerce contra la mujer. Y en el campo de la escritura ésta sería cada vez más palpable y sin embargo invisibilizada de manera perversa en la recepción de la muy abundante producción reciente de escritura femenina.

Retomo sus palabras, son de lo más definitivo:

Me resulta perturbadora la biologización de la letra en la cultura... Pensé y pienso que el “campo literario", según la conceptualización de Bourdieu, agrupa de manera global a las mujeres que escriben bajo el rótulo de “literatura de mujeres”, sin importar la dirección ni la calidad de sus estéticas. Y de esta manera, la literatura, la única, sin apellidos, sigue en el orden inamovible de lo masculino. Cuando digo masculino me refiero a un orden que integra también su disidencia sexual “hombre”.