Por qué escribió José Donoso

El 7 de diciembre se cumplieron 25 años de la muerte del narrador chileno que se quedó en los márgenes del Boom latinoamericano. Con el recuerdo implícito de que para él toda obra artística es un acto de rebeldía ante la extinción, Federico Guzmán invita a leer algunas de sus obras, donde encuentra huellas del propio Donoso en un abanico de personajes que buscan “exprimirle al mundo más ternura de la que éste otorga”, pero también en su contraparte: los que intentan acomodarse a la rutina, “tacaña, autoritaria y ajena”.

José Donoso (1924-1996).
José Donoso (1924-1996). Foto: Fuente: latercera.com

Hay una frase que se repite en los diarios de juventud y de vejez de José Donoso: “Uno escribe para saber por qué escribe”. En la juventud, la frase parece anunciar un programa, el punto de partida de una obra; en la vejez tendría que encabezar el descubrimiento de una larga indagación, la iluminación final tras décadas de interrogantes. Pero no es así: la duda, cuarenta años después, sigue siendo la misma (o la certeza, cuarenta años antes, ya era tal). Lo que a primera vista puede ser leído como el registro de un gran fracaso es en realidad la constatación de una pequeña victoria; íntima, invisible e inútil, pero victoria al fin al cabo: la del artista que supo mantener incólume el misterio de la literatura durante una vida, y no precisamente por haber huido de ella. Pocos escritores como Donoso, a saber si para fortuna o desgracia suya, se enfrentaron a la página en blanco, la obra en marcha y el libro concluido con tal rigor y desesperación, términos que suelen ser excluyentes salvo para una que otra alma industriosa y atormentada, como la de este chileno.

LA LEYENDA sobre el temperamento de Donoso serían un adorno romántico de su figura de no confirmarse en cada página de sus mejores obras: la palabra en El obsceno pájaro de la noche (1970) o en El lugar sin límites (1966) avanza a golpe de esfuerzo, trabajosa y trabajada, dando rodeos que, una vez que se cierra el círculo, convierten la oscuridad de un estilo difícil en un modesto deslumbramiento. Los párrafos se suceden con la misma lentitud sensual, y las escenas se van montando paciente pero decididamente, como si fueran el trabajo de un arquitecto que quiere hacer todo el trabajo él solo para que no se le salga nada de las manos.

El resultado es la construcción de un paisaje, un ambiente o un personaje complejo y nítido, casi mágico por aparecer de pronto tan concreto, después de haber sido delineado mediante digresiones, titubeos y detalles excesivos. Cada frase en Donoso es una cicatriz por el esfuerzo que delata y por el sentido que ofrece, una pequeña cicatriz que, sumada a la anterior, va perfilando un rostro reconocible y monstruoso; de allí que el lector, más que haber leído una novela, se quede con la impresión de que ha hurgado en una herida.

Porque en sus mejores libros hay una herida abierta que lo mismo impulsa a los protagonistas resplandecientes y vitales que a los envilecidos y malignos. Todos los personajes de las muchas novelas de José Donoso, todos sin excepción, están profundamente insatisfechos y le exigen a gritos a la vida más de lo que está dispuesta a dar. Sin embargo, bien podríamos dividirlos en dos grupos: los que buscan, fracasados de antemano, exprimirle al mundo más ternura de la que éste otorga y, por el contrario, los que se rinden y se alían con las fuerzas de la monotonía y el orden para que las cosas sigan siendo lo que son. Esta clasificación, que bien puede pecar de maniquea, es más inquietante de lo que parece: la realidad es la que es —tacaña, autoritaria y ajena—, y queda en cada quien el modo de enfrentarla o doblegarse ante ella. Y los personajes más memorables de Donoso la enfrentan.

José Donoso
José Donoso ı Foto: larazondemexico

Esto sucede con la Manuela de El lugar sin límites, un travesti que maneja el burdel de un pueblo perdido de Chile, El Olivo, que “no es más que un desorden de casas ruinosas sitiado por la geometría de las viñas que parece que van a tragárselo”. Alegre y libérrima, la Manuela pretende vivir su sexualidad en un medio opresivo que, aunque coquetee con un erotismo más libre —o justamente por eso—, no puede tolerarlo. Esto sucede con la Chepa de Este domingo (1966), aristócrata chilena que se siente fatalmente atraída por el mundo del lumpen, en el que encuentra una forma de vivir más intensa que la de su encorsetado matrimonio. Esto sucede con la Estelita de Coronación (1957), sirvienta en una casona de la vieja aristocracia chilena, cuya caída empieza la noche en que se atreve a escapar de su encierro para asistir a una función de cine. Esto sucede incluso con el escritor Julio Méndez de El jardín de al lado (1981), cuya vida se va al diablo por querer escribir, ahora sí, una gran novela, para evadirse de una buena vez de su cotidianidad. Y esto sucede, en última instancia, en toda la literatura de Donoso, que al proponer nuevas formas de mirar este mundo o al imaginar otros —es lo mismo— introduce una grieta en el orden establecido y hasta entonces tan aburridamente invulnerable.

LOS PERSONAJES DE DONOSO, de esta manera, son heroicamente rebeldes, y no porque luchen contra tiranos despóticos, sino simplemente porque intentan ir un paso más allá de lo que la vida les ofrece. Ellos no perdieron treinta y dos guerras como Aureliano Buendía ni son los sobrevivientes de la Revolución como Artemio Cruz, sino que tan sólo quisieron, en un burdel perdido entre los viñedos de Chile, bailar una danza española con un vestido rojo frente a un chofer borracho, como la parrandera Manuela de El lugar sin límites, a quien Arturo Ripstein hizo justicia en su adaptación fílmica. Por eso son personajes en esencia trágicos: porque desde el momento en que decidieron rebelarse, ya fuera yendo al cine o quitándose unos pantalones para ponerse un vestido, sellaron su suerte. Pero aun antes de ese ejercicio de libertad —que los vuelve también personajes tan literarios—, cometieron una transgresión todavía más imperdonable: la de imaginar ser otros, o más simplemente, la de imaginar. En definitiva, toda la obra de Donoso —a quien extrañamente no le gustaba el Quijote— puede leerse como una conmovedora apología de la ficción y, a la par, como el correspondiente lamento por su consuetudinaria derrota frente a la realidad.

Donde se lleva más lejos la meditación sobre la ficción es en El obsceno pájaro de la noche. Novela excesiva y compleja, nacida con vocación de ruina por sus ambientes decadentes y desolados, intencionalmente laberíntica y confusa, sórdida y esperpéntica como marca el estilo de la casa, Donoso la creó con la intención explícita de que fuera su obra maestra y tomándose la libertad —tras haber demostrado en El lugar sin límites que podía alcanzar la perfección— de fallar genialmente, pues las pesadillas, si de verdad lo son, siempre se salen de control. De todas las inmensas novelas fallidas del Boom —de Terra Nostra a Yo el supremo—, la de Donoso es la que mejor ha resistido el paso de tiempo, acaso porque no indaga en supersticiones tales como la identidad latinoamericana, sino que atiende a angustias siempre vigentes como la claustrofobia, el delirio, el ocaso de todo tiempo y la monstruosidad. De hecho, en mi opinión, toda la novela es un gran laberinto en cuyo centro se erige La Rinconada, ese mítico capítulo 14, una de las creaciones más ate-rradoras y maravillosas de la lengua.

En definitiva, toda la obra de Donoso puede leerse como una conmovedora apología de la ficción y, a la par, como el correspondiente lamento por su consuetudinaria derrota frente a la realidad 

LA RINCONADA ES EL PALACETE en el que don Jerónimo de Azcoitía construye un universo autónomo para su hijo Boy, nacido con todas las deformidades existentes, para que conviva sólo con monstruos y, así, no cobre conciencia de su propia monstruosidad. Don Jerónimo busca monstruos por todo Chile, integra un ejército de deformes que, al juntarse, crea un nuevo orden en el que, cuando por error se asoma un ser humano “normal”, destaca por su grisura y por sus insoportables proporciones armónicas.

Donoso dinamita así las categorías de lo ordinario y de lo extraño, de la armonía y el caos, de la belleza y la fealdad, al tiempo que lleva al límite el deseo de todo padre de crear un mundo perfecto para su hijo, empeño im-posible que suele tender a lo destructivo. Si La Rinconada incomoda no es por la meticulosa descripción de las anomalías de sus habitantes, sino porque se erige como una alegoría terrorífica de la realidad que creemos conocer, cuando sólo somos pobladores de un pequeño espacio cerrado en el que convivimos con monstruos iguales a nosotros, convencidos de que encarnamos la muy opresiva y opresora normalidad. El espacio en el que nos desenvolvemos, por supuesto, según la mirada donosiana y al que por convención y megalomanía llamamos mundo, no es sino una gran ficción, la más grande de todas, en la que tiene lugar la trama de nuestra vida, a saber siendo escrita por quién.

Para Donoso, al igual que para el resto del Boom en sus dos décadas de esplendor, la literatura era sinónimo de ficción, y la ficción de novela. No obstante, tras la publicación de algunas novelas encantadoras y olvidables como Tres novelitas burguesas (1973) o La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980), esta actitud cambió con El jardín de al lado (1981). Por más que Donoso avisara a los cuatro vientos que no se trataba de una novela autobiográfica, es imposible no leerla así, y sus prevenciones más parecen una invitación a hacerlo. En ella, el escritor Julio Méndez, quien vive con su esposa en una rutina en la que la depresión y la euforia se alternan con la misma velocidad que el whisky y el valium, acepta una invitación a pasar el verano en Madrid en un elegante departamento, donde podrá romper su parálisis literaria. Así sucede, aunque no de la manera en que él lo hubiera esperado, y Donoso aprovecha para ironizar sobre su preocupante estilo de vida, su legendaria relación tormentosa con la literatura, su frustración y su pertenencia al Boom latinoamericano.

Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay, Barcelona, 1974.
Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay, Barcelona, 1974. ı Foto: Fuente: duna.cl

MUCHO HAY QUE DECIR sobre esta última cuestión, y él lo sabía tan bien que lo hizo en forma de crónica-ensayo en Historia personal del “boom” y de ficción, en El jardín de al lado. No obstante, la crónica parece todavía un aviso desesperado de que él también pertenece al Boom y, por lo tanto, sus libros debían venderse a millares, mientras que la novela es ya el recuento delirante, resignado y afable de quien vivió el Boom en primera fila pero no fue uno de sus miembros más exitosos. Sin embargo, el relativo fracaso como novelista de ese grupo le permitió escribir esta novela en un registro diferente del de todas sus obras anteriores e incluso, por medio de una autoficción precursora y a ritmo no de cuecas chilenas sino de David Bowie, salir del camino ya agotado de la obra maestra del Boom y, de paso y discretamente, dejar la gran novelita latinoamericana sobre el exilio de los setenta y su desencantada y derrotada generación.

El sustrato autobiográfico de El jardín de al lado es sólo la primera muestra de la escritura íntima que Donoso practicó durante toda su vida en un diario, cuyas entradas se publicarían de forma póstuma. En ellas quedan asentadas de primera mano las historias que circulaban en forma de rumores y que, frente a las figuras monumentales del Boom, hacen de Donoso un ser más complejo y frágil. Allí se leen, por ejemplo, las enfermedades a las que se rendía al acabar exhausto cada una de sus novelas, los delirios inducidos por la morfina que le administraron en un hospital y se plasmaron en El obsceno pájaro de la noche, el temor que le producían sus constantes secas creativas, el trabajo obsesivo que le exigieron todas sus obras, la homosexualidad nunca asumida por completo, la lectura compulsiva de novelas, más su carácter tímido y su ego desmesurado, que lo llevaron a no sentirse nunca a la altura de los Fuentes y Vargas Llosa y, a la vez, a estar convencido de que él era el más talentoso de todos.

SU HIJA, PILAR DONOSO, fue quien publicó una selección de los diarios, Correr el tupido velo (2009), que se convirtió en uno de los libros más tremendos de la literatura latinoamericana. Al comentar cada pasaje según su propia perspectiva, el libro es a la vez una biografía de su padre y una dolorosa autobiografía. Escrito involuntariamente a cuatro manos cuando uno de los autores ya estaba muerto, Correr el tupido velo es una desoladora carta de amor al padre y también un largo reproche por haber convertido a la hija en uno más de sus personajes, el más importante de todos, al hacerla formar parte de ese universo atormentado y maldito que representa la obra pero también la vida de Donoso, y del que ella sólo pudo escapar mediante el suicidio, tras la publicación del libro.

“Uno no debiera conocer los pensamientos más íntimos de nadie”, afirma Pilar Donoso en algún momento. Esta advertencia podría extrapolarse a toda la obra de su padre, quien concibió ca-da una de sus novelas como una máscara de sí mismo, bajo el entendido de que la sucesión de máscaras es lo que conforma el verdadero rostro. Para trazar ese rostro escribió José Donoso, sin importarle que el acto de reconocerse en él haya resultado terrible y hermoso, como la lectura de sus libros.