México Tenochtitlan, 1550

Una realización de la cartografía mexicana

La Ciudad de México fue plasmada en un mapa que se realizó a mediados del siglo XVI, en las primeras décadas de la Nueva España y en el entorno de una inundación devastadora. Miguel León-Portilla y Carmen Aguilera se dieron a la tarea de documentar esta constancia invaluable —tanto por su detalle como por su precisión descriptiva— de la naturaleza y la actividad humana de aquel tiempo. Una nueva edición de Era restituye esta obra que ilumina el origen de la megalópolis de nuestros días.

Mapa de México Tenochtitlan, Biblioteca de la Universidad de Uppsala, Suecia.
Mapa de México Tenochtitlan, Biblioteca de la Universidad de Uppsala, Suecia. Fuente: ciencia.unam.mx

Es motivo de alegría una nueva publicación del Mapa de México Tenochtitlan y sus contornos hacia 1550, editado y estudiado por Miguel León-Portilla y Carmen Aguilera, queridos maestros, ambos fallecidos en 2019.1 Se trata de un libro particularmente valioso, que nos permite conocer este mapa tan bello y rebosante de vida e información precisa sobre nuestra ciudad y el Valle de México, tres décadas después de la Conquista y del encuentro de dos mundos que trajo. También se le ha conocido como Mapa de Uppsala, porque se conserva cuando menos desde el siglo XVIII en la Biblioteca de la Universidad de dicha ciudad sueca; o como Mapa de Santa Cruz, porque se le atribuyó al cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, y ahora se sabe que sólo lo poseyó, le hizo agregados, lo copió simplificado en su Islario general de todas las islas del mundo (ca. 1560) y se lo regaló al emperador Carlos V.

Miguel León-Portilla —muy en su línea de devolver a los códices nombres mexicanos, en lugar de nombres de ciudades y aristócratas europeos— prefirió restablecer un título más descriptivo de su contenido: Mapa de México Tenochtitlan y sus contornos hacia 1550, bueno porque es unívoco y expresivo, pero demasiado largo, y el nombre de Mapa de Uppsala seguirá siendo el más práctico.

EL MAPA FUE descubierto o redescubierto en 1880, y comenzó a publicarse en varias ediciones y estudios que no lograban transmitir toda su riqueza en la descripción del paisaje, de la ciudad y sus edificios, calles y acequias, glifos toponímicos de los contornos de la ciudad, donde una gran cantidad de personajes realizan múltiples actividades económicas. La primera edición del Mapa que permitió verlo bien y valorar sus múltiples riquezas es el que publicaron Miguel León-Portilla y Carmen Aguilera en 1986, bajo los auspicios de Celanese Mexicana, con el título ya referido y un extenso estudio introductorio, todo un libro, imprescindible guía para navegar en el Mapa. Esta valiosa edición, sin embargo, no pudo ser conocida por muchos de los estudiantes y estudiosos, debido a su alto costo y escasez, por lo que no recibió el aprecio que merecía. Por eso resultó particularmente meritoria la edición revisada del Mapa hecha en 2016, treinta años después de la primera, por Ediciones Era, con apoyo de la Secretaría de Cultura y El Colegio Nacional, de buen tamaño pero accesible. La misma que en 2021, cinco años después, reaparece en rústica, con igual tamaño y calidad.

El Mapa fue descubierto o redescubierto en 1880, y comenzó a publicarse en varias ediciones y estudios que no lograban transmitir su riqueza en la descripción del paisaje

El estudio se complementa con una reproducción separada del Mapa, al 80 por ciento de su tamaño original, 1.14 m de largo por 78 cm de ancho, con reproducciones parciales de once zonas y otras más pequeñas, que permiten la atención a los detalles. El valioso estudio del Mapa se podrá aprovechar mejor si se recurre a sus versiones en línea, como la de la World Digital Library, WDL, y la del sitio Alvin, que aprovechan estudiosos como Pablo Escalante Gonzalbo.2

En su estudio sobre el Mapa, la historiadora e investigadora del Museo Nacional de Antropología, Carmen Aguilera, se ocupó sobre todo de las características físicas del códice y del difícil trabajo de ubicar, dibujar y descifrar sus peculiares y desgastados glifos topónimos (no todos tradicionales, sino influidos por la plástica europea) en los alrededores, ninguno en la ciudad misma, de los que logró identificar cerca de 120. Pero la prosa del conjunto del estudio lleva el inconfundible sello de don Miguel León-Portilla. Sis-temático, informado, riguroso, claro y ameno, el estudio permite al lector comenzar a adentrarse en el Mapa.

EN EL PRIMER CAPÍTULO realiza un notable recorrido sobre “Dos formas de cartografía: los mapas mesoamericanos y los ‘mapas-paisaje’ renacentistas”, que le permite apreciar que, si bien el Mapa responde a la forma renacentista de los “mapas-paisaje”, con su representación realista de construcciones, animales, plantas y actividades humanas, igualmente incluye elementos prehispánicos tales como la gran cantidad de glifos toponímicos, el soporte de piel animal, más el conocimiento detallado y preciso de la geografía del Valle de México. Así pues, quedó establecido que el Mapa fue pintado en México, muy probablemente en el Colegio de Tlatelolco, debido —como lo notó Manuel Toussaint en 1938— a la desproporción con que está representada la iglesia y la plaza de Tlatelolco.3

En el segundo capítulo, León-Portilla estudia las “Características físicas y [el] origen del Mapa que aquí se reproduce”. Destaca, siguiendo la difícil lectura hecha por Sigvald Linné en 1948, la desdibujada cartela que el cosmógrafo Santa Cruz agregó al Mapa, donde muestra que él se lo obsequió al emperador Carlos V, quien, como se sabe, abdicó en 1556.4 Para entonces, Santa Cruz ya había hecho una imprecisa copia del Mapa que incluyó en su Islario, concluido hacia 1560. León-Portilla cita asimismo la petición que en 1546 hizo el príncipe Felipe, regente de Castilla, al virrey don Antonio de Mendoza: que mandara hacer mapas y se los enviara. Con estos elementos fecha la realización del Mapa “hacia 1550”.

Podría ser que el Mapa se haya pintado para planear las obras de reparación de la ciudad de México tras las lluvias de 1555, pero los tiempos difícilmente ajustan

Apuntó que tras las lluvias e inundación de la ciudad de México, en sep-tiembre de 1555, el virrey don Luis de Velasco decidió organizar grandes obras de reparación de la ciudad. Participaron seis mil indios de México, Tetzcoco, Tlacopan y Chalco, y para concentrarse en las grandes obras pidió a las autoridades indígenas de estas cabeceras un plano, que entregó el 23 de octubre a los regidores del cabildo español de la ciudad: “una pintura hecha de los indios en que está esta cibdad figurada con el alaguna questá junto a esta cibdad, ríos de aguas y acequias de aguas que entran en esta cibdad”. Nótese que el texto se refiere a la “alaguna que está junto a esta ciudad”: la laguna ya no rodeaba a la ciudad, que había dejado de ser una isla, ya no era el ombligo de la luna (Metzxicco, en náhuatl, de met-ztli, “luna”, xic-tli, “ombligo”, y –co, locativo).

Este plano que mostró el virrey al cabildo de la ciudad de México podía ser una versión de nuestro Mapa de Uppsala, o Mapa de México Tenochti-tlan y sus contornos hacia 1550. Como sabemos que el cosmógrafo Santa Cruz se la dio al emperador Carlos V y éste abdicó en 1556, el Mapa debió ser mandado de México un tiempo antes. Pero una o varias copias debieron permanecer, probablemente, en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, gracias a lo cual le pudieron dar una al virrey Velasco para planear y organizar las grandes obras de reconstrucción de la ciudad inundada.

De esta manera, el Mapa de Uppsala representaría a la ciudad antes de la inundación de septiembre de 1555. Manuel Toussaint, me parece, llegó a pensar que el Mapa representaba a la ciudad de México después de las grandes obras de reparación, en 1556, pero esto sería imposible, pues Santa Cruz puso la cartela con la dedicatoria a Carlos V antes de ese año. Una tercera posibilidad, sin embargo, es que el Mapa represente a la ciudad de México tal como se proyectaba con las grandes obras de reparación de diciembre de 1555 y comienzos de 1556, es decir, como un plano hecho para ese fin. Las albarradas en perfecto estado, iglesias como la de San Miguel Chapul-tepec, con sus escalinatas perfectas; en Tepeaca, Tepeyácac, según el padre Francisco Miranda Godínez, aparece la nueva iglesia que planeaba construir el arzobispo Montúfar, junto con la primitiva ermita franciscana. Es notable, en el trabajo de Carmen Aguilera sobre los glifos toponímicos del Mapa, que las dos figuras como menhires que están sobre un cerro sean el glifo de “Tepeaca”, y no el del signo de cerro —tépetl— con una nariz —yácatl—, que se usa sobre todo para el Tepeaca poblano. Estos dos menhires podrían estar asociados con la dualidad de representaciones de divinidades veneradas en el Tepeyácac, según la misma Carmen Aguilera (en otros trabajos), y Leonardo López Luján y Xavier Noguez.

PODRÍA SER, ENTONCES, que el Mapa se haya pintado para planear las obras de reparación de la ciudad de México tras las lluvias de septiembre de 1555, pero los tiempos difícilmente ajustan, porque el mapa que tiene el virrey en octubre, o una copia de él, tendría que pasar de México a España, a manos del cosmógrafo Santa Cruz.

Debido a su factura tlatelolca, Miguel León-Portilla ubica al autor o autores del Mapa en el ambiente del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, en la década de 1550; ahí se produjo el Códice Badiano, del nahua Martín de la Cruz, sobre las plantas medicinales, así como las primeras versiones de la Historia general (o universal) de las cosas de la Nueva España, en náhuatl, en español y con imágenes, de fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores nahuas, escritores y pintores. En esos tiempos recogieron múltiples testimonios en náhuatl sobre la conquista de México y la “conquista espiritual”. También entonces fue escrita en Tlatelolco la versión primitiva del Nican Mopohua, relato en náhuatl de las apariciones de Santa María de Guadalupe en el Tepeyácac al indio Juan Diego, lo cual es de interés por la presencia de este lugar en el Mapa de México Tenochtitlan, con su extraño glifo de dos piedras. También el Códice de Tlatelolco se refiere a Tepeyácac, precisamente en el año de 1555, el de la gran inundación y las obras de reparación de la ciudad.

Otro vínculo con el Mapa que advierte León-Portilla es el de los Diálogos latinos sobre México en 1554, del humanista toledano Francisco Cervantes de Salazar, en el que los vecinos Zamora y Zuazus (creo que representan al obispo Zumárraga y al licenciado Zuazo) le enseñan al recién llegado Alfarus (el arzobispo Montúfar) la ciudad de México y sus alrededores en 1554. Suben al cerro de San Miguel Chapultepec, detalladamente representado en el Mapa, y desde allí ven los pueblos que rodean la ciudad, incluyendo “Tepeaquilla” y su iglesia, representada en el Mapa y por partida doble: la primitiva y la que mandó hacer Montúfar.

Por su riqueza, el Mapa es el más bello de los regalos a un emperador. En el capítulo tercero, León-Portilla nos lleva por cada una de sus regiones, particularmente de los alrededores de la ciudad, pues de la ciudad misma se ocupa en el capítulo quinto, “La isla: urbanismo y arquitectura”, mientras que el capítulo cuarto trata de los “Glifos toponímicos que se registran en el mapa”, basado en el acucioso trabajo y los dibujos realizados por Carmen Aguilera.

Como vimos, los glifos toponímicos sólo se encuentran en los alrededores, no en la ciudad misma. Se subdividen tipológicamente: De monte y collado, De ríos y sus afluentes (hidrónimos), De poblados y De parajes. El sexto y último capítulo está dedicado a las actividades humanas, tan detalladas, de acuerdo con las normas de los mapas de paisaje, pero con un contenido inconfundiblemente indígena: Caza de mamíferos y aves, Pesca, Pastoreo, Recolección de frutas y extracción de aguamiel, Recolección en las salinas, Producción de cal, Aprovechamiento de los bosques, Transporte de carga, Viajeros, Agravios y Actividades no identificadas.

BIEN SEÑALÓ Pablo Escalante Gonzal-bo que el Mapa de México Tenochtitlan y sus contornos hacia 1550 es una realización absolutamente original en la cartografía mexicana, una celebración de la ciudad, así como de sus bellos y laboriosos entornos. Viene a la mente la celebración que le hizo Alfonso Reyes a la ciudad y sus contornos en el momento de la conquista, en su Visión de Anáhuac, publicada en 1917, en la cual Valery Larbaud captó la minuciosidad de las pinturas de Brueghel, con su “descripción lírica de los hombres”, muy a la manera de lo que hizo el Mapa de Uppsala, que don Alfonso no conocía y prefiguró.5

Estamos muy agradecidos con Miguel León-Portilla y Carmen Aguilera, y con Marcelo Uribe y Ediciones Era, que nos regalaron este delicioso instrumento para viajar en el tiempo por nuestra amada ciudad.

Notas

1 Mapa de México Tenochtitlan y sus contornos hacia 1550, estudio introductorio de Miguel León-Portilla y Carmen Aguilera, tercera edición, Era, México, 2021, 175 pp. + mapa.

2 https://www.wdl.org/es/item/503/view/1/1/ y http://www.alvin-portal.org/alvin/imageViewer.jsf?dsId=ATTACHMENT-0001&pid=alvin-record%3A85478&dswid=7317/

3 Manuel Toussaint, Federico Gómez de Orozco y Justino Fernández, Planos de la ciudad de México. Siglos XVI y XVII, UNAM, México, 1938.

4 Sigvald Linné, El valle y la ciudad de México en 1550. Relación histórica fundada sobre un mapa geográfico que se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Uppsala, Suecia, The Ethnographical Museum of Sweden, Stockholm, 1948.

5 https://confabulario.eluniversal.com.mx/vision-de-anahuac-alfonso-reyes/

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