Radicales libres

Todo el poder de la ficción

Al revisar las lecturas que se le quedaron bajo la piel en estos doce meses, la escritora y editora Socorro Venegas destaca la novela más reciente de Rosa Beltrán. No sólo encuentra en las protagonistas de Radicales libres (Alfaguara, 2021) la cercanía que buscamos en la ficción, sino un espacio que explora tanto la vida como la literatura y hasta una hipótesis sobre hacia dónde va la violencia de género. Es una invitación impostergable a este libro, merecedor del IX Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco.

Todo el poder de la ficción. Foto: Especial

Entre los muchos libros que pasaron por mis manos en este año, quiero comentar una novela que ha hecho conmigo lo que sólo los grandes libros logran: me ha empujado a reflexionar, me ha revelado las experiencias de los personajes y las mías, me ha hecho dudar, me ha enternecido y divertido, me ha indignado y conmovido profundamente.

Las moléculas inestables, los Radicales libres de Rosa Beltrán, nos muestran las entrañas de la clase media mexicana de los años sesenta a 2020, cuando irrumpe la pandemia. La novela crea el mural de una época en dos planos: el íntimo y el colectivo, en una trama que nos cuenta cómo este país ha progresado en su horror, en la violencia que se recrudece hasta lo inverosímil, pero al mismo tiempo emergen las experiencias entrañables de la infancia, el asombro y la maravilla de vivir. Escribe la autora: “Porque la memoria no sólo se hace con lo que nos ocurre sino con lo que otros nos narran sobre lo que les sucede a ellos”.

LA NARRADORA atraviesa la infancia o se deja atravesar por ella para presentarnos a una niña sensible e inteli-gente, una sobreviviente que sostiene el amor sin fisuras por la madre que se va; me conmueve la adolescente que logra abarcar las vivencias más peligrosas, como el momento en que posa desnuda para el amante de su madre, un episodio delicadísimo narrado con maestría. Es un libro muy cercano a Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, y que en varios momentos me recordó la voz infinita del Julius de Alfredo Bryce Echenique. Pero aquí, y ése es uno de sus grandes méritos, es la singularísima mirada de una niña la que abarca el mundo mientras crece. Pienso también en Cartucho, de Nellie Campobello.

Esa niña recrea un abuso sexual ocurrido en su entorno, que es descrito con ambigüedad: “Cuando el mal te toca te contagia de una confusión. No es fácil saber qué es, de qué está hecho”. Una reminiscencia inestable, tanto que no se sabe realmente quién fue atacada, pero esa imprecisión de la memoria podría llevar a pensar que se trata de un recuerdo colectivo: siempre son más los casos de abuso infantil que los realmente denunciados.

La novela nos coloca ante una posibilidad con que los padres a veces tropezamos: la de conocernos mejor gracias a la mirada que un hijo nos devuelve, y que puede ser tan amorosa como despiadada

TRES MUJERES de distintas generaciones se presentan ante el lector; se vuelven entrañables, podemos verlas, escucharlas, saber a qué le temen, cómo se enamoran, cómo se equivocan, qué las mantiene vivas. A través de ellas confrontamos a las mujeres de nuestras vidas, y a la que somos. La canción de las chilenas “Las Tesis” resuena en algunas de las páginas más emocionantes del libro.

En el plano íntimo que la novela abre a los lectores se construye una escritura hecha de muchas voces para la hija de la narradora, destinataria de esta exploración vital y literaria. Ella es también interlocutora, es un personaje, si bien discreto, y su voz se registra: la escuchamos. La línea de sangre en este libro llega a la abuela, mujer bellísima que se subió a una Harley Davidson con su amante y no volvió, dejó a sus hijos y entre ellos a la que se puso a escribir todo. Una de las verdades emocionales de la novela es que la narradora nunca vivió la partida de su madre como un abandono. Al hablar de ella, al analizarla, hay admiración: “Por eso me da gusto que mi madre no obedeciera”. Tres generaciones, las historias y la Historia traspasando sus vidas y cuerpos.

Tan importante, o más, que el descubrimiento de su sexualidad, es el hallazgo de esos otros mundos posibles que la ficción regala a la protagonista. Todo parece comenzar en el silencio que ella y sus hermanos deciden tejer alrededor de la madre ausente; el gran truco es guardar el secreto de que se ha ido, de que en esa familia los chicos crecen sin padres. A partir de ahí, ¿qué realidad podría resistirse? La narradora estudiará literatura, por supuesto, y encontrará su lugar, su pertenencia.

La novela va más allá de las preguntas que como hijos podemos formular ante las acciones de los progenitores. Nos coloca ante una posibilidad con que los padres a veces tropezamos: la de conocernos mejor a nosotros mismos gracias a la mirada que un hijo nos devuelve, y que puede ser tan amorosa como despiadada.

EN RADICALES LIBRES hay anécdotas con las que muchos nos sentiremos identificados, por ejemplo, que antes los niños andaban libres fuera del hogar, y estaban más o menos seguros cuidándose unos a otros: “Porque entonces se vivía en la calle [...] la calle era la extensión de nuestra casa”, escribe la autora. Es ciencia ficción para un chamaco de hoy. Otros acontecimientos son divertidísimos, como la lucha infructuosa por perder la virginidad. Vaya que puede ser difícil.

La violencia contra las mujeres es un telón de fondo que en varios episodios adquiere importancia. La narradora lanza una hipótesis tremenda y, pienso, nada desacertada: en la medida en que las mujeres sean más frontales en la pelea por sus derechos, la violencia de género se recrudecerá. Algunos de los momentos más álgidos en el libro ocurren cuando la narradora y su hija hablan sobre las batallas y los saldos del feminismo desde sus respectivas generaciones. La hija termina huyendo de México tras un secuestro.

PORQUE ES UNA NOVELA indispensable entre lo publicado en 2021, estoy segura de que van a leer a Rosa Beltrán en el mismo estado agudo de adicción que yo. Radicales libres es todo el poder de la ficción y la vida misma.