La intolerancia es parte de la condición humana. Rechazar actitudes, opiniones o acciones de otras personas sólo porque no nos gustan, o porque no se ajustan a nuestras concepciones o nuestros prejuicios, es una conducta habitual. Tolerar es reconocer, admitir o sobrellevar circunstancias o actitudes inconvenientes o distintas a las nuestras. Tolerar, precisa la RAE, implica “respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.
En el meollo de la tolerancia está el respeto. En la esencia de su antónimo, la intolerancia, se encuentra la desconsideración: es el rechazo a otros y está ligada con el desprecio a ellos. Para denunciar la injusta condena al comerciante Jean Calas, víctima de una sentencia propiciada por el fanatismo religioso, Voltaire escribió en 1763 su Tratado sobre la tolerancia. Allí proclama:
El derecho de la intolerancia es... absurdo y bárbaro: es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres sólo matan para comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos.1
La defensa que Voltaire hacía de la tolerancia resulta significativa porque es uno de los valores esenciales de la ilustración, de la que él fue precursor y paradigma. Contenemos nuestra tendencia intolerante haciendo del raciocinio, del diálogo y del respeto a los otros, parte de nuestras costumbres civilizatorias. La tolerancia es necesaria para alternar socialmente. Su contrario propicia o acentúa desavenencias, conduce a conflictos, arrasa con derechos y libertades.
Hace ya más de un siglo, en 1916, el cineasta D. W. Griffith dedicó una extensa película, de casi tres horas, a deplorar la Intolerancia en cuatro episodios históricos: la caída de Babilonia medio milenio antes de Cristo, la pasión de Cristo, la masacre de San Bartolomé en 1572 y una huelga de trabajadores reprimida en 1912. En todos esos casos las ambiciones de poder, las discrepancias religiosas o los litigios de clase, desembocaron en actitudes intolerantes, odio.
Al contrario, de acuerdo con el indispensable Fernando Savater, la tolerancia es “la disposición cívica a convivir armoniosamente con personas de creencias diferentes y aun opuestas a las nuestras, así como con hábitos sociales o costumbres que no compartimos”.2 Es una actitud de civilidad, más allá de los resultados que consiga. Los autoritarismos son, por definición, su opuesto.
Quienes se oponen a hechos verificados buscan demeritar la autoridad del conocimiento especializado; proponen que hay otras ópticas, otras interpretaciones de la realidad. Esa postura coloca a la ciencia en un dilema engañoso
LA EXPRESIÓN MÁS DRÁSTICA de la intolerancia es el fanatismo, que ofusca la comprensión y por lo tanto la aceptación de todo aquello que no coincide con las propias creencias. Winston Churchill definió una vez: “Un fanático es una persona que de ningún modo cambia de opinión y de ningún modo permite que se cambie de tema”.3 Amos Oz, el autor israelí de quien he tomado la cita anterior, después de examinar el fundamentalismo de los grupos terroristas, dijo:
... hay otras clases de fanatismo, menos evidentes y menos visibles, que son frecuentes a nuestro alrededor y a veces también en nosotros mismos... manifestaciones, no precisamente violentas, de fanatismo. De cuando en cuando nos podemos tropezar, por ejemplo, con opositores fanáticos al tabaco que reaccionan como si casi hubiese que quemar vivos a quienes se atreven a encenderse un cigarro en su presencia. O fanáticos vegetarianos y veganos que a veces parecen dispuestos a devorar vivos a los que comen carne... Por supuesto, no todo aquel que alza la voz a favor o en contra de algo es sospechoso de fanatismo, y no todo aquel que protesta airadamente contra la injusticia se convierte en fanático por el hecho de protestar... El volumen de tu voz no te define como fanático, sino sobre todo tu tolerancia o intolerancia hacia la voz de tus oponentes.4
La intolerancia, entonces, se sublima en el fanatismo. Y éste, a su vez, ocasiona sus expresiones más cerriles y drásticas.
DE LA DESCONFIANZA AL FANATISMO
Hoy nos encontramos ante una intolerancia nueva, que se expande en sociedades civilizadas, se expresa en las instantáneas y maniqueas redes sociodigitales, se emparenta además con el autoritarismo de gobiernos y líderes populistas y se parapeta en causas nobles o a las que aparentemente enaltece.
La nueva intolerancia coincide con el auge de la posverdad, esa tendencia a considerar que no existe una verdad sino varias apreciaciones de ella, y que se expresa en la legitimación de noticias falsas que son presentadas como auténticas. La posverdad es resultado de la información desjerarquizada y abundantísima que hay en las redes sociodigitales. Los usuarios de tales espacios a menudo se encierran en circuitos autorreferenciales y sólo se enteran de informaciones, ciertas o no, que coinciden con sus gustos, prejuicios o convicciones. Ensimismados en grupos de Facebook, cuentas de Twitter o videos de YouTube que abordan los mismos temas, desde las mismas perspectivas, esas personas se solazan en las estimaciones que confirman sus puntos de vista y no se confrontan con opiniones diferentes. La autocomplacencia así fraguada va minando la disposición al intercambio y sobre todo a la discusión con quienes tienen otras apreciaciones de la realidad. Los usuarios desprevenidos, o aquellos que simplemente están dispuestos a creer en todo aquello que refrende lo que ya piensan, son proclives a la confusión y el engaño ya no debido a la carencia sino, ahora, a causa del exceso de información —que resulta ser, entonces, paradójico motivo de desinformación.
Por otra parte, nos encontramos en un contexto de profunda y extendida desconfianza. Muchas personas recelan —a menudo con buenos argumentos— de las instituciones políticas y, también, de las culturales. Medios de comunicación, especialistas, intelectuales, universidades y otras entidades y grupos han dejado de ser las únicas fuentes de información y conocimiento. Los contenidos de toda índole que circulan en línea complementan, y en ocasiones reemplazan, al conocimiento legitimado en fuentes profesionales, científicas o académicas.
HAY QUIENES CREEN todos los contenidos que encuentran en internet cuando ratifican sus opiniones, o incluso sus aprensiones. Si alguien quiere creer que la Tierra es plana o que los astronautas de la Apolo 11 nunca llegaron a la Luna, seguramente hallará a otros majaretas convencidos de lo mismo. Dar crédito a tales patrañas no es especialmente dañino. Pero creer que el calentamiento global es invento de una conspiración político-científica, o que el Covid-19 se alivia con acupuntura, puede tener consecuencias sociales y personales muy graves.
La escritora Michiko Kakutani ha explicado que quienes niegan el cambio climático, los adversarios de las vacunas o cualquier grupo interesado en revertir apreciaciones sustentadas en la ciencia, sostienen que ante esos hechos hay “perspectivas diferentes”, o “variados puntos de vista”.5 Por supuesto, cualquier asunto puede ser entendido desde distintas perspectivas, pero el punto de vista de los expertos, especialmente cuando se trata de asuntos científicos, es irremplazable. Quienes se oponen a hechos documentados y verificados buscan demeritar la autoridad del conocimiento especializado; proponen que hay otras ópticas y, a partir de ellas, otras versiones o interpretaciones de la realidad. Esa postura coloca a la ciencia en un dilema engañoso.
La búsqueda constante, la apertura a nuevas vertientes de interpretación y la duda permanente, son fundamentos del método científico. La flexibilidad para mirar hacia posiciones que desafían el conocimiento establecido es una virtud necesaria en la ciencia. Pero el quehacer científico no puede anclarse en la duda absoluta. Tiene que desembocar en certezas para, en asuntos relacionados por ejemplo con la salud, ofrecer conocimientos capaces de resolver problemas. Los negacionistas de diversas filiaciones y obsesiones aprovechan la costumbre dubitativa de la ciencia para plantar sospechas sobre hechos verificados. Kakutani señala que hay corporaciones e intereses como los que animan a la industria de los combustibles fósiles, o los que intentan desacreditar a la ciencia en temas como el cambio climático, los peligros del asbesto, el humo de segunda mano o la lluvia ácida, que utilizan el mecanismo empleado por la industria tabacalera para confundir al público sobre los riesgos del tabaquismo. Un memorándum de un ejecutivo de una empresa de tabaco decía en 1969, con todo desparpajo: “La duda es nuestro producto, ya que es el mejor medio para competir con el ‘conjunto de hechos’ que existe en la mente del público en general”.
Las empresas tabacaleras contrataron a “supuestos profesionales para refutar la ciencia establecida o argumentar que se necesita más investigación”, relata esa autora. Lograron que los argumentos falsos formaran parte de la conversación pública y, por otra parte, propiciaron el descrédito “de los científicos genuinos”. Lo mismo hizo el gobierno de Donald Trump para propalar versiones falsas en una amplia constelación de temas, “desde el control de armas hasta la construcción de un muro fronterizo”.6
Más que su intolerancia, el efecto principal de los fundamentalistas antivacunas o de aquellos que promueven remedios providenciales contra la pandemia ha sido la propagación de falsedades que desconciertan a muchas personas
EN LA DUDA, entonces, algo queda. El negacionismo rechaza hechos científicos o históricos. En vez de demostrar que no son válidos o ciertos, siembra suspicacias para, en la confusión, cosechar adherentes. Quienes se oponen a las vacunas contra el Covid-19 forman parte de esa fauna de creyentes en imposturas que presentan como verdades palmarias. Pretenden que el resto de las personas compartan sus apreciaciones y, cuando no ocurre así, manifiestan una intolerancia airada y con frecuencia violenta. En Italia, el pasaporte sanitario que certifica que su portador ha sido vacunado y es preciso tener para entrar a sitios públicos ha sido combatido por grupos como “Basta Dittatura” (“Abajo la dictadura”). Una nota de la agencia Infobae relata que ese
... grupo antivacuna, que tiene como símbolo una esvástica, planeaba “ahorcamientos”, “pelotones de fusilamiento”, “disparos en las piernas” y “más marchas sobre Roma”, en alusión a la marcha de fascistas de 1922 que condujo a la llegada al poder del dictador Benito Mussolini.7
En Alemania, el movimiento “Querdenken”, que se puede traducir como “pensadores laterales”, ha sostenido que las vacunas contra el Covid-19 modifican el ADN y que los cubrebocas ocasionan daños que pueden conducir a la muerte.8 En Estados Unidos, el grupo QAnon, que encabezó el asalto al Capitolio en enero de 2021, afirma que la vacunación es parte de un complot diabólico para esclavizar a la humanidad.9 En Argentina, el grupo llamado “Médicos por la verdad” cuestiona la aplicación de vacunas, se opone al uso de cubrebocas, descalifica las pruebas PCR y afirma que el Covid-19 se remedia con dióxido de cloro.10 Ese grupo tiene ramificaciones en España y varios países latinoamericanos.
Refractarios a las demostraciones científicas, esos grupos con frecuencia transitan de la demencia a la violencia. Más que sus acciones de abierta intolerancia, el efecto principal de los fundamentalistas antivacunas o de aquellos que promueven remedios providenciales contra la pandemia, ha sido la propagación de falsedades que desconciertan a muchas personas.
A la incertidumbre provocada por el virus, con sus drásticas y en muchos casos impredecibles consecuencias, se añade la perplejidad ante medidas de protección personal y social como el confinamiento y los cubrebocas, o las secuelas de las vacunas.
DESTIERRO DEL ESPACIO PÚBLICO
Los derechos de las personas a tener las opiniones, creencias y preferencias que quieran y a manifestarlas de manera abierta y libre, son otro de los grandes avances de la humanidad que va de la mano con la ilustración y la civilidad. Una de las expresiones fundamentales de la cultura política democrática es la tolerancia con las peculiaridades raciales, sexuales, religiosas, así como con las ideas y la o las identidades de cada individuo. El único límite a esas expresiones son los derechos de los demás.
En ese equilibrio entre reconocimiento, libertades y respeto mutuo radica una de las claves del pacto civilizatorio que, ensanchado para reconocer las diversidades de nuestras sociedades, reconoció en el transcurso del siglo XX derechos de las mujeres y de minorías raciales y sexuales, por mencionar algunos. La aceptación de tales derechos ha sido un triunfo de la tolerancia. Ahora, sin embargo, asistimos a una desnaturalización que la convierte en su contrario.
La nueva intolerancia se parapeta en motivos nobles. La defensa de las mujeres y sus derechos, el reconocimiento de los grupos raciales, la aceptación de las minorías sexuales o la protección de adolescentes y niños, son, entre otras causas, coartadas para perseguir opiniones contrastantes. De la legítima defensa de derechos, hay quienes han transitado a la persecución de posiciones intelectuales y políticas, e incluso expresiones y frases que les parecen incómodas.
EN THE NEW YORK TIMES, Donald McNeil, que fue uno de los primeros periodistas especializados en cubrir con seriedad la pandemia del Covid-19, fue denunciado en enero pasado por varios estudiantes a los que acompañó dos años antes a una excursión a Perú. A esos alumnos les parecieron racialmente ofensivas algunas frases de McNeil en una conversación informal. Él explicó que había utilizado esas expresiones al charlar sobre temas raciales con algunos de aquellos jóvenes y nunca imaginó que tales frases, que empleó para sostener posiciones antirracistas, suscitarían tal denuncia.11 A consecuencia de ese escándalo, 150 redactores del Times suscribieron una carta en donde decían que estaban “indignados y lastimados” por la conducta del periodista en ese incidente. McNeil tuvo que renunciar.12 Llevaba 45 años trabajando en el NYT.
En septiembre de 2019, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, ofreció disculpas después de que se difundieron imágenes suyas, de 18 años antes, en donde aparece con la cara pintada de negro. Esas fotografías fueron tomadas en una fiesta que tenía como tema las “Noches de Arabia”, en la escuela en donde Trudeau daba clases cuando tenía 29 años. Para esa fiesta se disfrazó de Aladino. Luego se conocieron fotos similares, de cuando era estudiante de preparatoria. “En la época en la que me disfracé así, no tenía conciencia de lo racista que era ese maquillaje. Pero ya no soy esa persona y sé muy bien que nunca debí haber hecho eso”, explicó el primer ministro. El episodio fue muy mencionado porque poco después habría elecciones federales en Canadá y sus adversarios intentaron desprestigiarlo acusándolo de racista.13 Trudeau se mantuvo al frente del gobierno, pero con frecuencia hay detractores suyos que recuerdan las fotografías para decir que es racista. Aunque al disfrazarse no hubiera querido burlarse de los negros, la susceptibilidad avivada con esas imágenes les dio un contexto distinto y ominoso.
Otra cara pintada de negro ocasionó la destitución del compositor Bright Sheng, quien daba clases en la Universidad de Michigan. Para explicar el proceso de adaptación de un texto literario a una ópera, les mostró a sus alumnos la película Otelo, sobre la obra de Shakespeare adaptada por Verdi, en donde Laurence Olivier aparece con el rostro maquillado de negro porque ese personaje es moro. Varios alumnos consideraron que esa representación era una ofensa a los negros y tuitearon su disgusto. Una carta sobre ese incidente, firmada por estudiantes y profesores, denunció a Sheng por un “comportamiento dañino en el aula” que propició que los alumnos se sintieran “inseguros e incómodos”. Después de varias semanas de reproches públicos y no obstante que se disculpó, Sheng tuvo que renunciar. Ese profesor de 66 años nació en Shangai y de joven padeció la revolución cultural china.14
En febrero pasado, dos profesores de la escuela de Derecho de la Universidad de Georgetown conversaban después de impartir una clase por Zoom. En un segmento de esa charla, que quedó grabado sin que se dieran cuenta, la profesora Sandra Sellers le comentó a su colega: “¿Sabes qué? Odio decir esto. Cada semestre termino con la angustia de que muchos de mis [estudiantes] más bajos son negros. Tienes algunos realmente buenos, pero habitualmente también hay algunos que son simples, en la parte inferior. Eso me enloquece”.15 No se conoció el contexto de esa conversación, pero todo parece indicar que la profesora deploraba las bajas calificaciones que obtenían muchos de sus estudiantes negros. Esos segundos de su conversación fueron difundidos en Twitter, junto con enfadadas protestas de alumnos negros que la acusaron de racista. La Universidad, en donde Sellers había trabajado catorce años, consideró “detestables” esas afirmaciones y la despidió.
Los anteriores son unos cuantos de los abundantes casos de intolerancia reciente desatada por acciones o expresiones que irritan la susceptibilidad de personas o grupos. Los así disgustados exigen desterrar del espacio público a los culpables de esas conductas. Es comprensible que se intente detener la expansión de discursos de odio. Pero con mucha frecuencia, a esas expresiones se les atribuyen implicaciones que no han tenido, como una actitud de intolerancia a la diversidad cultural.
En México, los episodios de cancelación son menores... como sea, se aprecia una tendencia reciente a soslayar o vetar
la manifestación, en los campus, de opiniones incómodas
LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN ha prosperado en las universidades con una vehemencia inquietante. Las instituciones académicas no están a salvo de abusos, en ocasiones amparados en el ascendiente de los profesores sobre sus alumnos. En las universidades a menudo se conocen casos de acoso e inclusive agresiones sexuales que por fortuna son cada vez más denunciados y deben sancionarse con pleno rigor. Pero también hay decisiones sustentadas en apreciaciones subjetivas, a partir de la molestia que han ocasionado expresiones incómodas para algunas personas.
Desde luego, hay que distinguir entre las agresiones, intimidaciones o asedios físicos que son faltas indudables, y las opiniones que desagradan las convicciones o los gustos de otros. En toda sociedad la libertad de expresión debe ser intocable, siempre y cuando no implique calumnias o difamaciones. Más aún en las universidades, donde la variedad de apreciaciones, acerca de todos los temas, tendría que ser preservada como un valor esencial. Sin embargo, desde diversos frentes, la diversidad de opiniones y enfoques en la vida académica es cuestionada. Por una parte, está la susceptibilidad de quienes consideran que las universidades deben ceñirse a las concepciones que ellos considerana decuadas. En Estados Unidos la corrección política, llevada al extremo, ha desembocado en acciones de cancelación como las antes mencionadas.
En México, los episodios de cancelación aparentemente son menores —y en todo caso no son tan conocidos— y se deben a otros motivos. Cada caso en nuestras universidades tiene peculiaridades que sería preciso subrayar y distinguir. Como quiera que sea, se puede apreciar una tendencia reciente a soslayar e incluso vetar la manifestación, en los campus, de opiniones incómodas. Conferencias suspendidas para evitar protestas debido al enfoque o al tema que hubieran abordado, o profesores marginados de sus tareas docentes porque expresan opiniones que son consideradas como conservadoras o racistas, plantean un conflicto entre la libertad académica y la necesidad de ceñirse a pautas de comportamiento moral y/o ético que los criterios institucionales consideran adecuadas. Reconocer ese derecho a la diversidad de ninguna manera implica que las universidades deban propalar posiciones fundamentalistas, al contrario. Las opiniones más incómodas, incluso las que más rechazo provoquen, tendrían que ser discutidas, con todo rigor, en los espacios académicos.
REVANCHA, VENGANZA O CATARSIS
En su reciente libro Cynical Theories, los escritores Helen Pluckrose y James A. Lindsay explican:
Casi a diario aparece una historia sobre alguien que ha sido despedido, “cancelado” o sometido a vergüenza pública en las redes sociales, a menudo por haber dicho o hecho algo que es interpretado como sexista, racista u homofóbico. A veces las acusaciones están justificadas y nos consuela saber que un fanático, al que vemos completamente distinto a nosotros, está recibiendo la censura que “merece” por sus opiniones odiosas. Sin embargo, cada vez con mayor frecuencia, la acusación es altamente subjetiva y su razonamiento, tortuoso. A veces pareciera que una persona bien intencionada, incluso una persona que aprecia la libertad y la igualdad universales, dijo de pronto algo que no cumplía con los nuevos códigos de expresión, con consecuencias devastadoras para su carrera y reputación.16
La escritora y politóloga Anne Applebaum confirma y actualiza ese diagnóstico en un contundente artículo titulado “Los nuevos puritanos”, que apareció en la revista The Atlantic. En Estados Unidos, dice, hoy en día
... es posible conocer a personas que lo han perdido todo: trabajo, dinero, amigos, colegas, después de no violar ninguna ley y, a veces, tampoco las reglas de su lugar de trabajo. En cambio han roto (o se les acusa de haber roto) códigos sociales relacionados con la raza, el sexo, el comportamiento personal o incluso el humor aceptable, que posiblemente no existían hace cinco años o quizás cinco meses. Algunos han cometido graves errores de juicio. Algunos no han hecho nada en absoluto.17
Esa cultura de la cancelación, como se le ha llamado de manera tan explícita, promueve el aislamiento social, cultural, laboral e incluso la segregación del espacio público de personas a las que se considera incómodas o transgresoras. Algunos de quienes han sufrido esas reacciones seguramente han cometido delitos, incluso muy graves. Entre los destinatarios de acciones de cancelación se encuentran agresores sexuales cuyos abusos han sido denunciados con valentía y probados con detalle (quizá el caso más notorio ha sido el del otrora poderosísimo productor de cine, Harvey Weinstein). Esos casos, en buena hora, han sido sancionados por la justicia.
El problema con esta nueva costumbre es que se anticipa a la acción de los jueces y la aplicación de las leyes, y esa ruta tiene al menos tres consecuencias.
Por una parte, quienes emprenden acciones de cancelación, para llamarles con esa jerga de moda, o acciones de censura y persecución, para decirles de manera más precisa, se autodesignan o asumen como jueces y expiden sentencias instantáneas. El impostado tribunal de la sociedad crispada reemplaza el papel de la justicia.
Es un ejercicio que prescinde de la presunción de inocencia y el debido proceso, que son avances cardinales e indispensables en una auténtica aplicación de la justicia. En segundo término, por lo general esas acciones de boicot público —que alcanzan consecuencias formales— no toman en cuenta todos los elementos necesarios para construir una evaluación sensata, y con frecuencia tampoco consideran la versión de las personas a quienes se condena de esa forma. En tercer lugar, vetan a personas, instituciones, imágenes, textos y expresiones de toda índole, no por sus significados específicos sino porque no se ajustan a los gustos de quienes muestran tanta diligencia para bloquear a otros.
La cultura de la cancelación no pretende hacer justicia sino ejercer una revancha, venganza o simple catarsis. Supone la expulsión de la vida pública de aquellos condenados moralmente por un segmento de la sociedad. Como toda práctica sustentada en apreciaciones morales, y por lo tanto subjetivas, es aquilatada de muy diversas maneras e, incluso, utilizada con fines de proselitismo político. En Estados Unidos la derecha conservadora, dentro y fuera del Partido Republicano, ha incorporado a su discurso la crítica de esta modalidad, culpando a los demócratas de querer censurar a quienes no se allanan a sus puntos de vista. Durante la Convención Republicana de 2020, por lo menos once oradores cuestionaron la cultura de la cancelación. En aquel evento, el entonces presidente Donald Trump dijo que su práctica intenta “hacer que los estadunidenses decentes vivan con el temor de ser despedidos, expulsados, avergonzados, humillados y expulsados de la sociedad tal como la conocemos”.18
Sin embargo, las expresiones de intolerancia más frecuentes en ese país (comenzando por la persecución a los migrantes, el odio racial o la misoginia para descalificar a las mujeres que se involucran en política) anidan en las alas más conservadoras del Partido Republicano y en sus periferias.19
EN LA VIDA PÚBLICA siempre han existido campañas en contra de empresas, instituciones o personas, y llamados para estorbar su expansión por motivos económicos o políticos. La cultura de la cancelación cuestiona opiniones, expresiones o conductas que no necesariamente han sido comprobadas. Afecta esencialmente a la fama pública de personas señaladas debido a antipatías con algo que han dicho o hecho y no con transgresiones a la ley.
Esta nueva intolerancia se propaga y ejerce fundamentalmente en las redes sociodigitales. Veredictos en 280 caracteres, sentencias avaladas por millares de likes, evaluaciones sustentadas en emociones mucho más que en evidencias y, junto con ello, la incitante sensación de que se ha participado en una acción justiciera, hacen del espacio digital el territorio propicio.
El prestigio de una persona puede ser demolido a partir de referencias aisladas, episodios sin contexto o con videos de unos cuantos segundos. Applebaum apunta:
Nadie, de ninguna edad, en ninguna profesión, está a salvo. En la era del Zoom, las cámaras de los teléfonos móviles, las grabadoras en miniatura y otras formas de tecnología de vigilancia barata, los comentarios de cualquier persona pueden sacarse de contexto.20
La autocomplacencia y la autorreferencia que a menudo determinan los contenidos que hallamos en las redes sociodigitales contribuyen a la apreciación maniquea que acompaña a esta práctica. La justicia en manos de las multitudes siempre ha sido manipulable y turbia. No es diferente cuando esas multitudes se congregan en el espacio digital.
Esta nueva intolerancia se ejerce en las redes sociodigitales. Veredictos en 280 caracteres, sentencias avaladas por millares de likes, evaluaciones sustentadas en emociones hacen del espacio digital el territorio propicio
PENSAMIENTO ÚNICO, POPULISMO Y PARADOJA
La pseudociencia y los fundamentalismos ignorantes acerca de hechos científicos y, por otra parte, la cultura de la cancelación, se despliegan hoy en contextos dominados por gobiernos de corte populista que también promueven, por su parte, actitudes de intolerancia. El populismo es un estilo en el ejercicio del poder político, que trasciende ideologías (hay populismos lo mismo de derechas que de izquierdas) y que manifiesta dos rasgos fundamentales. Por un lado, el líder populista sostiene que representa al pueblo y, en tal virtud, sus posiciones son las del pueblo y por eso resultan correctas e irrebatibles. Al mismo tiempo, fomenta la polarización de la sociedad: en un flanco, de acuerdo con su perspectiva, se encuentra el pueblo integrado por adherentes suyos; en el otro polo coloca a sus adversarios, que son todos aquellos —partidos, políticos, periodistas, expertos, académicos, ciudadanos organizados, etcétera— que no se le subordinan. Esos rasgos del populismo se repiten hoy en una veintena de países.21
Intolerante con la información dura, el análisis crítico y la discrepancia, el populismo constriñe el espacio público y bloquea el intercambio de puntos de vista que es consustancial a la democracia. Cuando se asume con la intensidad que suscitan las creencias por encima de las ideas es una forma de fanatismo. La intolerancia populista, igual que aquella que resulta de otras expresiones de fanatismo, bloquea puentes para precisar, aclarar e intercambiar ideas.
LA DELIBERACIÓN PÚBLICA, que abreva en la diversidad y a su vez nutre a la democracia, requiere que haya posiciones discrepantes para, precisamente, someterlas a discusión. Las actitudes discriminatorias o las versiones falsas se combaten con argumentos y hechos y no ocultándolas o marginándolas del debate público.
La deliberación pública no encuentra ni contexto ni receptividad suficientes y se ve constreñida por tres circunstancias. Por una parte, la polarización fomentada por el populismo evita y descalifica el debate de ideas. A los hechos se les oponen pretendidas verdades alternativas. A las posturas discrepantes se les persigue y desacredita. En segundo término, en amplios segmentos de nuestras sociedades hay reticencia a la discusión, y a la confrontación de argumentos se la considera contraproducente. Cuando la hay, es frecuente que los medios y las redes simplifiquen la discusión.
Un tercer escollo para el debate público y a su vez una causa de la cultura de la cancelación radica en el rechazo de muchas personas a posiciones e incluso expresiones que les desagradan. Applebaum recoge la siguiente opinión: “La tolerancia de la gente a la incomodidad... a la disonancia, a no escuchar exactamente lo que quieren escuchar, ahora se ha reducido a cero”.22 Tal incomodidad, explica esa autora, siempre es subjetiva: “El comentario crítico de una persona puede ser percibido por otra como racista o sexista. Las bromas, los juegos de palabras y cualquier cosa que pueda tener doble significado están, por definición, abiertos a la interpretación”.23 En esa posibilidad de que cada quien entienda —y prefiera o rechace— de acuerdo con su experiencia, preferencias y condiciones, radica una de las claves de la diversidad cultural e intelectual de nuestras sociedades. Sin embargo, cuando los fanatismos o la polarización populista cercenan esa variedad de expresiones e interpretaciones, se construyen las empalizadas del pensamiento único.
Tolerancia dentro del pluralismo es el reconocimiento de los otros y de sus diferencias con nosotros, sin imponer un discurso. Pero ese respeto no implica abstenerse de analizar, cuestionar e incluso rechazar las opiniones de otros
A MENUDO LA AGRESIVIDAD de los intolerantes arredra a quienes quieren oponerse a ellos. Hay que recordar, con Savater, que
... la tolerancia no es una actitud pasiva, resignada, ni la indiferencia decadente acerca de lo que nos rodea: es una disposición combativa a favor de la pluralidad social y también de la fuerza de voluntad ciudadana contra el fanatismo.24
Tolerancia dentro del pluralismo es el reconocimiento de los otros y de sus diferencias con nosotros, sin imponer una visión, ni un discurso. Pero ese respeto no implica abstenerse de analizar, cuestionar e incluso rechazar las opiniones de otros. Sobre todo, ante la intolerancia la peor actitud es resignarse, callar o disimular.
En las extensas notas al cabo de su portentoso libro La sociedad abierta y sus enemigos, el pensador austriaco Karl Popper describió la “paradoja de la tolerancia”:
La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia... Debemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes.25
Enfrentar la intolerancia equivale a defender la ciencia, la verdad, la ilustración, la democracia.
Las obras que ilustran esta edición forman parte de la muestra de Pedro Coronel, 100 años, una ruta infinita, que se exhibe en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Agradecemos al Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura por esta cortesía.
Nota
1 Voltaire, Tratado sobre la tolerancia. Con ocasión de la muerte de Jean Calas (1763), Tecnos, Madrid, 2015, p. 74.
2 Fernando Savater, Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, Ariel, Barcelona, 2007, p. 81.
3 Citado por Amos Oz en Queridos fanáticos, Siruela, 2018, edición para Kindle, posición 233.
4 Ibid., posición 151.
5 Michiko Kakutani, The Death of Truth. Notes on Falsehood in the Age of Trump, Tim Duggan Books, New York, 2018, edición para Kindle, posición 655.
6 Ibid., posición 668.
7 “Redada en Italia contra los antivacunas por instar a la violencia”, Infobae, 15 de noviembre, 2021. Disponible en: https://www.infobae.com/america/agencias/2021/11/15/redada-en-italia-contra-los-antivacunas-por-instar-a-la-violencia/
8 Marcelino Madrigal, “‘Querdenken’ en Mallorca”, Newtral, 2 de julio, 2021. Disponible en: https:/www.newtral.es/analisis-querdenken-en-mallorca/20210702/
9 Tim Dickinson, “How the Anti-Vaxxers Got Red-Pilled”, Rolling Stone, 10 de febrero, 2021. Disponible en: https://www.rollingstone.com/culture/culture-features/qanon-anti-vax-covid-vaccine-conspiracy-theory-1125197/
10 Lucía Gardel, “¿Quiénes son los ‘Médicos por la Verdad’?”, Chequeado, 23 de septiembre, 2020. Disponible en: https://chequeado.com/el-explicador/quienes-son-los-medicos-por-la-verdad-y-los-epidemiologos-argentinos-los-2-grupos-que-difunden-desinformaciones-sobre-el-coronavirus/
11 Donald G. McNeil Jr., “NYTimes Peru N-Word”, Medium, 1 de marzo, 2021. Disponible en: https://donaldgmcneiljr1954.medium.com/nytimes-peru-n-word-part-one-introduction-57eb6a3e0d95
12 Tom McCarthy, “Reporter says New York Times panicked over alleged racism case that led to his resignation”, The Guardian, 1 de marzo, 2021. Disponible en: https://www.theguardian.com/media/2021/mar/01/new-york-times-reporter-donald-mcneil-medium-post
13 David A. Graham, “Canada’s Surprising History of Blackface”, The Atlantic, 20 de septiembre, 2019. Disponible en: https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2019/09/canadas-surprising-history-of-blackface/598468/
14 Jennifer Schuessler, “A Blackface ‘Othello’ Shocks, and a Professor Steps Back From Class”, The New York Times, 15 de octubre, 2021. Disponible en: https://www.nytimes.com/2021/10/15/arts/music/othello-blackface-bright-sheng.html
15 Michael Levenson, “Georgetown Law Fires Professor for ‘Abhorrent’ Remarks About Black Students”, The New York Times, 11 de marzo, 2021. Disponible en: https://www.nytimes.com/2021/03/11/us/georgetown-university-sandra-sellers.html
16 Helen Pluckrose y James A. Lindsay, Cynical Theories, Pitchstone Publishing, Durham, North Carolina, 2020, versión digital.
17 Anne Applebaum, “The New Puritans”, The Atlantic, agosto, 2021.
18 Aja Romano, “The second wave of ‘cancel culture’”, Vox, 5 de mayo, 2021. Disponible en: https://www.vox.com/22384308/cancel-culture-free-speech-accountability-debate
19 Lisa Lerer, “The New Cancel Culture Capitalism”, The New York Times, 10 de abril, 2021. Disponible en: https://www.nytimes.com/2021/04/10/us/politics/cancel-culture-republicans.html
20 Applebaum, loc. cit.
21 Brett Meyer, “Populists in Power: Perils and Prospects in 2021”, Tony Blair Institute for Global Change, 18 de enero, 2021. Disponible en: https://institute.global/policy/populists-power-perils-and-prospects-2021
22 Applebaum, loc. cit.
23 Ibid.
24 Fernando Savater, “Los requisitos de la tolerancia”, El País, 21 de abril, 1995. Disponible en: https://elpais.com/diario/1995/04/22/opinion/798501610_850215.html
25 Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 1992, p. 512. El razonamiento de Popper continúa de esta manera: “Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrarío, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que presten oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñen a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos”.