Palabras e imágenes contra el olvido

En 1987, el colombiano Héctor Abad Gómez murió “víctima de la peste más aniquiladora que puede padecer una nación: el conflicto armado entre grupos políticos, la delincuencia desquiciada”, señala su hijo, Héctor Abad Faciolince, en El olvido que seremos. Esa novela de no ficción es referente latinoamericano por su prosa ágil y por el testimonio de una familia que se derrumba ante el asesinato del padre. Jaime Garba analiza la adaptación cinematográfica homónima, dirigida por Fernando Trueba y disponible en Netflix.

Palabras e imágenes contra el olvido
Palabras e imágenes contra el olvido Foto: Fuente: twitter.com

“Ya somos el olvido que seremos. / El polvo elemental que nos ignora / y que fue el rojo Adán, y que es ahora, / todos los hombres, y que no veremos”. El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince hace de este primer verso de “Aquí. Hoy”, de Jorge Luis Borges, una máxima con la que titula y encumbra la más celebrada de sus novelas. Es una oda al padre, que no a la muerte sino a la vida del doctor Héctor Abad Gómez, un honorable médico que transgredió los atavismos de la profesión para ayudar a los desprotegidos, a los relegados por la sociedad colombiana en la defensa de sus derechos humanos, sin importar que le costara la etiqueta de enemigo del Estado y las instituciones.

MIGRACIÓN A OTROS FORMATOS

La novela testimonial, publicada por primera vez en 2005 aunque multipremiada y reeditada en incontables ocasiones, ha conmovido a millones de lectores con el testimonio íntimo que tiene como contexto la violencia paramilitar, del narcotráfico y el sicariato de los años ochenta (que prevaleció buena parte de los noventa pero con rastros hasta nuestros días), como forma de acallar las voces de sindicalistas, profesores y activistas por medio del miedo, de la muerte. El libro, donde bien prevalece el canto melancólico pues el epítome radica en el crimen contra Abad Gómez, el 25 de agosto de 1987, es también un recorrido contemplativo e inspirador por la vida del médico y su familia a través de los ojos del escritor que acude a la memoria.

Pocas novelas logran mantener un tono arquetípico en frases bien escritas, evocativas y profundas, que a la vez no se alejan en ningún momento del arte narrativo: “El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas.

Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá, y escogí a mi papá”. Comprende escenas, fragmentos, un todo que se convierte en acciones tangibles en la imaginación del lector y que hacen desear la migración a otros formatos, para seguir impulsando la fuerza que contienen.

Quizá por ello al éxito del libro siguieron el documental Carta a una sombra (2015), de Daniela Abad y Miguel Salazar, un retrato familiar que muchos años después recuerda las enseñanzas del padre y conversa no sobre la nostalgia y el dolor, sino a manera de homenaje. Está por otro lado la adaptación gráfica del libro (Tyto Alba, Salamandra Graphic, 2021): es una obra de arte en la que, como en la literatura emblemática, texto e imagen se funden en una sola. Por último figura la película dirigida por Fernando Trueba en el 2020, ganadora del Goya a Mejor Película Iberoamericana, el premio a mejor filme del Festival Cine Horizontes en Marsella, y nominada a los Premios Ariel como Mejor Película Iberoamericana (que se llevó la no menos extraordinaria El Agente Topo).

DOBLE DECLARACIÓN DE AMOR

La adaptación cinematográfica, que ya se puede ver en México en la plataforma Netflix, cierra probablemente el círculo de formatos, al permitir adentrarnos a detalle en la visión, perspectiva y vida del resto de la familia, de la ciudad y sobre todo de circunstancias político-sociales que rodearon la labor humanitaria y el atroz asesinato.

El largometraje en el que actúan Javier Cámara (como Abad Gómez), Juan Pablo Urrego (Abad Faciolince) y Patricia Tamayo (Cecilia Faciolince) es un complemento a la declaración de amor de Héctor a su padre, en la novela:

Creo que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra.

Al mismo tiempo es el amor “animal” de su padre a Héctor, que rebasa su actuar congruente: “Mis amigos y mis compañeros se reían de mí por otra costumbre de mi casa, que sin embargo, esas burlas no pudieron extirpar. Cuando yo llegaba a casa, mi papá, para saludarme, me abrazaba, me besaba, me decía un montón de frases cariñosas y además, al final, soltaba una carcajada”.

¿UN NUEVO CLÁSICO?

Destaco aquellas escenas en las que el médico aborda con su hijo temas que otros padres rehúyen por ser polémicos o complejos, como la sexualidad y las dudas existenciales, desde una elocuencia e inteligencia afectiva extraordinaria. No obstante, también presenciamos otros hechos como tragedias y alegrías dentro de la familia, que la cimbran y transforman.

Más allá de los reconocimientos, de las proyecciones en distintos festivales en el mundo —que no son otra cosa sino señal de un trabajo digno y de la trayectoria de Trueba—, tanto las actuaciones como la música, el guion y la fotografía hacen de El olvido que seremos una obra completa. Está a la altura del best seller y parece destinada a convertirse en un clásico del cine latinoamericano, pues augura encontrar nuevos públicos que lleguen a la novela y viceversa. Servirá incluso para descubrir otros libros del escritor colombiano, que mantienen bajo perfil ante el fenómeno literario de esta obra.

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