Arte novohispano a la deriva

Al margen

Arte novohispano a la deriva. Foto: Fuente: Jackie Hope / unsplash

Desde que Citigroup anunció la venta de Banamex, el destino de su vastísimo acervo 1 ha inquietado a la comunidad cultural y al público que a lo largo de los años ha podido gozar de él a través de sus inmuebles históricos, exposiciones y publicaciones. El tema ha tomado también un importante protagonismo en la discusión pública, generando especulación que ha abarcado desde su desmantelamiento y venta en el extranjero, hasta la posibilidad de que pase a manos del Estado. Si bien es un hecho que muchos de estos escenarios son improbables gracias a esfuerzos previos que no permiten que este acervo salga del país ni se desarticule, el nerviosismo que muchos sentimos tiene un trasfondo que va más allá del caso de Banamex en particular, pues se inscribe en la nula protección con la que cuenta el arte producido durante trescientos años de nuestra historia, que es uno de los aspectos estelares de esta colección.

ENTRE LAS MÁS de cuatro mil obras de arte que hoy forman parte del patrimonio cultural de Banamex hay una gran presencia de arte novohispano, incluso es considerada una de las colecciones más importantes de este tipo en el país. Su acervo también incluye, por supuesto, firmas fundamentales de la pintura de los siglos XIX y XX, pero esas obras, particularmente las últimas, son objeto de estrictas protecciones legales e institucionales. Lo mismo puede decirse del arte prehispánico. El del periodo virreinal, en cambio, es saqueado y vendido con total impunidad. Es decir, ante la incertidumbre de lo que sucederá con Banamex, me pregunto si estaríamos igual de preocupados si su colección constara de antigüedades precolombinas o exclusivamente de arte postrevolucionario. Estoy dispuesta a apostar que no.

Para entender mejor esta problemática hablé con Alan Rojas Orzechowski, quien es doctor en Historia por la Universidad Iberoamericana y especialista en el periodo virreinal. Tiene, además, una amplia experiencia en temas de coleccionismo, al haber trabajado en museos tanto públicos como privados formados a partir de colecciones particulares, entre ellos el Museo Casa-Estudio Diego Rivera y el Museo Kaluz, donde ahora ocupa el puesto de coordinador de exposiciones.

“Históricamente, el arte novohispano ha sido poco valorado”, me dice Alan, contundente. “Desde luego tenemos grandes estudiosos del tema, pero lo cierto es que ha sido desdeñado a partir de la segunda mitad del siglo XIX, desde una tradición liberal en la que se veía que el proyecto de nación al que se aspiraba no tenía concordancia con ese pasado virreinal o colonial. Tanto los inmuebles como el patrimonio mueble desaparecieron; en el caso del segundo, las piezas fueron vendidas y sacadas del país sin ningún registro claro de ello”.

El propio Estado saqueó iglesias y conventos, de cierta forma institucionalizando esta práctica

A RAÍZ DE LAS LEYES de Reforma y la desamortización de los bienes eclesiásticos, la ideología comenzó a jugar un papel importante en la manera en que valoramos la producción cultural del Virreinato. Más allá de afinidades personales o de que entendamos las acciones de los liberales decimonónicos en su contexto —con la Independencia y las invasiones extranjeras tan a flor de piel—, es un hecho que desde entonces lo político ha atravesado nuestra mirada cuando de arte se trata.

A esto habría que sumar el proyecto cultural emanado de la Revolución, que estuvo marcado por un espíritu indigenista y de recuperación del pasado prehispánico. Fue bajo esa luz que mucha de la legislación todavía vigente tomó forma.

“Lo arquitectónico está más protegido, pero en el patrimonio mueble —que es la cultura material que nos queda de ese tiempo, llámese arte pictórico o decorativo—, esa protección es mucho menor”, continúa Alan y señala una penosa realidad: “Las piezas prehispánicas son más celosamente resguardadas e incluso perseguidas. ¿Cuántas veces has escuchado que el gobierno mexicano intente detener una subasta de Christie’s o Sotheby’s en la que se está vendiendo un Villalpando? Nunca. Y estas obras que están fuera del país pasan de mano en mano sin que sepamos dónde van a parar. También hay tráfico de arte novohispano. Ha habido muchos casos de venta de obras saqueadas de iglesias en ámbitos rurales. Algunas de esas piezas están catalogadas, pero no cuentan con el mismo grado de protección”.

¿ES MENOS PEOR un saqueo a una comunidad cuando la pieza robada es la pintura de un retablo o una escultura procesional que una piedra labrada de un sitio arqueológico? A veces pareciera que legal e institucionalmente sí, pero al ver las comunidades agraviadas por el tráfico ilícito, la mayoría de las veces tienen una relación más cercana con el arte sacro virreinal. En esas comunidades, el patrimonio no es sólo un objeto bonito que se exhibe para apreciarse por su valor estético o histórico: se trata de un patrimonio vivo y eje central de la vida social.

El robo que impera actualmente habría que contextualizarlo dentro de un saqueo histórico que incluso pasa por lo gubernamental. No olvidemos que, retomando la Reforma, el propio Estado saqueó iglesias y conventos, de cierta forma institucionalizando esta práctica. Seamos sinceros: el arte sacro que hoy apreciamos en las colecciones virreinales de los museos públicos muy probablemente fue sustraído de un contexto religioso.

Aunado a esto, los pinceles novohispanos no son considerados artistas monumento, como sí lo son Diego Rivera y compañía. “Éstos son candados o protecciones jurídicas de las que no goza el arte novohipano, desafortunadamente”, concluye Alan.

Ojalá el caso de Banamex sea un parteaguas para abrir este debate, entre muchos otros, sobre el coleccionismo y el mercado del arte en nuestro país, el cual pueda llevar a una discusión mucho más amplia sobre nuestras leyes de patrimonio.

Nota

1 Cuenta con cinco inmuebles históricos del periodo virreinal en

la Ciudad de México, Mérida, San Miguel de Allende y Durango; una colección de arte y arte popular de 4,091 obras de los siglos XVII a XXI;

una colección de numismática con 2,400 piezas; una biblioteca de tres mil volúmenes; un archivo histórico de casi 100 mil ítems.

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