Dos crónicas de ciencia ficción

¿Qué pasaría si, luego de algunas décadas, una corporación poseyera los derechos de los Beatles y remasterizara sus voces para “enseñarlas” a muñecos idénticos a los cuatro músicos de Liverpool, fabricados en un laboratorio genético y con injertos de cabello de los originales? ¿Si el objetivo último fuera organizar una nueva gira del grupo, ahora mejorado por la tecnología? ¿Y si además revivieran al Gran Fundador, preservado en criogenia hasta entonces? Abraham Truxillo imagina en una crónica futurista esta posibilidad no remota.

Dos crónicas de ciencia ficción. Fuente: co.pinterest.com

1. YO TAMBIEN ATRAVESÉ ABBEY ROAD

El día del veredicto la Corporación se convirtió en la dueña absoluta de los derechos del cuarteto. Los descendientes del baterista gritaron consignas contra el juez, que se retiró de la corte mientras los espectadores lanzaban escupitajos; los herederos del bajista, mostrando sus insignias de lores, trataron de encarar a los abogados de la Corporación, pero los guardias intervinieron. Los reporteros no perdían oportunidad de grabar todo con sus holocámaras para transmitirlo a los centros de noticias alrededor del mundo. Cuando el jurado ya había abandonado la sala, las bisnietas del legendario líder aún lloraban con delicadeza oriental sin que sus familias pudieran consolarlas y, desde el fondo de la sala, llegaban los sollozos del único descendiente vivo del guitarrista, postrado en una silla de ruedas.

Los medios dieron de inmediato la noticia: los materiales serían remasterizados e incubados en un laboratorio genético de alta tecnología. Los nuevos originales estarían listos para el siguiente verano gracias a los nuevos procedimientos de hipercrecimiento e inseminación de aprendizaje. Las muestras serían tomadas de cuatro muñecos que tienen cabello auténtico de los músicos, provenientes de una colección privada.

La Corporación anunció que se celebraría un concierto de gala en uno de sus Reinos Mágicos. Ahí haría su primera aparición pública el Gran Fundador, recién traído de la muerte gracias a los mismos laboratorios que reproducirían a la banda. El director del proyecto, Otto Von Braun, afirmó en una rueda de prensa que habían logrado descongelar al Gran Fundador, a más de cien años de su aciaga muerte, gracias a la bendición divina.

A pesar de las protestas mundiales y la oposición de los descendientes, la reproducción se llevó a cabo. La banda se presentó en la Isla del Oeste —en la antigua Hawái. Quienes asistieron al concierto pudieron constatar que el nuevo grupo era incluso mejor que el del siglo XX. Sus rostros eran más afilados, las ejecuciones más limpias, las voces no desafinaban. El Gran Fundador, que nunca los había escuchado en sus dos vidas, estaba extasiado.

A medida que realizaban giras por la Tierra, el virtuosismo con el que interpretaban sus temas aumentaba. Pronto evolucionaron según lo conocido: su cabello y sus barbas crecieron. El Gran Fundador en persona hacía de representante, hablaba en su lugar en las ruedas de prensa y cumplía cada uno de sus caprichos.

Entonces sobrevino la segunda noticia: la banda entraría al estudio. El planeta entero fue objeto de una fuerte campaña de publicidad neurosatelital. La Corporación puso a disposición de los músicos el Reino de las Maravillas —en la antigua Irlanda— para que grabaran sin molestias.

Mientras pasaban los meses, la expectación mundial se agigantaba. Críticos y fanáticos especulaban sobre las proporciones del nuevo material, que podría sacudir el mundo de la música.

Poco antes del esperado lanzamiento, el Gran Fundador apareció ante los medios con renovado rostro de hielo: los músicos habían muerto a causa de un extraño mal cardiaco. De los millones de terabytes disponibles para grabar, no habían utilizado ni uno solo. Después se sabría que la banda había padecido completa esterilidad creativa y diversos males a causa de una falla genética.

El Gran Fundador dirigió los funerales en el Reino del Sur —en la antigua Argentina. Algunos de los descendientes asistieron a la ceremonia, invitados por la Corporación para hacer las paces.

Se calculó que se necesitarían ochocientas mil generaciones para adaptarse al entorno

Antes de que terminara el duelo mundial, el Gran Fundador se presentó ante los medios para dar otra noticia: la banda sería rerreproducida. Aunque la tecnología para corregir el error genético ya existía, los ejecutivos decidieron que un proyecto renovable a corto plazo sería más apropiado para honrar la memoria de los músicos. Al ser cuestionado acerca de su propio estado físico y vigencia dentro de la Corporación, el Gran Fundador, nervioso y molesto, respondió que su salud era perfecta y sus circunstancias muy distintas a las del cuarteto. Aun así, los rumores no se hicieron esperar durante el tercer debut de la banda cuando un Gran Fundador más ágil y rejuvenecido anunció con portentosa voz:

–¡Damas y caballeros, con ustedes...!

2. VOLVER AL MAR

Creo que ahora se discuten las ventajas

y desventajas de un suicidio gradual

o simultáneo de todos los hombres

del mundo.

Jorge Luis Borges

Pasaron milenios desde la última gran guerra y los humanos aprendieron de sus errores. Entraron en un proceso de total depuración. Conservaron la tecnología más imprescindible. Se abstuvieron de guardar todo tipo de registros. Se olvidaron de los conocimientos inútiles que, como se comprobó finalmente, conducían a la infelicidad. La humanidad también dejó de reproducirse. Los nacimientos eran cada día cosa más rara y, francamente, mal vista. Las pocas personas que quedaban habían sucumbido a una especie de trascendencia prematura que los llevaba a desinteresarse de las cosas mundanas. Su vida transcurría en un ensimismamiento solitario que se confundía con la misantropía.

Entonces, en una cumbre convocada por el único grupo que aún adolecía de iniciativa, se propuso emprender un proyecto de escala global que acabara con la anomia. La primera propuesta fue un gran suicidio colectivo, un gesto escénico que cerrara la sinfonía humana con un redoble de agonía y muerte; otro grupo propuso la mudanza planetaria: esta propuesta fue rechazada de inmediato con horror: no había peor idea que hacer germinar a la especie ahora en otro planeta. Además, con el abandono de la tecnología aeroespacial el proyecto era poco menos que imposible.

Ante el desacuerdo unánime, la misma colonia que había organizado la cumbre deslizó una propuesta vanguardista: volver al mar. Un debate carente de pasión se prolongó por seiscientos años al cabo de los cuales se decidió regresar al agua. Con los últimos conocimientos de genética estadística, se calculó que se necesitarían ochocientas mil generaciones para adaptarse al nuevo entorno.

Desde ese momento, toda la existencia se consagró al supremo fin. Los humanos se mudaron a las costas más benignas de la Tierra. Se decretó que la actividad más importante sería la natación.

En unos cuantos milenios los nacimientos empezaron a aumentar y también se realizaban en el mar. Durante el día las personas cultivaban huertos de algas y, por las noches, dormían en balsas de nanotubos de carbón.

Cerca del año 80,000 del proyecto, sucedió la crisis. Un grupo de nihilistas radicalizados atentó contra la empresa; intentaron disuadir a las personas de cualquier afán organizado. Siglos de confrontaciones y llamados a la apatía de los rebeldes estuvieron a punto de vencer la voluntad humana. Pero pronto ocurrió el prodigio: en una de las playas de la Tierra nació una niña inédita. Quienes la vieron sumergirse y expulsar agua por el espiráculo de su coronilla recuperaron las esperanzas. De inmediato la noticia se esparció por el mundo y, a partir de entonces, nada volvió a menguar el ímpetu colectivo.

Después de algunos millones de años, los humanos ya habían transformado sus piernas en una muscu-losa aleta inferior. Desarrollaron poderosos pulmones y brazos cortos. Los nuevos sirénidos habían dejado de vestirse y su lengua se convirtió en un canto similar al de las sopranos ya inmemorables.

Un día, el último sirénido que evocaba un pasado fuera del agua se acercó a una playa con curiosidad; pero ahí fue sorprendido por un ave de fuertes brazos a la que no pudo ni mirar y que lo atravesó con un arpón recién inventado por su especie, hacía apenas tres generaciones.

ABRAHAM TRUXILLO (Acapulco 1983) estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Es autor del libro de poemas Postales del ventrílocuo (Ediciones Sin Nombre, 2011). Ha colaborado en diversos suplementos culturales y revistas.

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