TRADUCCIÓN ÁLVARO GARCÍA
El psiquiatra y escritor George Makari (Nueva Jersey, 1960) —director del Instituto de Psiquiatría DeWitt Wallace— conversa sobre la historia del suicidio en Occidente y las psicopatologías, temas explorados en su libro Alma máquina. La invención de la mente moderna (traducción de Eduardo Rabasa, Sexto Piso, Ciudad de México, 2021).
En Alma máquina aseveras que según Bernard de Mandeville (1670-1733), el suicidio no era un acto malvado ni producto de la locura, sino más bien una elección racional con la que las personas pretendían evitar dolores más penosos que la muerte. A su vez, David Hume (1711-1776) escandalizó con su defensa del suicidio. Y te refieres a los planteamientos de Budgell (1686-1737). Escribes: “En 1737, cuando Eustace Budgell acabó con su propia vida, dejó una nota desafiante que rezaba: ‘Lo que Catón hizo, y Addison aprobaba, no puede ser algo malo’”. ¿Cómo percibes los enfoques del autor inglés en términos de la aceptación de su muerte voluntaria?
Budgell está hablando a través del prisma de un rechazo a las opiniones religiosas sobre el suicidio. Ante el resultado de la condenación eterna, adopta esencialmente una visión secular. Se trata del tipo de hedonismo básico que a menudo subyace en algunas opiniones sobre cómo el placer y el dolor son la moneda de la vida humana. Y el dolor, aunque sea inmenso, ¿por qué no sería un resultado racional? En cierto modo, es el comienzo de una conversación situada en el extremo, porque una vez que el mentalismo (es decir, la teoría filosófica que, como anota en su libro, “no tiene en cuenta los aspectos objetivos de la experiencia, resolviendo los conceptos empíricos en meros estados mentales”) comienza a desarrollarse, hay personas que dicen: “en realidad la mente puede enfermarse y deprimirse y el suicidio puede ser el resultado no sólo de una elección racional, sino también de una enfermedad mental”. Así comienza la discusión a través de ese lente: “No me juzguen en términos religiosos, me voy a juzgar a mí mismo en términos seculares”. Pero luego, a medida que avanza la discusión secular, comienzan a surgir complicaciones en su argumento sobre el hecho de que, dado que no se trata del alma sino de la mente, ésta puede enfermarse como cualquier otra parte del cuerpo.
En 1774 Goethe publicó Los sufrimientos del joven Werther. “Esta historia de un amor no correspondido que conducía a su protagonista al suicidio, tuvo una repercusión tan grande que produjo una oleada de suicidios en toda Europa”. ¿Qué provocó ese incremento en la estadística?
Es una pregunta difícil sobre el contagio social. Un movimiento en Estados Unidos ha demostrado que, cuando alguien se suicida, si no lo publican en el título del artículo —en el caso de alguien famoso— y luego explican en el texto que fue autoinfligido, el número de posibles suicidios por imitación se reduce. Somos líderes y animales de manada, los humanos seguimos a otros humanos, nos modelamos a nosotros mismos a partir de los otros.
Entendemos que ciertas experiencias abrumadoras llevan a
las personas al suicidio, aun cuando no son tan disruptivas
Leíste el texto de Jean Starobinski, “Suicide et mélancolie chez Mme. de Staël”. ¿Cómo vinculas los conceptos de suicidio y melancolía?
Esto se relaciona con el argumento más amplio de Alma máquina, que trata sobre la forma en que concebimos la esencia, la entidad humana, remitiéndonos a Occidente desde la antigüedad.
Había dos esencias: el cuerpo y el alma. Eso generó cierto tipo de problemas. Uno de ellos fue la guerra constante, porque si sabías algo porque dios te lo dijo, era absoluto. Y surgió la guerra entre un grupo que pensaba que dios estaba de su lado, versus el otro grupo. Otro problema fue que le atribuyeron al cuerpo muchas cosas que no estaba claro si pertenecían al alma o al cuerpo. La idea de que el suicidio era parte de la melancolía es una noción muy antigua que se remonta a los helénicos. Entonces, los griegos entendían que había una alteración corporal en los humores que incineraba bilis negra, decían, que era lo que provocaba la melancolía y hacía que la gente quisiera suicidarse debido a una enfermedad del cuerpo.
Esto cambia cuando surge una tercera entidad entre el cuerpo y el alma: la mente, que incluye la experiencia interna, los pensamientos, los recuerdos, los deseos, la razón. Todo puede caer en la enfermedad. Pero una vez que tienes esa tercera entidad, puedes pensar en el suicidio no sólo como un cambio corporal en los humores, sino como un problema o una enfermedad mental. Yo diría que mientras no exista la mente natural no existe la salud o las enfermedades mentales. John Locke estableció el principio de una mente natural, apta para la reflexión racional, la acción ética y el libre albedrío; la base de la percepción, la conciencia, la creatividad, el deseo y la personalidad, pero a su vez limitada y falible, que generaba ilusiones, errores, prejuicios y diferentes formas de aquello que llamamos actualmente enfermedad mental.
Eso se convierte en una forma central de considerar el sufrimiento que las mentes pueden alcanzar. Por ejemplo, entendemos que ciertas experiencias traumáticas abrumadoras llevan a las personas al suicidio, aun cuando no son tan disruptivas. Es el concepto que los románticos conocían: que la vida te puede presionar. Esa vida podría crear perturbaciones en la mente, cosas insoportables. Como respuesta, surgió un grupo de médicos que dijo: “Tenemos que ver si hay una forma de mitigar ese sufrimiento”.
De modo que la dinámica de la enfermedad y la salud mental sólo comienza cuando, según John Locke, hay una mente natural. El suicidio es quizás el síntoma o el gesto más extremo, en una vida supuestamente racional. Entonces, desde la perspectiva del médico que trata la mente, es el síntoma más grave, porque no altera sino que acaba con tu capacidad de ayudar a la persona que termina con su vida.
Me parece adecuado el término que aplica Jean Améry: “muerte voluntaria”. Asesinato y muerte no son lo mismo.
Exactamente. Creo que el asesinato es un término moral y judicial y no lo apruebo en absoluto. Pero así como hay muchos tipos de depresiones o traumas, hay muchos tipos de suicidios. No creo que haya uno que pueda abarcar todos. En Of Fear and Strangers. A History of Xenophobia (Del miedo y los extraños. Una historia de la xenofobia) escribí sobre Walter Benjamin. Fue capturado en la frontera española, arrestado en un hotel por la Gestapo y se suicidó. ¿Se habría suicidado si le hubiesen prescrito antidepresivos? Por supuesto que sí.