Paul Bowles

Salir de la campana de cristal

Es un hecho que vivimos inmersos en convenciones culturales de las que no tenemos conciencia y, por lo mismo, las defendemos como verdades inamovibles. Descolocar la mirada para enfrentarnos al otro implica exponernos a una revelación pero también sufrir incomodidad o dolor: el narrador neoyorquino Paul Bowles nos ofrece esa posibilidad a través de sus cuentos. Héctor Iván González revisa algunos de ellos en los que, por ejemplo, la visión nazarena del mundo choca de frente con la islámica.

Paul Bowles (1910-1999) en 1952.
Paul Bowles (1910-1999) en 1952. Fuente: pinterest.dk

Entre la constelación de autores angloparlantes de la primera mitad del siglo XX, Paul Bowles (Nueva York, 1910-Tánger, Marruecos, 1999) goza de una celebridad evanescente, pero atractiva. Forma parte de un puñado de escritores que, de algún modo, quedaron eclipsados por la generación perdida y por quienes influyeron en la revolución sexual y en el tema político. Paul Bowles se relacionaría espiritualmente más con autores como D. H. Lawrence, E. M. Forster, André Malraux o Malcolm Lowry en su curiosidad por lo ignoto y, en pocas palabras, por lo ajeno.

Como buen newyorker, era cercano a compositores como Aaron Copland, George Gershwin o Virgil Thomson, ya que experimentaba con la literatura tanto como con la música instrumental contemporánea. Se sabe que dejó la composición musical “para no enloquecer”. Como apuntó Juan Jesús Armas Marcelo:

Había nacido en el epicentro de la literatura viva de este siglo, se había movido aparentemente sin dificultad, obsesiva y casi invisiblemente, entre Manhattan y París y poseía todas las características sacrales que señalan la personalidad universal de los que más tarde, desde el seno de su propio bosque o expandidos los ecos de su discurso por todo el mundo, terminan por transformarse en chamanes de ciertos movimientos literarios y culturales.1

Ese ánimo por salir de la campana de cristal y enfrentarse con lo que precisamente no es familiar a la cultura propia. Utilizo el término “campana de cristal” a la manera en que la usa Mark Cousins en su Historia del cine,2 como esta forma predeterminada, regionalizada y carente de miras amplias, donde se simplifican las cosas; que parte de la perspectiva eurocentrista o estadunidense, incapaz de aquilatar e interesarse por otras manifestaciones culturales o recibir otras formas de concebir el mundo. Lo cual determina que el que comprende todo igual, sólo entiende una misma cosa del universo.

Por el contrario, salirse de la “campana de cristal” puede brindar la capacidad de asimilar el silencio de una pareja en Tánger, escudriñar una mirada en La Habana, compartir la sonrisa de un bracero mexicano, ver la desolación en un niño en Biafra. En ese sentido, Bowles fue un pionero en salirse de la “campana de cristal” del siglo XX y esto lo acusa su narrativa.

Entre sus aficiones artísticas podemos mencionar la creación de piezas teatrales, novelas, diarios, relatos, traducciones y arreglos musicales. Sin embargo, me interesa su narrativa breve. Un relato, prácticamente al final de sus Cuentos escogidos —que debería estar al frente, a manera de un frontispicio—, es “Bautismo de soledad”, un cuento-ensayo donde el narrador va explicando la experiencia de estar en el Sáhara. Como lo haría un atento guía de turistas, se explaya en sus impresiones sensoriales de ese lugar. Da una introducción excepcional de lo que representa estar frente a ese sitio, donde parecería que el tiempo se detiene:

Experimentaba con la literatura tanto como con la música instrumental contemporánea. Se sabe que dejó la composición musical para no enloquecer

Tanto si es la primera vez que vas al Sáhara como si es la décima, lo primero que percibes de inmediato es el silencio. Si estás fuera de una población, un silencio increíble, absoluto y si no, incluso en lugares bulliciosos como un mercado, algo callado en el aire.3

Por su parte, la tesitura de estos cuentos también abarca la psicología, la anécdota de un momento de peligro o el relato fantástico, como en “Visita oportuna”, en el que el ánima de Santa Rosenda regresa a la Tierra después de siglos de alejarse de los mortales. Se trata de una evocación sincrética entre las cosmología judeocristiana y la fenomenología de las deidades paganas. En cierto modo, también nos anticipa el punto de partida de Los versos satánicos (1988), de Salman Rushdie. Este relato observa, desde una perspectiva quintaesenciada, la forma ilógica o atávica que tenemos de reaccionar los seres humanos. Reiterando la idea de las Cartas persas, de Montesquieu, Bowles intenta mostrar a un personaje que es introducido por primera vez en nuestras convenciones culturales. Para conocer nuestra cultura, la perspectiva de un extranjero siempre es útil. La mirada nueva en un medio que ya tenemos asimilado nos mostrará los vicios y falencias más arraigados. Bowles crea un ambiente idóneo para su literatura y —como dice J. J. Marcelo Armas— concreta... la codificación exacta de la geografía en la que organiza los materiales y viven los personajes de sus ficciones o realidades, hasta tal punto que no hay salida ni descanso para quienes se aventuran en la fatalidad huyendo de sí mismos, para finalmente encontrar un destino tras el que desaparecen para siempre en un territorio impenetrable, que nunca podrán conocer ni entender.4

En gran medida éste es uno de los leitmotivs de la obra de Paul Bowles: discurrir sobre las costumbres y evidenciar que las convenciones no son universales, sino dispares u opuestas. Asimismo, algo de fatalidad se cierne sobre los protagonistas suscitando lo inesperado o doloroso. Uno de sus cuentos, “El tiempo de la amistad”, refleja la pérdida de una parte de la experiencia al traducirla, no en términos lingüísticos sino culturales. Una maestra de origen suizo, Fräulein Windling, está de regreso en Timimoun, Argelia, un año después de la independencia del país. Al parecer, algunos de los jóvenes que había conocido Windling se encuentran, en ese momento, tras las rejas o muertos por unirse a la insurgencia. De entrada, la situación es difícil, los nacionalistas han liberado su país del yugo de la colonia, pero lo han hecho virando a un nacionalismo extremo. El tema tiene gran complejidad, la contrainsurgencia utilizó formas como la tortura y la persecución sistemática —a propósito de este episodio podemos recordar los filmes El soldadito, de Jean-Luc Godard, o La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo—, y el nuevo gobierno parece tender a la intransigencia. Windling funge como una practicante del turismo paternalista, sin embargo, si se observa mejor, tiene una vocación docente innata. Es maestra en Berna, Suiza, y en ese momento goza de sus vacaciones laborales. Las dos puntas del cordel, el país más rico y el que vive en pie de lucha, se encuentran en este relato.

William S. Burroughs, Paul Bowles, Michael Portmen e Ian Sommerville, en Tánger, Marruecos, mayo, 1961.
William S. Burroughs, Paul Bowles, Michael Portmen e Ian Sommerville, en Tánger, Marruecos, mayo, 1961.

Después de que Windling se instala, recibe la visita de Slimane, un chico de la región, quien es demasiado joven para haberse implicado en la lucha y se ha mantenido a salvo. Sin embargo, en unos días alcanzará la edad para poder enrolarse, lo cual Windling querrá evitar a toda costa. De manera peculiar, el narrador nos relata el origen de esa amistad, sus avatares y el presente en el que se vuelven a encontrar. Es diciembre, se acerca Nochebuena, Windling le quiere hacer un regalo y convidar a Slimane a pasar el festejo con ella. Sin embargo, ella parece olvidar que él es musulmán, sus nociones no son las mismas. Para él, ella es una “nazarena” (una cristiana), y él comulga con el credo de Allah; sendas perspectivas del mundo son dispares.5

El 25 de diciembre no representa nada en el universo de Slimane. Pero Fräulein Windling lo ignora: aunque esté en la hermosa Timimoun de esplendente tierra roja, no ha salido de su “campana de cristal”, así que le prepara un hermoso Nacimiento para representar al Niño Dios en el pesebre. A fin de mejorar el decorado, a manera de ofrenda, Windling coloca unos dulces con detallado esmero. Al terminar su trabajo, ella tiene que ir a arreglarse y, unos minutos después, el chico llega famélico ante el Nacimiento, sin haber recibido una introducción o explicación previa. Esto provoca que Slimane camine sobre las figuritas, destruya sin dolo todo lo preparado para poder comer un poco de esos dulces. Al encontrar el desastre, Windling se siente profundamente herida, consternada, y se pregunta por los motivos de tal desprecio a su esfuerzo. Sin embargo, la historia es interpretada de otra forma por Slimane: para él todo ha sido muy divertido, ha comido unos dulces deliciosos, tuvo que pasar por encima de un montaje que no le significaba nada en especial, pero está feliz. En esa ignorancia radica la gran diferencia entre un nazareno y una persona de la región donde se practica el Islam. Nuestras costumbres, educación y cultura pertenecen a un tiempo y un contexto perfectamente delimitados. A diferencia de J. J. Armas Marcelo, quien considera a Bowles el mayor traductor de ese mundo, yo argüiría, por el contrario, que él era consciente de la imposibilidad de la traducción cultural —más que linguística—, pues tenía la certeza de que partimos de imaginarios diametralmente distintos. Al enfrentar la visión de los nazarenos y los islamistas pone las cosas en perspectiva, clausurando la posibilidad de ser autocomplaciente o paternalista.

En algún momento de 1952, Bowles declaró: “No creo probable que lleguemos a conocer muy bien a los musulmanes, y sospecho que si lo hiciéramos los encontraríamos menos simpáticos que en la actualidad. Y creo que lo mismo puede decirse de que ellos lleguen a conocernos a nosotros”.6 No es un pesimismo de pose, sino la certeza de que llegar a comprender realmente una cultura o una identidad distinta a la nuestra no es un asunto inmediato ni una cuestión superficial. Como sucede en gran parte de las cosas que vale la pena conocer, hay que dedicarle tiempo a largo plazo. La observación durante años, la frecuencia y la experimentación, son lo único que podrá llevarnos más allá de una idea desleída de la profundidad de lo ajeno.

Paul Bowles era Consciente de la imposibilidad de la traducción cultural —más que linguística—, pues tenía la certeza de que partimos de imaginarios diametralmente distintos

Me quedaré pensando en ese festejo, recorreré la imagen del árbol navideño —a la manera de un travelling cinematográfico— y focalizaré “Los campos helados”, un cuento que también sucede durante la Navidad, cuyo personaje Donald, un chico de unos doce años, está inmerso en las problemáticas, los ánimos y veleidades de los adultos. Haciendo un viaje a la primera juventud, Bowles nos muestra la objetividad de una mirada en un entorno violento. A la manera de un personaje de Pierre Michon o Faulkner, Donald observa las querellas familiares, las rencillas e indirectas que se arrojan quienes tendrían que propiciar —se supone— el bienestar común, pero hacen todo lo contrario. Por su parte, como en una historia juvenil, el protagonista encuentra que la única forma de evadirse de ese ambiente tan mezquino es huir mediante la imaginación. Y la lleva a puntos asaz interesantes, sin perder un toque de la verosimilitud. Igual que en “El tiempo de la amistad”, la trillada fecha decembrina suscita la reflexión donde Bowles nos da un punto de vista incorruptible.

Los dos cuentos nos presentan la posibilidad de interpretar la Navidad como si en un costado del árbol hubiera un festejo incomprendido en Argelia —donde el mensaje se pierde en la traducción— y en el otro costado, la vida norteamericana de clase media-alta tuviera todo establecido y prefigurado al punto de llegar a ser aborrecible.

Hay mucho del espíritu de Bowles en algunos de sus herederos, en Jean Genet, en Juan Goytisolo, en Salman Rushdie, en Rafael Chirbes o en el propio Abdulrazak Gurnah en esta travesía africana. “Frente a Poe, que exige la tensión activa por parte del lector, Bowles se encoge de hombros, sitúa ante los ojos y la imaginación de ese mismo u otro lector el episodio transformado en literatura y se deshace de él con un gesto displicente que certifica la incapacidad del ser humano para traspasar con su voluntad el destino fatal al que está sometido”, como define con toda precisión J. J. Armas Marcelo, otro de sus émulos espirituales.7

Paul Bowles
Paul Bowles

Nota

1 J. J. Armas Marcelo, “El viajero sin retorno, prólogo”, en Paul Bowles, Cuentos escogidos, traducción de Guillermo Lorenzo, Héctor Silva y Rodrigo Rey Rosa, Alfaguara, México, 1995, p. 11.

2 Mark Cousins, Historia del cine, nueva edición actualizada, traducción de Jorge González Batlle, edición actualizada, Blume, España, 2015. Lo interesante de esta Historia del cine parte de que, además de ser una lectura personal de los iniciadores de la industria, se interesa por películas marginales, como las del cine africano, de oriente medio y de los países en subdesarrollo.

3 Paul Bowles, op. cit., p. 272.

4 J. J. Armas Marcelo, op. cit., p. 10.

5 Paul Bowles, op. cit., p. 227.

6 J. J. Armas Marcelo, op. cit., pp. 15-16.

7 J. J. Armas Marcelo, op. cit., p. 11.