Desde hace algún tiempo me he propuesto no escribir más sobre drogas. No pensar más en ellas. No volver a consumirlas. Y a veces lo consigo. Luego pasan dos, cuatro o seis meses y reincido.
Presiento que algún día por fin romperé con ellas. Como ocurre cuando terminas con una pareja y jamás la vuelves a buscar. O a llamar. Ni siquiera a ver su perfil de Facebook. Pero tal vez nunca pueda. Quizá la única manera de ponerle remedio a mi adicción sea la muerte. Pero algo sí tengo bastante claro, que si en algún momento de mi vida corto mi relación con las drogas por completo, no me dedicaré a satanizarlas.
Leo en una entrevista que Nacho Vegas asevera que “anestesiarse frente al mundo es nefasto para una canción”. Cada tanto un exdrogadicto, o alguien que se estrena en la desintoxicación, reniega de la droga. Es una de las ocupaciones del adicto. El consumidor es un hipócrita por naturaleza. Le miente a su esposa, a sus hijos, a la droga. Pero la droga jamás le miente al adicto. He visto casos de regenerados que despotrican de su yo vicioso para después volver a reincidir. En ciertos programas de rehabilitación te prohíben volver a tener contacto con viejas amistades que te puedan empujar otra vez al abismo. Pero hacer campaña en contra de las drogas es hacerla contra ti mismo.
Cancelar un pasado que por drogo ahora encuentras vergonzoso es faltarte el respeto a ti mismo
Pretender cancelar un pasado que por drogo ahora encuentras vergonzoso es faltarte el respeto a ti mismo. Nunca he escuchado a Robe Iniesta salir a hacer este tipo de declaraciones. O al Indio Solari. Soy fan de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Y siempre que alguien para descalificarlos me echa en cara que todas sus canciones hablan sobre la droga yo me pregunto si esa persona habrá escuchado “Sister Morphine” de los Stones o a Jimi Hendrix, o al rock en general. Estar limpio no te hace escribir o componer mejor. Sermonear mejor, sí.
Cuando eres una figura pública te resulta irresistible declarar que has vencido al demonio de las drogas.
El caso de Eric Clapton es ejemplar. Se volvió Alcohólico Anónimo y sí, salvó su vida, pero destruyó su carrera.
Toda la música que ha creado en sobriedad es pésima. De ser un Dios que le hacía ñáñaras al diablo pasó a convertirse en un popero anodino.
Al adicto le exigimos que desista del infierno de la droga, pero no le demandamos congruencia. No para autodestruirse hasta la muerte. Congruencia para conservar la dignidad. El programa de los doce pasos te prohíbe sentir ira o dolor. Porque estas emociones pueden empujarte al alcohol. Y el alcohol a la droga. Pero nadie que no acuse tristeza puede experimentar alegría.
Y esto sí es malo para las canciones. Y para los libros.
Yo todavía no me gano mi estrellita en la frente. No he salido a decir que la droga es lo peor que me ha pasado. Antes de hacerlo me tengo que hacer una pregunta.
Y responderme con toda honestidad. ¿Podría haber hecho lo que hice sin la droga? ¿Escribir lo que he escrito? ¿Ser lo que soy? No, definitivamente no. Si mañana logro por fin ponerle punto final a mi capítulo con la coca, no haré declaraciones de ninguna especie por haberme salvado. No quiero ese tipo de aplauso.
Siempre que algún regenerado se pronuncia contra la droga pienso en Henry Hill, el mafioso de Goodfellas que entró al programa de testigos protegidos de la policía. Yo no podría hacer eso. No podría haber consumido la cantidad de perico que me he metido y luego vivir como un pendejo. Puedo parar, como otras veces, y con suerte de manera definitiva. Pero no voy a odiar la coca. Muchos futbolistas retirados tienen una adicción a su deporte que continúan en las canchas como comentaristas. No se dedican a denigrar aquello que les otorgó la gloria. Es lo mismo que hago yo aquí: ser un comentarista de la coca. Narrar un partido. El que me tocó jugar.
Sé que en ocasiones he afirmado que si nunca la pruebas no te pierdes de nada. Es falso. Me encanta y me encantará siempre la cocaína. No importa que no me vea en diez años en la misma esquina de la colonia Condesa a la espera del díler. Una línea por la mañana no es mi naked lunch, tampoco el desayuno de los campeones: es desayuno de buchones. Si hubiera podido llegar hasta aquí sin drogarme lo habría hecho. Pero no pude. Y si algún día sigo adelante sin las drogas ya lo descubriré. Sé que si eso pasa me callaré el hocico. Sé que sin la coca una parte de mí morirá. Pero no la voy a maldecir. No me puedo engañar a mí mismo, la extrañaré.