“Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”, dice la canción de Vivir Quintana.
“Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”, gritamos a los cuatro vientos las mujeres de México.
“Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”, se escuchó rotundo en las muchas marchas que este 8 de marzo cubrieron el país.
1.
Para que ninguna mujer más tenga que vivir con miedo, para que ninguna mujer más tenga que enfrentar el horror de la violencia machista. Para que podamos unirnos, luchar juntas por otro mundo. Un mundo que sea morada y hogar para todas nosotras. Un mundo en el que los feminismos le ganen finalmente la batalla a los feminicidios.
En un país como el nuestro, con uno de los índices más brutales de violencia contra las mujeres, voces de todas las edades se unieron en un solo clamor: “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”.
Marchamos y gritamos, cantamos y lloramos, rodeadas por otras casi cien mil mujeres que marchaban y gritaban, cantaban y lloraban, por las que están y por las que ya no están.
Estas líneas son mi muy personal y conmovida mirada sobre la marcha del martes en las calles de esta Ciudad de México.
2.
Se juntaron el enojo, la bronca y el dolor por la violencia en contra de las mujeres, por las asesinadas y desaparecidas, por las niñas violentadas, por la inseguridad, por el acoso constante, con la alegría enorme de volver a estar en las calles. “No que no, sí que sí, ya volvimos a salir”. Después de casi dos años de encierro, de muerte, de distancia, de enfermedad, volvimos a abrazarnos, a caminar juntas, a sonreír con las amigas, con las compañeras, con esas desconocidas que se vuelven nuestras hermanas cuando nos unen el deseo y la fuerza. “Alerta, alerta, alerta que camina la lucha feminista por América Latina”. Una ola morada avanzaba por Paseo de la Reforma rodeada por las generosas jacarandas, siempre sororas y combativas. ¿Quién se atrevería a desmentir esta imagen?
Bronca y alegría, entonces, en la fiesta de las mujeres. Lucha y batucada. De a ratos rodeadas de bardas (¿tanto miedo a las feministas?), de a ratos con pintura y bengalas (“velas de humo”, me dicen las chicas que se llaman; “cohetones”, los llamó Martí Batres y las burlas en Twitter no se hicieron esperar. ¡Vaya armas las de estas provocadoras!).
¿Cómo creen que se exige justicia? ¿Cómo se denuncian el abuso, la impunidad, el crimen? Ay, niñas, tienen que ser bien portadas, bien habladas, o mejor: calladitas, que se ven más bonitas. La mirada hacia abajo, discreta, la voz sin estridencias. ¿De verdad? ¿De verdad en un país en el que mueren asesinadas más de diez mujeres cada día, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Pintas, velas, redoblantes, baile y mucho, mucho, mucho enojo: “No somos una, no somos cien: pinche gobierno cuéntanos bien”. Pero también, decía, mucha, mucha, mucha alegría: “Abajo el patriarcado que va a caer, que va a caer. Arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer”.
3.
¡Cuántas chavitas, cuántas jóvenes, cuántas morras valientes y empoderadas en esta fiesta de la vida que es el 8M! Qué siembra de esperanza verlas caminando libres y hermanadas (“Me cuidan mis amigas, no la policía”).
Me voy cruzando con ellas, les sonrío a pesar del cubrebocas, abrazo a varias, les agradezco la impresionante energía con que avanzan por el mundo. También estamos las otras, las de mi rodada, mirando conmovidas esta fuerza. Nos abrazamos, nos sonreímos. Qué lejos aquellas épocas en que unas pocas salíamos a las calles. Qué ganas de seguir acompañándonos y acompañando esta lucha.
En la primera línea, las madres de mujeres desaparecidas o asesinadas (“¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?”, dice la cartulina que sostiene una chica, y a mí me sacude un estremecimiento). El dolor las marca, las rodea el respeto, el amor, la empatía. País de Antígonas, el nuestro: la ley de la sangre contra la ley del Estado. ¿Cuál Estado?, ¿cuál ley?, se preguntan estas mujeres. Sus hijas son las verdaderas protagonistas en el espacio que las demás mujeres construyen a su alrededor, como un cerco sagrado que las protege, que las cuida. ¡Justicia! ¡Justicia!, son los gritos que las acompañan.
“Si mañana no regreso, abracen mucho a mi hija”: otra cartulina en manos de una mujer con su niña pequeña de la mano. Pienso que quisiera tatuarme esa frase en el antebrazo, que quisiera abrazar a esa hija; que quisiera abrazar largo, largo a esas madres.
4.
“La que no salta es macho”. “Somos malas, podemos ser peores”. “Verga violadora, a la licuadora”. “El estado opresor es un macho violador”. Vamos cantando, saltando, riendo, llorando. ¿Ya lo dije? No, calladitas no nos vemos más bonitas. Siglos de silenciamiento se rebelan en cada consigna.
Las mujeres policía pasan de pronto corriendo. Por un instante me invade el pánico (reaparecen mi abuela y los pogroms en la Rusia zarista, la dictadura argentina, mis propias ausencias, mis propios temores. Una es siempre una y su historia, ¿qué le vamos a hacer?). Tengo que decir que con pocas cosas he estado más en desacuerdo en las marchas feministas que con el maltrato a las policías. Me ha parecido siempre una falta de respeto, de consideración; un acto machista y misógino, aunque lo realizaran mujeres.
Con pocas cosas he estado más en desacuerdo en las
marchas feministas que con el maltrato a las policías. Me ha parecido un acto machista, aunque lo realizaran mujeres
Cada vez que veía algo así, recordaba aquella consigna de los años setenta: “El pueblo uniformado también es explotado”. Pero hoy, ¿me parece a mí o las policías llevan flores? ¿Estoy viendo bien? Pasan con cascos, con escudos y con flores. Un grupo de feministas les regaló flores blancas, rosas y moradas, y ellas las portan con orgullo sobre sus chalecos verdes. Cosas veredes.
5.
La Glorieta de las Mujeres que Luchan, o la Antimonumenta que frente a Bellas Artes desde 2019 recuerda a las desaparecidas de nuestro país, son señales que han ido quedando en este camino contra la violencia de género.
Nombrar es un acto de reconocimiento y de memoria. Nombrar es un acto de justicia para exigir justicia. Por eso nombramos. Por eso hablamos de sus historias, de sus deseos, de sus sueños. Por eso las sentimos aquí, muy cerca, marchando también con nosotras. No habrá barda que no grite sus nombres. ¿Quién no recuerda el memorial en que las colectivas transformaron ese muro de la ignominia que el gobierno puso en 2021 para proteger Palacio Nacional de las bárbaras hordas del color de las jacarandas? Aquí están también hoy Berenice y Nancy y Nora y Fátima y Lesvy y Marisela y miles y miles más.
“Cuando hablamos de una ética feminista estamos refiriéndonos a la libertad de las mujeres a elegir libremente su responsabilidad con su propia vida”, dijo Francesca Gargallo en una de sus últimas presentaciones públicas. Imposible no recordar su lucidez y su compromiso mientras caminamos conmovidas por estas calles del centro histórico. Descansa en paz, querida Francesca. Hoy tú también estás aquí con nosotras.
6.
Me escriben desde Morelia. Allí hubo ataques de la policía a las mujeres que marchaban. Les tiraron piedras, canicas, balas de pintura y gas desde las azoteas o desde detrás de las bardas protectoras. Hubo miedo, hubo heridas, hubo mujeres presas. Una querida amiga que había ido con su madre y su hija escribió en su muro de Facebook:
Una marcha de casi puras mujeres, muchas adolescentes y niñas y abuelas, mujeres que iban solas y mujeres en grupo. A las 7:33 nos encontrábamos frente al palacio legislativo guardando un minuto de silencio cuando la estampida vino desde palacio de gobierno, nos metimos a la calle aledaña, las mismas morras que nos tiraron en la corretiza nos levantaron, cuidaron y protegieron [...] Hoy mi hija aprendió que el estado no nos cuida, que son unos asesinos y que quienes nos cuidan son nuestras amigas, la mano anónima que levantó a mi niña de once años y la puso segura, que le preguntó si estaba bien, las manos de las chicas que nos ayudaron a pararnos y nos rodearon para que no nos pisaran. Hoy mejor que nunca entiendo qué es la sororidad. Querían sembrarnos miedo, nos han crecido alas.
Con esos versos de Vivir Quintana en la piel y en el corazón entré al Zócalo cuando estaba cayendo el sol. Y sí, allí me puse a llorar, de emoción, de dolor, de furia, de alegría. ¿Ustedes no?
Y retiemble en su centro la tierra
Al sororo rugir del amor.