El plan virginia: 50 años de Roxy Music

La estética de plumas, fetiches y una imaginería andrógina marcó la aparición del primer disco de Roxy Music, hace medio siglo. A nivel musical proponía requintos vertiginosos, melancolía por el rockabilly, más los sintetizadores de Brian Eno: la banda quería sonar “experimental y desfachatadamente pop al mismo tiempo”, apunta Wenceslao Bruciaga. Hoy, Bryan Ferry permanece como un referente en cuanto al look de cashmere; además, a sus 76 años produce discos, colabora con músicos de electrónica, baila beats seductores.

Roxy Music en concierto. Fuente: YouTube.com

Inglaterra, 1972. Las tiendas de discos colocan los acetatos recién llegados en sus principales anaqueles. Los compradores se topan con la portada de la modelo Kari-Ann Muller, posando para la cámara en picado. Su cuerpo como preparándose para un orgasmo fotográfico sobre sábanas satinadas. Peinado y traje de baño de una sola pieza, típico de los años cincuenta. En realidad, toda la imagen es un afiche que evoca la pervertida tradición de las chicas pin-up. En la parte superior: Roxy Music. Aquella portada fue un acontecimiento. Todos querían tenerla. Presumirla cerca del tocadiscos.

Antes de que el primer álbum saliera a la venta circulaban algunas imágenes de la banda. Tantas plumas, extravagancia de terciopelo y botas con plataformas llevó a que Roxy Music fuera considerada de inmediato por la prensa musical como una banda glam de fanáticos ansiosos de extravagancia colectiva. En las mismas costuras británicas de T. Rex y David Bowie —y la etiqueta permanece casi intacta hasta el día de hoy. Cincuenta años después.

Sí, en este 2022 se cumple medio siglo del arranque de una banda que fundaría su mito a partir de la desinhibida convicción de sus fetiches. El cinismo y una refinada ilusión óptica que jugó con la mente de los seguidores del rock de la época. Después de todo, la banda pasó de ser un cimiento del glam a sinónimo de elegancia. Con todo lo pedante que conlleva esta palabra. Incluyendo el machismo. De ahí su discreta trascendencia y sesgada influencia en otras bandas.

Roxy Music

NO HAY FUTURO, SÓLO ROCK Y TESTOSTERONA

El vínculo de Roxy Music con el glam rock era acaso la fijación por desarrollar personalidades artificiales y adulteradas frente a las cámaras o sobre el escenario. Pero su música descubría a una agrupación que infringía las normas de esa tendencia, en los inicios de los años setenta. Por ejemplo, la vanidad del rock progresivo que parecía tener la última palabra en las guitarras de aquel entonces.

Los primeros intentos musicales de Bryan Ferry —covers a canciones de la era dorada del soul— estaban cubiertos por notas de rock progresivo que parecían no terminar nunca. Pero su determinación fue inamovible: no deseaba que lo relacionaran con la prepotencia desaliñada que caracterizaba al astro del rock progresivo, creyéndose el nuevo Mozart o el mismo Franz Liszt con filosofías cósmicas de la era posthippie.

A pesar de toda su imaginería andrógina, el hippismo era fundamentalmente un fenómeno masculino de clase media. Eran hombres a los que se les permitía regresar a ese estado de infantilismo hedónico de Su Majestad el ego, con mujeres a disposición para satisfacer todas sus necesidades —escribe Mark Fisher en el texto de su blog K-Punk dedicado al Art Pop y el Glam Rock (http://k-punk.abstractdynamics.org/archives/004115.html).

En vez de confundir a la audiencia con armas travestis, Bryan Ferry reafirmó su masculinidad vistiéndose como un Elvis en esteroides. No se debe pasar por alto, sin embargo, que Ferry no era para nada distinto al hombre hippie que describe y menosprecia Fisher. Basta con ver las mujeres a disposición en las portadas de toda la discografía de Roxy Music. Excepto en Avalon, que estuvo a cargo de Peter Saville, las chicas de sus portadas aparecen semidesnudas, provocando la lente de la cámara con el artificio de la lencería. La diferencia radicaba en el cinismo de los desplantes masculinos en las letras de la banda.

Por supuesto, Roxy Music siempre fue un concepto estético de Ferry. El nombre venía de su obsesión por la época de los grandes teatros de la posguerra, cuando la gente vestía con toda elegancia para sentarse a ver películas. Como suele describirlo Francis Scott Fitzgerald en sus libros. El problema es que Ferry tenía muy claro cómo debía verse una banda llamada Roxy Music. Pero musicalmente seguía dando pasos en falso.

Bryan Ferry se apoyó en el lente del famoso fotógrafo Helmut Newton para que el imaginario de Roxy Music tuviera un toque de pornografía heterosexual soft

Conoció al músico Brian Eno y al saxofonista Andy Mackay en los circuitos de estudiantes de arte de Londres a principios de los setenta. Los tres sabían que el punto de partida era agarrarse de las cuerdas del rock progresivo, lo que la vida daba en esos años. Pero no quedarse ahí. La llegada del guitarrista Phil Manzanera ayudó a concretar las ideas musicales que seguían dos mandatos consensuados: sonar experimental y desfachatadamente pop al mismo tiempo.

Las canciones del álbum debut de Roxy Music fueron ucronía pura. Instrumentalizaba el futuro, pero alteraba su percepción con notas de la primera etapa del rock. Slaps de contrabajo, requintos vertiginosos, pianos en desbandada y una voz masculina que dramatizaba ciertas sílabas con una seducción similar a los jingles de la televisión en blanco y negro. Melancolía rockabilly desmontada por arreglos electrónicos y efectos especiales, cortesía de las visiones ambient de Brian Eno.

Seguidor astuto de las vanguardias sonoras en las que incursionaron compositores como John Cage, Eno usó las teclas de sintetizadores presionadas hasta crear cables sonoros o cintas magnéticas manipuladas a distintas velocidades y ecualizaciones para envolver las canciones en esquizofrenias futuristas.

Todo esto encapsulado en fotografías que sugerían una nostalgia de Ferry por el glamur de la cultura hollywoodense en su era dorada, que ha llevado a catalogar a Roxy Music como la banda antibritánica por excelencia.

Tanto el track que abre el álbum debut, “Remake/Remodel”, como “Virginia Plain”, que se ha convertido en insignia de toda la carrera de Roxy Music, fraccionan la estructura de las típicas canciones del rock, incluyendo el glam. No tienen estribillos ni puentes o picos reconocibles que se repiten. Son tracks llanos con finales sorpresivos. Como planicies atravesadas por autopistas y anuncios espectaculares. En especial “Virginia Plain”, inspirada en la publicidad de los cigarros, es un compendio de eslóganes de comerciales de televisión reimaginados por Ferry en frases que no parecen tener sentido: “lo que me interesa, mucho más que la ambigüedad, es la yuxtaposición de cosas que entran en conflicto”, dijo Ferry tratando de explicar la letra de “Virginia Plain”: “Me gusta la sorpresa”, apuntó. Pero es cierto que había una influencia de las lecturas de J. G. Ballard, al lado de copas de martinis sucios. Como en muchas otras bandas, Ballard se convirtió en un motor literario para interpretar el futuro a partir de las anemias y ansiedades de la sociedad, atrapada en contradictorias ideas de bienestar por el consumismo de la clase media, siempre aspirante a una burguesía llena de lujos.

Roxy Music

CUANDO EL FUTURO LLEGÓ

Para el otoño de 1972, “Virginia Plain” llegó al cuarto puesto de las listas de popularidad británicas, con ecos en el nuevo continente. A inicios del 73, “Pyjamarama”, sencillo que fue parte del lanzamiento debut aunque maquetado a manera de lado B, consiguió el segundo lugar. La Roxymanía había empezado a lavar los cerebros de la juventud, harta del perfeccionismo del rock progresivo.

Siendo Roxy Music un fetiche lubricado por las obsesiones de Ferry, las tensiones creativas con el otro Brian se acumularon como dinamita en cuenta regresiva. Ferry quería generar una coherencia sonora con los trajes de dandy fatigado, mientras Eno insistía en llevar al grupo al límite de su propia experimentación. Dejó la banda después de grabar el ambiciosamente sadomasoquista For Your Pleasure. Para muchos fans y periodistas especializados, como Simon Reynolds, es uno de los mejores discos no sólo en la carrera de Roxy Music, sino en la historia de la música en general.

Con Eno fuera del campo de acción, Ferry pudo terminar de lustrar los detalles de su monstruo de cashmere y zapatos finos. Pero Eno dejó las bases para que las canciones llegaran a un punto descolocado que rompiera la secuencia tradicional de verso/estribillo/puente; con su partida, fueron encontrando su cauce de melancolía inexacta, plagado de sutilezas pervertidas sin abandonar el encanto del pop, desde las teclas de sintetizadores que Ferry supo hacer suyos. Recordemos que además de ser la voz principal, también tocaba un órgano eléctrico que con el tiempo le sirvió para sentar las bases de lo que se conocería como synth pop. La guitarra de Phil Manzanera relevó la destreza de Eno en la experimentación, con un protagonismo preciso. De hecho, la partida del visionario artista provocó que el resto de los músicos destacara en un modo egocéntrico, lleno de sexualidad. Fue el caso del saxofón de Mackay, que terminó por darle la identidad erótica al imaginario de la banda. “Psalm”, por ejemplo, es una caída hacia la insondable nada después de un orgasmo fálico estimulado por minifaldas, tacones y medias. El sax y el piano generan sinuosos efectos de resaca, despedidas y ansiedad espiritual que se repetirían años más tarde, en estado de madurez, con Avalon. El disco para escuchar después del fin del mundo.

Por su parte, Ferry se apoyó en el lente del famoso fotógrafo Helmut Newton para que a partir de Stranded, el álbum de 1973 —que es para mí el mejor de sus ocho álbumes—, el imaginario de Roxy Music tuviera un toque de pornografía heterosexual soft. Decadencia estilizada como portafolios de moda. Al tiempo que perfeccionaba su voz de crooner aferrado a un romanticismo bien diseñado en constante búsqueda del placer y la derrota.

Luego de Avalon en 1982, la disolución de la banda y la carrera en solitario, Ferry terminó devorado por su alter ego que intentaba continuar la herencia hedonista de Fitzgerald. Un hombre que observa la aristocracia desde el punto de vista del voyeur renegado que sabe perfectamente que nunca pertenecerá a la burguesía. Eso describe el sonido Roxy Music/Bryan Ferry. Acomodado en el sofá de la masculinidad que nunca pretendió combatir. Mucho menos cuestionar. Todo lo contrario. No es casualidad que la balada “Slave to Love”, quizás la más popular de su repertorio como solista, haya sido utilizada por Adrian Lyne para musicalizar las andanzas de John Gray, el tóxico personaje interpretado por Mickey Rourke en la película Nueve semanas y media. Fue mi primer acercamiento a la música de Ferry. Aún recuerdo con los mismos calambres la excitación de aquella escena en la que John y Elizabeth, a cargo de Kim Basinger, corren a coger entre los engranes de un inmenso reloj en la punta de un edificio semiabandonado. No eran los gritos bestiales que sueltan ambos a punto de venirse lo que me aceleraba la presión sanguínea empujando mis primeras erecciones. A pesar de ser menor de edad ya sabía que las mujeres estaban fuera de mi radar sexual. Pero la excitación era potenciada por la voz de Ferry asumiéndose esclavo del amor y del deseo por encima de cualquier configuración. “Slave to Love” es la confesión mejor articulada de un hombre sin redención en una terapia de grupo de adictos al sexo.

Desde entonces no puedo sacarme a Roxy/Ferry de la cabeza.

DESPUÉS DEL APOCALIPSIS

Cincuenta años y dos pandemias después, no son tiempos propicios para mencionar a Roxy Music como una influencia. Los cuestionamientos a la masculinidad y su propensión a la tiranía desactivan cualquier placer relacionado con la virilidad, dejando sólo la posibilidad de culpa —paradójicamente, la gran ausente en la dignidad de Roxy Music. Razón por la cual en sus historias los hombres terminan solos, con el nudo del smoking desecho, esperando que la vejez haga lo suyo. Sin más ambición que prepararse otro martini.

Con sus virtudes andróginas, Bowie y Marc Bolan permanecen como referencia de vanguardia progresista. Con todas esas letras de extraterrestres que enfatizaban toda clase de ambigüedad como virtud. Basta ver las reproducciones en plataformas como YouTube, donde Bowie acumula ventaja. Por ejemplo, “Life on Mars?" registra más de 326 mil reproducciones y casi 18 mil comentarios, frente a las 15 mil que tiene el video de la presentación en vivo, justo en 1972, de “Virginia Plain”, con apenas mil 500 comentarios. Desde luego, existe la variable de que Bowie ha fallecido. Aún así, la vigencia de Roxy Music sigue potenciando sobre todo propuestas de carácter más existencialista que visual. Un caso reciente es el de Don Draper, personaje de la legendaria serie Mad Men, cuya personalidad es un compendio de las neurosis bien disimuladas o contenidas en casi todas las canciones de Roxy/Ferry, quien a sus 76 años sigue produciendo discos. El más reciente fue Bitter-Sweet, en 2018. Como solista, su vigencia más palpable se siente en sus imparables colaboraciones con músicos de electrónica. Prácticamente a diario amanecemos con un nuevo remix de Roxy Music o Bryan Ferry que cuenta con la aprobación de él mismo.

Entre otros, uno de sus legados más directos es el grupo de Siouxsie and the Banshees, cuyo concepto de gótico sexual se inspiró cuando los miembros se conocieron en un concierto de Roxy Music en 1974. Ya en los ochenta, bandas como la compleja Japan y el movimiento synth pop deben su imagen y ritmo a un Ferry siempre bien peinado y con saco, bailando sólo beats seductores y reflexivos.

A propósito de los cincuenta años del primer álbum de Roxy Music, se tiene planeado el lanzamiento de reediciones en vinil de toda su discografía en acetatos, que saldrán a la venta a partir de abril del 2022.