Las otras veladoras de Buñuel y Miroslava

En 1942, a fin de adelantarse a la posibilidad de ataques nazis, los habitantes del entonces Distrito Federal realizaron simulacros antiaéreos y apagones. Al mismo tiempo, una emprendedora norteña triunfaba en su negocio de café con piquete, en la actual avenida Izazaga: vendía copas flameadas con alcohol del 96, que servía encendidas y llamaba veladoras. Miguel Ángel Morales L. tiende un hilo de este rincón de aquella ciudad a Ensayo de un crimen, cinta de Luis Buñuel protagonizada por la checoslovaca Miroslava Stern.

El maniquí, Buñuel y Miroslava, en la filmación de Ensayo de un crimen (1955).
El maniquí, Buñuel y Miroslava, en la filmación de Ensayo de un crimen (1955). Fuente: sgpwe.izt.uam.mx

Ante la posibilidad de un sorpresivo ataque de aviones nazis, durante septiembre de 1942 se realizaron simulacros antiaéreos y apagones eléctricos en la Ciudad de México. Esperón y Cortázar evocaron esas noches con su canción cuasi-incestuosa “El apagón”, éxito de Toña La Negra —y que interpretó Gloría Marín en la película Qué hombre tan simpático (Fernando Soler, 1942). Durante esos días, y hasta el regreso de la normalidad, una norteña conocida como Santa dejó de vender café con piquete para flamear las copas de alcohol, en su tugurio de la calle San Miguel (hoy, Izazaga), casi esquina San Juan de Letrán (hoy, Eje Central). El local estaba unos pasos al poniente de la zona de tolerancia, cerca del cine Vizcaínas, sitio de encuentros gay.

El periodista y epigramista queretano Luis Vega y Monroy anotó que vendían a veinte centavos las llamadas veladoras: de chocolate, vainilla, nuez y frutas, y a veinticinco las “especiales de durazno”. Lo característico era servir la veladora encendida. Además de ron habanero, se le adicionaba “un poco de alcohol puro de 96 grados, se prendía, y así llegaba a las mesa para regalo de quienes, con tres o cuatro ‘veladoras’ quedaban más ‘prendidos’ aún”. (Luis Vega y Monroy, Crónicas nostálgicas, Jus, México, 1979).

Según el noctámbulo e historiador Pedro Granados, en su libro Carpas de México (Editorial Universo, México, 1984), eran asiduos al abrevadero Agustín Lara y María Félix (durante su matrimonio), Ruth (“la madrota de más postín”, siempre con su séquito de guaruras), la lenona y compositora Graciela Olmos La Bandida, el compositor y guitarrista Claudio Estrada, Ernesto P. Uruchurtu (futuro Regente de hierro de la ciudad, de 1952 a 1966), y una variedad de políticos, artistas, militares, maleantes, mujeres famosas, cancioneros, caricaturistas, pedigüeños, toreros, periodistas, “uno que otro jotón” y pupilas de casas de citas.

El propio Granados recuerda que en el lugar había un libro que los asistentes debían firmar a su llegada. En ese volumen debieron estampar sus nombres el cineasta Luis Buñuel, la hermosa Miroslava Stern, Ernesto Alonso, Rita Macedo, Raquel Rojas, el camarógrafo Agustín Jiménez, el escenógrafo Jesús Bracho, el sonidista Rodolfo Benítez y otros técnicos que participaron en una secuencia de Ensayo de un crimen (1955), que al parecer filmaron en el galerón de San Miguel.

ARCHIBALDO y LAVINIA

La cinta está basada en la novela Ensayo de un crimen (1944), del dramaturgo y diplomático Rodolfo Usigli. Con su escalpelo, Buñuel destazó la historia: para empezar, eliminó la detención en Lecumberri del pintor Manuel Rodríguez Lozano en 1941, que dio origen a la obra. Borró el crimen del conde Schwartzemberg. Transformó a la anciana Chinta Aznar, asesinada en 1932, en la apetitosa e infiel treintañera Patricia Terrazas (Rita Macedo). Cambió el nombre del protagonista Roberto de la Cruz por el de Archibaldo (Ernesto Alonso). Luego del estreno, Rodolfo Usigli consideró que emprendería una demanda legal por las “mutilaciones” de su novela contra la Alianza Cinematográfica, Luis Buñuel y Ernesto Alonso, aunque no prosperó.

Al iniciar la escena aparecen algunas bebidas que flamean sobre la barra. También son visibles las veladoras que arden bajo la imagen de la Virgen de Guadalupe. Las paredes son antiguas (supuestamente conventuales), las mesas y sillas, rústicas. Como adorno hay un farol.

Del lado derecho se ve una puerta por donde entra Archibaldo. Una mesera le pide registrarse en el libro de visitas. Al desocuparse una mesa, toma asiento y pide una copa de leche. Desde su asiento rústico ve entrar a la hermosa Lavinia (Miroslava Stern). Cuando ella se acerca a saludarlo, Archibaldo escucha la música de una cajita musical que desencadena sus instintos asesinos. Es un delirio que le hace ver el rostro de Lavinia entre las llamas, en imágenes yuxtapuestas de la cámara de Agustín Jiménez que, según Emilio García Riera, permiten “compararla con Juana de Arco”. A su vez, Guillermo Cabrera Infante vio la película en La Habana en 1956 y la consideró un “divertimento macabro”.

LOS ÚLTIMOS DÍAS

En marzo de 1955, Miroslava apareció suicidada por la decepción que le causó el matrimonio del torero Luis Miguel Dominguín con Lucía Bosé. Poco después, el 3 de abril, la premier de Ensayo de un crimen tuvo lugar en el cine Palacio Chino, de la calle de Bucareli, no lejos del Paseo de la Reforma. Sin duda, algunos asiduos a las veladoras de Santa reconocieron su lugar, pero no hay ningún testimonio para corroborarlo.

Uno de los últimos habitués de esta famosa piquera fue Pepe Jara, El trovador solitario. En sus memorias (El andariego, Cal y Arena, 1998) recuerda que estaban cerca el Foco al Aire (parodia del Focolare de la Zona Rosa) y la Peña de Chuchito. No recordó El Chicote, en la misma acera del desveladero. Al parecer, el negocio de las veladoras de Santa estuvo abierto hasta julio de 1957, cuando el temblor de ese año, que tiró la Victoria Alada de la columna de la Independencia, afectó el maltrecho inmueble. También debió de contribuir la muerte de su popular propietaria, quien no toleraba que los encendidos clientes manifestaran sus comentarios políticos ni dijeran groserías.