Los museos vs. las redes sociales

Al margen

Los museos vs. las redes sociales. Foto: Mika Baumeister / unsplash.com

Como buena turista, cuando vacaciono visito con teléfono en mano los museos que mi destino ofrece a los viajeros; registro los mejores instantes para compartirlos en redes sociales. Lo admito, caigo en los clichés del turismo más mundano. Pero en un viaje reciente a Mérida, me pararon en seco al intentar subir una historia a Instagram. Estaba prohibido tomar video. Es cierto que como alguien que trabaja con museos debí saberlo, pero la experiencia me había demostrado que esas restricciones aplicaban a quienes cargaban con una cámara profesional. Y entiendo que el custodio, como todo el personal de un museo, sigue los reglamentos que dicta la institución —el INAH, en este caso—, por lo que no tengo nada que decir en contra de él. El motivo por el que comparto aquí la anécdota es porque creo que abre la posibilidad a una discusión mucho más amplia sobre la necesidad de adaptar las prácticas museales a la realidad actual.

A DOS AÑOS DEL INICIO de lo que ya algunos comienzan a llamar el Gran Confinamiento, resulta en verdad sorprendente que nuestras instituciones culturales no hayan aprendido las lecciones que nos ha dejado la virtualidad. Ésa es la reflexión que quisiera proponerles a partir de mi experiencia.

Al declararse la pandemia, quienes tuvimos la suerte de guardarnos en casa limitamos a las videoconferencias nuestro contacto con colegas y colaboradores. La vida se resumía a un cuadrito de Zoom. Para los museos, la transición al famoso home office no fue tan fácil, pues son espacios cuya razón de ser cobra sentido en el momento en el que el público atraviesa la entrada.

Ya lo he expuesto aquí con más detalle, pero lo vuelvo a resaltar: fue entonces que estos espacios entendieron verdaderamente la importancia de las redes sociales.

La reacción de las instituciones culturales —tanto en plano internacional como a nivel local— fue rápida y tuvo grandes aciertos. La Secretaría de Cultura, por ejemplo, para responder a la crisis creó la plataforma Contigo en la Distancia, lo que implicó el esfuerzo titánico de concentrar en un solo lugar todo el contenido digital con el que contaban sus distintas dependencias y recintos, al que se fueron sumando nuevas iniciativas creadas exprofeso. Este gran repositorio implicó la construcción de un andamiaje digital que era ya muy necesario. Como mucho de lo que hemos visto en estos dos años, la pandemia vino a acelerar procesos que debieron iniciarse tiempo atrás y que deberían continuar superada la emergencia.

Por su parte, los museos emprendieron una nutrida programación de actividades en línea que oscilaban entre las charlas virtuales y la digitalización de acervos, poniendo sus piezas a disposición del público a través de sus páginas web. Además, crearon nuevo contenido para sus redes sociales y nos mantuvieron pendientes y activos a través de dinámicas y hashtags.

LAS NUEVAS ESTRATEGIAS DIGITALES desarrolladas por las instituciones culturales fueron más que un paliativo para el encierro; sin duda nos ayudaron a distraernos de la incertidumbre, pero también se trató de un nuevo acercamiento a sus públicos. También encontramos nuevos espacios que no conocíamos y estoy segura de que muchos, como yo, tomaron nota para visitarlos una vez levantadas las restricciones. Pero, sobre todo, a través de este contacto digital, el diálogo se volvió más amplio y directo; también más cotidiano.

El celo de los museos por cuidar las imágenes no permite que los visitantes difundan su experiencia en las salas

Estábamos al pendiente de lo que compartían día con día y queríamos ser partícipes de ello.

La pandemia fue el inicio de una nueva conversación y complicidad entre público y museo, que sólo pudo ser posible a través de las redes sociales. Esta experiencia debió dejar aprendizajes, sin embargo, parece lo contrario. Veo a muchos replicando viejas fórmulas como la de asumir que la gestión de redes sociales debe ser manejada por la persona que también lleva el enlace de prensa y las relaciones públicas sin ningún apoyo adicional, o peor aún, que son labores para becarios, servicio social o voluntarios. Si bien entiendo la importancia de ofrecer a los universitarios esa experiencia laboral, el mensaje que se manda es muy claro: no es un trabajo de verdad. Pero la realidad es otra: no solamente es un trabajo, es uno que cada vez se profesionaliza más.

La BBC es uno de los medios que más ha crecido en Instagram durante la pandemia y para lograrlo armó un equipo de alrededor de veinte personas que sólo se dedican a crear y gestionar su contenido para esa red social. Mientras tanto, nuestras instituciones culturales aún se resisten a considerar que una persona no puede escribir copies (textos creativos), diseñar postales, grabar videos y organizar eventos virtuales por sí sola, muchos menos pensar que cada plataforma necesitaría su propio equipo. Las necesidades de un medio de comunicación desde luego son muy distintas a las de un museo, pero lo sugiero como ejemplo —y un poco como provocación también— porque me parece muy revelador sobre la importancia que han adquirido las redes sociales ante el Covid-19 y cómo han respondido quienes sí se tomaron este cambio en serio.

Y está también el caso de la anécdota que nos llevó a esta reflexión. Mientras los museos alrededor del mundo se nutren de la participación de sus públicos en redes sociales, aquí el celo por cuidar las imágenes institucionales no permite que los visitantes difundan su experiencia en las salas. Esto, me parece, sólo es contraproducente para los propios museos. Primero, porque pierden una oportunidad de promoción que les acercaría a otras audiencias; en segunda, porque si algo demuestra ese impulso por compartir es que los visitantes se están apropiando del museo y del patrimonio ahí expuesto, objetivo fundamental de su razón de ser. Urge entonces un replanteamiento profundo sobre estas barreras burocráticas porque no solamente limitan la experiencia del público, sino que lo alejan en un momento en el que, seamos sinceros, la gente no está abarrotando las puertas de los museos.

Las redes sociales son, además, la primera línea de batalla entre la sala y el espectador, y eso debería ser razón suficiente para darles su justo lugar.