Para comprender el tipo de aventura que significaba para Octavio Paz cada traducción de un poema chino, japonés o indio, yo trataba de hablar con él del viaje a cada uno de esos países, cuando lo hubiera, o del momento de su vida o de la emoción que había en ese impulso extraño de convertir poemas de lenguas que él no conocía en poemas vivos en la nuestra.
Me constaba ya que la idea misma del viaje despertaba en él una curiosidad enorme. Cada vez que yo regresaba de alguno me pedía que le contara detalles, impresiones, historias, descripciones de personas y paisajes. Pero sobre todo quería siempre descubrir claves de otras culturas. O poner a prueba las que había vivido o leído. Unos años después escribiría que se nace con el deseo de viajar y que “no es enteramente humano aquel que no lo haya sentido alguna vez”. Pero al mismo tiempo elogiaba los viajes que se hacen “con el cuerpo quieto, los ojos cerrados y la mente abierta”. Se consideraba, ante todo, un gran viajero inmóvil.
YO SABÍA que en varios casos, como en el de China, no había ido físicamente al lugar donde esos poemas habían sido escritos. Y que ese viaje quieto incluía una obsesiva investigación, que tampoco había sido hecha con motivación de sinólogo, de erudito o de políglota. ¿De qué naturaleza era entonces esa curiosidad de sensaciones y de saberes que lo movía hacia cada poema chino?
Octavio Paz escuchó atentamente mi pregunta sobre el ánimo detrás de sus traducciones orientales y sin hacer aclaraciones sobre su idea del viaje o de la erudición, sabiendo que yo las conocía, me respondió, sorprendiéndome sin extrañarme: me contó de nuevo, con más detalle, aquella escena decisiva de su infancia en la que se trepaba a la higuera en la casa del abuelo y desde lo alto, alejado de la agitación hogareña, navegaba mares imaginarios y leía en las estrellas otros mundos, otras vidas. El abuelo, apoyado en su bastón, lo buscaba inútilmente. La tía, que lo había iniciado a la lectura y a otras lenguas, lo miraba en silencio desde la ventana. Él jugaba pensativo a ser explorador de mares y continentes, concentrado en otra parte, trazando en voz baja su carta náutica y su mapa de descubrimientos. Orientado por una estrella que desde el mástil más alto de la higuera le indicaba el camino.
Había esa experiencia evidentemente lúdica en aquellos viajes imaginarios entre las ramas y las hojas movidas al viento. Pero había sobre todo, en el placer del juego, un ritual de asombros y de retos que muy pronto se iría convirtiendo en una experiencia poética. “Desde mis primeros versos infantiles, la poesía sería mi estrella fija”.
Al placer de contemplar un cielo enrarecido y una batalla de nubes se añadiría la conmoción alegre de producir con palabras un placer equivalente. Es decir, una traducción de su visión en palabras cantantes. Pensar en sus primeros poemas como traducciones de cosas que contemplaba maravillado le abría la puerta a sentir plenamente, con espontaneidad y desenvoltura, el reto de traducir sus asombros ante otras culturas. Paz estaba de acuerdo con esa peculiar definición propuesta por Eliot Weinberger en su ensayo sobre Wang Wei: “La poesía es eso que vale la pena ser traducido”.
LA PERFECTA CONTINUIDAD entre escribir poesía y traducirla de otras lenguas, incluso algunas que no conoce, tiene en Octavio Paz otra clave, además de la escena primordial de la revelación poética en la higuera. Ese momento en el que Paz distingue un cotidiano misterio en su necesidad de escribir poemas, y surge la reflexión sobre la poesía. Desde entonces, hermana inseparable de su creación. Pasará su vida formulando una poética, en varios libros que reuniría en el primer volumen de sus obras completas. Para él, en todo poema late una poética. No hay pasión sin idea y los autores que más le interesan serán una invitación a descubrir en las sensaciones las ideas, y en el poema una concepción del mundo y del acto de escribir.
Cada civilización tiene codificadas sus prácticas peculiares. Desde sus actos más elementales de supervivencia hasta los rituales más complejos. Hay reglas y métodos de convivencia que definen a esa civilización. La poesía forma parte de ellas. No hay civilización que no establezca una manera de hacer poesía y de integrarla a sus actos cotidianos o rituales.
Por lo tanto, enfrentarse a un poema chino, indio o japonés requiere, antes que nada, comprender a qué poética pertenece. ¿Y, sobre todo, qué lógica interna le da cuerpo? Toda traducción, desde la lengua que sea, implica para Octavio Paz una inmersión en las poéticas de esa cultura, de ese poeta, en ese poema. Una expedición de descubrimientos concéntricos.
Así sería siempre su incesante viaje inmóvil hacia sus orientes. Su gran aventura. Multiplicada por el hecho de que en sus poemas chinos, japoneses o indios, no sólo recorre territorios sino que también viaja en el tiempo. Prácticamente cada poema traducido implica un arduo viaje intelectual hasta un sistema poético peculiar. Llevando esta idea al extremo, en cada poema traducido por Octavio Paz en la breve antología Versiones de Oriente (Galaxia Gutenberg, 2022) hay un oriente más o menos distinto. O, por lo menos, la llama viva de un oriente cuyo misterio, el poeta al traducirlo pretende de nuevo poner a arder en la madera de su propia lengua.
En esta meticulosa invocación del fuego está implícita una tercera clave de sus traducciones de oriente: el oficio. El reto de traducción que representa cada poema es a la vez un reto mayor para el poeta. Basta con ver las notas a algunos de los poemas. Y la incesante labor de reescritura que muchos de ellos gozaron o sufrieron. Una exploración de la materialidad y la técnica de la poesía.
Hay siempre en sus orientes un sano cuestionamiento de sus propios procedimientos creativos, que se ven enriquecidos sustancialmente por la materialidad de poemas extraños que él vuelve poemas propios y a la vez actuales.
Su oficio, además de abrirse a lo posible y descubrir nuevas formas se amplía como concepción del mundo y modifica al poeta. No es tan sólo otra manera de escribir poesía sino otra manera de existir en el mundo. Y ésa es la cuarta clave de sus composiciones orientales: Una aventura espiritual transformadora.
CADA POEMA es a la vez la huella de un camino de transformación sustancial de un hombre y la aparición del cambio. Quien mejor conoce la aventura de Octavio Paz en la cultura de Japón, Aurelio Asiain, señala cómo lo impactó la idea de Basho de que la poesía es “una forma de conocimiento y una profesión de fe” y que “sólo pueden realizarse cabalmente a través de la exploración del mundo y el encuentro con los otros”. Es decir, conocimiento en marcha. Una idea y una pasión que están presentes en El mono gramático.
Más extremo para Paz que el de China y el de Japón, el poder transformador de la India, junto con un encuentro amoroso decisivo, produjo en su obra y su vida una existencia distinta. Y su poética se transformó literalmente en un nuevo tipo de erótica, más sustancial, más ligada a las sensaciones y a la materia. Y a la conciencia acrecentada de su fugacidad.
El poeta recobra la realidad de este mundo a través de la persona amada. Si en sus poemas anteriores su poesía es erotismo en cuanto que es salida del mundo, encuentro y entrega a la otredad de la otra persona, a partir de la India el viajero inmóvil vive una nueva conciliación con el mundo, con su materialidad y con sus misterios. Sus procedimientos poéticos adquieren una nueva calma en la que el torbellino de innovación trabaja más adentro y más a fondo. Viviendo su transformación constante sin la ansiedad de la única y última perfección. Toda traducción, como todo encuentro amoroso es aceptado como algo felizmente interminable. En un segundo es plenitud, en otro es reto.
Un día quise saber si estaba de acuerdo con la idea de esa transformación radical de su poética en una erótica y una vez que asintió le pregunté cómo la podría sintetizar:
... El encuentro con la India dio más densidad a mis palabras: se volvieron más grávidas y simultáneamente más lúcidas. Aprendí a nombrar la realidad cambiante del universo a través de la persona amada. Eso nos permite darnos cuenta de que el mundo, aunque es real no es sólido. Está cambiando sin cesar. Este árbol que estoy viendo ahora no es siempre el mismo árbol. Está siempre a punto de caer, de disolverse y renacer en otro árbol que es idéntico al de hace un segundo pero no es el mismo. Y eso pasa también conmigo y con las personas que me rodean. De pronto, el universo se me convirtió no solamente en una presencia sino también en una interrogación. Esto es lo que quise decir en mis poemas. No sé si lo dije pero fue lo que quise decir.
En los orientes de este poeta hay entonces múltiples viajes de naturaleza muy diversa. El primero y último nos lleva de un poema de otra parte y otro tiempo al mismo poema convertido incesantemente en otro, en un poema de Octavio Paz, aquí y ahora.