The Batman, de Matt Reeves

Filo luminoso

The Batman
The Batman Foto: Fuente: thecineman.com

Haríamos muy mal de no cuestionarnos el por qué y para qué necesitamos otra película de Batman y al mismo tiempo es un debate irrelevante. Las mitologías deben contarse una y otra vez, actualizarse desde distintas perspectivas para responder a su momento y hablarnos de nosotros mismos. Los superhéroes han estado presentes desde tiempos de Gilgamesh y son una ilusión fantástica y necesaria. Batman es sin duda uno de sus exponentes modernos más exitosos. Desde la ingenuidad de sus orígenes en Detective Comics (1939), pasando por el camp (el estilo y sensibilidad que valora el atractivo del mal gusto y la ironía) de la serie de televisión psicodélica (creada por William Dozier, 1966-1968), hasta visiones fílmicas que van del gótico de Tim Burton (1989) a la estridencia pomposa de Zack Snyder (2016), pasando por la poética sucia y realista de Christopher Nolan (2005-2012) y Todd Phillips (2019), la característica fundamental de estas épicas en spandex (o licra) es la estetización del crimen en universos donde los villanos suelen ser tan poderosos como los héroes y definitivamente más vistosos y exuberantes.

EL MÁS RECIENTE RECICLAMIENTO del mito del hombre murciélago es The Batman, de Matt Reeves (Cloverfield: Monstruo, 2008; Déjame entrar, 2010; las secuelas de El planeta de los simios: Confrontación, 2014 y La guerra, 2017). Enfatiza el artículo The, no para señalar su autenticidad o singularidad sino para marcar un periodo de definición del personaje en el que ni siquiera él mismo se ha bautizado. Esta versión se sitúa cuando Bruce Wayne lleva apenas dos años siendo el vigilante enmascarado que desea limpiar Ciudad Gótica, dos años que lo han convertido “en un animal nocturno” cubierto de cicatrices, que sale lastimado de sus combates y aún está aprendiendo el oficio (con momentos de inseguridad como al tirarse desde un edificio). Una fase en que parece más un Travis Bickle, de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) que un justiciero: “Creen que me escondo en las sombras, pero yo soy las sombras”. “Dos años de noche” marcados por un auge del crimen y la explosión en el consumo de la droga drop. La urbe gótica es imaginada como un Nueva York siempre lluvioso y triste, en el espíritu de Edward Hooper, con un Times Square con más pantallas gigantes que el real, así como rascacielos y puentes inspirados en Hugh Ferris. Al mismo tiempo es una ciudad inmersa en una especie de Halloween permanente, donde la locura ambiental hace que héroes y villanos se vuelvan figuras de carnaval y el mal se convierta en espectáculo.

El Batman, interpretado con ensimismamiento, nihilismo y abandono por Robert Pattinson (quien pasó de ser vampiro en la saga Crepúsculo, 2008-2012, a hombre murciélago, tras definirse trabajando con grandes como David Cronenberg, Claire Denis y los hermanos Safdie), aquí no es un justiciero sacrificado sino un psicópata más en una ciudad enloquecida. Wayne es un hombre taciturno, semiautista y paranoico que cree que el miedo es una herramienta para acabar con el crimen. Es a la vez un Batman callejero y el justiciero del uno por ciento, que busca redimir su fortuna y "privilegio" con actos de valor para restablecer el orden. Se sabe que el superpoder de Batman es ser inmensamente rico, aquí el legado familiar tiene tintes de condena y vergüenza. En más de ochenta años de historias las dos personalidades de Bruce Wayne han estado claramente separadas, aquí no. Vive aislado en una torre, su único contacto con el mayordomo Alfred (Andy Serkis) es hostil y casi adolescente. Su obsesión no es la justicia sino un ajuste de cuentas y una búsqueda sempiterna del culpable de su orfandad. No es el millonario cosmopolita del jet set ni el playboy filantrópico, sino un atormentado junkie de la adrenalina y la rabia reprimida, que ni siquiera parece derivar placer de la violencia.

EL DIRECTOR Y SU COGUIONISTA, Peter Craig, no creyeron necesario incluir la “historia de origen” que empujó al hombre murciélago a convertirse en “Venganza”, como él mismo se proclama. Buscaban una historia con ecos de Hamlet en la que los personajes, el ambiente y el tono fueran más importantes que la trama. La historia está plantada en la tradición detectivesca y en el film noir (con todo y narración en off) y tiene una estética retro adaptada (Batman usa a la vez viejas botas de combate, armadura antibalas y tecnologías futuristas, como sus lentes de contacto y cámaras).

La fotografía impecablemente oscura de Greig Fraser (Duna) se vale de enfoques suaves que acentúan una ambigüedad moral y a la vez usa agresivos fulgores naranjas y verdes para enfatizar las amenazas en forma de sombras y siluetas. La música de Michael Giacchino es igualmente esencial para crear una atmósfera de angustia, con frenéticos pasajes percusivos de metales rítmicos y atonales, de marcha bombástica, con la inclusión de un insistente Ave María, retórico y pulsante, que contrapuntea con un igualmente reiterativo y aural “Something in That Way”, de Nirvana. La referencia más directa, tanto en lo visual, emocional y temático es Se7en, los siete pecados capitales (David Fincher, 1995).

Ésta es una de las pocas películas de superhéroes que da más presencia (que no precisamente profundidad emocional) al protagonista que a los villanos. El género se define por sus criminales y esta vez la elección es en extremo afortunada al incorporar a algunos personajes emblemáticos de la saga como El Acertijo, interpretado por un perturbadoramente perverso Paul Dano (quien usa una máscara de combate invernal), villano y asesino serial que opera como el asesino del zodiaco, dejando mensajes cifrados y adivinanzas al propio Batman. Él es también un vigilante en una misión que se propone cambiar a la sociedad con “miedo, más un poco de violencia enfocada”, para lo que humilla, expone y asesina con extrema crueldad a políticos corruptos. Pero es también un cibercriminal de la era de la dark web, capaz de incitar una insurrección armada vía chatrooms (que anticipa la revuelta de los fanáticos de Trump el 6 de enero de 2021) y al mismo tiempo desatar un cataclismo para purgar a la ciudad. Tenemos además a una Gatúbela-Selina Kyle extraordinaria y bisexual (Zoë Kravitz), al Pingüino-Oswald Cobblepot (un irreconocible Colin Farrell) y al teniente James Gordon (Jeffrey Wright), único policía que confía en Batman y lo invoca con su Batiseñal.

Si inicialmente Batman amedrenta pandilleros y maleantes menores, confrontar al Acertijo y conocer a Selina le permiten entender que muchos otros se consideran también vengadores y eso no legitima sus acciones. Además, descubre que la podredumbre estructural y sistémica viene del poder que hasta cierto punto él protege y representa. Esta cinta describe su conversión y la forma en que “el mejor detective del mundo” aprende y crece en su papel. El Batman es una película inteligente, hecha con libertad creativa, agudo intelecto moral y estético que contrarresta la fatiga de los seriales, de los remakes, de las franquicias y “propiedades intelectuales”, pero aun así es una obra que exhibe sus compromisos financieros al abrir la puerta a nuevas secuelas y derivaciones.

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