Con Dylan en la carretera

El corrido del eterno retorno

Rolling Thunder: Con Bob Dylan en la carretera
Rolling Thunder: Con Bob Dylan en la carretera Foto: Especial

Bob Dylan inventó el icono folk. Después, se rebeló contra el confort que representaba ser una figura folky. Hacia 1965 se unió al mundo eléctrico y se convirtió en un ídolo del rock & roll. Desde esa primera conversión, Dylan se ha desplazado con estridente facilidad de la figura del héroe a la de antihéroe durante toda su carrera.

Algunos miembros de la vieja guardia, como T-Bone Burnett, opinaban a mediados de los años setenta que el momento de Dylan había pasado. Que jamás volvería a estar en la cima que consiguiera en los sesenta. Pero Dylan demostró que no se sentía cómodo interpretando ese papel. Necesitaba un cambio. Una vez más renegó del sentido de seguridad que le proporcionaba el estrellato y mudó su sonido. Así como el estilo electrificado había decepcionado a los puristas folks seguidores de Dylan, el sonido ecléctico mostrado en Desire (1975) había desconcertado a una extensa parte de sus seguidores rocanroleros. Pero a él no le importaba. En medio de todo este jaleo es que surge Rolling Thunder: Con Bob Dylan en la carretera, del escritor Sam Shepard.

Como si no bastara con los antecedentes, Dylan emprendió una serie de conciertos por pequeñas ciudades del noreste de Estados Unidos. El motivo de la gira era protestar por el inadmisible encarcelamiento de Rubin Huracán Carter. Acusado de asesinato, fue sentenciado a nueve años de prisión en 1967, por un crimen que no había cometido. Su único delito era ser negro, la condena estaba sustentada en el racismo. Inconforme con el proceso, Dylan invitó a reconocidos músicos y poetas a que se unieran al espectáculo. Joan Baez, Mick Ronson, Arlo Guthrie, Ramblin’ Jack Elliot, Joni Mitchell, T-Bone Burnett, Bob Neuwirth, Allen Ginsberg y Peter Orlovsky (ambos poetas beat) se unieron a la causa Carter. Con un poco de animosidad, esta caravana podría verse como una versión atemperada de Los Alegres Bromistas de Ken Kesey. Sobre todo por la empresa tan delirante como desordenada que también sustentaba la gira: la filmación de una película. Más que una narración, el documento cinematográfico que resultó fue un experimento cercano a los capturados por Los Alegres Bromistas en las pachangas de LSD. Tal desánimo padeció el equipo de filmación de la Rolling Thunder, que durante años no se pudo confeccionar siquiera un documental con el material capturado.

El mérito primordial es que rebasa el mero reportaje periodístico o el diario 

Para originar los diálogos imaginarios de un guion aún insospechado, reclutaron a Sam Shepard. Al primer contacto con el alboroto episodiográfico de la caravana, Shepard considera renunciar a la empresa. Al final decide permanecer. Y comienza un duelo, parecido a los protagonizados por pistoleros del viejo oeste, por conocer cuál conducta es más asequible, la de Dylan o la del propio cronista. Mientras, subrepticiamente, paralela a su supuesta producción de conversaciones, Shepard registra pequeñas estampas, crónicas, escenas, resúmenes.

El mérito primordial del libro es que rebasa el mero reportaje periodístico o el diario sugerido. Shepard inaugura un nuevo género dentro de la no-ficción. Una historia que tiene y no tiene a Dylan como protagonista.

Entre uno y otro extremo, se suceden antologables ocurrencias absurdas y disparatadas en torno a la figura de Dylan. Como por ejemplo aquella en que se le espera para una filmación y de manera incomprensible Bob abandona el sitio, sale por la diminuta ventana del baño y desaparece.

El planteamiento de plasmar una crónica autorizada de la gira estaba fuera de la cabeza de todos, incluidas las del Shepard y Dylan. El músico lo eligió para que lo acompañara en una gira por veintidós pequeñas ciudades del noroeste de Estados Unidos. Como Dylan nunca se ha encontrado a gusto con la industria, se embarcó en un espectáculo que presentaban cada noche para una audiencia no identificada primordialmente como “público de rock”.

Uno de los pasajes más significativos del recorrido es la visita a la tumba de Jack Kerouac. Ubicada en Lowell, Massachusetts, lugar de nacimiento del autor de En el camino.

Durante el recorrido, Sam busca asideros para anclarse al espíritu de la gira. Es tanto su desconcierto y su incapacidad de relacionarse con los integrantes, que incluso se siente más cómodo entre los choferes que entre los otros poetas que acompañan a la tribu.