¿A dónde se van las hojas que se traga la imprenta? En dos ejemplares de mi primera novela faltaron algunas páginas. Descubrí que, misteriosamente, aparecieron después en una revista especializada en anatomía humana. Con posterioridad y para mi sorpresa, un renombrado médico me escribió para felicitarme por los supuestos aportes científicos de mi texto.
Los libros y las personas somos extraños y defectuosos. Las portadas y los rostros de la gente a veces me decepcionan: no siempre prefiguran el contenido real. Con llamativas imágenes pueden anunciar una aventura exótica, erótica, y resultan contener historias aburridas que me provocan bostezos. Prefiero a quienes no prometen nada y que, al seguir leyendo, me descubren mundos raros y paralelos. Los títulos emocionan o están fuera de lugar. Hay tomos incómodos por el gramaje de los pliegos o por la pesadez de la trama, tan insoportables como los recuerdos vergonzosos. Folletines ligeros sirven de abanicos, ventilan el pensamiento en primavera. Se deshojan, me quiere, no me quiere, me hieres. Erratas parecidas a mis reiterados actos fallidos; si tienen suerte, se corregirán en la siguiente edición, no en la próxima vida porque no hay tal. Palabras huérfanas como tú, bastardillas como yo, cajas de texto demasiado pequeñas o márgenes largos simulan el túnel de mi inconsciencia. Sangrados irregulares se desbordan con la luna, la excesiva separación entre párrafos me recuerda la distancia que pongo frente a los otros.
Los libros y la naturaleza humana son espejos, dobles igualmente ilusorios
COMETO MUCHÍSIMOS ERRORES, peores que los de maquetación y más graves que los tipográficos. Escribo sin detenerme para decirte en fluir psíquico cuánto te quiero. Invento personajes desalmados pero amorosos. Expreso con diálogos sin guiones que te echo de menos en las noches y te aborrezco al amanecer. Te evoco como epígrafe o te pongo al pie de página. Repito frases para ver si me entiendes, ¿me entiendes?
Los libros y la naturaleza humana son espejos, dobles igualmente ilusorios, repletos de faltas, características distintivas, irregulares y cambiantes, con estructuras equivocadas, laberintos sin fin. Soy siempre imperfecta, más cuando leo, me concentro y te escribo. Espero que esta columna aparezca en el suplemento El Cultural de La Razón y no en la National Geographic Magazine a propósito de animales fantásticos en la selva lacandona.
*** Eres lo mejor que nunca me ha pasado.