Qué lejos quedó el barrio: el reguetón

En este número de El Cultural ofrecemos dos visiones contrastantes sobre el ritmo de moda, que suena en plataformas alrededor del mundo. En el primer caso, el escritor y músico Daniel Herrera revisa de qué modo el reguetón surgió —igual que la cumbia, el jazz, el rock, el hiphop, el tango— como una expresión libertaria entre clases vulnerables; nacido en el Caribe, sus letras se enfocaban en violencia y sexo. Luego fue adaptado por la industria musical que sólo busca aumentar las ventas y su fuerza telúrica se diluyó.

Qué lejos quedó el barrio: el reguetón
Qué lejos quedó el barrio: el reguetón Fuente: starsworldproduction.com

Es extraño lo que voy a afirmar, pero lo más elemental que mueve a la música es la destrucción y el sexo. Antes de los hits, el mercado y las drogas, lo que quieren escribir los compositores son canciones que perduren. Y esto se puede hacer sólo de dos maneras: cantándole al odio o cantándole al amor. O para ser más exactos: cantándole a la destrucción o al sexo.

DOS CARAS DE UNA MONEDA

Es extraño porque la música suele correr hacia la vida, expresa una preocupación por enunciar lo que nos acontece. Y aunque sin duda se vive mejor cuando hay alguien creando frente a nosotros, incluso en grabaciones es posible experimentar ese empuje vital que provee. ¿Cómo es posible que la destrucción sea fundamental para crear un arte lleno de vitalidad? La respuesta no es sencilla, implica explorar las emociones más ocultas. La meta es conectar con la mayor cantidad de escuchas; a veces, la música permite mover masivamente al público por un mismo camino.

Casi siempre, por lo menos en la escena popular, ese camino lo trazan quienes escriben canciones subversivas, creadas para satisfacer una sensación humana vital: el sentido de pertenencia. En el fondo, no es tanto que el público escuche la música, sino que también la canta. Desde las melodías más elementales en el trabajo rural hasta un estadio coreando las canciones de moda, al final no se trata del cantante o los músicos, sino de todos nosotros: el público se vuelve parte de la melodía.

Esta forma de ver el tema me ha llevado a alejarme del virtuosismo absoluto, pero también de lo masivo. Por un lado, el virtuosismo equivale a matemáticas puras. La música debería comunicar algo, no sólo demostrar qué tan rápido es alguien tocando. Por el otro, la masificación de un género me dice que ha sido aceptado por la industria dominante y no estoy ante una creación auténtica, sino ante un producto de supermercado que satisface necesidades superficiales.

Dejo muy en claro que amo el pop, lo consumo como papas a la francesa, pero si se trata de encontrar un significado a los sonidos, si se trata de conectar con la creación artística, el pop no me da la respuesta, o casi nunca lo hace. Ante la música que alcanza multitudes sin necesitar de la enorme maquinaria de la industria no puedo más que sentir respeto. Esos músicos, grupos e intérpretes casi siempre hacen el trabajo más antiguo: viajar de ciudad en ciudad para mostrar lo que crean. Tal vez no alcancen lugares en el Billboard y quizá no sean los más escuchados en las plataformas, pero su autenticidad es innegable y alcanzan a una cantidad de gente que puede pagar un boleto para ser parte de una comunión musical.

Los discursos sexuales o violentos se suavizan y los exponentes principales desaparecen, para dar paso a otros más atractivos para el público 

COMPRAR LA AUTENTICIDAD

La historia se repite siempre: un grupo de personas de cierta clase social poco acomodada hacen cierto tipo de música en alguna comunidad. Ésta representa lo que sienten y piensan de su contexto particular. Hablan, cantan y escriben desde la subjetividad, pero dan voz a lo que miles piensan en otros lugares. Su música, casi siempre, está cargada de sexualidad y violencia. Por un lado, cuando la vida es una sucesión interminable de desgracias, poco se puede hacer más que cantar al amor y al sexo. Los bailes que acompañan la música representan esto. Las parejas se aprietan y bailan simulando el acto sexual.

En otro sentido, las letras pueden expresar las irresistibles ganas por destruir aquello que los oprime o, también, una queja vital sobre las injusticias recibidas. El arte como una moneda con dos caras distintas, aunque similares: sexo y violencia.

Al principio, claro, las fuerzas dominantes querrán prohibir el nuevo género. Los intentos por sabotear el nacimiento de esa forma de expresión irán desde mirarla con desprecio hasta erradicarla. Todo fallará. Cuando una forma musical aparece y satisface a miles de escuchas, se convierte en parte importante de la fiesta. Entonces es probable que subsista. Después de algún tiempo, el mercado la adopta, la convierte en ventas. Entonces viene la masificación. Los discursos sexuales o violentos se suavizan y los exponentes principales desaparecen, para dar paso a otros más atractivos para el gran público. Estos nuevos exponentes representan correctamente los valores que la industria necesita exponer. Esta estructura puede cambiar un poco dependiendo del momento histórico, pero es casi un manual de cómo adaptar y adoptar un género subversivo al mercado y las estructuras dominantes.

Se puede hacer un recuento rápido para confirmar lo que digo, desde siglos atrás con la cumbia, pasando por el jazz, el rock, el son, el hiphop y el tango hasta el reguetón. Los géneros que tienen una expresión de libertad en la semilla fueron apropiados por el mercado. Eso convierte una expresión original y honesta en un producto deslactosado, bien moldeado para satisfacer los gustos de una masa consumidora que tiene los recursos para sostener la novedad por tiempo indeterminado. La mesa está servida y los creadores de este nuevo producto defenderán con uñas y dientes su lugar, porque de algo se debe vivir. Las migajas que caigan de esa mesa serán para los arribistas que no lo lograron y para algunos artistas que se mantienen fieles a cierta forma de creación, aunque también necesitan sobrevivir. El arte tiene lugar para todos, la industria no. El consumo más sencillo, por supuesto, es el que nos entrega el mercado porque no requiere más que prender la radio o abrir Spotify: aparece de inmediato en la pantalla. Cualquier cosa más allá implica cierto esfuerzo y para eso hemos inventado todo esto, ¿no?

EL REGUETÓN NO ES SUBVERSIVO

A principios de marzo, el rapero y reguetonero René Pérez Joglar, mejor conocido como Residente, dedicó más de ocho minutos de violenta humillación verbal en una canción subida a YouTube al otro representante del género urbano: J Balvin. El asunto fue un pequeño escándalo entre quienes seguimos la música pero, sobre todo, entre quienes aman el reguetón. El motivo de este discurso viene de tiempo atrás. Hay entre los dos personajes un altercado que ya suma varios meses, en donde el primero ha demostrado su desprecio hacia el segundo por algo que entiendo así: Balvin es un fanfarrón.

Detrás de todo este chisme superficial encuentro la semilla del problema del reguetón: ya nunca será el género que nació en las calles de San Juan, en Puerto Rico. La pelea entre quién es real y quién es presuntuoso pareciera nueva y fundamental para muchos, pero entre quienes conocen del género hubo algo que se rompió cuando fue adoptado por el pop y se convirtió en el gran éxito latino que llega a todo el mundo.

Daddy Yankee y Bad Bunny en el video de "Vuelve".
Daddy Yankee y Bad Bunny en el video de "Vuelve".

Bad Bunny es el último representante de este dilema. Su fama lo ha transformado en el cantante más escuchado en todas las plataformas. Su inclusión en ellas garantiza ventas. No es necesario siquiera teclear su nombre en el buscador, antes aparecerá ahí, a la mano. Pero no es el único, antes de él estuvieron el mismo Balvin, Daddy Yankee, Rosalía, Karol G, Calle 13 y una lista no tan extensa de personajes que siguen ambicionando regresar a la cima. Estos compositores, cantantes (es un decir) y músicos encontraron en el género de moda una forma de vida. El asunto es que esta fuente de riqueza es tan efímera que resulta obvio el esfuerzo que deben hacer por mantenerse en la ola.

A esto debe agregarse que el hit del verano puede ser destronado por el hit del otoño o incluso por el otro hit del mismo verano. Las canciones que suenan dentro y fuera de la pista de baile se devoran entre ellas a la misma velocidad que los memes nacen y mueren en las redes. La lucha por el siguiente éxito es interminable y todos buscan un pedazo del pastel. Incluso quienes nacieron creando canciones pop deciden participar en el género de moda. Así, ya casi viejas figuras del pop latino como Shakira o Ricky Martin aparecen con jóvenes reguetoneros o de plano graban versiones que pasan rápidamente por las pistas de baile y son sustituidas en semanas por nuevos éxitos.

Este género es el mejor ejemplo de capitalismo musical. Frente a esto no está de más preguntarnos quiénes se quedaron en el camino. ¿Cuáles fueron los representantes de este estilo o algún otro que no lograron despegar? Porque para que alguien llegue a la cima, necesariamente otros se murieron en la base de la pirámide.

EL CASO DE UN CONEJO MALO

Quien hoy representa mejor el género es Benito Antonio Martínez Ocasio, conocido como Bad Bunny. El reguetonero —me niego a llamarlo cantante porque primero necesitaría afinarse un poco, y una cosa más: ¿por qué en este género los hombres no se afinan y para las mujeres es fundamental hacerlo? ¿Por qué a Rosalía se le exige tanto pero a Balvin no?— en fin, decía que Bad Bunny es la cabeza más visible de un estilo que se alimenta de todo. Así, su música no es sólo reguetón, sino que su productor, ya sea Manuel Lara o Ronny J o DJ Omar, cualquiera de ellos, mete una mezcla de géneros en la licuadora y sale una fórmula de éxito asegurado. Por esto no es posible llamar a su música solamente reguetón.

En ese aspecto Bad Bunny ha roto algunas reglas. También decidió presentar álbumes enteros, hasta cierto punto conceptuales. Esto va contra las nuevas reglas del mercado: los sencillos son lo que vende. En un mundo de plataformas dominan las canciones que van a directo a las playlists. Desde una revisión rápida, parecería que Bad Bunny fue contra los dictados comerciales y presentó, como antes, álbums.

En un acercamiento más profundo, queda claro que esta opción se le permite porque el puertorriqueño ha seguido al pie de la letra las demás indicaciones para un artista pop. La primera es no demostrar complejidad al crear letras. Bad Bunny está lejos de ser un MC al estilo del hip-hop. Sus letras son elementales y descansan en ideas tan complejas como “te quiero a ti”. No muestra en ningún momento habilidad especial con su flow ni parece buscar alguna manera de hacer crítica social. Representa bien el reguetón adaptado por el pop: letras sencillas para corear en la pista de baile.

Este género es el mejor ejemplo de capitalismo musical. Frente a esto no está de más preguntarnos quiénes
se quedaron en el camino

Por otro lado, igual que J Balvin, Bad Bunny le da un énfasis especial a todo aquello que rodea la música pero no es música. Esto sucede desde que MTV apareció, pero aquí es explotado hasta el hartazgo. Tampoco es el único que lo hace, por supuesto. El pop se ha manejado así desde los ochenta y seguirá siendo de esta forma hasta el fin de la humanidad. La cuestión con él es que parece tan enfocado en la imagen para hacernos olvidar que no estamos ante un artista sino ante un vendedor.

Hoy la maquinaria está aceitada a la perfección y produce tanto dinero que el futuro parece poco importante. Pero el circo necesariamente tendrá que cerrar, la ilusión va a desaparecer y al final nos quedará un tipo que usó Auto-Tune y supo vender una imagen acorde a los valores morales imperantes. Tal vez por eso aparece en series y películas.

EL FINAL DE UN REGUETONERO

Mientras escribo estas líneas me entero de que Ramón Luis Ayala Rodríguez, mucho mejor conocido como Daddy Yankee, ha decidido retirarse. Después de un nuevo álbum y una gira por América de ésas que parecen interminables soltará el micrófono para dedicarse a lo que sea, porque supongo que será un poco más rico para entonces. Hace unas semanas Farruko, justo en el escenario, decidió confesar que se convirtió al cristianismo. No es el único, integra una lista que cuenta con personajes como El General, Vico C o Don Omar. Será que Daddy Yankee está cansado de luchar por un espacio en el mercado. Debe ser agotador pelear por el primer lugar todo el tiempo. Tiene 45 años y es un anciano del reguetón, debe retirarse.

Entendemos, pues, que éste es el género más adaptable del mundo, además del que más vende. No es música subversiva ni revolucionaria. Por un lado, su sonido ultraprocesado sirve incluso como melodía de fondo y el gran público no se siente agredido o molesto cuando la oye en el supermercado. Pero también es la música que cumple mejor las exigencias del consumo masivo. Pensar que el reguetón va a cambiar el mundo porque un par de sus representantes participaron en el Verano del 19 en Puerto Rico es no comprender que el mercado hizo correctamente su trabajo y vemos la música justo como quieren que la veamos: limitada, repetitiva, infantil y desechable.

Es comida rápida para los oídos y la producción no puede parar. Lejos quedaron los versos que hablaban de la vida real. Lo único real es la caja registradora haciendo k-ching.