Juan Bustillo Oro: cine y nostalgia

Bajo el signo de la melancolía por un paraíso perdido y desde luego idealizado, el director Juan Bustillo Oro dio forma, en las primeras décadas del siglo XX —de acuerdo con el crítico Jorge Ayala Blanco—, al “único estilo de época que ha creado el cine mexicano”. Es una herencia cuya singularidad, con la ironía de su anacronismo, marca un contraste frente al cine de la Revolución que prosperaba en los años que siguieron al movimiento armado.

En tiempos de don Porfirio, 1939.
En tiempos de don Porfirio, 1939. Foto: Fuente: artsandculture.google.com

En la edición 19 del Festival Internacional de Cine de Morelia en 2021 se realizó una exposición fotográfica en homenaje a Juan Bustillo Oro (1904-1988). Oscilante entre la comedia y el drama, Bustillo dirigió 58 filmes. Películas suyas como Cuando los hijos se van (1941) o Acá las tortas (1951) moldearon, para ejemplificarlo, el acogedor y doliente espíritu del hogar mexicano. También están aquellas cuya eficacia cómica cedió más a los sagaces desempeños verbales que a la acción, como Al son de la marimba (1940) o Ahí está el detalle, del mismo año. Además, Bustillo Oro abrió el camino a una temática que, para la década de 1930, en madura consolidación del ímpetu revolucionario, se admitía superada, al menos como referente histórico digno de nostalgia: el Porfiriato.

ANACRONISMO O AÑORANZA

Las películas que dirigió bajo esa tónica son En tiempos de don Porfirio (1939), México de mis recuerdos (1943), Las tandas del Principal (1949), más las nuevas versiones de las dos primeras, México de mis recuerdos (1963) y Así amaron nuestros padres (1964). Su última producción porfiriana fue, por lo demás, la última que dirigió: Los valses venían de Viena y los niños de París (1965). Jorge Ayala Blanco, en La aventura del cine mexicano, destaca En tiempos de don Porfirio como su “éxito más memorable” y “el único estilo de época que ha creado el cine mexicano”. El crítico caracteriza la personalidad fílmica del director como la de un “artista anacronizante de lento entusiasmo” que, en ese cine porfiriano, “sólo podría explotar la sátira fácil o un libelo trivial”.

Si hablar de anacronismo en el arte se pronuncia como denuesto, cabe construir sobre él, para el caso de Bustillo Oro, una apología, no de su validez como tema de actualidad, sino del propósito nostálgico que lo impregna. Su relevancia —negativa— consiste en su incorporación impertinente en el horizonte contemporáneo, que todo lo subsume en la actualidad del gusto: elige, discrimina, y en aquello que segrega aparece, como caduco u olvidado, un contexto inoperante para la actualidad. Sin embargo, al ser recuperado, el tema pone en duda lo razonable de su olvido y, en el caso de Bustillo Oro, es revalorado como memoria histórica contemplada desde la íntima nostalgia por un periodo, vivido o heredado.

LA REVALORACIÓN

El tema del Porfiriato en los estudios históricos también tuvo su periodo, no de recuperación sentimental, sino de olvido y silencio, supeditado a la Revolución Mexicana. Al respecto, los historiadores Mauricio Tenorio y Aurora Gómez, en El Porfiriato (2006), indican que, tras la Revolución, “el primer gran ensayo de interpretación” sobre el tema fue el de José C. Valadés (El Porfirismo: Historia de un régimen), de 1941, año que responde, más o menos, al periodo en que Bustillo dirigió En tiempos de don Porfirio y México de mis recuerdos.

A pesar del acento temporalmente descolocado de su director, para Ayala Blanco En tiempos de don Porfirio dio “un merecido puntapié al incierto culto revolucionario”, con protagonistas que residirán “a perpetuidad en el mundo perdido, bañados delicadamente por los vapores de una bella época eterna, indestructible”. Para los estudios históricos, según Tenorio y Gómez,

se ha dado la negación casi patológica del gigante revolucionario —como en libros de memorias de porfirianos trasnochados, o en un acetato de “México de mis recuerdos”: variaciones sobre el tema del Porfiriato como universo autocontenido o paraíso perdido.

Los tres autores utilizan la obra de Bustillo Oro como referente del Porfiriato, para describir un mundo elaborado por un espíritu que vive fuera de su contemporaneidad o un paraíso perdido al que acudimos, en retrospectiva, para negar patológicamente todo lo que no conviene a ese entorno paradisiaco.

A pesar de la condición anacronizante de sus evocaciones porfirianas, que destacan, según el ojo que las contemple, por su olvido enfermizo del tema revolucionario, Bustillo Oro fue también heredero convencido de la Revolución cuando, en su juventud, se asumió como ferviente vasconcelista, asunto sobre el que dan cuenta sus memorias Vientos de los veintes (1973), una crónica y defensa del vasconcelismo. No obstante, percibió en el Porfiriato una belle époque perdida, como lo testimonia su otro libro de memorias, Vida cinematográfica (1984):

México de mis recuerdos era el fruto de aquel viejo propósito acariciado por mí cuando planteé Melodías de antaño [En tiempos de don Porfirio]: la recreación de la belle époque en su modestia mexicana. [...] El México de mi puericia y de mi adolescencia era el trágico, el de la Revolución. Se trataba de recuerdos anteriores. Me había tocado vivir la resaca de los más últimos [sic] de aquellos tiempos. En mi mente se vistieron de poesía remota. Se me hicieron amables mezclados con el amor a mis padres.

EVOCACIÓN HEREDADA

El interés del cineasta por un asunto que ya no le correspondía a su generación se sustentó menos en un gusto por un tema en desuso, y más en una añoranza heredada, separada de la vivencia en primera persona, pero asumida como íntima y propia: un asunto personal.

La mirada de Bustillo Oro revitalizó la memoria histórica y superó el tedio o desengaño del gusto contemporáneo, que habían desplazado al Porfiriato. Una época reconstruida sin el embargo de las tensiones políticas y sociales, con la sencillez de los hábitos y vicios, tanto en maneras humanas como en decorados, que aportaron a esa época su perfil cotidiano. La tranquilidad del drama amoroso y la ocasión cómica en las cintas de Bustillo Oro resultan obvios remansos costumbristas y, además, metáforas discretas de esa pax porfiriana que deja transcurrir en su propia inercia, hasta la inevitable despedida del Ypiranga, ahí donde la historia se aparta del presente y accede a los criterios obsoletos, pero perdurables, de la nostalgia.

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Ejemplar de Chanoc, con el cronista como personaje. Número 368, México, 28 de octubre, 1966.