Umbral: Crónica de esa guapa gente

El sarcasmo y la ironía, expresiones privilegiadas de la inteligencia, marcaron el trabajo del autor español Francisco Umbral. A modo de ejemplo, señaló que el periodista Juan Luis Cebrián —director y fundador del diario El País— “parece un niño disfrazado de malo entre la barba y el bigote (un niño al que todavía peina mamá)... es un gran creador de periódicos, un mal novelista y un regular amigo”. Por el estilo son las radiografías cáusticas de personajes que comprende su libro Crónica de esa guapa gente, de 1991, que José Woldenberg comenta lúdicamente.

Francisco Umbral (1932-2007), en un retrato de 1992. Fuente: es.wikipedia.org

Francisco Umbral cumpliría 90 años el 11 de mayo. Murió en 2007 y dejó una estela de novelas, ensayos y retratos de una época: el tardo franquismo, la transición y los primeros años (gozosos) de la democracia en España. Maledicente, provocador, irónico, fue un muralista de su tiempo con voz singular y estilo inconfundible: agresivo, desmitificador, ocurrente y liviano.

No creo que él mismo se tomara muy en serio, aunque sus novelas y ensayos lo son. Prolífico como pocos, escribió estampas memorables de sus contemporáneos, en ocasiones hilarantes. Sus crónicas, viñetas y representaciones breves, recogidas en diferentes libros, siempre me han parecido una delicia por la conjunción de sarcasmo, conocimiento, mala leche y buena pluma.

Su Diccionario de literatura. España 1941-1995. De la posguerra a la posmodernidad (Planeta, 1995), si bien contiene breves notas sobre los autores es algo más: un ejercicio juguetón, un repaso caprichoso de escritores, ciudades y hasta cantantes. Así, hablando de Lola Flores le da un repaso a Jerez: “un pueblo pacífico de caballistas y señoritas burras que están buenísimas”. Su Diario de un snob (Destinolibro 49, 1978), Guía de pecadores/as (Anagrama, 1986), Memorias borbónicas (Planeta bolsillo, 1992), La década roja (Planeta, 1993), Los cuerpos gloriosos (Planeta, 1996), Diario político y sentimental (Planeta, 1999), Los placeres y los días (FCE, 2001) o Amado siglo XX (Planeta, 2007), tienen en común que están armados con textos breves que dan cuenta de sus querencias y malquerencias, en los cuales dibuja a personalidades de la política, las artes, los espectáculos; ofrece su visión sobre diversos acontecimientos, modas, libros; irradia pasión, odio, dandismo; se detiene en un carnaval de temas disímbolos, estando él (casi) siempre en el centro.

Él es el metro de las cosas y los hombres, de las obras y los cotilleos. Es sobre todo cronista que ilumina una época, unas formas de ser, un ambiente intelectual cargado de promesas y modas. La España que emerge de muchas décadas de dictadura y el aire fresco de la libertad la vitaliza y enciende. Umbral se coloca a sí mismo como el narrador de ese periodo y su prosa intenta (y creo que logra) captar la atmósfera de innovaciones y apuestas vitales, muchas de las cuales, como suele suceder, resultaron fallidas.

Con sucintas pinceladas Traza a la persona y su circunstancia. Así, Marisol fue la musa Blanca del franquismo, y también el cisne negro... la novia distante de todos los yeyés

REVISANDO MIS LIBROS encontré uno totalmente subrayado, pariente cercano de los enunciados más arriba, Crónica de esa guapa gente. Memorias de la jet (Planeta, 1991), al que vuelvo 1  porque puede servir —espero— para abrir el apetito del lector.

Los retratos de gente famosa son el hilo conductor. Hay de todo, como en botica. Elogios y acometidas, notas con claroscuros y sobre todo lúdicas. Ganas de develar realidades ocultas a los ojos de los mortales comunes y la presencia rotunda del autor que todo lo juzga. Puede ser rijoso y directo:

“El conde de Mayalde... alcalde vitalicio de Madrid... se encontró un Madrid de polvo y mierda y, tras largos años de regiduría, nos dejó un Madrid de mierda y polvo”; o amable y hasta querendón: Dolores Ibárruri “era una anciana alta y bella, era de esa aristocracia natural que da el pueblo cuando le sale una veta de ilustración y señorío. Era una vasca inmensa y vehemente”; pero casi siempre resulta ambiguo y malicioso: Juan Luis Cebrián “parece un niño disfrazado de malo entre la barba y el bigote (un niño al que todavía peina mamá), es un gran seductor de hombres, un gran creador de periódicos, un mal novelista y un regular amigo”.

Umbral sabe que las trayectorias de sus retratados en muchos casos son difíciles, zigzagueantes, pero también entiende que cada biografía es algo más que el curso de una persona, pues la época impacta su forma de vida. Con sucintas pinceladas traza a la persona y su circunstancia. Así, Marisol

... fue la musa blanca del franquismo, y también el cisne negro... la ninfa rebelde... Dos ángeles machos la hicieron mujer y comunista: Serrat y Gades... Fue, sí, la novia rubia y distante de todos los yeyés de los sesenta... era un ángel con rebequita... Pepa Flores asesina a Marisol... asesina su adolescencia cursi...

Se trata del icono juvenil de la dictadura de Franco que durante la transición descubre otro mundo que la succiona y remodela. Por ello, dice Umbral, Pepa Flores asesina a Marisol. La misma persona en dos escenarios distintos y contrastantes se desdobla y es ella y su negación.

Guía de pecadores/as

UMBRAL MANTUVO SIEMPRE un respeto y hasta cierto punto fascinación por Santiago Carrillo, el dirigente del Partido Comunista que encabezó al PC en la forja de su compromiso con la democracia. Pero no era un seguidor ciego. Incluso con aquellos que apreciaba podía ser desmitificador. Escribió que Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri

... eran el Presídium Supremo Español, eran la Hostia y el Copón, pero en marxista. Parecían sostenidos por la densidad del pueblo, pero sólo los sostenía una burbuja de novedad, entusiasmo, curiosidad, alegría y acracia. Hasta que la burbuja hizo pum y se vinieron abajo.

Le gustaba escandalizar. Temía sentirse parte de la corriente inercial de la opinión pública. Decía que había aprendido de Camilo José Cela “ir de único por la vida y no descomponer nunca la figura”. Quizá por eso se permitía chistoretes burdos que sin duda alborotaban a la galería. Recrea una conversación con Enrique Líster, general republicano, y escribe:

... la guerra la hicieron gentes que jamás habían ido a la manicura. Quizá con un poco más de manicura y un poco menos de machismo se hubieran evitado cosas. En cualquier caso, un país donde a los señores (generales, académicos, notarios) les salen pelos por la nariz y las orejas, no es un país gobernable.

Una provocación, una ocurrencia, una sonrisa sardónica que, imagino, no a todos gustaba.

“Una de las fuentes prodigiosas de mi prosa inagotable es el rencor”, escribió. Y no mentía. Tampoco era una pose. Cuando se enojaba, se enojaba. Y no es raro encontrar en sus textos descalificaciones groseras sin explicación alguna. A Montserrat Caballé le dijo: “Julieta de Butifarra... Una María Callas cebada para la matanza...”. Una agresión, para el lector, gratuita que quizá solo un biógrafo de Umbral podría explicar. Aunque a lo mejor él mismo arroja alguna clave cuando escribe que “la envidia siempre es ingeniosa y dicharachera”.2

DECÍA DE SÍ MISMO que era “intemporal, eterno”. Y tenía un toque especial para halagar con sus escritos a las mujeres que le gustaban. Sobre Ana Belén escribió:

tiene la sensualidad pervertida (pervertida por quienes la miramos) de las muy delgadas, el escorzo madrileño, la voz de manantío hembra, y una delicadeza entre el terciopelo y la cretona madriles, algo así como un cuchillo sonriente de su boca de abril entrando con crueldad y gracia en el corazón del pueblo... Jamás me ha amado. Yo jamás he dejado de amarla.

Pero también podía jugar con la ironía. O ser al mismo tiempo cabrón y dizque amable: Sisita Milans del Bosh

... de heráldica familia militar... ha dejado tras sí una estela de maridos, hijos, divorcios y cosas... Tiene el genio de la frase, la deliciosa incultura de la aristocracia militar, el spleen de vivir, las deudas que la prestigian y las mejores piernas de Madrid.

Se trata de una literatura gozosa, sobre condimentada de sal y pimienta, buscando la complacencia del lector, que debe tener un acercamiento como quien va a una fiesta colorida, extravagante, alegre. Una aproximación que hace más luminosa la vida y una lectura placentera, no obligatoria ni rutinaria, plagada de fuegos artificiales y burlas que como una brisa mágica puede acompañar y mejorar la existencia.

Crónica de esa guapa gente

Umbral activa un resorte lúdico. Quiere deslumbrar, atraer, hipnotizar. Escribe antes de que se pusiera de moda lo políticamente correcto y ¿quién sabe cómo hubiera reaccionado? Imagino su intransigencia ante tantos nuevos tabús, la inflación de urbanidad y la catarata de “buenos modales” que limitan la expresión. A su amigo Luis Berlanga, por ejemplo, lo expuso de la siguiente manera: “Lo he visto mucho en su chalet de Somosaguas. Suele estar en el sótano, masturbándose cubierto de gloria y fornifollándose o dando por cofa a la muñeca de plastiqué, bellísima y podrida, que le fabricaron para su Tamaño natural ”.

Según él, tuvo el siguiente diálogo con la reina Sofía:

“—Que hay que ver lo guapo que te has puesto con el régimen, oyes.

“—Eso no me lo dice usted en la calle, o sea fuera de la monarquía, fuera de palacio, majestad, porque uno reacciona”.

Escribe que le dijo a Antonio Buero Vallejo: “Antonio, amor, lo que tienes que hacer es liarte con mi señora. Yo quiero ser un cornudo glorioso. ¿Te imaginas? Al día siguiente en todas las portadas de las revistas”.

Cuesta trabajo creerle. Y no importa. Son guiños saltarines, cotorros, para arrancar una sonrisa. Y si eso se cumple, santo y bueno. Umbral es la antítesis de los biempensantes, de la necesidad de “quedar bien”, de la ortodoxia (cualquiera que sea). Él es él: “ese escritor hosco y brillante, insolente y un poco rojo”. Es su principal admirador. Sus desplantes, su iconoclastia e incluso sus excesos lo convirtieron en una voz atractiva. De Lázaro Carreter dijo: “sobre mí ha escrito cosas muy hermosas, aunque menos de las que debería”. Como si explotar su ego inflamado fuera también un chistorete.

Cuesta trabajo creerle. Y no importa. Son guiños saltarines, cotorros, para arrancar una sonrisa. Y si eso se cumple, santo y bueno. Francisco Umbral es la antítesis de los biempensantes

UMBRAL ESCRIBE en una época marcada por un profundo cambio. No sólo político, económico o social, sino cultural. La España que se transformó con la democracia, su integración a Europa, su apertura al mundo, su pluralismo político, su explosión cultural y artística y sus nuevas pautas de comportamiento. En esa vorágine creadora navegaron con brújulas y mapas cambiantes y Umbral lo supo, lo reconoció y bromeó con ello:

Cuando éramos de derechas jugábamos todos a ser de izquierdas, y ahora ya no se sabe lo que somos... Cuando éramos de derechas yo había confundido la democracia con Ana Belén, el comunismo con Santiago Carrillo, la libertad con José Luis Cebrián y el progresismo con la boutique vaquera de Bravo Murillo. Yo estaba hecho un lío, como casi todos los españoles, pero contaba a diario mi lío en los periódicos y, como parece que los contaba bien y marchoso, la gente los leía. De ese equívoco, de ese desconcierto vivimos todos unos años alegres, gloriosos y convencionales, llenos de grímpolas revolucionarias y gallardetes festivos... Éramos los cronistas de la transición... los evangelistas de un evangelio nuevo, apócrifo y jamás cumplido.

Un “evangelio” que se escribía día a día, de sorpresa en sorpresa, modificando las coordenadas anteriores.

Así como a la juventud tarde o temprano le sigue la vejez, al gozo siguió cierto desencanto. Lo segundo no es una ley de la vida. No obstante, lo parece. Se dio tiempo para escribir: “A veces nos reunimos, en tardes tristes, en domingos apagados, en melancólicos cumpleaños, y componemos este museo involuntario de carrozas y carrozonas, de viejos retablos de la gloria, la fama, la popularidad, el amor o sencillamente la vida”. Y en un libro póstumo (Carta a mi mujer, Planeta, 2008) reconoció: “el Citroen y yo nos parecemos... Estuvimos de moda y nos han superado otros modelos”. La vida que se apaga.

Umbral fue un estilo desenfadado, agudo, rebelde. Un ojo crítico singular. Un ego robusto y un escritor profesional, constante, omniabarcante. Tuvo aprecio por múltiples cosas, pero sobre todo por la literatura; su literatura. “Lo más que pido es que me dejen hacer mi prosa y cuidar mi dacha”. Y su obra está ahí, viva, expresiva.

Notas

1 Escribo “vuelvo”, porque en 2011, a los cuatro años de su muerte, escribí un breve texto en Reforma que se encuentra en mi libro Nobleza obliga, Cal y arena, 2011.

2 De la misma manera sus descalificaciones de paso, burdas y primitivas, a Octavio Paz o a Mario Vargas Llosa, ilustran ese talante rijoso y abusivo.