Leí con mucho interés la novela Partes de guerra, de Jorge Volpi (Alfaguara, 2022). Es una obra sobre la violencia social que se entiende como una muestra de los problemas latinoamericanos, aunque analiza el escenario de los adolescentes en un pueblo fronterizo entre México y Guatemala. En ella convergen una novela policiaca y una sociología del crimen. También estudia a un conjunto de neurocientíficos que pretenden esclarecer la conducta criminal, y en particular la tragedia contemporánea de la violencia en niños y adolescentes.
Según la página 27 del libro: “En enero, unos niños de once ahogaron a su hermanita de seis en Piedras Negras, en marzo una pandilla de ocho chicos, el mayor de trece, violó en masa y luego mató a palos a una niña de diez en Fresnillo, en abril tres muchachas en Ojinaga, de entre once y diez, acuchillaron a una de sus compañeras y enterraron su cuerpo en un baldío...”. Este fondo narrativo, donde se entremezclan los documentos periodísticos y las investigaciones penales, es el motivo de los desconciertos que mueven a la novela. Me refiero al desconcierto de Luis Roth y Lucía Spinosi, los protagonistas de la obra, pero también al de la sociedad mexicana, cada día a la espera de noticias escalofriantes. La literatura y la ciencia elaboran narraciones, hipótesis y explicaciones para comprender el espectáculo del mal.
Quienes han seguido la obra de Volpi saben de su interés genuino por la ciencia. Su ensayo Leer la mente (Penguin Random House, 2011) plantea hipótesis relevantes para acercarnos al problema criminal de su nueva pieza narrativa. De acuerdo con Leer la mente, el arte de la ficción interactúa con las capacidades cognitivas del cerebro humano para fabricar mundos posibles, y así la narrativa contribuye a la labor general de nuestras redes neurales, que puede entenderse como un trabajo de coordinación entre el organismo y el mundo a través de la anticipación. De manera general, la ficción contribuye a nuestra capacidad de anticipar mundos posibles y disponerlos para el análisis y la construcción, pero la ficción literaria se ocupa de manera más específica de modelar mundos intersubjetivos, en los cuales podemos imaginar los pensamientos, los motivos, los sentimientos de los demás. Esto nos da herramientas para el autoconocimiento, porque la conciencia de sí está ligada de manera inherente a la conciencia de los otros: se constituyen simultáneamente.
SEGÚN LA TEORÍA del espacio global de trabajo neuronal, de Jean-Pierre Changeux y Stanislas Dehaene, la actividad consciente se realiza cuando los componentes del sistema nervioso se enlazan funcionalmente para transmitir información que, al presentarse en diversos territorios neuronales, puede ser manipulada y transformada de múltiples maneras, mientras es sostenida en la memoria de trabajo. En este modelo hay cinco pilares de la conciencia: el pasado, que se actualiza mediante la memoria episódica y semántica; el futuro, que consiste en la formación de modelos anticipatorios gracias a la actividad de la corteza prefrontal; el presente, a través de los circuitos sensoriales y motores, que nos enlazan con un mundo recalcitrante, que nos transforma y al que transformamos; la atención, que nos permite focalizarnos en una experiencia específica, y que puede entrenarse para alcanzar estados de inmersión estética; y por último la asignación de valor, es decir, la dimensión afectiva de la conciencia, que da sentido a toda la información neuropsicológica porque la pone en correspondencia con el bienestar y el malestar corporal.
La asignación de valor significa que las señales neuronales adquieren relevancia de acuerdo con los deseos y necesidades de nuestro organismo. Desde ese pilar surgen los estados emocionales que colorean nuestra experiencia subjetiva (la alegría, la tristeza, y todo aquello que en su momento fue conocido como las pasiones del alma). Y aparecen también los sentimientos morales, que adquieren una importancia capital en Partes de guerra. A través de sus protagonistas —un grupo de neurocientíficos—, la novela de Volpi se pregunta por los orígenes de la violencia, a través de dos líneas argumentales que se entrelazan: por una parte, los científicos tendrán que resolver los conflictos al interior del grupo, vinculados con el atroz desconocimiento de sí mismos. Aunque se presentan como profesionales de la racionalidad, los mueve una inquietud pasional que no han tenido el tiempo —o la curiosidad honesta— de estudiar con el mismo rigor que dedican a sus temas científicos. Volpi muestra también que sus apasionantes preguntas resultan muy generales y esquemáticas cuando se trata de aterrizarlas en casos particulares.
Las artes narrativas son necesarias para desenmarañar las intrigas que activan o desactivan esas formas de violencia
La novela nos hace testigos de los eventos y las pequeñas interacciones políticas de los adolescentes fronterizos que determinan el surgimiento de la conducta criminal. Muestra las jerarquías tensas e inestables que caracterizan al grupo de adolescentes, y los actos que buscan redefinir la posición dentro del grupo mediante formas explícitas o encubiertas de hostilidad, que pueden desencadenar escenarios criminales imprevistos. Pero el autor también nos muestra el contexto de los pequeños sucesos: se trata de una frontera latinoamericana donde hay flujos de migrantes, organizaciones criminales dedicadas al tráfico de personas, conflictos generados por la desprotección económica y grandes estructuras políticas que determinan relaciones de dominación y sometimiento en la escala internacional, tal y como éstas se realizan en los microsistemas interpersonales. ¿Cómo se articulan los sistemas neurobiológicos y los tejidos culturales para generar la conducta violenta? Al fondo aparece una figura que podría enlazar ambos enfoques: ¿cómo podemos conocer mejor las múltiples influencias que activan y que anulan nuestras capacidades empáticas?
LA NEUROCIENCIA NOS PLANTEA un modelo “de muñecas rusas” para entender la empatía. En la capa más interna tenemos el fenómeno del contagio emocional, es decir: la influencia de unos hacia otros en forma rápida y dinámica, mediante la expresión y la percepción emocional. En la segunda capa se encuentra la preocupación compasiva, que puede encontrarse también en otras especies de primates y que no parece ser exclusivamente humana. Es la disposición a ayudar al otro cuando somos testigos (empáticos) del dolor ajeno. Y en la tercera capa se encuentra la toma de perspectiva, que requiere un ejercicio cognitivo para imaginar los estados mentales del otro: sus intenciones, sus motivos y sentimientos.
La narrativa ensaya, a su manera, una respuesta a través de la elaboración de tramas para profundizar en el estudio de los casos particulares. Y este conocimiento es indispensable para complementar los saberes científicos, porque nos muestra que las disposiciones generales de la empatía están penetradas y transformadas por las redes de la cultura: la xenofobia y las estructuras simbólicas de la violencia estructural modifican la operación de nuestras capacidades empáticas. Y las lecciones de las artes narrativas son necesarias para desenmarañar las intrigas que activan o desactivan esas formas de violencia que aparecen de pronto, como una tragedia, en la trama común y corriente de nuestras vidas.